TEATRO NÁHUATL PREHISPÁNICO Por MIGUEL LEON-PORTILLA
Mencionan los cronistas e historiadores de Indias diversas formas de representaciones
y danzas, y aun las que llaman farsas y comedias existentes en el mundo
náhuatl del altiplano central de México. Pero fue Hernán Cortés quien, por una
ironía, nos dejó la más viva pintura de la última actuación dramática que,
durante el asedio de la gran capital azteca, tuvo lugar en el teatro que había
en la plaza del mercado de Tlatelolco. Se trata de una actuación singular, en
la que el mismo conquistador tomó parte.
Refiere Cortés en su tercera cana de
relación, tratando acerca de los últimos días del sitio de
México-Tenochtitlán, que faltos ya de pólvora los españoles, hicieron un
trabuco o especie de catapulta, construido de madera, para lanzar con él
grandes piedras. Instalaron luego el dicho trabuco en la plaza del mercado de Tlatelolco,
precisamente donde estaba edificado un teatro indígena:
Y llevóse (el trabuco) a la plaza del mercado para lo asentar en uno
como teatro que está en medio de ella, fecho de cal y canto cuadrado, de altura
de dos estados y medio, y de esquina a esquina habrá como treinta pasos; el
cual tenían ellos para cuando hacían alguna fiesta y juegos, que los
representadores de ellos se ponían allí porque toda la gente del mercado y los
que estaban en bajo y encima de los portales, pudieran ver lo que hacía...
En ese terraplén o teatro se representó
entonces una nueva forma de acción trágico-cómica. Cortés pretendía terminar
cuanto antes el asedio, valiéndose del trabuco. Pero el arma construida de
prisa, en realidad no funcionó. Se entregó entonces el trabuco a los aliados
tlaxcaltecas. Estos, colocados ya en el mismo lugar del teatro, con vivo
entusiasmo representaron allí su papel:
.. .y los indios nuestros amigos —escribe Cortés— amenazaban con el
trabuco a los de la ciudad, diciéndoles que con aquel ingenio los habíamos de
matar a todos. Y aunque otro fruto no hiciera, como no hizo, sino el temor que
con él se
ponía, por el cual pensábamos que los enemigos se dieran, era harto... y la
falta y defecto del trabuco, disimulárnosla con que, movidos de compasión, no
los queríamos acabar de matar... -
La tragicomedia terminó bien pronto, al caer
pocos días más tarde México- Tenochtitlán. El teatro de Tlatelolco fue
derruido. Desaparecieron para siempre las antiguas representaciones de los
indios, substituidas por las comedias introducidas por los frailes misioneros.
Pero, el recuerdo -—consignado por Cortés— de esa última actuación de los
conquistadores y de sus aliados en el teatro de Tlatelolco, pudo convertirse en
un símbolo. En el teatro de los indios, allí en la gran plaza, fueron Cortés y
sus aliados los últimos que actuaron. Al conquistador le tocó representar el
triste papel de exterminador de una cultura.
Al caer arrasados los templos, palacios y
teatros, las antiguas formas de representación dramática fueron perseguidas y
suprimidas, porque se consideró que estaban inspiradas en la antigua religión
de los dioses nahuas. Y hoy día nada sabríamos acerca del teatro náhuatl
prehispánico, si no fuera por la curiosidad, o mejor, por el hondo sentido
humanista de algunos frailes extraordinarios como Andrés de Olmos y Bernardino
de Sahagún.
Con amor recogieron ellos las reliquias de la
cultura destruida. Inquiriendo de labios de los indios viejos y con ayuda de
los estudiantes jóvenes de Tlatelolco, redujeron a escritura latina
innumerables textos en idioma náhuatl con valiosos datos acerca de las diversas
instituciones culturales del pasado prehispánico. Gracias a ellos conocemos
algo de lo que fue el teatro náhuatl. No siendo posible dar aquí una visión
completa de éste, vamos a concretarnos a describir con brevedad —según el
testimonio de las fuentes— los que parecen haber sido grandes momentos de su
evolución histórica, dando algunos ejemplos de diálogos y formas de acción
tomados directamente de los documentos indígenas.
Debe notarse ante todo que al igual que otras
instituciones del mundo náhuatl prehispánico, su teatro revestía caracteres
propios que lo distinguen del de otras culturas. Por este motivo, en vez de
aplicar a las varias formas de representación y acción dramática indígenas, las
categorías del teatro clásico y occidental, parece conveniente estudiar en sí
mismas las manifestaciones propias del teatro náhuatl. Así, podrá conocerse al
menos algo de lo que fue el teatro indígena en sus diversas etapas, algunas de
las cuales, como es obvio, guardan semejanza con otras formas de representación
del mundo occidental o aun del oriental, por la sencilla razón de que el teatro
ha sido en todas las culturas una creación profundamente humana, que responde
al anhelo del hombre de contemplar plásticamente y en acción, entre otras
cosas, los grandes mitos de su religión, sus viejas historias y leyendas, sus
problemas sociales, familiares y aun personales.
Para mayor claridad, distinguiremos en este
trabajo acerca del teatro náhuatl prehispánico cuatro grandes etapas que, si
bien coexistieron hasta los tiempos de la Conquista, parecen haber hecho su
aparición de manera sucesiva:
1) Las más antiguas formas de danzas, cantos
y representaciones, que vinieron a fijarse de manera definitiva en las
acciones dramáticas de las fiestas en honor de los dioses.
2) Las
varias clases de actuación cómica y de diversión ejecutadas por quienes hoy
llamaríamos titiriteros, juglares y aún prestidigitadores.
3) La escenificación de los grandes mitos y
leyendas nahuas.
4) Los indicios conservados acerca de lo que
llamaríamos análogamente comedias o dramas, con un argumento relacionado con
problemas de la vida social y familiar. Para terminar, mencionaremos tan sólo
el modo como aprovecharon los frailes las aptitudes dramáticas de los indios,
adaptando unas veces, e introduciendo otras, varias composiciones para ser
representadas.
1)
Las más antiguas formas de representación en las fiestas religiosas
nahuas.
Al igual que en las grandes culturas
clásicas, también en el mundo náhuatl prehispánico los orígenes del teatro
parecen estar ligados a sus fiestas y conmemoraciones religiosas. Algunos
hallazgos arqueológicos de gran antigüedad como son las varias pinturas murales
descubiertas en Tetitla, Tepantitla y Zacuala, dentro del gran centro ritual de
Teotihuacán, dan testimonio de procesiones religiosas en las que los
sacerdotes marchan con atavíos representativos de los diversos dioses y
entonando himnos sagrados, como lo indican las volutas floridas que salen de
sus bocas. Esas procesiones y ritos antiguos en los que los sacerdotes e
iniciados representaban el papel de los dioses y hacían llegar al pueblo los
poemas divinos, constituyen tal vez los más antiguos orígenes de lo que
andando el tiempo se convirtió en una acción dramática propiamente dicha.
Por otra parte, en confirmación de las
pinturas arqueológicas, las relaciones indígenas se refieren también con
frecuencia a varias clases de danzas o himnos que se cantaban en diversas
circunstancias; todas ellas relacionadas con sus dioses. Así, por ejemplo,
después de haber ganado una batalla, se agradecía la victoria a los dioses con
cantos y danzas. Otras veces, al iniciar una peregrinación o al hacer un alto
en el camino las tribus que inmigraban desde las llanuras del norte, sabemos
por sus relaciones que entonaban cantos y bailaban danzas sagradas.
Poco a poco, el ritual de esas danzas e himnos sagrados, al irse
asentando los pueblos, se fue fijando de acuerdo con una especie de canon más o
menos implícito. Cuando llegaron los conquistadores existía de hecho en el
mundo Náhuatl prehispánico todo un ceremonial que regía las representaciones,
danzas, himnos y diálogos, que venían a constituir, al lado de los sacrificios,
el punto central de atención en sus numerosas fiestas religiosas. Fray Diego de
Durán describe así en su
Historia de las Indias la organización y modo de actuar de los
nahuas en las representaciones sagradas de sus fiestas:
Muchas
maneras de bailes y de regocijos tenían estos indios para las solemnidades de
sus dioses, componiendo a cada ídolo sus diferentes cantares según sus
excelencias y grandezas. Y así muchos días antes que las fiestas viniesen,
había grandes ensayos de cantos y bailes para aquel día y así con los cantos
nuevos sacaban diferentes trajes y atavíos de mantas y plumas y cabelleras y
máscaras, rigiéndose por los cantos que componían y por lo que en ellos trataban,
conformándolos con la solemnidad y fiesta, vistiéndose unas veces como águilas,
otras como tigres y leones, otras como soldados, otras como huastecas, otras
como cazadores, otras como salvajes y como monos, perros y otros mil
disfraces...
Como puede verse por las palabras de Durán,
la actuación, los cantos y bailes que tenían lugar en las fiestas se ensayaban
previamente durante muchos días, y ya en la fiesta misma, se usaban atavíos y
máscaras, que denotan claramente el carácter teatral que iban adquiriendo las
fiestas en este aspecto. Quien estudie con detenimiento la relación transmitida
a Sahagún por sus informantes, acerca de las diversas fiestas y sacrificios
que hacían los nahuas durante todo el año en honor de sus dioses, podrá
concluir que durante la época inmediatamente anterior a la conquista, existía
en el mundo náhuatl prehispánico algo así como un ciclo sagrado de teatro
perpetuo, que se sucedía sin interrupción a través de sus 18 meses de 20 días.
Y debe añadirse que esa forma de teatro perpetuo y sagrado poseía en realidad
un doble carácter. Había en él dos clases de actores, como se mostrará a
continuación, aduciendo el testimonio de algunos documentos indígenas.
Por una parte, eran los sacerdotes, los
estudiantes de los centros prehispánicos de educación, Calmécac y Telpochcalli, así como
todo el pueblo en general, quienes participaban en las fiestas y
representaciones, valiéndose unas veces de disfraces, estableciendo diálogos
con los dioses, entonando himnos y desarrollando determinadas clases de acción,
que daban forma plástica al simbolismo implicado en los grandes mitos y
doctrinas religiosas de los nahuas. Pero, al lado de esa actuación en la que
todos participaban, había otra forma de acción, que hoy repugna tal vez a
nuestra sensibilidad y manera de pensar. Nos referimos a aquellos verdaderos
actores, a quienes tocaba representar de manera especial, casi mística, la
figura de uno de los dioses. Eran actores que sólo una vez representaban su
papel. Porque precisamente su destino final era ir a reunirse por la vía del
sacrificio con la divinidad representada. Numerosos son los testimonios que nos
hablan del modo como aprendían su papel quienes iban a representar a un dios,
para terminar su vida como víctimas del sacrificio.
Así, en relación estrecha con su ciclo
agrícola y sagrado, surgió probablemente la más antigua forma de
representación dramática en el mundo náhuatl prehispánico. Participaban en ella
todas las clases sociales, y de un modo especialísimo aquellos que por diversas
razones debían representar a los dioses. A continuación vamos a transcribir
algunos textos de los informantes indígenas de Sahagún en los que se describen
algunas de las formas de actuación, siempre hondamente dramática, que tenían
lugar en las distintas fiestas celebradas a honra de sus dioses en cada mes o
grupo de veinte días.
De manera general puede decirse que en casi
todas esas fiestas había algunas de las siguientes formas de acción, adaptadas
a la solemnidad propia del día: ante todo, solían preceder a la fiesta un
cierto número de ayunos y penitencias rituales. Había también, con frecuencia
desde varios días antes, danzas y cantos, que se iniciaban de ordinario al caer
de la tarde, en una de las plazas de la ciudad, o ante el templo de la
divinidad cuya fiesta se aproximaba. Al llegar ésta, y a veces comenzando
desde la noche anterior, daba principio a la luz de las antorchas, el canto y
la música de las flautas, tambores y caracoles. Simultáneamente, o poco
después, comenzaban las diversas danzas propias de cada fiesta, llamadas netotiliztli, en las que
con frecuencia aparecían bailando quienes representaban a los dioses, portando
sus atavíos característicos. Muchas veces bailaba también todo el pueblo, los
estudiantes del Calmécac
y el Telpochcalli,
las señoras, las doncellas y hasta las mujeres públicas. Había quienes se
disfrazaban como bestias feroces, como águilas, serpientes y diversas especies
de pájaros y hasta con muy extraños atavíos, como aquellos que se mencionan en
la fiesta del
Atamalqualiztli, en cuya relación se dice que bailaban algunos
con "los disfraces del sueño".
Además de las danzas y bailes, se entonaban
también los himnos sagrados. Los sacerdotes y los coros de doncellas y
estudiantes participaban en el canto. Se iniciaban los diálogos entre los
diversos coros para recordar de manera solemne los grandes mitos y doctrinas
de la antigua religión. Unas veces hablaban los sacerdotes a nombre del pueblo
y otras, expresándose a nombre de las víctimas que iban a ser sacrificadas.
Eran finalmente los sacrificios en los que se
inmolaban de ordinario algunas aves, como por ejemplo codornices, y sobre todo,
una o más víctimas humanas en honor de los dioses, otro de los actos rituales
de más hondo sentido dramático. A veces era la lucha simbólica en el Temalácatl, en la que
con desiguales armas se enfrentaba el cautivo atado de un pie contra el
guerrero bien armado que subía a combatirlo. Otras veces eran las doncellas o
los jóvenes representantes de una diosa o de un dios, quienes ascendían a la
piedra de los sacrificios para que su corazón fuera ofrendado, cooperando así
con su sangre a mantener la vida del Sol. En realidad, la gran mayoría de las
víctimas que representaban a un dios habían aprendido a la perfección su papel.
Tal era el caso de aquel joven que representaba a Tezcatlipoca en la fiesta de Tóxcatl, que al fin
terminaba sus días despidiéndose de los placeres del mundo y rompiendo
simbólicamente una flauta, al ir subiendo las gradas del templo en donde iba a
morir, o de aquellas otras doncellas que representaban el papel de Xilonen, la diosa del
maíz tierno o de Xo
chiquetzalli, de
Tlazoltéotl y de las otras varias divinidades. Todos ellos eran
actores largamente adiestrados para actuar tan sólo una vez dentro del drama
cósmico del teatro perpetuo, vigente principalmente entre los aztecas. Eran los
mensajeros del pueblo y los colaboradores del Sol, que con las insignias del
dios iniciaban la jornada hacia el más allá.
A continuación daremos dos ejemplos tomados
del repertorio de fiestas. El primero nos ofrece los puntos culminantes de la
solemnidad anual, en honor de Tláloc, dios de la lluvia, que según el
testimonio del Padre Durán se festejaba el día correspondiente, según nuestro
calendario, al 29 de abril. El Segundo ejemplo lo constituye la fiesta del Atamalqualiztli,
"cuando se comían tamales de agua", que se celebraba solamente cada
ocho años.
Tratando de la solemnidad principal en honor
de Tláloc, escribe Durán:
Celebraban
la fiesta de este ídolo a veinte y nueve de abril y era tan solemne y
festejada que acudían a todas las partes de la tierra a solemnizarla, sin
quedar rey ni señor, ni grande, ni chico, que no saliese con sus ofrendas. Al
efecto caía este ídolo en una de las fiestas señaladas de su calendario a la
cual llamaban Hueitozoztli,
por lo cual era la fiesta más solemne y festejada con dobladas ceremonias y
ritos, a causa de juntarse la una de las fiestas que ellos tenían de veinte en
veinte días... Enderezábase esta fiesta para pedir buen año, a causa de que ya
el maíz que habían sembrado estaba todo nacido.
La fiesta se celebraba al mismo tiempo en
varios sitios distintos, pero particularmente en dos: en el llamado cerro de Tláloc o Tlalocan, situado al sur
de Texcoco, y delante del templo mayor de Tenochtitlán, consagrado, como se
sabe, a Huitzilopochtli y a Tláloc. Al mencionado cerro acudían en procesión
los señores de México, Tezcoco y Tlacopan, así como un gran concurso de gente.
En las faldas del monte se construían chozas de enramada y en la cumbre, donde
estaba el santuario de Tláloc, se celebraba la fiesta.
Mientras tanto, en Tenochtitlán, la casi
totalidad del pueblo participaba en los festejos que se hacían ante el templo
mayor. Allí, poco antes de la fiesta, disponían los indios una especie de
bosquecillo artificial, que venía a servir de escenario. En medio de varios
matorrales y arbustos colocaban un árbol muy grande rodeado por otros cuatro,
orientados hacia los cuatro rumbos del universo. Por todas partes, completando
los adornos simbólicos en honor de Tláloc, lucían enhiestas numerosas
banderolas de papel, salpicadas con hule. A la hora de la fiesta, como escribe
el citado Duran:
Los grandes
sacerdotes y dignidades muy ataviados sacaban una niña, de siete o de ocho años
metida en un pabellón que no la veía nadie, tapada de todas panes a la manera
que los señores habían llevado el niño que dijimos al monte. A la misma manera
estos sacerdotes sacaban esta niña en hombros metida en aquel pabellón toda
vestida de azul que representaba la laguna grande y todas las demás fuentes y
arroyos: puesta una guirnalda en la cabeza de cuero colorado y al remate una
lazada con una borla azul de plumas. La cual niña metían en aquel pabellón en
aquel bosque y sentábanla debajo de aquel gran árbol, vuelta la cara hacia
donde el ídolo estaba y luego traían un tambor y sentados todos sin bailar,
teniendo la niña delante, le cantaban muchos y diversos cantares.
De los cantares entonados en esta fiesta de
Tláloc, ha llegado hasta nosotros uno, gracias a los informantes de Sahagún.
En él, en forma de diálogo, se pide el agua al dios de la lluvia. Transcribimos
dicho himno, siguiendo la traducción y comentario que de él hace el doctor
Garibay en su más reciente obra acerca de los
Veinte himnos sacros de los nahuas.
Un coro, formado tal vez por jóvenes
estudiantes del Calmécac,
da principio al canto. La estrofa que se entona anuncia el sentido y finalidad
de la fiesta: se ha venido a pedir a Tláloc envíe lluvias abundantes para que
crezca el maíz y puedan vivir los hombres. Se pide prestada a Tláloc la lluvia,
puesto que se piensa pagar de algún modo su dádiva. Precisamente los
sacrificios tenían como fin satisfacer la deuda que se ha contraído. Escuchemos
el coro:
El Coro:
Ay, en México se está pidiendo un préstamo al dios. En donde están las
banderas de papel y por los cuatro rumbos están en pie los hombres.
Repetida la estrofa, tal vez por el pueblo,
toca entonces al sacerdote de Tláloc dirigirse a la divinidad misma, implorando
la lluvia. Alude el sacerdote a las víctimas que habrán de ofrecerse a Tláloc
en la fiesta. Son los niños pequeños cuyo llanto, al ser sacrificados,
significa augurio de grandes lluvias. Esos niños son los manojos de
ensangrentadas espigas, cuyo llanto se busca:
El Sacerdote de Tláloc:
¡Al fin es el tiempo de su lloro! Ay, yo fui creado y de mi dios,
Festivos manojos de ensangrentadas espigas, ya llevo al patio divino.
Ay, eres mi caudillo, Príncipe Mago,
y aunque en verdad,
tú eres el que produce nuestro sustento,
aunque eres el primero,
sólo te causan vergüenza.
De nuevo el coro de los estudiantes, o quizás de otro grupo de
sacerdotes, responde en nombre de Tláloc. El dios exhorta a la gente y al
sacerdocio, a que le dé culto y haga esfuerzos por conocer bien su poder.
Tláloc: —Ay, pero si alguno ya me causa vergüenza,
es que no me conocía bien: vosotros sóis mis padres, mi sacerdocio, Serpientes
y Tigres.
El sacerdote del dios de la lluvia vuelve a
entonar el canto, alude a la mansión del
Tlalocan para pedir luego al dios que se extienda por todas
partes, que haga descender la lluvia bienhechora.
El Sacerdote de Tláloc:
Ay, en Tlalocan, en nave de turquesa,
suele salir y no es visto
Acatonal
Ay, ve a todas partes,
Ay, extiéndete
en Poyauhtlan.
Con sonajas de nieblas
es llevado al Tlalocan.
Ay, mi hermano Tozcuecuexi...
El coro, hablando ahora en nombre de la
víctima, la niña vestida de azul que va a ser sacrificada al dios de la lluvia,
entona varias estrofas de hondo sentido religioso. La víctima se irá para
siempre. Va a ser enviada al lugar del misterio. Es ahora el tiempo de su
lloro. Pero tal vez dentro de cuatro años, allá en "la región de los
descarnados", habrá una transformación, un resurgimiento. El acrecentador
de los hombres volverá quizás a enviar a este mundo a algunos de esos niños que
fueron sacrificados. Se trata, como lo ha señalado Garibay, de una especie de
doctrina de la reencarnación, de la que existen muy pocas alusiones en los
textos que se conservan. Escuchemos el coro que habla en nombre de la víctima.
El Coro (hablando en nombre de la victima): Yo me iré para siempre: es tiempo de su lloro. Ay, envíame al Lugar del
Misterio:
Bajo su mandato. Y yo ya le dije
al Príncipe de funestos presagios:
Yo me iré para siempre:
es tiempo de su lloro.
Ay, a los cuatro años
entre nosotros es el levantamiento:
sin que se sepa,
gente sin número
en el lugar de los descarnados:
casa de plumas de quetzal,
se hace la transformación:
es cosa propia del Acrecentador de hombres.
El himno concluye, repitiendo el sacerdote de
Tláloc la invocación que ha hecho al dios de la lluvia. Le pide una vez más que
se haga presente en todas partes, que fecunde las sementeras, que se extienda y
haga descender las aguas
El Sacerdote de Tláloc:
Ay, ve a todas partes, Ay, extiéndete en Poyauhtlan. Con sonajas de
nieblas es llevado al Tlalocan.
Terminado este himno, entonaban tal vez los
sacerdotes y el pueblo otros varios cantos en honor del mismo dios de la
lluvia. Las danzas se sucedían sin cesar. La fiesta culminaba cuando, según el
testimonio del mismo Durán y de los informantes de Sahagún, regresaban los
señores y sacerdotes que habían ido al cerro de Tláloc. Juntos daban ahora fin
a la fiesta. Marchaban entonces todos para embarcarse en canoas ricamente
engalanadas, que se dirigían hacia donde se encontraba el gran sumidero de la
laguna. Allí arrojaban aquel gran árbol que habían colocado antes frente al
templo mayor y, asimismo, junto al sumidero sacrificaban a la niña. Dejaban
caer en el agua del lago su sangre, al igual que riquezas y joyas innumerables
que desaparecían bien pronto en el sumidero. Quienes se habían embarcado,
regresaban después a la ciudad dando por terminada la fiesta. La representación
ritual, las danzas y cantos de hondo sentido dramático para impetrar la lluvia,
habían terminado.
Se han presentado, en resumen, algunos de los
momentos más dramáticos de la fiesta que se celebraba en honor del dios de las
lluvias. De igual modo podrían describirse aquí todas las otras fiestas que
constituían lo que se ha llamado primera forma de teatro perpetuo, vigente en
el mundo prehispánico.
Ante la imposibilidad de adentrarnos en tema tan vasto, preferimos únicamente
aludir tan sólo a esa otra fiesta que celebraban los nahuas cada ocho años y
que llamaban
Atamalqualiztli o sea "Comida de tamales de agua". Relacionada
tal vez con el ciclo de Venus, tanto la acción como los himnos que se
entonaban, implicaban un hondo sentido dramático y religioso. Entonces, como
dice un texto de los informantes de Sahagún, tenía lugar la danza de los
dioses, la que llamaban
Teuittotiloya.
En la plaza del mercado aparecían numerosos
personajes disfrazados de pájaros, mariposas, moscas y escarabajos. Con esos
disfraces venían a bailar. Otros aparecían con los atavíos del
"sueño", o con sartales de tamales y con otras formas de collares.
Llegaban también algunos ataviados como gente pobre, como quienes andan
vendiendo legumbres, como vendedores de leña. Frente a una estatua de Tláloc,
que se colocaba en el centro de la plaza, algunos del barrio de Mazatlán se
dedicaban a hacer suertes con ranas y serpientes. Simultáneamente se iniciaba
el canto y la danza.
Siendo imposible detenernos en largos
comentarios, transcribiremos aquí únicamente la versión del himno principal que
se cantaba precisamente en esta fiesta.
Un coro da principio al canto afirmando que el corazón del poeta se abre
a mitad de la noche, para entregarse a las flores y al canto. A la luz de las
antorchas aparecen entonces en la gran plaza engalanada y llena de gente, los
diversos dioses que asimismo se ponen a bailar. Los primeros en aparecer son la
diosa Tlazoltéotl
y la divinidad del maíz,
Centéotl
Mi corazón es flor: está abriendo la corola, Ah, es dueño de la media
noche. —Ya llegó nuestra Madre, ya llegó la diosa: Tlazoltéocl.
Nació Centéotl en Tamoanchan: donde se yerguen las flores: Ia Flor .
Nació Centéotl en región de lluvia y niebla: donde son hechos los hijos
de los hombres, ¡donde están los dueños de peces de esmeralda!
Tal vez ya cerca del amanecer, después de haber continuado la danza por
horas y horas, una nueva estrofa del coro alude a la llegada del sol y del dios
Quetzalcóatl. El dios promete a los hombres darles ayuda, haciendo que las
cosechas se logren:
Ya va a lucir el sol, ya se levanta la aurora:
ya beben miel de las flores
los variados pechirrojos, donde está en pie la Flor.
En tierra estás en pie cerca del mercado, tú eres el Señor, tú, Quetzalcóatl
¡Sea deleitado junto al Árbol Florido! los variados pechirrojos, los
pechirrojos oíd.
Ya canta nuestro dios: oídlo.
¡Ya cantan sus pechirrojos!
¿Es acaso nuestro muerto el que trina?
¿Es acaso el que va a ser cazado?
—Yo refrescaré con el viento mis flores:
la flor del sustento (humano), la flor (que huele a maíz) tostado donde
se yerguen las flores.
La tercera parte del himno describe un juego de pelota. El viejo Xólod,
doble de Quetzalcóatl, juega a la pelota con el sol. Quetzalcóatl será quien habrá
de vencer. Su premio consistirá en llevarse consigo a Xochiqétzal. Con ella
tendrá un concúbito sacro:
Juega a la pelota, juega a la pelota el viejo Xólod:
en el mágico campo de pelota juega Xólotl: el que viene del país de la
esmeralda. ¡Míralo!
—¿Acaso ya se tiende Piltzintecutli
en la casa de la noche, en la casa de la noche?
—Príncipe, príncipe:
con plumas amarillas te aderezas,
en el campo de juego te colocas,
en la casa de la noche, en la casa de la noche.
El habitante de Oztoman, ay, el habitante de Oztoman
lleva a cuestas a Xochiquétzal:
allá en Cholula impera.
—¡Oh, ya teme mi corazón,
oh, ya teme mi corazón:
¡llegó Centéotl: vayamos a...
El habitante de Oztoman,
el de Chacala: su mercancía,
ajorcas de turquesa.
El acostador, el acostador se
acuesta:
—¡Ya con mi mano hago dar vuelta
a la mujer,
yo soy el acostador!
Tal era el himno principal que se entonaba, en tanto que quienes representaban
a los dioses, a los diversos animales y aun al "sueño", danzaban sin
cesar en la plaza del mercado, en esta fiesta que se celebraba cada ocho años.
Ofrece
también el texto de los informantes de Sahagún, algunas de las palabras que
pronunciaban entonces los ancianos que contemplaban la fiesta. Decían:
"¿Delante de quién se volverá a celebrar esta fiesta?", porque
pensaban que, siendo ya viejos, no vivirían tal vez otros ocho años para volver
a contemplar esas danzas y escuchar esos himnos.
Los ejemplos dados de esta más antigua forma de teatro perpetuo en el
mundo náhuatl son suficientes para lograr una idea de la grandiosidad y dramatismo
implicados en sus fiestas. Queda abierto el campo para un estudio completo
acerca de todas las solemnidades con sus representaciones, danzas e himnos
propios. Aquí nos basta con haber atisbado al menos los que parecen haber sido
los más antiguos orígenes del teatro náhuatl prehispánico. A continuación
pasamos a describir con brevedad esa otra forma de acción, que aparece ya
también algunas veces en las fiestas y que más se acerca a los orígenes de la
comedia. Nos referimos a las varias formas de actuación cómica y de diversión,
ejecutadas por quienes hoy llamaríamos juglares, titiriteros y aun
prestidigitadores.
2)
Varias formas de actuación cómica y de divertimiento en el mundo
náhuatl.
el mismo Fray Diego de Durán, al hablar en su Historia de las Indias acerca
de las escuelas de danza y los entretenimientos que había en el México
prehispánico, distingue claramente entre las representaciones que a honra de
los dioses celebraban los indios en sus fiestas y aquellas otras que llama
"farsas y entremeses y cantares de mucho contento". Y aun describe
Durán con algún detenimiento algunas de estas farsas y entremeses. He aquí sus
propias palabras:
Otro baile
había de viejos que con máscaras de viejos corcovados se bailaba que no es poco
gracioso y donoso y de mucha risa. A su modo había un baile y canco de truhanes
en el cual introducían un bobo que fingía entender al revés lo que su amo le
mandaba trastocándole las palabras. Juntaban con este baile traer un palo
rollizo con los pies con tanta destreza que ponía admiración las pruebas y
vueltas que con él hacían, de lo cual resultó que algunas personas entendieron traerlo
por arte del demonio y si bien lo consideramos, no es sino que el juego de
manos que en España se usa que le podemos acá llamar juego de pies.
Porque yo
soy testigo de vista que siendo yo muchacho, conocí en el barrio de San Pablo
escuela de este juego donde había un indio diestrísimo en aquel arte donde se
enseñaban muchos indiezuelos de diversas provincias...
También
usaban bailar alrededor de un volador alto vistiéndose como pájaros y otras
veces como monas volaban de lo alto de él, dejándose venir por unas cuerdas que
en la punta de este palo están arrolladas, desliándose poco a poco por un
bastidor que tiene arriba...
Otras veces
hacían éstos unos bailes en los cuales se embijaban de negro, otras veces de
blanco, otras veces de verde, emplumándose la cabeza y los pies.
Llevando entre
medias algunas mujeres. Fingiéndose ellos y ellas borrachos, llevando en las
manos cantarillos y tazas, como que iban bebiendo, todo fingido para dar placer
y solaz a las ciudades, regocijándolas con mil géneros de juegos que los de
los recogimientos inventaban, de danzas y farsas y entremeses y cantares de
mucho contento.12
Por su parte, los informantes indígenas de
Sahagún no son menos explícitos al proporcionar en idioma náhuatl varios
textos acerca de la actuación de los que, siguiendo a Garibay, llamaremos
"magos y saltimbanquis". Así, por ejemplo, tenemos la figura del Teuqutqtáxti "aquel
que hace saltar o salir a los dioses". Se trata de una especie de
titiritero que llevaba en un gran morral las figuras de diversos dioses, para
dar funciones en la plaza del mercado y en el patio del palacio real.
Aprovechando una vez más la versión preparada por el Dr. Garibay, damos aquí la
descripción de estos titiriteros, según el testimonio de los informantes de
Sahagún.
El que hace
salir, o saltar a los dioses es una especie de saltimbanqui. Entraba a la casa
de los reyes; se paraba en el patio. Sacudía su morral, lo remecía y llamaba a
los que estaban con él
Van saliendo
unos como niñitos. Unos son mujeres: muy bueno es su atavío de mujer: su
faldellín, su camisa. De igual manera los varones están bien ataviados: su
braguero, su capa, su collar de piedras finas.
Bailan,
cantan, representan lo que determina su corazón de él Cuando lo han hecho,
entonces remueve el morral otra vez: luego van entrando, se colocan dentro del
morral. Por esto se daban gratificaciones al que se llama "el que hace
salir, saltar o representar a los dioses".
Largo sería presentar aquí la forma de actuar
de todo este género de prestidigitadores, declamadores y saltimbanquis. Por
esto, transcribiremos únicamente otros dos textos, en los que se describen los
vistosos efectos logrados por algunos prestidigitadores del mundo náhuatl
prehispánico. El primero se refiere al
motetequi, o sea aquel que se destrozaba a sí mismo, creando la
ilusión de cortar sus manos y pies para luego aparecer una vez más en su plena
integridad. El otro texto nos habla de quien parece poner fuego en las casas
cercanas, para mostrar en seguida que todo había sido una ilusión. Veamos los
textos mismos:
Lo que se
llama "destrozamiento" solamente se hacía en el patio de los señores.
Luego (el motetequi) se corta y
pone aparte sus manos, sus pies, en otra parte sus coyunturas; por todas panes
va poniendo (lo que se corta).
Pues cuando
ya se ha destrozado todo, se tapa con una manta de color rojo: con esto otra
vez crecen, brotan, se levantan, como si no hubiera sido destrozado nada, parte
a parte. Entonces se descubre.
De igual
modo, cuando ha hecho estos juegos de prestidigitación, es gratificado por
ello.
El que pone fuego en las casas de otros.
El abrasar
la casa en llamas era visto: las casas se metían en llamas, de tal manera están
rodeadas de ellas que parece que en realidad arden. Así se dejaba ver con esto
divertía a la gente, con esto hacia sus artimañas.
Lo hacía en
el palacio y por ello era gratificado: o le daban maíz desgranado al que esto
hacía.
Interminable sería pretender adentrarnos en
el estudio de todas las formas de divertimiento y solaz más o menos cercanas a
la prestidigitación o al sainete, que se fueron desarrollando en el mundo
náhuatl prehispánico. Debe notarse al menos que es este tema tan rico y
abundante que ya de por sí ofrece materia para una obra especializada.
Concluiremos, por consiguiente, el estudio de esta segunda forma de teatro
entre los nahuas transcribiendo únicamente las palabras que declamaba uno de
aquellos comediantes, a los que se refería Fray Diego de Durán, que se
presentaban ataviados de diversas maneras, para dar lugar a una especie de
farsa cómica. Imaginemos la misma plaza del mercado de Tlatelolco, a la que se
aludió al comienzo de este trabajo. Llega a ella el que pudiera llamarse bufón.
No va a actuar en realidad con un solo atavío. Con rapidez y destreza se irá
poniendo diversas máscaras. Primero es un ser humano, luego un ciervo, más
tarde un conejo, un tordo de cuello rojo, un ave quetzal, un loro y por fin el
mismo bufón de siempre. En lo que va declamando aparece ciertamente lo cómico y
jocoso, pero tampoco está ausente la reflexión más honda que hace pensar. El
pueblo contempla y se divierte. Escuchemos al bufón:
Mi gran jefe, llego: yo vengo a reír. Yo soy el travieso: flor es mi
canción: se va enredando: luego se despliega. Ah, soy el casero.
Que se dé comienzo: vino a presentarse ya la flor de aroma: con ella
haya gusto, van a caer flores en riego: con ellas haya gusto.
Diferentes flores yo estoy esparciendo, vengo a ofrendar cantos: flores
embriagantes, ah, soy el travieso: que vengo de allá, donde el agua sale.
Vengo a ofrendar cantos: flores embriagantes...
Ataviándose ahora como uno de los dioses del pulque, con una cabeza de
conejo, alude a las flores y los cantos. Imita a los animales que representa y
se pone a bailar delante del pueblo.
Yo el que llegué soy el Ciervo Dos-Conejo, el Conejo que se sangra, el
Ciervo de grandes cuernos... Mi gran jefe, mis amigos: despleguemos su libro de
flores, su diario de cantos, ¿De quién? De
él
Enhiesto está el Arbol Florido, está entretejido,
se ha ensanchado, ya esparce flores. Hemos venido a oírlo en tu entrada:
en sus ramas andas tú, Precioso Faisán, andas cantando...
Cambiando ahora de atavíos, el bufón aparece como un tordo de cuello
rojo. Sigue su canto y su baile. Alude a la poesía y a la guerra, a la risa y
al llanto:
Yo soy el travieso:
yo soy tordo de rojo cuello:
ya grita mi cantar: jojojojon.
Vengo a ponerlos pintados, en donde el patio se extiende: yo soy tordo
de rojo cuello: grita, grita mi cantar. Jojojojon...
Yo el guiñador de ojos, el que andaba riendo: de dentro del patio vengo
en flor vengo a convertirme yo el Conejo que se sangró...
Finalmente el bufón se transforma ahora en un loro parlanchín. Es un
loro entendido puesto que viene del interior de Tula. Invita a todos a escuchar
su canto y al final, al pronunciar la última estrofa, arrojando tal vez sus disfraces,
entona el más bello canto en honor de la poesía.
Soy Loro parlanchín,
Allá voy a tomarlo, yo lo sacudo...
Ya aquí comienzo, ya puedo cantar: de allá vengo del interior de Tula:
ya puedo cantar: la voz ha estallado, se ha abierto la flor. .. .
oíd mi canto:
"Ladrón de cantares, corazón mío, ¿dónde los hallarás? Eres
menesteroso,
como de una pintura, toma bien lo negro y rojo (el Saber). Y así tal vez
dejes de ser un indigente.
Terminada la farsa, el bufón recibía alguna
recompensa del pueblo, como lo señalan insistentemente los textos. A la gente
le regocijaban en extremo estos divertimientos y farsas. Por desgracia sólo se
conocen unas pocas; pero no obstante su reducido número, el estudio detenido de
ellas nos permitiría descubrir algunos de los rasgos más interesantes de esta
segunda forma de expresión teatral en el mundo náhuatl. Mas, es ya tiempo de
pasar al estudio de la que hemos llamado al principio tercera forma de acción
dramática entre los nahuas. Nos referimos a la escenificación de sus grandes
mitos y leyendas.
3)
La escenificación de los grandes mitos y leyendas nahuas.
Siempre en relación con su antigua religión,
que daba unidad y sentido a todos los momentos de la vida personal y social de
los nahuas, encontramos también en los textos la mención expresa de ciertas
formas de teatro en las que se ponían en escena los grandes mitos y leyendas
antiguas. Primero fueron tal vez los declamadores o tlaquetzque,
"quienes hacen ponerse de pie a las cosas", los que iban repitiendo
en las plazas y mercados de ciudades y pueblos los viejos poemas en los que se
contenían las leyendas. La gente se arremolineaba en torno suyo y gozaba
escuchando.
La figura del tlaquetzqm
o narrador, bien conocido entre los nahuas, nos la dejaron descrita los
informantes de Sahagún:
El Narrador:
donairoso, dice las cosas con gracia,
artista del labio y la boca.
El buen narrador:
de palabras gustosas, de (palabras alegres,
flores tiene en sus labios.
En su discurso las consejas abundan,
de palabra correcta, brotan flores de su boca.
su discurso: gustoso y alegre como las flores;
de él es el lenguaje noble y la expresión cuidadosa.
El mal narrador:
lenguaje descompuesto,
atropella las palabras,
labio comido, mal hablado.
Narra cosas obscenas, las describe,
dice palabras vanas,
no tiene vergüenza.
Pero más tarde, además de los declamadores,
hicieron su aparición los grupos de actores que representaban plásticamente las
leyendas y los mitos. En el repertorio de textos recogidos por Sahagún, así
como en la colección de cantares mexicanos y en otros documentos más, hallamos
no pocos himnos y poemas que denotan claramente la presencia de diversos
personajes que dialogan entre sí, ofreciendo los momentos culminantes de los
antiguos mitos y leyendas nahuas. Como es obvio, no siempre se afirma
expresamente que dichos himnos y poemas podían ser representados. Sin embargo,
su lectura nos muestra que parecen concebidos precisamente para ser puestos en
escena.
Aquí vamos a transcribir tan sólo uno de esos
poemas pertenecientes a la colección de cantares mexicanos. En él se recuerda
el gran mito de la huida de Quetzalcóatl que abandonó Tula y marchó hacia el
oriente, hacia Tltlan.
Tlapalan, "el lugar del color negro y rojo", la tierra
de la sabiduría. Oigamos el texto y procuremos imaginar la acción que lo
acompañaba. Es tal vez un cantor quien da principio al poema que recuerda y
describe la salida de Quetzalcóatl, nuestro príncipe, Nácxtíl Topiíszm, al
abandonar a Tula.
Hubo en Tula una casa con travesaños de madera: Hoy sólo quedan sus
columnas en forma de serpientes, las dejó, al irse Kácxitl Topiltzin.
Un coro formado quizás por los estudiantes del Cutcacalli, o casa de
canto, entona una especie de estribillo:
AI son de trompetas son llorados nuestros príncipes. Ya se va, va a
desaparecer allá en Tlapalan.
El primer cantor vuelve a continuar su relato:
Allá por Cholula vamos a pasar, junto al Poyauhtécatl, por el lugar de
las lluvias, por el lugar de las barcas.
Al son de trompetas son llorados nuestros príncipes. Ya se va, va a
desaparecer allá en Tlapalan.
Probablemente salen entonces con sus máscaras
y atavíos quienes representan a Quetzalcóatl, nuestro príncipe, y a toda su
larga comitiva que va a pasar por Cholula, junto a la montaña de las nieblas,
por el lugar de las lluvias. Probablemente también había varios tiempos de
danza en la que participaban no sólo los aaores, sino también una parte del
pueblo. Dos personajes bien definidos aparecen ahora y entablan un breve
diálogo. Son Ibmquecholli y Matlacxóchitl, este último rey sucesor de
Quetzalcóatl. Ambos se duelen del abandono en que los dejó Quetzalcóatl al irse
a Tlapalart. He aquí su diálogo:
Ibuiquecbolli:
—Vengo de Nonoalco, yo cual pájaro de finas
plumas, yo el príncipe Mamali, estoy dolorido.
Matlacxócbitl:
—Se fue mi señor, el de las plumas finas, me
dejó en la orfandad, a mí, Matlacxóchitl.
Ibuiqutcbolh:
—Las montañas están hendidas, por esto lloro,
se alzan las arenas, por esto lloro.
Matlacxócbitl:
—Se fue mi señor, el de las plumas finas, me
dejó en la orfandad, a mí, Matlacxóchitl.
Una vez más el coro y el cantor principal van
alternando los himnos. Se vuelven a describir los sitios por donde va pasando
Quetzalcóatl en compañía de los toltecas. Escuchemos tan sólo algunas frases
tomadas del diálogo entre el cantor principal y el coro.
Un cantor: En el lugar de la niebla aún no está,
; En el lugar de la niebla aún no está...!
Coro: ¿Cómo quedarán desolados
rus patios todos?
¿Cómo quedarán desolados rus palacios?
¡Oh, los dejaste huérfanos aquí en Tula, en Nonoalco!
El Cantor: Aun tú mismo lloras, príncipe Timal.
Aun tú mismo lloras, príncipe Timal.
Vuelven a danzar una vez más los actores. Una
parte del pueblo quizás participa también en el baile. Quetzalcóatl y quienes
marchan con él continúan su viaje, van alejándose. Salen por fin de la plaza
donde se ha estado representando el viejo mito. Llega entonces la parte final
del diólogo entre el cantor principal y el coro.
Un cantor: En madera y en piedra te quedaste pintado allá en Tula: vamos a clamar.
Jamás se extinguirá tu renombre: por él llorarán tus vasallos.
El Cantor: Sólo queda en pie la casa de turquesas:
la casa de serpientes que tú dejaste erguida allá en Tula: vamos a
clamar.
Con danzas, atavíos, himnos y diálogos hacían
vivir los nahuas los grandes mitos y leyendas de su antigua cultura. Y aún hay
indicios de que los mitos, comenzaban ya a recibir, como sucedió en el teatro
griego, diversas interpretaciones de hondo sentido dramático. Penetrando en la
psicología de los personajes, se trata de mostrar cuál es el sentido que dan a
sus vidas, los problemas que han de afrontar y la solución feliz o desventurada
que les depara el destino. Desgraciadamente de todo esto sólo nos quedan
fragmentos.
Mas, no obstante conocer tan sólo unos pocos
vestigios, salvados del naufragio de la Conquista, el teatro náhuatl
prehispánico que hoy podemos vislumbrar, guarda para quien lo estudie en sus
textos indígenas no pocas sorpresas. Para dar fin a este ya largo ensayo,
aludiremos en una cuarta y última parte a esos indicios de máximo interés
relacionados con lo que hoy llamaríamos análogamente comedias o dramas con un
argumento que toca a problemas de la vida social y familiar. Son fragmentos
que dan testimonio de lo que parece haber sido un intento de emancipar al
teatro náhuatl de los temas estrictamente religiosos, para introducir en él
los problemas de la vida diaria. Allí aparecen los guerreros, las mujerzuelas
que dan alegría, los padres de familia, los comerciantes y aun las pobres
víctimas que van a ser sacrificadas; todos como seres humanos, conscientes de
que en su vida hay problemas y sufrimientos, y con el anhelo de encontrar al
fin "la flor y el canto de las cosas", capaces de dar felicidad.
4) Representaciones de tema
relacionado con problemas de la vida social y familiar.
Es el maestro Garibay quien en su capítulo
sobre la poesía dramática náhuatl llama la atención acerca de "estos
cuadros pequeños en que se perfilan escenas familiares”. Se trata de los que
quizás pudieran designarse, siguiendo la denominación dada en el manuscrito
original de los Cantares Mexicanos, como
Xochicuícatl Cuecuechtli o sea "poemas de ligerezas".
Varios son los ejemplos que pudieran presentarse. Algunos de ellos se
encuentran todavía inéditos.
La brevedad nos fuerza a dar tan sólo un
ejemplo. Es el llamado "Canto de las mujerzuelas". De los varios
tiempos del poema dramático, entresacamos, como una muestra, los de mayor
interés. He aquí los nombres de los personajes que en él aparecen. La mayoría
son mujeres: Chalchiuhnene
y Na- notztn,
ambas "alegradoras",
ahuianime, o sea mujeres de placer. Aparece luego la madre de Nanotzin, así como otras
dos abuianime
más o menos arrepentidas, de nombre
Quetzalmiyahuaxóchitl y
Quetzalxóchitl. Actúa también la figura de un joven Ahuízotl, que bien puede
ser un recuerdo del tlatoani
azteca de este nombre, o el de un simple homónimo, o para decirlo con una palabra
náhuatl, el de un tocayo
suyo. Escuchemos el diálogo de las dos primeras alegradoras Chalchiuhnene y Nanotzin:
Chalchiuhnene: —¿Te dañaste acaso, hermana Nanotzin?
Nanotzin: —Chalchiuhnene,
aún no sé.
A casa vayamos: allá está mi madre.
Chalchiuhnene: —Vino solo... tú lo ves... ¡mujer que tiene varón!
Tu casa quiero.
Nanotzin: —A mi casa vayamos: allá
está mi madre.
Chalchiuhnene: —Nanotzin, ¿dónde fue aquello?
Nanotzin: —¡Muérame
yo, compañera mía!
Por cierto no lo entendía aún.
Allí está mi madre.
Las alusiones, si se quiere, son algo
obscuras, pero parecen apuntar a posibles conflictos amorosos sufridos por Nanotzin. Las dos
alegradoras se dirigen a su casa; allí encuentran a la madre de Nanotzin que
las está aguardando. La madre hace pasar a su hija, pidiéndole se quede con
ella, pues así podrá estar en paz.
La Madre: —¡Que por algo entre conmigo:
Así en paz estaré y en paz iré a estar!
Aparecen entonces otras dos mujeres, las que
han sido designadas como "las alegradoras arrepentidas": Quetzalmiyahuaxóchitl y Quetzalxóchitl. La
primera de éstas se dirige primero a la madre de Nanotzin, expresando su
hastío de la vida.
Quetzalmiyabuaxóchitl: —Se hastiará mi corazón, madre mía:
aquellos que son felices, los que viven en placeres,
acaso aun aquí pasen: ¡tú por ello me reprendes!
En placer vivía mi hombre, madre mía:
¿acaso era vista yo? Pero, ¿acaso yo entendía?
Ay, ahora lloro yo.
Quetzalmiyahuaxóchitl, yo, alegradora.
Algunos ante mí llegan: de este modo moriré.
Luego volviéndose quizás hacia
Nanotzin, acerca de cuyo conflicto ha tenido noticias, le
muestra que ella también ha sufrido, pero que sabe reírse de sí misma. Como
amiga le da este consejo:
Quetzalmiyabuaxóchitl: —¡Yo de mi
misma me río!
¿Cómo? ¿Tú conmigo, amiga mía?
Yo por esto lloro: de este modo moriré.
¡Yo de mí misma me río!
Quetzalxóchitl, la otra alegradora arrepentida, afirma haber reprendido a otras amigas
suyas que siguen viviendo disolutamente. Es mejor amarse a sí misma, que seguir
entregándose a otros:
Quetzalxóchitl: —Yo soy
Quetzalxóchitl,
yo me amo a mí misma, hermosa mujer. Yo reprendo a mis amigas
Cozcamalintzin y Xiuhtlamiyahuatzin. Vivían disolutamente, preciosamente se
lavaban la cabeza.
Madre mía, tú, madre mía: reprendes a mis amigas Cozcamalintzin y
Xiuhtlamiyahuatzin. Vivían disolutamente, preciosamente se lavaban la cabeza.
Es en este momento cuando, a manera de un entremés, aparece el joven Ahuízotl declamando un
poema en el que al lado de ideas vanas, eleva su pensamiento a grandes alturas.
Quizás influenciadas por las ideas de
Ahuízotl. Se vuelven a escuchar las palabras de una de las
alegradoras: Nanotzin. Muestra su duda, alude
a los placeres, pero piensa también que corre el peligro de ser arrojada como
las flores, una vez que se han marchitado.
Nanotzin: ¿qué haré? mi hombre me iguala
A roja flor silvestre:
Cuando en su mano me haya marchitado, él me abandonará.
Este diálogo de auténtico sentido dramático,
constituye sólo un ejemplo de lo que eran los "poemas de ligerezas".
Como se ha dicho, existen otros varios textos asimismo de verdadero interés.
Sin embargo, se sigue echando de menos hasta el presente un estudio completo
acerca de todos ellos. Su examen cuidadoso podrá revelarnos hasta dónde llegó
en su evolución el teatro náhuatl prehispánico. Y no debe olvidarse nunca que
los elementos de que disponemos son únicamente unos cuantos fragmentos,
salvados del olvido gracias principalmente a los esfuerzos de Sahagún. Pero si
estos pocos fragmentos muestran ya aspectos en extremo dramáticos y humanos,
por ellos podrá deducirse, cuál sería el interés de las obras completas,
puestas en escena en los tiempos del esplendor del mundo náhuatl prehispánico.
Conclusión
Las cuatro grandes formas de actuación
descritas en los párrafos anteriores, dejan ver algo del desarrollo del teatro
náhuatl prehispánico. A partir de las más antiguas procesiones, danzas e himnos
en honor de sus dioses y pasando a través de todo el ceremonial verdaderamente
dramático de sus fiestas, llegaron los nahuas a crear diversas formas de
teatro. Se valían unas veces de títeres, otras actuaban los saltimbanquis y los
bufones en aquellos que, siguiendo a Durán, llamaremos "entremeses de
mucho contento". Finalmente encontramos a quienes presentaban
plásticamente, para ser contemplados, los grandes mitos y leyendas de la
antigua cultura, así como los temas, al parecer triviales de la vida familiar
y social.
Es innegable que el teatro náhuatl
prehispánico con sus características propias, ligadas casi siempre a su manera
de pensar y vivir hondamente religiosa, se encontraba, cuando llegó la
conquista, en una etapa de desarrollo y evolución, Pero hay todavía más. El
mayor elogio que tal vez podrá hacerse del teatro náhuatl será quizás el de
afirmar su existencia como algo viviente y presente en los más importantes
momentos de la antigua manera de vida. Esta podría describirse como informada
por una cultura eminentemente teatral. Y no es esto una hipérbole. Porque, por
una parte las fiestas que se celebraban durante todo el año sin interrupción
alguna, con sus danzas, sus himnos, sus diálogos y sus representaciones, venían
a ser una de las más extraordinarias formas de teatro perpetuo de que se tiene
noticia. Por otra, los sacrificios y los ritos, las ceremonias con que se
entronizaba a un tlatoani,
los preámbulos mismos de la guerra, las fiestas propias de los diversos
gremios, todo esto era también teatro. Había acción, simbolismo, diálogos,
danzas y representación.
Y es que ese universo maravilloso, casi
mágico, de los nahuas estructurado sobre la base de una visión estética del
mundo, encontraba su fundamento y verdad en "las flores y los
cantos", o sea en el simbolismo y la poesía, que tan admirablemente se
unifican en la acción dramática.
Respecto de la posible cuestión acerca de los
hombres de quienes crearon las varias formas de teatro náhuatl, debe recordarse
que con algunas excepciones, como las de Tecayehuatzin, señor de Huexotzinco y
tal vez Netzahualcóyotl, señor de Texcoco, en general son pocos los datos
biográficos que de los distintos autores han llegado hasta nosotros. En el
mundo náhuatl, como en casi todas las grandes culturas antiguas, era muchas
veces el conjunto de los sabios, los artistas y aun del pueblo mismo, quienes
iban forjando la poesía, la danza y el teatro, para revivir así las grandes
ideas y las grandes acciones de los tiempos pasados.
Posteriormente, los frailes misioneros,
conscientes del gran sentido teatral de las nahuas, se valieron de él para
aprovecharlo en lo que se ha llamado la conquista espiritual de los indios.
Existen varias decenas de piezas teatrales en idioma náhuatl adaptadas,
traducidas o escritas por los misioneros en idioma náhuatl para la edificación
y cristianización de los indios. Algunas de ellas, como por ejemplo la llamada Tlacahuapahualiztli, "La
Educación de los Hijos", o el
Güegüence que se representaba entre los Nahuas de Nicaragua, conservan muchas de
las ideas de la antigua cultura. Otras, como por ejemplo El Teatro del Gran Mundo,
son adaptaciones de autos sacramentales, escritos por grandes dramaturgos
españoles como Calderón.
Los indios gustaron pronto de la nueva forma
de teatro, no ya precisamente español, sino más bien mestizo, en el que se
fundían elementos de su antiguo arte con ideas y técnicas venidas de ultramar.
Gracias principalmente a los frailes franciscanos, sobrevivió algo de sus
fiestas y danzas antiguas, más o menos transformadas para dar ahora culto al
Dios de los cristianos, a la Virgen y a los santos en sus distintas
advocaciones. En esto como en todo lo demás, hubo al menos de manera implícita,
otra nueva forma de mestizaje. Y todavía, a pesar del abandono cultural en que
se hallan la mayoría de los supervivientes indígenas de la antigua cultura,
persisten las danzas y los cantos y aun unas pocas de esas representaciones y
comedias que hemos llamado mestizas. Tan grande era la fascinación que ha ejercido
siempre en el ánimo de los nahuas el teatro, parte integrante de la vida
indígena que se desenvolvía en el escenario de sus plazas y mercados para
solaz y diversión, pero al mismo tiempo para hacer pensar y llevar hasta el
pueblo las grandes ideas de la propia cultura.
Y todavía hoy, cuando a través de los
fragmentos que de este teatro nos quedan, nos asomamos al pasado y tratamos de
imaginarnos a aquellos teixtptlatinime,
"los que toman un rostro ajeno", o sea los actores, el mundo mágico
de los nahuas parece volver a la vida evocando ante nuestros ojos todas esas
fiestas, representaciones y dramas, a los que puso término la tragedia misma de
esa cultura que como a un plumaje de quetzal desgarró la conquista. Queda, no
obstante, por una parte un rico legado, y por otra, la posibilidad de fecundar
nuestro teatro con algunos de los grandes temas de las antiguas leyendas y
mitos de origen prehispánico. Así, tal vez, en el mismo escenario de Anáhuac la
tramoya del tiempo podrá revivir al menos por breves instantes la concepción
hondamente dramática de aquellos hombres que vivían para sus dioses y que se
valían de ese teatro perpetuo como de un puente que, acercando la divinidad a
los seres humanos, iba dando sentido a su existencia de todos los días.
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