LEYENDAS DEL DIA DE MUERTOS EN MEXICO
DE ÁNIMAS, MUERTOS Y
SUEÑOS ENTRE LOS CHONTALES DE TABASCO
Los
chontales celebran la llegada de sus muertos durante todo el mes de noviembre.
Esta costumbre, sin embargo, no es exclusiva
de este grupo, sino que se encuentra extendida a lo largo de toda la
zona de tierras bajas de Tabasco, entre la población no indígena. Como bien
sabemos, el pueblo chontal (o yoko winik, como ellos mismos se autodenominan),
es uno de los 29 grupos de filiación mayence que hoy encontramos en esa vasta
región, la cual se extiende desde Honduras hasta México, pasando por El
Salvador, Guatemala y Belice.
Los
chontales habitan en una región sumamente fértil, bañada por innumerables ríos,
lagunas, pantanos y aguas costeras. Durante siglos, fue una cultura
esencialmente agrícola, pesquera y
comerciante, además de que producía
innumerables productos alimenticios en las áreas domésticas de traspatio. Hoy una gran parte de esta población ha diversificado sus actividades, incorporando
a su vida
cotidiana prácticas económicas asociadas a las urbes y cabeceras
municipales.
No
es claro cómo se instaura históricamente en la concepción de los habitantes de
la región un tiempo de celebraciones tan vasto y tan complejo en torno a los
muertos. Lo que sí es evidente es que
dicho acontecimiento, además de ser uno de los más extensos en lo que
antiguamente fue el área mesoamericana, también impuso ciertas constantes
culturales entre chontales y sectores no indígenas.
Para
los chontales existen dos momentos fundamentales de vinculación con sus
antepasados: el primero se lleva a cabo durante las fiestas titulares a los
santos, por medio de una celebración nocturna denominada Velorio, en la cual un
conjunto de personajes ataviados con antiguas máscaras de ancianos, bailan
frente a las imágenes una danza
ceremonial denominada Baila viejo; la
segunda es en el mes de noviembre, cuando los muertos regresan a la
comunidad a compartir con los vivos las
ofrendas de alimentos que estos últimos preparan para recibirlos.
Evidentemente,
los rituales asociados a los muertos observan importantes variaciones de
comunidad en comunidad no sólo en el terreno de las representaciones
cosmológicas que sustentan la ideología comunitaria, sino también en el del
ritual, en donde cada acción que se realiza comporta una rica gama de sentidos
que aún es necesario investigar.
Los
relatos que aquí presentamos son versiones individuales de conceptos y
percepciones de sujetos específicos que de ninguna manera representan versiones
comunitarias de la muerte entre los chontales. Como señalamos en la
introducción, para nosotros forman parte simplemente de un vasto acervo
cultural que esperamos ir recabando y analizando con el tiempo, para encontrar
gradualmente las constantes y variantes
de los discursos religiosos que hoy prevalecen en algunas comunidades indígenas
de Tabasco.
El
primero de los relatos fue recabado en la zona de Nacajuca, en una conversación
con un joven de escasos 18 años, el cual muestra en forma por demás interesante
uno de los rasgos prescriptivos que la creencia puede contener, para la
reafirmación de un sistema comunal de representaciones. Al igual que entre los
pames, es un relato alusivo a quienes por alguna razón deciden alejarse de
ciertas prácticas y conceptos culturales que en principio deberían de ser
observadas sin excepción por todos los miembros del poblado. El relato muestra,
además, el reconocimiento a una alternancia de comportamientos en el grupo, el
cual pretende ser regulado desde una parte del mismo a partir de sanciones
pretendidamente sobrenaturales.
El segundo
relato proviene también de la región de Nacajuca y fue narrado por un
hombre más maduro que en su momento tenía aproximadamente 28 años, con
quien hemos trabajado durante un largo tiempo.
En este texto es posible conocer algunos de los conceptos que existen en la comunidad sobre la llegada
y permanencia de los muertos, así como ciertas particularidades de los mismos.
Finalmente,
el tercer relato vuelve a tocar el tema de las transgresiones rituales y los
comportamientos individuales mezquinos en la reproducción de “la
costumbre”. Aunque pareciera un relato
inconcluso o un hecho narrativo sin
final, la última frase del discurso tiene el propósito básico de marcar el
mensaje moral que se desprende de todo el cuento. Sin importar la simplicidad
de la trama, el relato no deja de ser, en la concepción propiamente indígena,
un documento edificante destinado a instruir sobre la importancia de la
observancia de un código ético y de respeto social y ritual. Este cuento fue
narrado por el mismo joven anteriormente citado, el cual, además de contar con
una sólida formación profesional universitaria, ha mantenido un inquebrantable
vínculo con su comunidad y sus creencias.
Primer relato
Nosotros
celebramos el día de los muertos en el pueblo cada año. El día primero se celebra con rezos y tamales.
Primero hacen los altares con
palmas y hojas de plátano abajo. Entonces se ponen los tamales, las jícaras de
guarapo,4 el pozol y el dulce. También
todo lo que es de los difuntos. De ahí se llama a un patrón para rezar, para
venir a poner los alimentos a los que han muerto de todos los familiares, a los
tíos, a los tíos de los tíos y de los hermanos que murieron. Después el patrón
empieza a rezar hasta que se termina de entregar la ofrenda.
Muchos patrones
ancianos de cincuenta o
sesenta años llegan a rezar, y cuando terminan empiezan a
repartir los tamales a cada uno de los compañeros que están al lado. Ya
cuando están comiendo se empieza a platicar de los muertos, de cómo
eran antes.
Se cuenta que hay algunas personas que no creen, dicen que los muertos no van a llegar, que
ellos están muertos, que no son como nosotros que estamos vivos, que ya no
existen. Pero sí existen porque cuando
los patrones están rezando el aire está así nada más, simplemente sin aire, sin
nada. Entonces, cuando ves ya pasó un aire al lado de ti, es una sombra, y es
que ellos están viniendo. También llegan al panteón; la gente se pone a rezar y
ellos empiezan a llegar.
Cuando
las personas no creen, a veces los difuntos llegan de noche a espantarlos, porque los muertos, o sea los
difuntos, llegan como un sapo,
ves que está un sapo ahí nada más. Tú no sabes si son ellos pero los ancianos y
los que están rezando sí los ven porque
ellos están rezando. De ahí empiezan a llegar todos, empiezan a hacer como las
olas, también se empiezan a formar en cola; todos los sapos están viniendo.
A
veces, al salir como a las doce de la noche empiezas a ver un gran animal, así como el puerco, pero grandísimo, grandísimo,
y color negro. Algunos que no creen entonces se espantan bastante,
porque dicen que no existe, pero empiezan a ver, a las doce de la noche, cuando
vas caminando, un gran animal y se espantan; luego vuelves a ver y ya no está,
ya desapareció, y tú te quedas nada más viendo quién era. Por eso, el día de
los difuntos no es día de trabajar y tampoco de hacer cosas que no debes hacer.
Algunos dicen que cuando ellos vienen debemos de cantar, poner alegría, poner
música, hacer lo que nosotros queramos, pero ellos no vienen por música, porque
ellos vienen tristes, porque ellos
están muertos, ellos vienen a celebrar nada más.
Cuando
vienen los muertos tienes que soñar con ellos. Cuando ya soñaste, tu espíritu va a dar
cuenta porque ya soñaste. Por ejemplo, yo soñé desde días anteriores que iban
llegando, así me di cuenta que ya venían. Ellos vienen pero en espíritu, nada más vienen a comer. Si
tu sueñas el día de los difuntos, estás pidiendo conocer a tu hermano, estás
platicando con él, qué le gusta de comer para ponérselo en la ofrenda; quiere
decir que ya viene el día de los muertos. Desde ahí se empiezan a ver sombras
en la casa o en cualquier lado. Eso sí, hay algunos que no ven las sombras, porque no creen. A
veces, cuando estás durmiendo en la
noche, los difuntos llegan a espantar; por decir, estás en la hamaca durmiendo
y llegan a pegarte, te levantas y no hay nadie, pero sí son ellos.
Mi
mamá también dice que antes de que vengan los difuntos se ve una sombra, pero
persona no hay. De ahí la sombra se agarra la hamaca, se sienta y se
empieza a mover. Ven la hamaca y a mover
y a mover. Ya cuando se vuelve a levantar la buscas y ya no hay nada. Eso sí:
ellos llegan nada más como una sombra.
El
día que venían los difuntos estaba yo durmiendo y quizá mi espíritu salió en la
noche y se encontró a la tía de mi mamá. Ella hace mucho tiempo que murió, pero yo soñé que me contaba
que ya no quería más cosas, que quería que le trajéramos dulce, que en la
comida le pusiéramos dulce de calabaza
con tortilla. Cuando ella estaba
viva comía mucho la semilla de calabaza y tortillas, dulce de calabaza,
papaya y coco; y eso pidió nada más, y parece que yo le estoy diciendo que sí.
Pero, ¡qué va a ser! Ya para levantarme me espanté porque ya no había nada,
ella nada más pasó. Quizá, cuando estamos soñando de noche, a veces el espíritu
sale también a pasear y ahí se encuentra a otra persona, y se espantan juntos
los dos.
En
la mañana le dije a mi mamá que soñé ayer que la tía estaba pidiendo nada más
la comida de semilla de calabaza y tortilla. Entonces, ella me dijo: pues sí es
cierto, porque ahorita viene el día de los difuntos, por eso soñaste, porque
ellos salen esta noche. Me dijo también que ella soñó hoy con una persona que
estaba platicando con ella, parece que eran amigas, pero esa persona ya se murió. Me dijo que pidió algo de comer,
una carne especial, bonita, o sea, carne de pulpa, no con hueso, sino de pura
pulpa, de esa que están poniendo en el altar.
En
su sueño también estaba otra persona,
también venía con carne de pulpa a poner en el altar. Decía que era la que más
le gustaba. Estaba platicando con mi mamá, era hermano de mi tío Enrique, el
hermano que murió, ése también comía muchísima carne. Por eso es que el día de
los muertos los difuntos sí vienen, pero hay algunos que no creen y no sueñan
nada, porque no saben cómo está la situación.
Ahorita
los difuntos ya llegaron. O sea que los difuntos llegan así nada más, no como una persona; los
difuntos llegan como cualquier cosa, así como el sapo pasa. No sabemos si son
ellos. Así como ves que pasó un ratón, ves que ya pasó un sapo saltando,
saltando. Pero no sabemos si son ellos, porque ellos raramente dicen todo lo
que es la verdad. Si ves una gran sombra puede ser de los difuntos, porque
vienen grandísimos, parece que son como un puerco. Si ves a ese animal no lo
debes tocar porque no sabemos si él estuvo en otra parte; si tú le empiezas a
chiflar o a pegar, él también ya te pegó, porque no tenía la culpa, él iba
pasando y no sabemos si era una persona a la que le hiciste mal. A lo mejor tú
de travieso te metiste en su camino, pero ese camino es de él, tú no puedes
pasar por donde va él. Ahora, si inmediatamente empiezas a ver que esa persona
no va a ninguna parte, no te espantes, es que ese difunto viene siguiéndote a
ti.
Segundo relato
Nosotros
en la casa siempre celebramos el 1 y el 2 de noviembre, pero los muertos llegan
todo el mes y se van hasta el día 30. Aquí muchos dicen que algunos de los
muertos llegan el 1 y los demás llegan por la noche, como en la madrugada, para
amanecer el día 2. Otros llegan a las doce de la noche. Dicen que se concentran
en la iglesia, llegan y se arrodillan y
hacen su oración. Ya para el siguiente día, el día 2, se distribuyen en las
casas de sus familiares y ya se van de
visita. Por eso el día 2 es cuando se
hace más la ofrenda, porque se supone que es cuando ya se distribuyen y se van a las visitas.
También
dicen los señores que algunos se adelantan para llegar el día 1, pero tienen
que esperar a los demás, tienen que esperar a sus compañeros para que se
distribuyan juntos para las visitas.
El
día 2 es cuando se acostumbra más hacer la ofrenda, porque la idea de mucha
gente es que el día 2 es cuando ya están
todos aquí en la tierra. También para el día 30 todas las casas hacen
ofrendas porque es el día que los
difuntos se van, ese día se pone una bola de pozol, de chorote o pozol blanco.
Ese día se deja más tiempo la comida ahí en el altar para que las ánimas la
lleven y la consuman en el camino.
Muchos
acostumbran poner en la ofrenda puro tamal o también comida, un caldo de maíz
que llamamos uliche. A las ánimas les gusta también el pavo, aunque no todos lo
ponen en la ofrenda. Cuando el patrón o rezandero ofrece la ofrenda,
generalmente lo hace a los muertos, a las ánimas y a los santos; para nosotros
las ánimas también son poderosas, pues ellas pueden enviar todo lo que se les
pide. Según los señores más grandes, las ánimas están en el cielo, aunque
también consideran que hay ánimas que no lo están. Para mi familia todas las ánimas
están en el cielo y ahí están todos juntos, buenos o malos.
El
ánima sola es diferente. El ánima sola es aquella persona que ha muerto pero
nunca tuvo familiares, nunca tuvo hermanos; o sea que desde que existieron en
la tierra andaban solos. Entonces llegó el momento que fallecieron y ya se
fueron solos al cielo y andan solos. Cuando llega el día 1 o el día 2 no tienen
a dónde dirigirse en la tierra, entonces, como nosotros no vamos a otra casa si
no tenemos familiar porque da pena que lo inviten a uno, ellos [las ánimas
solas] dicen que también tienen pena de ir a donde no los conocen. Por eso,
cuando se hace la ofrenda, también se
invoca a las ánimas solas para que compartan con los demás todos los alimentos.
Tercer relato
Era
un cuento que me platicó mi papá en el que había un patrón [al] que siempre le
gustaba ir cuando lo invitaban a ofrecer alimentos en las casas el día de los
muertos. Antes, siempre se acostumbraba hacer ofrendas con pavo porque había
muchos animales, pero había casas donde no tenían pavo y nada más hacían
ofrenda con pozol. Entonces, ese señor aceptaba ir a ofrecer [los alimentos]
siempre y cuando se hiciera algo importante, o sea, pavo o carne. [Si los
miembros de la casa hacían la ofrenda con] pozol no aceptaba ir, pues era un
señor que nada más se acostumbró a eso.
Después
dijo que había un chavo como de siete años que se molestó porque ese señor (el
patrón), tenía esa costumbre, y entonces le empezó a caer mal. Luego el papá de
ese chamaco le dijo:
—¿Sabes
qué?, mañana vas hablar al patrón para que venga aquí a la casa a ofrecer
alimentos.
Pues
aceptó el chamaco y se fue, pero le dice al papá el chamaco:
—Pero
si le digo que nada más es con pozol no va a aceptar.
—Bueno,
si pregunta dile que va a ser con pavo, y si no pregunta no le digas nada.
Cuando
ese señor va a las casas espera que después le manden una cubetada de comida
cuando termina de rezar, aparte de la
que come en cada casa. Así, cuando está
invitado, en su casa no come nada ni toma nada de pozol, para que en la ofrenda
aproveche, y ya cuando le mandan la comida a la casa su pobre mujer no va tocar
nada hasta que él llegue. Él va a revisar si lleva todas las cosas del pavo,
por ejemplo, el hígado; todo eso para ver si está completito. Si no va todo
pues se enoja y la próxima vez que vaya esa persona a invitarlo a ofrecer los
alimentos en el altar, pues ya no va. Entonces, la señora tiene la costumbre de
esperar a su marido hasta que llegue para repartir la comida, porque él la va a
revisar. Claro que a mucha gente [eso] le cae mal, pues cuando van los chamacos
a invitarlo él les pregunta con qué va a ser la ofrenda, y el [muchacho] le
tiene que decir si es con pavo.
Bueno,
entonces mandaron al chamaco y [al llegar a la casa del patrón] le dice:
—Me
mandó mi papá para ver si vas mañana a
la casa a ofrecer la ofrenda.
—Bueno
—dice—, ¿y qué cosa se va comer?
—Pues
van a comerse dos pavos.
—¡Ah,
bueno! Entonces mañana me esperan a las diez de la mañana.
—¿Como
a esa hora va a estar listo?
—Sí,
a esa hora voy a estar listo.
—Está
bien.
Así
se puso contento el patrón porque ya sabía que iba a aprovechar, entonces le
dice a su señora:
—¿Sabes
qué?, mañana voy a ofrecer y aquí no voy a comer nada.
Pues
al otro día se fue sin comer nada y llegó [a la casa a la que lo habían
invitado] y entonces le dice el señor:
—¿Sabes
qué?, pásame las hojas donde se va a poner la comida y el pozol y todo eso.
Entonces se levanta el señor, el dueño de la casa, y le dice:
—Pero
señor, ¿para qué [quiere] hojas?
—Pues
me dijo su hijo que iba a ser con pavo.
—No
señor, disculpe, pero es que el chamaco quizá lo engañó, le echó mentiras. Aquí
nada más va a ser con pozol porque no tenemos pavo.
—¿Y
entonces por qué me engañó y me dijo que iba a ser con pavo?, no hubiera yo
aceptado.
Dicen
que en ese tiempo la ley era muy fuerte,
era condenar a la persona que echaba mentiras a la gente grande.
—Entonces
me engañó su hijo. ¿A dónde está su hijo?
—Pues
el chamaco se fue a huir —le contestó el padre, pero ya estaba de acuerdo con
él y le dijo que se quedara en la casa, porque si no el patrón le tenía que dar
la orden al papá que lo agarrara para darle sus cuartazos. Así era la orden.
—Pues no se dónde se metió —contesta el papá—,
creo que se fue a huir, pero yo no lo vi.
—Esto
no se va a quedar así, quiero que delante de mí, hincado en mis rodillas, le dé
sus cuartazos.
—No
te preocupes, señor, ya va a venir. Yo lo voy a castigar.
—Bueno,
yo quiero que lo castigues, de lo contrario ahorita mismo voy al municipal, lo
mando llamar y yo mismo lo voy a castigar.
—No
te preocupes, señor, ya va a venir, yo lo voy a castigar.
—Está
bien.
Pero
nada más lo engañó porque no lo iba a castigar, y el patrón se fue muy
indignado porque lo había engañado. Así dijo el señor cuando se fue el viejito:
—Ese
señor ya está acostumbrado, si no es con comida no va. Tú di que fue engañado.
Así
fue la plática.
DE OFRENDAS, ALTAR ES
Y DIFUNTOS ENTR E LOS XI’ÚI DE QUERÉTARO
La
población xi’úi5 que habita en el norte del estado de Querétaro se ubica
principalmente en el municipio de Jalpan
de Serra, en las localidades aledañas al pueblo de Tancoyol. Es un área
de parajes serranos mediada por una
agreste geografía en la que se encuentran enclavadas las comunidades de Las Flores, Las Nuevas
Flores, El Rincón,
El Pocito y San Antonio Tancoyol. La población xi’úi es menor en porcentaje a
la población mestiza de esta región. La convivencia entre ambos grupos ha
conformado, sin embargo, una cultura regional compleja en la que dominan los
elementos culturales mestizos respecto a los xi’úi. Pese a que los miembros de
este último grupo se encuentran en inferioridad numérica, los pames han logrado
mantener en distintos niveles el uso de su lengua, reproducir un conjunto de
estructuras culturales que les permiten manifestar su especificidad frente al resto de la población no indígena,
así como una identidad propia. En efecto, hoy sus sistemas de creencias, su
organización parental y su cosmovisión son elementos que reflejan, por ejemplo,
su largo tránsito por la historia de la zona y un dinamismo que se ha sostenido
a pesar de su inestable ubicación.
Como
ya hemos documentado en otros trabajos, la población pame de esta zona procede
de antiguos grupos parentales que se desplazaron de Santa María Acapulco (San Luis Potosí) hacia la región norte de
Querétaro. Los actuales núcleos poblacionales son herederos, por consiguiente,
no sólo de una tradición organizativa configurada en el contacto con la
población no indígena, sino de las prácticas
culturales inherentes a la subregión más meridional de la pamería
contemporánea. Dicha situación podemos observarla claramente en las
concepciones que guardan respecto al entorno natural y comunitario, en sus sistemas de aprovechamiento del medio ambiente, en su
tecnología y, particularmente, en sus ciclos de celebraciones rituales.
Al
igual que sus coterráneos de Santa María
Acapulco, los pames de Querétaro hoy celebran de manera preponderante a la
Virgen de Guadalupe (12 de diciembre), el día de la Santa Cruz (3 de mayo) y el
periodo dedicado a los muertos (comprende varias fechas de noviembre). Aunque
no vamos a ahondar aquí en la importancia de todas estas celebraciones, sí
queremos señalar que ninguna de las actividades
rituales que se realizan en estas comunidades está
exenta de la influencia de ciertos
patrones rituales precedentes que
subyacen en los nuevos asentamientos, ni de la ideología religiosa que
sustentan los habitantes de Santa María Acapulco.
La
peculiar historia migratoria de los pames que salieron de esta última población
hacia los territorios contiguos, es, sin embargo, un factor determinante en el
proceso de construcción de los grupos o comunidades xi’úi que se formaron durante el siglo XX en el municipio de Jalpan
de Serra, pues modeló a cada población a partir de circunstancias
sociopolíticas y culturales
particulares, situación que se ve reflejada en la configuración actual
de dichos asentamientos.
Los
relatos que aquí presentamos fueron recabados en la comunidad de Las Nuevas
Flores, último y más reciente bastión de la pamería queretana. No obstante su
conformación más o menos reciente (1995), es una localidad que congregó a
viejas familias x’úi procedentes de una comunidad cercana de igual nombre (Las
Flores), en la cual se excluyó a las familias
mestizas con las que compartía el
antiguo asentamiento. Hoy, al igual que sus antepasados, los miembros de
esta comunidad mantienen vivo el culto a los muertos, mediante una sencilla
celebración que realizan durante el mes de noviembre, dentro de la cual la
construcción del altar ocupa un lugar central.
Los
preparativos para montar los altares inician los dos últimos días del mes de
octubre y continúan todo el mes de noviembre, periodo en el cual es posible
identificar tres momentos de singular trascendencia: el primero comprende del 1
al 3 de noviembre; el segundo, del 8 al 9 del mismo mes; y el tercero se
circunscribe al día 30, fecha en la que se despide a los difuntos.
Tanto
el altar como la ofrenda son preparados detalladamente por los pames para
recibir a los angelitos y a los adultos en su “morada”. El montaje de ambos es un
proceso detallado en el que se pone de manifiesto la importancia de la
elaboración de la comida, los materiales utilizados y la manera de recibir a
los difuntos en cada hogar indígena. No obstante que las comunidades de la
región se han conformado a partir de
distintos procesos socioculturales, la mayoría de sus miembros comparte, sin
embargo, ideas y conocimientos
comunes acerca de los procesos
organizativos de esta celebración.
Los
siguientes relatos fueron recabados en
noviembre de 2001 en la comunidad de Las Nuevas
Flores, Querétaro, ambos de
mujeres adultas que han mantenido con particular fortaleza numerosos saberes de
orden colectivo que han pasado de Santa María Acapulco a Las Flores, y de este
lugar a su actual sitio de reproducción. Al igual que en los relatos chontales
que hemos incluido previamente, sorprende encontrar en uno de los dos textos
xi’úi, aquellos contenidos temáticos de carácter prescriptivo alusivos a las
diferentessancionesquelosrenegadosdelareligiónindígenapuedenpadecer ante el
incumplimiento de los deberes rituales de naturaleza comunitaria que les
corresponden. En efecto, en la concepción de los chontales y mestizos de
Tabasco la falta de devoción hacia los muertos o el olvido de las tareas
ceremoniales para recibirlos, suele propiciar enfermedades, distintos tipos de
calamidades (como la pérdida de las cosechas) y locura en el individuo; también
es una razón para ser objeto de espantos, sustos y robo de objetos
preciados e, incluso, la muerte. Entre
los pames pareciera ser este último desenlace el que puede prevalecer en los
distintos relatos, tal y como lo veremos en el que a continuación inicia.
Finalmente, el texto que concluye este artículo es
un interesante relato sobre la elaboración de las ofrendas y las razones
por las que deben permanecer todo el mes de noviembre. En él
no sólo se habla de las principales
ideas que los pames tienen sobre los muertos, sino también sobre otro
paralelismo que guardan con los chontales relacionado con la acción de soñar a los
difuntos como un anuncio de su llegada a las comunidades.
Primer relato
Un
día de muertos había un señor que tenía otra mujer, era una querida; ese señor
no quería hacer nada de ofrendas para sus papás que venían a visitarlo.
Entonces, dijo la señora:
—Vamos
a hacer tamales para esperar a tu papá y a tu mamá, y a mi mamá y a mi papá.
Luego,
dijo el hombre:
—Si
quieres hacerlos hazlos, yo por mi parte no hago nada.
La
señora se quedó con sus hijos llorando, tenían [dinero] pero aquel señor no
quería hacer nada. La señora llorando se pone a hacer los tamales de chamal con
verdolagas fritas, así nomás; ella andaba llorando y les hablaba a los
muertitos:
—Bueno
mamá, me perdonas por lo que voy a dar de comer, a mí no me dejan hacer lo que
quiero; habíamos dicho que íbamos a matar un guajolote y a hacer el nixtamal
pero mi señor no quiso hacer nada, así que se fue a pasear a otro lugar.
Ella
llorando puso sus ofrendas y aquel hombre se fue a ver a la otra mujer. Cuando venía de
ver a la otra mujer escuchó por una veredita que venían unas personas
platicando y corrió y se escondió. Él quería que pasaran los señores que venían
hablando y nunca pasaron. Entonces oyó [a los muertos] que eran su papá, su
mamá y los suegros, y entonces dijeron:
—Mi
yerno no quiso hacer nada, no quiso hacerme tamales y tiene con qué, pero no
quiso. Mejor decidió venir a ver a la querida.
Escuchó
lo que habían dicho su suegra y su suegro.
—Pero
eso sí —dice [el suegro]—, no va a durar, nos lo vamos a llevar pa’ cargarle
los tamales; pa’ que vea que él no se va a quedar; [él] hace sufrir mucho a su esposa; mi hija quería hacer [los
tamales] y él no quiso.
Entonces
[el señor dijo]:
—¡Híjole!
—y que le arranca pa’ su casa a decirle a su esposa que ahí venían su papá y su
mamá—. Ellos dijeron que me van a llevar, que me van a cargar los tamales
porque yo no quise hacer nada. Ahorita vamos a hacerlos, pon el nixtamal rápido
y yo voy agarrar el conche (guajolote) y lo matamos.
[En]
eso, que se sube al tapanco para bajar la mazorca, pa’ desgranar, y ya cuando
iba pa’ arriba de ahí mismito se cayó y se murió. [Así] el caldo que tenían en
la lumbre ya no fue pa’ los tamales sino para su velorio.
Entonces,
la señora no hizo tamales para los muertitos sino el caldo pa’ los que iban a
velar al muerto. [Él] se murió a causa de que no quiso hacer tamales pa’ sus
muertos.
Segundo relato
Mire,
para celebrar la llegada de los muertitos uno se prepara desde dos días antes,
o haga de cuenta que si hoy es miércoles, primero de mes, empieza a poner su
ofrenda desde el lunes. Primero uno va a buscar los palos y los orcones al
monte; tienen que ser esos porque de otros palos no se doblan. Según la
creencia de mi apá el altar tiene que tener un techito con la forma de un arco
y esos palos sirven porque son buenos para eso.
Bueno,
ya que los consiguió empieza usted a poner su altar; dobla los orcones, los
entierra en cuatro esquinas y hace como una mesita. Luego de que ya tiene los
arcos, los tapa con pura rama o si tiene nylon de color, pos le pone ese, el
chiste es que tape el techito. Después, se consigue los arreglos que le va a poner a su ofrenda.
Si tiene dinero pos compra flor de cempoalxóchitl; si no tiene, se trae unas
florecitas del monte o lo que encuentre y usted se lo cuelga a su altar.
Hay
gentes que le ponen huapilla o cucharilla a su altar, esa es la flor del
maguey. Eso sí, nomás que es bien
trabajosa para arreglar, corta bien feo las manos, hay que saberla hacer y pos
no todos tienen la paciencia; pero de esa también se le cuelga al altar.
Bueno,
digamos que si usted no es huevona se va
a levantar como a las tres de la mañana y va a empezar a hacer atole. Puede ser
atole de teja, de harina de sabores, de elote o de puro maíz, y si no tiene
siquiera para el atole pus nomás hierve leche, así pura leche hervida, y
entonces, cuando la tenga lista, lo va a poner al altar y lo pone junto con la
imagen de la Virgen de Guadalupe y unas veladoras. También puede poner frutas o
pan dulce y se va a amanecer con el atole y todo puesto allí en el altar; esa
ofrenda es para los puros niños, es como para los puros angelitos, no es para
la gente grande. Y llegado el primero en la mañana, ya que madrugó, si quiere puede
tomar también atole y así lo mismo va a hacer para los grandes.
Como
le decía, para el 2 de noviembre se levanta igual en la madrugada y se pone
hacer los tamales de guiso. Primero pone a cocer bastante nixtamal, como unos
dos dobles; le hecha cal a su cubeta y lo pone en el fogón a que se cueza.
Luego, por un lado ya tiene la hoja de maíz y la remoja a que quede media
blandita; no la vaya a dejar mucho rato porque se rompe la hoja y al pasarle la
masa se va a salir por los hoyitos. Bueno, ya que usté tiene el nixtamal bien
cocido se agarra a moler, a puro moler
en el molino y a repasar la masa en el metate; para esto usté ya tiene que
tener el pollo listo. Si es pollo en pie, lo mata, le saca las tripas y todo,
lo limpia bien limpiecito, le corta todo bien y pone su caldo.
Ya
que la carne está bien cocida usté la va a guisar con el mole rojo. Para hacer el guiso primero limpia bien los
chiles, luego los muele en molino o en
licuadora, con unos jitomates, ajo, cebolla y comino, y ansinita de agua. Luego
lo fríe, así, todo bien frito. Y ya que tenga su guiso y la carne agarra la
hoja de tamal, y ya que esté bien buena su masa de sal, la embarra bien
aplastadita a la hoja del tamal hasta que quede bien delgadita. Luego le hecha
la carne, el guiso y envuelve bien el tamal y los va formando en la cubeta para
cocerlos.
Le
digo que no se le olvide que los tamales
no deben quedar ni chumpleados [aplastados] ni boludotes, los tamales
deben de ser chiquitos y delgaditos. Ya que estén sus tamales, sus atoles y
todas sus ofrendas se las pone en la
mera madrugada a sus muertitos. Si usted quiere poner frutas, gorditas de leche
agria, cuiches (tamales dulces) o lo que usté tenga pos se lo pone. Ora que si
no tiene dinero para hacer todo esto pos nomás haga un guiso; da vergüenza
poner esas comidas pero ya ve que uno no
puede dejar de poner ofrenda.
Bueno,
mi amá nos decía que se tiene que poner todo calientito porque es el resuello
[aliento] de los muertitos el que se come todo. Es por eso que uno tiene que
tener todo listo para esas horas, porque se tiene la creencia de que los
muertitos vienen de entre las veredas y cada cual llega a su casa a descansar.
A veces uno sueña con la gente o algún conocido, o cuando uno se encuentra con
una arañita chiquita eso significa que la van a venir a visitar. Así pasa con
los muertitos, a veces uno los sueña, pero no se crea que uno sueña a un
fantasma, más bien en el sueño se aparece la persona así como si estuviera
viva.
Luego,
para el 3 de noviembre, hay quienes tienen para pagar misa en el panteón; usté
le lleva flores y comida a su muertito, le prende unas veladoras y si no
batalla en conseguir a los músicos, pos le lleva unos minuetes. No siempre se
lleva la música porque es bien trabajoso conseguir quien toque, y menos después
de ver cuánto le van a cobrar a uno. Si usté toca el violín pos puede tocar,
pero no todos lo hacemos. Por ejemplo, por aquí por estos ranchitos hay que
mandar traer gente del Rincón o de por allá más lejos. En algunos altares se trae a la música y les ofrece a
los músicos tamales y aguardiente o cualquier alcohol, el chiste es que
amanezcan tocando. Se agarran a tocar puras piezas bien suavecitas, esa es la
música que debe de ir en las velaciones, en los cabos de años y también para
los muertitos.
Algunos
tienen la costumbre de repetir la ofrenda para el día 8 y 9 (una semana después
del 1 de noviembre) y se vuelve a hacer todo: se preparan los tamales y las
gorditas dulces, se ponen comidas y hay que velar a los muertitos. No todos
tienen dinero para hacerlo, pero lo que sí es que se debe preparar todo para final
de mes (30 de noviembre), poner una ofrenda toda junta y hacer comida para
angelitos y grandes. El altar no se debe quitar antes porque desde ese día (1
de noviembre) vienen los muertos y se quedan todo el mes y el altar les sirve
de casa. Digamos que es como su hotel, donde llegan un tiempo y después se van. Esa es la creencia que se tiene, así
nos contaba mi apá. Por eso es que los altares tienen que estar dentro o afuera
de su casa, cerquita de usted para que se de cuenta cuándo llegan ellos y ponerles
sus comidas.
CINCO LEYENDAS
EL HOMBRE QUE NO PUSO OFRENDA
Había
un señor que no quería hacer Todos Santos, decía que no era cierto, que no
vienen, y se burlaba de que los demás sí creyeran. El día de Todos Santos se
fue al monte por leña y allá lo espantaron los muertos. Que le dicen: “¿Por qué
otros nos están dando y tú no? A otros amigos les están dando su comida, sus
tamales, hay todo, ¿y por qué tú no vas a hacer nada?”
Todavía
llegó a su casa con trabajos y pensó: “Sí es cierto lo que dicen, hay que hacer
Todos Santos”.
Pero
ya era tarde, ya se estaba muriendo. Ya se apuraron a buscar pollo y cosas, pero de qué servía.
Se murió en el monte porque no quiso hacer Todos Santos. Allá lo espantaron. Por
eso es que toda la gente ya hace Todos Santos.
EL HOMBRE QUE NO RESPETÓ EL DÍA DE DIFUNTOS
En
cierta ocasión, un hombre no respetó el día de difuntos. Se trataba de un
hombre que no quería perder un solo día de trabajo en su parcela. Así que cuando
llegó la fecha de celebrar el día de difuntos se dijo: “No voy a perder mi
tiempo en este día, debo ir a trabajar a mi parcela, cada día debo buscar algo
para comer y no voy a gastar mi dinero para esta fiesta, que además me quita
mucho tiempo.”
Así
que se fue a trabajar al campo, pero cuando estaba más ocupado escuchó una voz
que salió del monte y le decía: “Hijo, hijo, quiero comer unos tamales
(kuatzam).”
El
hombre se quedó muy sorprendido y pensó que era su imaginación la que le hacía oír cosas, pero poco después
escuchó claramente otras voces, como de personas que conversaban entre sí y
lo llamaban por su nombre; reflexionó sobre lo que estaba sucediendo y comprendió
que eran voces de su padre y familiares difuntos que clamaban por las ofrendas
que les había negado.
Inmediatamente
dejó su trabajo y regresó corriendo a su casa; ahí le dijo a su mujer que
matara unos guajolotes e hiciera unos tamales para ofrendarlos a sus difuntos
en el altar familiar.
Mientras
la mujer trabajaba sin cesar en la cocina preparando las ofrendas, el hombre se acostó a descansar
por un rato. Cuando todo quedó listo fue la mujer a despertar a su esposo. No
logró despertarlo, pues el hombre estaba muerto; aunque había cumplido con lo
que pedían sus familiares difuntos, estos de todos modos se lo llevaron.
Es
por eso que en la Huasteca se cree que es una obligación preparar ofrenda para
los difuntos; de esta forma se les complace
y se comparte junto con ellos la
alegría que se vive en familia.
Por
eso nunca se debe dejar de ofrendar a
los muertos el 2 de noviembre; se prenden cohetes y bombas para que su ruido
espante al demonio; también se encienden
velas para que iluminen el camino al difunto. Si a éste le gustaba mucho
el aguardiente, por ejemplo, se le debe comprar y poner en el altar para que lo
tome.
Estos
ritos son obligatorios, porque si no se celebran es muy posible que los muertos se lleven al
dueño de la casa.
LA FIESTA DE TODOS
SANTOS
Dispensen,
les voy a contar un cuento. Es de hace tiempo, de un señor en un día de Todos
Santos, que es cuando vienen los difuntos, las ánimas, a visitarnos pueblo por
pueblo, en todas las casas. Él dijo: “Yo no creo que vengan las ánimas de los difuntos. No lo creo, no vienen, son
mentiras, yo no tengo tiempo, yo voy a trabajar (le dijo el señor a su esposa);
yo voy a esperar a mi papá con una jícara de enchiladas, él siempre comía ramas de wax tierno. Eso le
voy a poner en el altar”. Y así lo hizo.
Bueno,
pues se fue a trabajar; trabajó todo el día, el mero día de Todos Santos, el
día de los grandes, de los mayores, porque primero es el día de los chicos,
dicen. Amaneció, se fue a trabajar, estaba trabajando duro y de pronto se
escuchó ruido de gente que platicaba en el camino. Pasaban muchos, iban
contentos, unos cantando,otros
bailando contentos; vio que
pasaban muchos, llevaban canastas en la cabeza y cargaban chichihuites
en el hombro, todos llevaban regalos, las ofrendas que habían recibido. Unos llevaban racimos de
plátanos, manos de plátanos. Las señoras iban cargando en la cabeza canastas
con tamales; llevaban tamales chicos y grandes, llevaban atole, lo cargaban en
cántaros, lo llevaban en jarros;
otros llevaban mazorcas en mancuernas, todos iban muy contentos.
Entonces
el señor pensó: “Ya veo que esas personas no son gente de verdad, porque no las
conozco; van otros señores que hace años he visto. Pobre de mi papá”, dijo, y
pensó que venía su papá. En ese momento vio venir a su papá,
quien
llevaba al hombro la rama de wax tierno. Su mamá llevaba
en la cabeza una jícara de enchiladas, tapaditas, así como debe de ser,
eso llevaban sus papás, el señor se entristeció.
“Ahora
ya lo creo, todos los difuntos, todas las ánimas vienen”, dijo, y entonces los
llamó: “Papá, papá, mamá, mamá quiero hablar con ustedes, yo no creía.
Dispénsenme, yo no sabía que ustedes venían a visitarme; ahora veo que de veras
es cierto. Hagan el favor de esperarme un poco, voy a hacer también una ofrenda
grande, ahora ya sé que de veras vienen.”
“Pero
nosotros no podemos —contestó el papá— yo ya me voy, nosotros ya nos vamos,
pero si quieres verme y dejarme la ofrenda, hazla, te espero en el portal de la
iglesia, allá te espero mañana, antes de que empiece la misa.”
Bueno,
entonces eso fue lo que hizo el señor, regresó a su casa. Mató puerco y pollos
e hizo tamales grandes. Puso el altar; estuvo preparando ofrenda toda la noche para
que cuando amaneciera la gente fuera a hacer el
rosario,
a rezarle a las ánimas de sus papás.
En
el momento que terminó sus quehaceres, sintió
que le dio cansancio y le dijo a su esposa: “Voy a descansar, así tan
pronto
cuando estén ya cocidos los tamales pruébalos y avísame. Cuando termines
despiértame, vamos a llamar al rezandero y vamos a rezarles. Voy a ir a dejar
la ofrenda allá donde me va a esperar mi papá.” Y el hombre se fue a descansar
a su cama; descansó y como a la hora le fueron a hablar, pero el hombre ya no
estaba con vida. Estaba muerto. Murió en su cama. Cuando la señora vio finado a
su esposo, avisó a los vecinos, a los familiares.
Los
tamales y la ofrenda que se hicieron para su papá se los comieron los que
ayudaron a enterrar al difunto.
EL QUE NO QUISO PONER OFRENDA
Maximino
del Ángel Bautista, joven artesano y músico jaranero de la Danza de los Viejos,
nos cuenta un mito de cómo un hombre, que descuidó sus obligaciones para con
los muertos de su familia, se encontró en el camino con los difuntos del
pueblo, entre los que iban sus padres ya fallecidos, cuando regresaban tristes
por no habérseles recibido con ofrenda como a los demás. De regreso a su casa,
el hombre quiso ofrendar un puerco en tamales, por lo que se puso a trabajar muy
duro y al terminar se dispuso a descansar, pero los tamales sólo sirvieron para
su propio velorio, pues cuando lo fueron a ver ya estaba muerto.
EL QUE NO CREÍA EN TODOS SANTOS
Un
hombre vivía solito, ya no tenía mujer,
pero un día se casó con una viuda, la que heredó de su difunto esposo algo de
bienes, pues no era muy pobre aquel difunto;
por lo tanto, su mujer tenía bastantes marranos, guajolotes y
gallinas. Al llegar Todos Santos le dijo a su mujer: “No
vas a matar nada,
ni siquiera un pollo. Así nomás
la vamos a pasar en Todos
Santos, no vamos a comprar nada,no
hay dinero con qué comprar. Si hay lo que hay,
ahí que estén, no es cierto
que vienen en Todos
Santos los que ya
han muerto.
¿Quién
los ha visto, si es cierto que vienen? Nomás dicen. No es cierto que vienen.
¿Cuándo van a volver si ya están podridos?” Le dijo a su mujer: “Vas a ir a
cortar lo’e y eso es lo que vas a guisar, si quieres poner ofrenda”. El hombre
se fue a su milpa y la mujer fue a cortar lo’e; empezó a guisar y al terminar
puso su ofrenda en el altar. Cuando ya estaba terminado el Todos Santos, venía
solito el hombre en el camino de regreso de su milpa y ahí por donde pasaba
había otro camino que era el del camposanto. Al momento oyó que hablaban
preguntándose unos a otros lo que llevaban. Uno dijo: “Yo encontré mi casa muy
bonita, traje mi ropa, mi pañuelo, ¿y tú?” “¿Yo?, me fue bien, me dieron todo
lo que ellos tienen”. Y preguntaron al otro: “A mí no me dieron nada, nomás
esto me habían puesto; pero a ver si tardan en vivir”, hablaba, y esa voz se
oía con tristeza, bien se oía que lloraba esa persona.
Aquel
hombre que había ido a la milpa escuchaba todas las palabras y oyó que era la
voz del hombre que había sido marido de su mujer. Lo que llevaba aquel difunto
se oía bien que todavía estaba hirviendo y algunos de sus compañeros le decían
que lo aventara y ellos le convidaban un poco de lo que llevaban. El hombre, al
escuchar y reconocer aquella voz, marchó para su casa y al llegar le dijo a su
mujer: “Pon a calentar el agua, vamos a matar al marrano.” Empezó a arreglar y
adornar su altar; al terminar mató a su marrano; su mujer empezó a moler e hizo
tamales y luego luego pusieron la ofrenda al anochecer. Al siguiente día, al
amanecer, aquel hombre no se levantaba y cuando lo fueron a ver ya estaba
muerto. Es porque no quiso que pusieran ofrenda y aunque lo hizo después ya no
le valió porque ya se habían ido aquellos difuntos. Y ahora, por muy humilde
que la gente sea, siempre se ponen ofrendas en el altar.
NOCHE DE MUERTOS EN
MICHOACÁN reflexiones sobre su manejo como recurso turístico cultural
CARLOS ALBERTO HIRIART
PARDO
PATRIMONIO CULTURAL
El nombre de Michoacán recuerda entornos culturales
y paisajes que lo ubican como uno
de los más agraciados de la República Mexicana. El estado ha sido referencia
obligada de muchos viajeros en el transcurrir de la historia,1 y de quienes han
evocado y escrito sobre las fascinantes imágenes de la naturaleza, de climas variados, de lagos y montañas, de fiestas
y tradiciones, así como de sitios con alto valor cultural tangible e
intangible, significativos en la formación no solamente de Michoacán sino
también de nuestro país.
En
los inicios del siglo XXI podemos observar cómo en Michoacán las comunidades
han conservado fiestas y tradiciones, celebraciones religiosas, una producción
artesanal y una gastronomía notable, así como un patrimonio edificado herencia
de las épocas prehispánica, colonial, independiente y de reforma. Todas tienen
representación en zonas arqueológicas, en ciudades coloniales que se han
adaptado al paso del tiempo y en poblaciones típicas que junto con sus
festividades ancestrales perduran, a pesar de los desequilibrios urbanos,
sociales y económicos, y de la folclorización y banalización que las
han impactado en el transcurso de las últimas cuatro décadas del siglo XX.
TRADICIONES Y CELEBRACIONES
CULTURALES INMATERIALES DEL PUEBLO MICHOACANO
El profundo sentido religioso
del pueblo michoacano dio origen
a la veneración de imágenes que considera milagrosas, algunas de las cuales
fueron elaboradas en la época colonial con técnicas prehispánicas, como las
imágenes de pasta de caña de maíz, técnica que aún se trabaja en comunidades
indígenas de Tupátaro en el municipio de Angahuan y que representan, junto con
muchos otros objetos (pinturas, retablos, artesones, elementos del arte sacro,
etc.), el patrimonio mueble de Michoacán. También reconoce como uno de sus
elementos patrimoniales más relevantes y de alta demanda como recurso cultural
la festividad de la Noche de Muertos, que desde hace más de cuatro décadas
distingue a Michoacán como polo de atracción cultural para visitantes o
turistas.
Las
fiestas y tradiciones de cada comunidad michoacana son producto del sincretismo
religioso propio del país. Lo mismo se venera
a un santo patrono que una imagen en especial o parte del recuerdo de un
rito ancestral, con celebraciones en las que se unen costumbres prehispánicas con las conmemoraciones
religiosas de la Colonia. Lamentablemente, muchas de estas tradiciones, que
forman parte del patrimonio cultural intangible, muestran un proceso folclorizante resultado de las políticas públicas de los últimos 20 años, que
privilegian al turismo como factor preponderante, supuestamente para el desarrollo de las
diversas comunidades, como es el caso de la región purépecha,
vinculado a la explotación de fiestas y tradiciones. El ejemplo más notable de
este proceso es la festividad de Noche
de Muertos.
La
festividad de Todos Santos, que ha sido incorporada y promovida agresivamente
en las políticas turísticas del estado y de los municipios, en la actualidad
presenta una paradoja preocupante como recurso cultural y turístico a la vez.
Por una parte representa la oportunidad única de apreciar el rito a la muerte
propio de la identidad cultural de las comunidades indígenas, que se conjunta con la
sensibilidad de los artesanos locales, quienes en los festejos de la Noche de
Muertos elaboran adornos de papel picado, alfombras de flores y arreglos de
guirnaldas que embellecen a las tumbas, calles, templos y lugares en donde se
realizan los rituales, en una costumbre sumamente enraizada y sobre todo viva,
como parte de una fuerte idiosincrasia cultural de las comunidades michoacanas.
Por otra parte, muestra el conflicto permanente y la dualidad que trae consigo
el turismo basado en la explotación mercantil inmoderada del patrimonio
tangible e intangible, así como la falta de directrices, principalmente de los
ayuntamientos, para buscar un manejo racional de la festividad y de los
espacios patrimoniales tangibles que acogen el ritual durante los primeros días
de noviembre.
La Noche de Muertos
La
Noche de Muertos, patrimonio intangible de México y de Michoacán, ha sido inscrita como parte del Patrimonio
Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.2 Esta celebración, bien conocida en todos los
ámbitos culturales nacionales e internacionales, en Michoacán se celebra principalmente en la región de la
cuenca del lago de Pátzcuaro. Abarcando aproximadamente 21 poblaciones, inicia,
como es tradición, desde
los últimos días de octubre con presentaciones artísticas y festivales culturales;
en el caso de Pátzcuaro, comienza con el tradicional Tianguis Artesanal, que se
instala el 31 de octubre y que congrega
sobre todo a los artesanos de la región.
El
culto a los muertos, en particular como ceremonia pagano-religiosa, se
desarrolla en el transcurso de la noche
del día 1 de noviembre al amanecer del 2 de noviembre. Durante este espacio de
tiempo los habitantes de las comunidades colocan los tradicionales altares en
sus casas y acuden por la noche a los cementerios para decorar con flores y
velas las tumbas; ofrecen alimentos y bebidas, y sobre todo platican, rezan y
recuerdan a sus difuntos. Esta
celebración convoca a una multitud de visitantes procedentes de todo el país y
del extranjero, a quienes les es vendida
o promovida la Noche de
Muertos
como un producto turístico cultural de alta demanda.
En
retrospectiva, encontramos que esta festividad se ha convertido en uno de los
íconos para fomentar el turismo en Michoacán desde el periodo gubernamental de
Carlos Gálvez Betancourt (1968-1974), a partir del cual se proveen recursos del
sector público estatal hacia diversos ayuntamientos y comunidades principalmente de la ribera del lago de
Pátzcuaro. Ello ha propiciado, más que una celebración tradicional
local, impulsar una escenificación para
los visitantes en la cual prácticamente al día de hoy se ha trasformado la
autenticidad de una tradición, implantándole toda una serie de actividades
complementarias para satisfacer las demandas
de los turistas triviales, como festivales de música de rock, tianguis
de productos ilegales, supuestas ferias de pueblo y vendimias populares en las
cuales la venta y el consumo de alcohol aparece como una actividad constante y altamente
lucrativa.
La Noche de Muertos y
el turismo
Sin duda alguna,
la riqueza del patrimonio cultural y monumental de Michoacán es uno de los recursos más utilizados para
generar una política turística desde finales del siglo XIX y continuar con su
promoción durante los siglos XX y XXI. Según datos del Inventario de Recursos y
Atractivos Turísticos, recabados desde 1996, las manifestaciones culturales
tangibles e intangibles representan 31% de los atractivos turísticos del
estado.3
En
este inventario, los municipios que cuentan con mayor número de atractivos
culturales registrados son Morelia con 66 y Pátzcuaro con 26. En ambos destaca el patrimonio monumental urbano y
arquitectónico, así como el patrimonio cultural intangible, sobre todo la
festividad del Día de Muertos.
Esta
festividad, que acoge el culto a la muerte en la región y
en los municipios de la cuenca del lago de Pátzcuaro principalmente, se ha
mantenido como un patrimonio colectivo desde épocas ancestrales. El rito de
velación, como parte de esta conmemoración, prevalece en lo esencial aunque con
variaciones poco perceptibles entre una comunidad y otra.
Sin
embargo, como ya observamos antes, en las últimas décadas del siglo XX ésta y
otras fiestas y tradiciones son utilizadas en muchos casos por un turismo
desmedido, cuya característica principal es la explotación comercial alejada de
toda sustentabilidad cultural o
natural, que actualmente pone en grave
riesgo la histórica conmemoración, visiblemente degradada en los últimos años
por los festejos triviales masivos y por la comercialización excesiva de los espacios públicos,
principalmente en las dos poblaciones de mayor demanda que son Pátzcuaro y
Tzintzuntzan.
Sin
duda alguna, es evidente la transformación y degradación de esta práctica
prehispánica que hoy se encuentra al límite de su sustentabilidad4 como
patrimonio cultural intangible de Michoacán,
no por la pérdida o alteración de la tradición en sí misma, sino por las
repercusiones que se generan en las
poblaciones y en los diversos inmuebles
y espacios urbanos monumentales que sostienen muchas funciones vinculadas con
su promoción turística.
Diversos
factores también influyen en este proceso. De manera sintética debemos señalar,
en una crítica constructiva, la ausencia de voluntad política de las
autoridades municipales, así como la falta de normatividad urbana y de control
social ante el abuso en la comercialización y la explotación de los espacios
públicos, de los atrios de las iglesias y del patrimonio material e inmaterial
mismo que rodea a la tradición.
En
el contexto michoacano, que nos muestra la parte negativa y las amenazas que
puede representar el turismo realizado fuera de todo principio de sustentabilidad,
es de lamentar la falta de indicadores de gestión que permitan formalmente
medir los impactos nocivos y generar una toma de decisiones integral para
diseñar políticas de respuesta y salvaguardar la tradición cultural que
propicie un turismo moderado, que beneficie más a todos (población local,
turistas culturales, prestadores de servicios éticos, autoridades locales,
artesanos tradicionales, etc.) y no sólo a unos cuantos (comerciantes
ambulantes, vendedores de comida y de alcohol, vendedores de supuesta artesanía
ajena a la tradición cultural del estado y del país en muchas ocasiones).
De
lo contrario, el festejo seguirá más como un negocio personal
temporal, sin importar el deterioro de la tradición o la imagen que se genera
ante los abusos que se cometen, en muchos
casos, ante la complacencia de las autoridades municipales, quienes
otorgan permisos de uso de suelo (atribución irrestricta del ámbito municipal) alrededor de los
panteones, zonas arqueológicas, templos y otros espacios de recepción y
tránsito de los turistas y visitantes.
Lo
incomprensible del caso es que esta tradición cultural recientemente fue
inscrita en la Lista del Patrimonio Inmaterial Cultural de la Humanidad de la
UNESCO,5 sin que de manera paralela, en el contexto nacional y en la propuesta de
inscripción respectiva, se desarrollaran
estrategias de manejo o se diseñaran
instrumentos que permitan identificar claramente los impactos del
turismo en esta tradición, para de esta forma proponer medidas de control y un
manejo sustentable,6 cultural y
turísticamente vinculado a las propias
comunidades.
Las
amenazas latentes Ante la situación referida, en particular con respecto a la
festividad de Noche de Muertos,
consideramos que el problema no radica solamente en las influencias o en
las transformaciones motivadas por residentes temporales, visitantes o
turistas, sino también en la pérdida paulatina de los rasgos que identifican a
la tradición como parte de la cultura local, que conjuntamente con su
patrimonio monumental es motivo de recuerdo, orgullo e identidad, y recurso de
atracción turística. Los visitantes, de manera poco consciente, contribuyen a
la alteración de ese patrimonio, el cual con el paso de las generaciones se puede convertir en una remembranza
folclórica y sin autenticidad que no motive el regreso de los turistas culturales
para el disfrute racional de ese
patrimonio inmaterial y del propio patrimonio edificado que lo rodea
permanentemente.
La
reutilización del patrimonio tangible e intangible con fines turísticos es una
actividad creciente que día con día se fortalece por las expectativas que generan los
programas oficiales de
turismo cultural, impulsados más por las autoridades que por
las propias comunidades locales. En esta dinámica, muchas de las acciones que
desarrollan los Ayuntamientos en sus ámbitos de competencia promueven el uso
del patrimonio con un enfoque de utilización turística y comercial, y no con el
de una conservación de los bienes como parte fundamental de la identidad
cultural.
Sin
negar los beneficios que esta tendencia
de utilización del patrimonio cultural con objetivos orientados a la promoción
del turismo ha traído y puede significar para la conservación del propio
patrimonio material e inmaterial en Michoacán,
hay que reconocer que es aún una política vertical que está en un
proceso de replanteamiento (seguramente ante la revisión de las fortalezas y,
sobre todo, de las debilidades y amenazas identificadas principalmente por el
gobierno estatal), y que deberá propiciar una retroalimentación entre los
diversos actores que generan los nuevos proyectos con las
comunidades involucradas en el ámbito local, que usufructúan y viven de los
recursos culturales y celebran los ritos del patrimonio intangible
cotidianamente, con o sin los visitantes temporales o turistas.
Hacia un manejo
sustentable de la festividad de Noche de Muertos
A
manera de corolario, debemos señalar la importancia de revisar los procesos de
toma de decisiones con respecto al manejo del patrimonio intangible, a partir
de una nueva visión que propicie la búsqueda
de un turismo cultural sustentable, que considere como postura válida de
actuación que la conservación, la rentabilidad y el uso del patrimonio cultural
de manera sostenible, permita construir el futuro de muchas comunidades. De
esta manera, la sociedad puede encontrar en sus recursos culturales tangibles e
intangibles un apoyo valioso para
avanzar en la solución de muchos
problemas propiciados por la marginación y el subdesarrollo que agobia a
nuestro país, en particular a diversas comunidades de Michoacán.
En
el marco de esta reflexión, es encomiable
la preocupación que el gobierno de Michoacán ha manifestado en los
últimos tres años, al identificar las debilidades y amenazas que se ciernen en
torno a la Noche de Muertos. Su interés
motivó la participación, desde el año de 2004, de especialistas de
Conaculta en la revisión de las prácticas rutinarias que se han arraigado de
manera negativa en el manejo de esta festividad.
Asimismo,
hay que destacar la reciente iniciativa interinstitucional y académica que
culminó con la firma, el pasado 17 de octubre de 2006, de un convenio entre las
secretarías de Turismo y Cultura de Michoacán y la Universidad Autónoma
Metropolitana, unidad Xochimilco,7 para
desarrollar estudios y proyectos de investigación académica
multidisciplinaria que propicien respuestas y escenarios dirigidos a
revertir los impactos nocivos que se han generado en la relación entre
patrimonio cultural y turismo, en particular del patrimonio intangible de los
michoacanos, que es el más amenazado.
“Más
vale tarde que nunca”, reza el popular refrán. Enhorabuena por esta estrategia,
que seguramente reformulará prácticas y actitudes —por demás rebasadas— en
términos de explotación del patrimonio intangible. Esperamos que a este
esfuerzo se sumen las autoridades municipales de manera
consciente y sobre todo responsable,
para que, en una suma de
voluntades con las comunidades anfitrionas, se trabaje por reivindicar
culturalmente la festividad de Noche de Muertos, orgullo de los michoacanos y
de México.
La
descripción que se presenta a continuación es de una fiesta de despedida de
muertos en una ranchería de Potrero, comunidad en la subregión de barrancas de
la Sierra Tarahumara. La sierra cubre un área aproximada de 50 mil km2 y es una
de las regiones con mayor variabilidad ambiental en el mundo. Si bien es
comúnmente nombrado a partir del grupo indígena mayoritario (los
tarahumaras), este extenso territorio también es hogar de los pueblos o’oba
(pima), o’odami (tepehuano), warijó y de mestizos mexicanos.La Sierra
Tarahumara se divide en tres subregiones (véase la figura 1): la de valles, la
de cumbres y la de barrancas. La de valles es un área de transición entre el
altiplano chihuahuense y la zona de bosques que se ubica entre los mil 400 y
los mil 800 metros sobre el nivel del mar (msnm) y se caracteriza por una vasta
extensión de pastizales intercalada con algunos reductos de bosque. Presenta un
clima con temperatura promedio de -8oC en invierno, y de hasta 32oC en verano.
En su vegetación predominan los pastizales con gran variedad de especies y
algunas coníferas representadas por encinos, táscates, mezquites, huizaches y
pinos piñoneros, entre otros. La zona de cumbres comprende la parte central de
la sierra y se compone de un conjunto de cordones montañosos que oscilan entre
los mil 500 y los dos mil 500 msnm, aunque sobresalen cumbres que sobrepasan
los tres mil msnm. Físicamente adopta la forma de una cadena de picos que
recorren el centro de la sierra, combinada con numerosas mesas y valles de
considerable tamaño donde predominan extensas zonas de bosques. Por su altitud
y latitud presenta el clima más frío del país con temperaturas de -20oC, un
invierno riguroso y largo, sequías en primavera y heladas durante la mitad del
año.
Al
interior de esta zona se encuentran algunas depresiones y pequeñas gargantas
situadas entre los mil 600 y mil 800 msnm, donde las temperaturas son menos
extremas. En esta subregión predomina el bosque de pinos y, en menor
proporción, los de encinos y madroños, además de otras especies de arbustos y
algunos pastos en valles y ciénagas.
La
subregión de barrancas, donde se encuentra la comunidad Potrero, se ubica en la
parte occidental de la sierra y colinda con los estados de Sonora y Sinaloa. Se
compone de profundas barrancas de forma accidentada y con cerca de mil 500
metros de caída, que son originadas por un sistema fluvial de la vertiente del
Pacífico conformado por los ríos Mayo,
Fuerte y Yaqui. Esta subregión contiene, además de los cañones, grandes
declives y cumbres y por eso presenta una gran variabilidad ambiental, con
altitudes desde los 500 hasta los mil 500 msnm. Las temperaturas varían de 18oC
a 20oC en invierno, y de 32oC a 45oC en verano. La flora contrasta notablemente
con las otras regiones, pues existe una variada vegetación que incluye encinos
y cedros ubicados en las partes de mayor altitud; árboles frutales de tipo
tropical como papaya, naranja y caña de azúcar y una extensa variedad de
cactáceas como pitayas, nopales, maguey, lechuguilla, palmilla y sotol, sobre
todo en las partes bajas.
La
comunidad de Potrero comprende varias rancherías y las divide en dos grupos:
las rancherías de invierno y las rancherías de verano. Días después de Semana
Santa, las casas de las rancherías de invierno Koyachike y Kuwímpachi,
localizadas en las abruptas pendientes de las barrancas, van desocupándose poco
a poco porque su gente se traslada hacia
las rancherías de verano Teboreachi,
Mulúsachi, Nalálachi, Ricómachi,
Sasarone, Bachichúlachi, Baquiliachi y La Estación, ubicadas en la
subregión de las cumbres. Los ralámuli suben a los valles altos para disfrutar
de la primavera, de los duraznos de septiembre, de las manzanas rojas y de un
clima cálido. Esto, como muchas formas de vivir del ralámuli, no es una regla,
pues hay quienes se quedan por temporadas más largas en la cumbre o en la
barranca, dependiendo de la cantidad de trabajo que requiera la tierra.
Para
los ralámuli de Potrero, cuando alguien muere necesita de la ayuda de sus
parientes más cercanos (hijos, hermanos, nietos, padres o cónyuge) para
“alimentar” sus almas3 o fuerzas, y
despedirlo y encaminarlo a su nueva
condición.
Cuando
fallece una mujer le corresponden cuatro fiestas; pero si es hombre, tres. Esto
se debe a que los ralámuli consideran que la mujer tiene cuatro fuerzas y el
hombre tres; dicen que así es porque son las que procrean, que por ello tienen
que ser más fuertes. Cada fiesta es para despedir a una de estas “almas”. Las
fiestas para muertos tienen el objetivo de hacerle notar al difunto su nueva
condición, porque tardan en percatarse de que si bien siguen con su vida
normal, viviendo en sus casas y trabajando la tierra, “ahora están muertos”.4
La
parte central de la fiesta, como se verá más adelante, es cuando el curandero,
llamado owilúame en lengua tarahumara, al ritmo de dos puntas de coa5 que se
chocan entre sí, le canta al muerto y le dice que no moleste a sus familiares,
por ejemplo, que no pase junto a sus casas transformado en un fuerte
ventarrón.6 Y es que a los muertos se les siente, la gente platica con ellos;
hay antropólogos que han presenciado el momento en el que una familia ralámuli,
durante la noche, saludan al difunto, y no sólo eso, sino que lo invitan a
pasar a cenar. Hacerles la fiesta a los muertos es para que asuman su nueva
condición física y su nuevo lugar en el espacio.
Aquí
presentaremos una descripción de lo que ocurre en una de estas fiestas. Hemos
tomado ejemplos de varias fiestas observadas. Las fechas en que se realizan no
son fijas, es decir, no se hacen el Día de Muertos. Se pueden llevar a cabo en
cualquier fecha del año, salvo a finales de junio, y los meses de julio y
agosto cuando, en la temporada de lluvias, se trata de observar cómo el maíz va
creciendo y por ello se debe de guardar absoluta tranquilidad y mantenerse a la
expectativa.
Las
fiestas pueden ser realizadas simultáneamente para más de un difunto, pues
suele ser conveniente compartir los gastos por lo costosas que resultan.
Idealmente
la primera fiesta se hace unos tres o cuatro meses después de la muerte.
Después de hacer la primera fiesta, las otras dos para el hombre o tres para la
mujer se deben hacer año con año. Sin embargo, dependerá de la situación
económica de los parientes: a veces pueden pasar varios años antes de hacer las
siguientes fiestas.
LA CASA
La
preparación de una fiesta es algo
complejo. Empieza, por lo general, una noche previa con la reunión de mujeres y
hombres, quienes ayudarán a preparar todo lo que se necesita para la
celebración. Primero que nada se sacrifica un chivo (uno por cada difunto),
sobre un escenario donde se van a realizar una gran parte de las acciones
rituales. A este espacio se le llama awílachi, que traducido al español
significa “lugar para bailar”. El awílachi es un espacio de petición y
propiciación mediante el canto y la danza. Es un área circular que se desyerba
y se limpia de piedras. Un lugar que se resalta sólo cuando es tiempo para
llevar a cabo un ritual; antes de eso, es parte del paisaje cotidiano. A este
espacio se le fabrica una mesa, o mesichi, de un metro de altura
aproximadamente, en la cual clavan tres cruces de unos 80 centímetros y otras tres,
muy pequeñas, debajo del altar. El patio se construye a unos metros de la casa
de los organizadores. Cuando se sacrifica un chivo, el curandero, quien va a
ser el encargado del ritual, comienza a bailar el rutugúli, una danza que
consiste en desplazamientos sobre el eje oriente poniente del awílachi.
Mientras éste danza, un par de hombres desollan al animal y le sacan las
vísceras para que las mujeres vayan cocinando
diversos platillos (ramali, caldo de entrañas de chivo; tónali, frijoles
con carne de chivo, y menudo, maíz con carne de chivo). Además se hacen
tortillas y pinole o esquiate, una bebida de maíz tostado y molido con agua en
el metate. Algunos hombres ayudan a acarrear leña, elemento trascendental para
las celebraciones.
Se
sabe de antemano que cuando se sacrificó el chivo significa que la bebida
ritual, es decir, el tesgüino, ya está a punto de ser disfrutado. El tesgüino
es una bebida de maíz fermentado de color amarillo pálido, con olor a masa de
pan agrio y de sabor acerbo con cierto dejo dulce.
Donde los muertos:
Chu’weke
Durante
la noche en vela, trabajando y hasta el amanecer, van llegando los invitados a
la fiesta. Ya para la mañana una buena cantidad de personas se encuentra
presente; las mujeres en la casa y los hombres en el patio ritual. Es el
momento en que comienzan las acciones rituales previas a tomar tesgüino. Una de
ellas es visitar el panteón de la comunidad, “el lugar del muerto”: el
chuwílele. Familiares cercanos les llevan frijoles, tortillas y cigarros,
además de unas velas para santiguar el lugar donde yace el fallecido.
Cada
vez que se realiza una fiesta se comenzará con la visita al muerto.
Los
tarahumaras dicen que hace mucho tiempo los muertos eran enterrados en las
cuevas, que allí se encuentran unos antepasados que eran gigantes, los llamados
tubare. Por lo general, los cementerios
se localizan al poniente de las localidades, porque es allí donde
bajarán a descansar, como lo hacen los astros. Los muertos son colocados en una
caja de madera antes de ser enterrados. Su cabeza es dirigida hacia el oriente;
sus pies, al poniente. Cuando se termina de enterrar, simbólicamente, cada
participante le echa tres veces tierra si es hombre y cuatro si es mujer. Al
final, se le coloca una cruz de madera y tres piedras.
Despunte
de la primera olla Cuando la gente regresa del cementerio es momento de despuntar la primera olla de
tesgüino, es decir, de abrirla y ofrecerla a los participantes. La gente se
reúne al borde del patio y el curandero
se apresta a ofrecer su sermón, se coloca de espaldas al altar, al
oriente del patio, con su vista hacia el poniente, donde el sol se guarda para descansar. En lugar
privilegiado, junto al curandero se
colocan el que dio el chivo, el que puso el maíz y los que trabajaron toda la
noche, además de las autoridades invitadas, por ejemplo, el gobernador de la
comunidad o el mayoli. Este último es convocado
cuando el difunto dejó esposa e hijos y se encarga de hacer ver al
muerto que deberá respetar a su familia sin aparecerse ni asustarlos. Para esta
ocasión, precisamente el mayoli dio el primer sermón. De espaldas al altar y
viendo hacia el poniente comienzan los nawésali, es decir, los discursos, parte
trascendental de los rituales tarahumaras. El discurso es una forma de hablar
más solemne, más elaborada y que no todos son capaces de hacerlo. Hay quienes
dicen que para lograrlo se necesita estar ya grande, con experiencia. En un
nawésali se verbaliza el ideal de una vida más próspera, se habla del por qué
hacer una fiesta para los muertos y del por qué se necesita que estén todos
juntos.
En
esos momentos al patio se le ha colocado una nueva cruz, la del suroriente, el
lugar de los muertos, donde se ponen las ofrendas. Se adorna la cruz con la
“collera” del difunto (la cinta gruesa y casi siempre blanca que se ponen de adorno los ralámuli
sobre la cabeza) y un rosario hecho de semillas de lágrimas de job. Debajo de
la cruz se coloca la piel, la cabeza y una de las patas traseras del chivo
sacrificado (normalmente se procura que sea de color blanco), pelotas de su
juego de carrera llamado ralajipa, granos de maíz y de frijol, comida, una vela
blanca, una olla de tesgüino, pinole, galletas de animalitos, dinero y
chanébali, es decir, un cinto de tela del que cuelgan capullos
de mariposa que se colocan los
danzantes del pascol en sus tobillos.
Además de la cruz del patio, se coloca otra en el patio de la casa, donde, como
se observará más adelante, también colocarán las ofrendas.
Posteriormente se comienza a repartir el tesgüino: primero a
los anfitriones, luego a las autoridades, después a todas aquellas mujeres que
con su trabajo hicieron posible la fiesta y, finalmente, al resto de los
invitados.
Como
un factor distintivo, a diferencia de otras fiestas, como la de curación o la
de propiciación de lluvias, en la fiesta de muertos, al iniciar la repartición
del tesgüino, se ofrece con la mano izquierda en vez de la derecha. La
razón, según Valentín Catarino,
es porque así se emborracharán
más rápido: “Por eso Juan Rico, el mayoli, ya está dormido de tan
borracho”. Se dice también que el mundo de los muertos es un mundo al revés del
mundo de los vivos. Posteriormente se
repartirá con la mano derecha.
La Danza del Pascol.
Después
de haber tomado un poco de tesgüino, se presenta en el patio otro tipo de
danza, la del pascol, exclusiva de algunos pueblos del noroeste mexicano
(yaqui, mayo, guarijío y tarahumara). Los que danzan tienen una relación de
parentesco con el muerto; en cambio, los músicos (violín y guitarra) no
necesariamente. En esta ocasión hace su aparición otro curandero, quien se
acerca al lado sureste de este espacio circular donde está la cruz y ofrendas.
De todos los elementos que se encuentran en aquel sitio, toma los chanébali o
capullos de mariposa. Los ofrece hacia los cuatro rumbos, empezando conforme al
movimiento de los astros, del oriente al poniente y después hacia el sur y
luego hacia el norte. Unos minutos después toma un bastón y, sin dejar los chanébali,
se dirige a uno de los pascoleros extendiéndole el otro extremo del bastón,
quien toma dicha punta con una sola mano. El curandero lo va guiando, primero
hacia la cruz del muerto y después hacia los cuatro rumbos, dando una vuelta
antihorario en cada punto, con las miradas hacia el exterior del patio.
Después, curandero y pascolero bailan pascol sin soltar el bastón y,
simultáneamente, dibujan una serpiente sobre el suelo, se desplazan de oriente
a poniente y de poniente a oriente, y cada vez que llegan a cualquiera de estos
dos extremos, dan una vuelta ya sea en sentido antihorario u horario. Después
el curandero le entrega el bastón al gobernador, quien brevemente emprende la
danza con el pascolero, cada uno sosteniendo un extremo del bastón. Termina
este acto cuando el gobernador suelta la vara hecha de palo de brasil para que
el pascolero comience a danzar solo. El danzante, en cuyos tobillos ya están
puestos los capullos de mariposa, comienza a pisar fuerte y a deslizarse de
oriente a poniente y de poniente a oriente y viceversa. El danzante baila por
bastante tiempo hasta que llega otro más quien se turna con él. El pascol de la
fiesta de Nutelia es diferente al de las fiestas de lluvia o curación, es más
elaborado. Se danza muy cerca del altar, hacia el sureste del patio, mientras
que el otro pascol es al extremo suroeste de dicho espacio.
LA PROCESIÓN DE LA
CASA AL PATIO Y DEL PATIO A LA CASA Aproximadamente una hora más tarde de la
danza de los dos pascoleros, se reúnen en el patio las mujeres y hombres que
tienen una estrecha relación de parentesco con el difunto. Los parientes del
muerto y los danzantes, al ritmo de la melodía llamada mapawika ma bá, “vamos
todos juntos”, toman algún elemento de la ofrenda. A uno de los danzantes le
toca la cabeza del chivo, la carga al hombro sostenida por una cuerda que tiene
amarrada a los cuernos. Al otro le toca cargar la pata trasera del chivo sobre
su lomo. Cuando todos ya llevan consigo la ofrenda dan una vuelta bailando
pascol en el sentido de las manecillas del reloj y todos, incluyendo los
pascoleros, se dirigen en hilera hacia la casa acompañados de la melodía de
violín y guitarra del “vamos todos juntos”. La casa está envuelta con los
vapores que se desprenden de las grandes ollas de barro que cocinan la carne de
chivo mezclada con maíz, la combinada con frijol y el imprescindible humo de
táscate. Las cabezas ya están un poco mareadas y el volumen de las voces ha
aumentado. Al arribar al patio de la casa dejan las ofrendas junto a la cruz y,
al ritmo de la música, bailan en círculo en ambos sentidos: horario y
antihorario. Cada uno de ellos, hombres y mujeres, sigue cargando las ofrendas
en sus manos o sobre los hombros. El curandero y el gobernador preceden la
hilera.
Después
de un rato, la melodía del mapawika ma bá, es decir “vamos todos juntos”,
cambia a otras variadas melodías de pascol. Vuelven al patio del awílachi donde
bailarán una vez más. La fiesta transcurre en un ir y venir del patio a la casa
y de la casa al patio, cargando todas las ofrendas y bailando pascol. Entre más
tesgüino toman, los pascoleros bailan con más fuerza, más agachados,
gesticulando más y gritando como zopilotes. El resto de los participantes
—hombres, mujeres y niños—, ríen, discuten, bromean, juegan, trabajan, toman y
bailan. Otros hombres se van uniendo a danzar pascol; danzan por placer y
porque ya hay mucha energía obtenida gracias a la bebida embriagante.
El canto para el
muerto
Después
de unas horas de ir y venir, los pascoleros finalmente dejan las ofrendas por
un momento en la cruz del patio de la casa donde el curandero canta al ritmo de dos “puntas”,
es decir, dos pedazos de fierro que normalmente son de las coas que ya
mencionamos, pero que en ocasiones pueden ser otros instrumentos de fierro
como, por ejemplo, dos bisagras. El curandero se sienta a golpear dichas puntas
junto a las ofrendas. Frente a él se colocan en cuclillas la familia del
difunto, por ejemplo sus hijos y su esposa, y mientras ven solemnemente al
curandero, él le canta al muerto. Cuando los pascoleros se van al patio del
awílachi a danzar y el resto de los invitados continúa riendo y gozando de la
fiesta, se abre un espacio, de nueva cuenta, íntimo y sagrado. En la celebración
ralámuli se van creando distintos escenarios simultáneamente. El curandero, que
canta sólo con el ritmo de las puntas porque el violín y la guitarra siguen
acompañando a los pascoleros en su procesión, habla con el difunto a través del
canto, y es que sin su ayuda el muerto puede que siga creyendo que está vivo.
Como lo describen Bennett y Sing,8
la
esencia de sus palabras de consejo era la siguiente. Le decían al hombre que
ahora estaba muerto y que iba a vivir en otro mundo. Le explicaban que no debía
preocuparse, pues se le daría comida para su viaje y tres fiestas (cuatro en el
caso de una mujer), de modo que pudiera viajar bien hacia el cielo. Le pedían
que dejara todas sus cosas en la tierra para su familia, y que no regresara
para molestarlos o asustarlos. Sobre todo, se le instaba a no retornar en forma
de algún animal para dañar a los animales y las cosechas.
A LA MILPA O AL CAMINO
Después
de ese ir y venir del patio a la casa y de la casa al patio, ya cuando las
cabezas de todos están muy mareadas, comienza la procesión hacia la milpa del
difunto.
Cuando se trata de una fiesta donde son varios
difuntos, y por ende más de una milpa, suelen comenzarla sobre un camino: la
vereda grande. Si pudiéramos imaginarnos a los difuntos regresando de Batopilas
por aquella vereda grande, justo donde el primero de ellos se hubiera desviado
hacia su casa o milpa se coloca la primera cruz. Es el lugar de la primera
despedida. Comienza un ir y regresar de la milpa o camino a la casa y
viceversa. En cada uno de estos lugares permanecen más o menos de 15 a 20
minutos, para posteriormente dirigirse, una vez más, hacia el awílachi. Es
común que los pascoleros griten que deben matar al venado. Según John G.
Kennedy, al no tener oportunidad de ofrecerle al muerto un venado, simbólicamente
lo persiguen hasta encontrarlo.
LA ÚLTIMA PROCESIÓN
Cuando
la fiesta está a punto de terminar, mientras un pascolero danza, el gobernador
y el curandero dan una vuelta al awílachi. Después, los tres personajes hacen
una hilera y dan una vuelta (en sentido antihorario) y salen del patio para
dirigirse por última vez al patio de la casa y a la milpa o camino.
Posteriormente, se reparten todas las ofrendas a quienes estuvieron trabajando
ritualmente, es decir, además del gobernador y el curandero, tanto los que
prepararon la comida como los que danzaron. Todo se distribuye por partes
iguales, inclusive la pierna o piernas de chivo, que se dividen entre los
pascoleros y los parientes más cercanos del difunto. Y en el caso de la cabeza
del chivo, los pascoleros luchan para ganársela (las “luchitas” se
observan en la Semana Santa también,
donde molokos y juliosi combaten y siempre deben de ganar los molokos). Quien
logra vencer al contrincante se lleva la cabeza del chivo.
EL FINAL DE LA FIESTA
Vemos
que una fiesta utiliza varios espacios rituales que normalmente son el
cementerio, el awílachi, la casa y la milpa.
Como
en todas las fiestas ralámuli, el final de la fiesta, el clímax del ritual, se
da cuando el batali logra emborracharlos. Es el momento en que las danzas se vuelven más sueltas, más exageradas y más
libres. Comienzan las pláticas más amenas o las discusiones más acaloradas. Es
también cuando los hombres van a donde están las mujeres, hacia el espacio
cotidiano, hacia lo terrenal. Es aquí
donde suceden las cosas de la tierra, los pleitos, las reconciliaciones.
Hombres y mujeres se mezclan y conviven sin inhibirse, sin tener
“vergüenza”; se crean las nuevas parejas, se juegan “luchitas”. Es, finalmente,
el espacio de lo humano.
En
esta fase es cuando la mujer canta. Sentada donde el cuerpo ya no quiso
mantenerse de pie, balanceando su torso de frente y hacia atrás y la cabeza
hacia abajo, relata su vida en la sierra en forma de canto. Se va meciendo y
canta cuántas chivas tiene, habla de su trabajo en el maizal, de la relación
con su marido, de aquel incidente con los soldados, de sus padres que ya no
están con ella, habla finalmente de la vida en la tierra.
La
fiesta termina hasta que ya no hay tesgüino o antes, cuando el cuerpo cae
rendido. El día siguiente es el de la cruda, de calma, de la satisfacción de
que se cumplió; el muerto ya no molestará. Es el regreso a esa “normalidad”,
donde hay reglas estrictas, donde la gente no discute, no se pelea, donde se
trata de vivir en armonía.
La
muerte es una realidad que ha ocupado y seguirá (pre)ocupando al hombre. Desde
los más remotos tiempos el hombre teme a la muerte, la interpreta, la reta, la
sufre y la vive en sus semejantes, a veces de manera gloriosa y a veces de
manera dramática. En sí, la muerte está presente en cada momento y su
posibilidad inicia en el momento del nacimiento.
Esto
plantea, frente a la sed de trascendencia, la cuestión de la inmortalidad. Por
eso existen los panteones y los entierros. Precisamente desde el punto de vista
antropológico se considera a los
entierros y a los ritos relacionados con la muerte, como uno de los indicadores
de los avances en la cultura y civilización de un pueblo.
Mucho
de lo que sabemos de otras culturas, paradójicamente, es a través de su arte
funerario. Al final de cuentas lo que sabemos, por ejemplo, de los egipcios o
de los etruscos es por sus entierros, tumbas o monumentos mortuorios. De igual
forma, resulta interesante saber que existe una buena variedad de vocablos con
los que designamos a lo referido: panteones, tumbas, cementerios, necrópolis,
camposantos, entre otros.
En
cuanto a la historia de los panteones del noreste mexicano integrado por los
estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, lamentablemente no quedan
ejemplos de los viejos cementerios aledaños a los templos. En uno que otro
templo, en muy pocos, vemos lápidas que recuerdan que ahí descansan los restos
mortales de alguien muy
reconocido entre la comunidad.
Voltaire
sostenía que el respeto de un pueblo se refleja en la atención y en el cuidado
que los vivos tienen hacia la última morada de sus deudos. Desde la forma de
enterrarlos en pleno monte y poner encima de ellos un arbusto espinoso para
evitar que los animales se comieran los restos humanos o hasta los entierros
bien organizados en los alrededores de Galeana, Nuevo León, Cuatro Ciénegas,
Coahuila, y en el sur de Tamaulipas, nos dan cuenta de la preocupación de los
antiguos habitantes del noreste mexicano hacia sus difuntos, hasta los
entierros que se realizaron en los atrios y en los templos, los que se hacen en
panteones o incluso las cremaciones. Mucho tiene que ver que las estrategias de
defensa de los pueblos entre los siglos XVII y XIX, aparte de cuidar la vida de
los pobladores, tenía que ver con preservar y defender los restos de sus
deudos.
Cuando
se aplicaron las Leyes de Reforma entre
1857 y 1859, le quitaron el control de los panteones a la Iglesia y se los
pasaron a las administraciones municipales, y comenzaron a instalarse,
preferentemente en las goteras de los pueblos, lugares destinados para el
descanso eterno de los difuntos.
Hubo
preocupación porque los panteones guardaran cierto orden y decoro en su forma,
pero las poblaciones crecieron y
obligaron a que se cambiaran de sitio los panteones. De igual forma nuestros
municipios vieron cómo los templos y sus atrios dejaron de recibir los restos
mortales de sus deudos para trasladarlos a un lugar mejor ventilado, rodeado de
árboles y con las medidas higiénicas necesarias para la salud pública. Luego
viene una bonanza económica a partir del porfiriato (1884-1911) y los viejos túmulos
se convirtieron en mausoleos y monumentos mortuorios dignos para perpetuar la
memoria de aquellos que nos antecedieron.
Es
de considerar el hecho de que los monumentos mortuorios están relacionados con
la voluntad y la capacidad de perpetuar los testimonios de la sociedad, son
legados de la memoria colectiva de un pueblo, y su destrucción, al final de
cuentas, lo que hace es arrancar un
trozo de nuestra memoria. En este caso, los monumentos mortuorios son la
historia escrita en piedra o en algún otro material de los que ya se fueron, y
fueron erigidos con la intención de trasmitir el recuerdo de la muerte, un
aspecto de la vida cuya particularidad y singularidad le otorga un valor
trascendente.
Por
eso sugiero que se entienda que los cementerios concentran una gran variedad de
símbolos y de inscripciones, muchos de ellos relacionados con la religión y
otros con la laicidad, ya que el monumento funerario es la continuidad de la vida del difunto en
un espacio-tiempo distinto al de los vivos; la tumba es la continuación de
nuestros hogares, ya que es la nueva casa del finado. Muchos de los panteones
de zonas rurales del noreste mexicano cuentan con aire acondicionado y espacios
donde se puede a la vez orar y descansar un poco, porque antes se pensaba que
la tumba debía guardar los restos del difunto hasta la llegada de Jesús para la
resurrección de los muertos. Y por ello se decía que las propiedades en los
panteones se consideraban a perpetuidad. Entonces se le decora con retratos u
objetos que le pertenecieron en vida al difunto.
Pero
llegó el neoliberalismo que considera que la función de los tres niveles de
gobierno es gobernar y no administrar, y en consecuencia, por considerar que
los panteones guardan restos de personas que hace mucho ya nadie reclama, o
simplemente por hacer negocio, venden o enajenan propiedades sin considerar la
preocupación de los familiares para dotar de un espacio al deudo para que
reciba la resurrección de los muertos.
Han
desaparecido panteones en Monterrey. Entre ellos, uno que se dice que fue
levantado por el ejército norteamericano durante la invasión a la ciudad de
Monterrey en septiembre de 1846 y que al parecer estaba en el también desaparecido
bosque del Nogalar. El último y más reciente caso es el de las tumbas del
Panteón del Roble, que tuvo que ceder parte de su territorio para la ampliación
de la avenida Ruiz Cortines en Monterrey. Y sin darnos cuenta, también estoy
seguro de que en los panteones de los municipios y de las localidades más importantes desaparecen tumbas con
información histórica y cultural relevante.
UN POCO DE HISTORIA
La
usanza de los paleocristianos era la de guardar las reliquias de sus mártires,
ocultándolas en catacumbas o lugares a inmediaciones de los caminos. Luego se
generalizó la tradición de sepultar a
los cadáveres dentro de las ciudades y de los poblados. En cierta manera
siguieron la costumbre de los romanos de conservar a sus mártires para honrarlos,
como forma ritual de protección de la memoria y de la preservación de los
difuntos al paso del tiempo.
Poco
antes de la caída del Imperio Romano, se
promulgó una ley que en el año de 381 recalcaba la necesidad de colocar los
restos mortales en las afueras de las ciudades por razones sanitarias. Esta ley
alcanzó tanto a las colonias de oriente como de occidente.
Mientras,
en la Península Ibérica los primeros cristianos inhumaban los cuerpos de los
santos mártires a extramuros de las poblaciones. Cuando se terminó la
persecución cristiana, se edificaron basílicas en los lugares donde tenían
colocadas las reliquias de los muertos,
por lo que se volvió costumbre guardar los cadáveres en sitios cercanos a los
restos de los mártires.
En
el año 563, durante el Concilio de Braga, se prohibió tal práctica. Solamente
se permitieron las inhumaciones en los atrios, porque se decía que no era
peligroso fuera de los templos. Sin embargo, muchos prelados franceses
ignoraron las disposiciones y volvieron
a sepultar a sus deudos en las naves de la basílica y en las catedrales.
Incluso en los monasterios se enterraron los cuerpos de los monjes hasta en los
sótanos y pasillos de sus casas de oración.
Para
1093, en el Concilio de Tolosa se decretó la creación de dos tipos de
cementerios: uno para los obispos y señores feudales, y otro para los vecinos
en lugares especiales pero fuera de los templos. Gradualmente, empero, se
volvieron a inhumar los cadáveres en las catedrales y basílicas, porque había
buenas gratificaciones y limosnas que dejaban en testamento los difuntos o sus
familiares. Entonces se fraccionaron las
naves de acuerdo con tarifas especiales, mientras que los fieles de escasos
recursos sepultaban a sus muertos en los atrios de sus parroquias.
Durante
el Concilio de Trento se prefirió no tocar el tema por escabroso, pero se
dictaron órdenes para que se construyeran grandes mausoleos dentro de los
templos, con la finalidad de que se manifestaran las riquezas materiales de las
familias que ahí tenían los difuntos.
No
obstante, muchos fieles se opusieron a dichos preceptos argumentando que ni la
Iglesia ni la higiene pública iban de acuerdo con tales ejercicios, ya que al
bendecirse un templo no se hace mención de que debe utilizarse como cementerio,
pero que cuando se santifica un cementerio se hace referencia a su finalidad de
ser morada de los difuntos.
El
rey Carlos III expidió un decreto el 3 de abril de 1787 para España y sus
colonias, en la cual dictaminó que se construyeran panteones en las periferias
de las ciudades. Además se restringió el derecho de entierro en los templos. A
su vez, las Cortes de Cádiz, de igual forma se ocuparon de los entierros en los
templos, apoyando las medidas sanitarias ya descritas. Por ello los miembros de
dicho congreso decretaron el 19 de abril de 1819 que los obispados procuraran
construcciones de las necrópolis en las afueras de las villas o ciudades.
Estas
leyes relativas a los entierros rigieron a México en las postrimerías del
virreinato y la era republicana iniciada por Guadalupe Victoria, hasta el
derrocamiento del régimen centralista de Antonio López de Santa Anna. Pero con
el advenimiento de las leyes liberales de Melchor Ocampo, José María Iglesias,
Benito Juárez y Lerdo de Tejada, se propusieron reformas radicales que apoyaron
la participación del gobierno federal en materia civil, con el registro de
nacimientos, matrimonios y defunciones, además de la administración de los
cementerios y el patrimonio que debía poseer la Iglesia católica.
El
31 de julio de 1859, el gobierno de la República secularizó los cementerios,
quitándole su responsabilidad a los obispados y a sus parroquias, poniéndolos
bajo el cuidado de los ayuntamientos de cada municipalidad. Ellos tenían que
vigilar que se instalaran en sitios alejados de las cabeceras, circundados por
un muro de mampostería y con su puerta. Para su embellecimiento se tenían que
plantar arbustos que crecieran con facilidad en el terreno. También dispusieron
que toda inhumación debía contar con la autorización del juez civil, contando
con testigos y después de 24 horas de haber fallecido.
La
mayoría de nuestros panteones mantiene una arquitectura sobresaliente en cuanto
arte funerario. Casi no existen
vestigios de entierros entre 1860 y
1880. Pero la bonanza económica del porfiriato hizo que se construyeran mejores
tumbas, gavetas, monumentos y espacios dedicados para el descanso eterno de los
finados.
LA FIESTA DEL DÍA DE
MUERTOS EN EL NORESTE
En
nuestro calendario se fijan dos fechas
especiales para la conmemoración de los santos difuntos: una de ellas es la del
1 de noviembre, cuando se recuerda a los santos y a los mártires de la Iglesia;
la otra fecha es la del 2 de noviembre, día señalado para recordar a todos los
Fieles Difuntos.
En
la primera fiesta se acostumbra honrar a los infantes y a las señoritas porque
se les considera ángeles; la segunda festividad es para los adultos que ya
pasaron a mejor vida. La ceremonia por
los fieles difuntos es vivida por el pueblo mexicano en un ambiente donde
predomina la dualidad de la tristeza y de la alegría. En esos días aflora el
culto por la muerte que se observa ya sea mediante la visita a los cementerios, las intenciones
en las misas de los templos y en algunas fachadas se ven arreglos de flores
artificiales
—por
no haber naturales en esos climas— conocidos
como coronas.
Como
en todos los lugares de México, se limpian y arreglan las tumbas o monumentos
mortuorios de los cementerios. Muchas familias compran flores y coronas de
papel multicolor encerado. Luego las cuelgan en lugares visibles de muchos
mercados y restaurantes populares.
En
los rincones de los hogares se instalan
veladoras que recuerdan el número de deudos que cada familia tiene. Luego
visitan a sus “angelitos” el día primero y, al día siguiente, en la festividad
de los santos difuntos regresan a dejar sus ofrendas florales en las lápidas,
en los túmulos o al pie de las cruces.
Por
lo general se instalan en los panteones vendedores que anuncian mercancías
diversas, como cañas de azúcar, tacos, camotes y elotes. Abundan jovencitos que
ofrecen sus servicios para limpiar y
blanquear las tumbas.
En
el noreste profesamos una necrolatría. Tenemos una concepción muy familiar con
la muerte y la concretizamos en la elaboración de golosinas con figuras en
forma de calaveras. Utilizamos su imagen para hacer juguetes que danzan con tan
solo mover algunos hilos o comemos pan con figuras óseas espolvoreadas con
azúcar.
Guardamos
cierta timidez hacia la muerte. Pero cuando las circunstancias lo ameritan, nos
tornamos extrovertidos y valientes, hasta el grado de despreciar la vida y
buscarla. Si nos fijamos bien, la mayoría de los corridos hablan de tragedias y
de personas que intentaron burlar a la muerte.
Entonces
las cantinas se convierten en fieles
testigos de duelos constantes en donde se juega la vida o la muerte. En ellas,
para evitar el aburrimiento y entre trago y trago, se despuntan con formalidad
viejas rencillas. Se inventan bromas y situaciones chuscas del difunto y aún en
ciertos casos se leen poesías a las que también llamamos calaveras.
Al
mismo tiempo los templos parroquiales se llenan de solicitudes de misas para
continuar los rezos en beneficio del ser querido “que ya se nos adelantó en el
camino”. En algunas casas se vuelven a
escuchar rosarios y letanías a favor del descanso eterno del espíritu que ya
partió.
Mientras
tanto, los trabajadores municipales se dedican
a la limpieza de la morada de los muertos y se olvidan de las moradas de
los vivos. Blanquean con cal las bardas y las lápidas de las tumbas (se dice
que para que la cal se fije bien en la superficie, se deben de mezclar con
agua, pencas y baba de nopal); recogen las flores y las coronas que se habían
quedado desde el año pasado y las botellas de licor que los sepultureros habían
dejado esparcidas en los rincones del cementerio; y a veces instalan un
templete para que el cura diga la misa.
Todavía
a principios de la década de los setenta del siglo XX, no contábamos con
altares de muertos. Por la cercanía con Texas nos llenábamos de calabazas y disfraces satánicos. Entonces
para contrarrestar esa influencia del
día de Halloween, instituciones como la Sociedad Nuevo Leonesa de Historia,
Geografía y Estadística, el Archivo General del Estado de Nuevo León y el ya
desaparecido Museo de Monterrey comenzaron a difundir la costumbre de los
altares de muertos, que ya se cuentan por miles en todo el estado.
Los
últimos días de octubre y los tres primeros días de noviembre, los vivíamos
acudiendo a los panteones para visitar a nuestros parientes. Incluso hasta el
Día de Muertos era propicio para reencontrarnos con los familiares
distanciados. Era el día en que todo el pueblo se congregaba en un solo lugar.
En
Nuevo León la geografía siempre nos recuerda a la muerte e incide en nuestra
forma de ser; somos parcos y sinceros como ella. No se buscan lujos ni
convencionalismos, porque al fin y al cabo todos los hombres y mujeres nacen y
mueren igual.
Desde
hace buen tiempo se producen calaveras, que son versos graciosos con alarde de
ingenio. Las usamos como medio de desahogo de penas o alegrías pero a favor de
los vivos. A veces son irónicas, otras nos aconsejan y advierten. Generalmente
son chismes y pasatiempos propios del sentir popular. Los personajes más aptos
para este sencillo juego son los políticos, los funcionarios públicos, los
actores de la farándula y demás personalidades relevantes de la comunidad o de
la región.
LOS ENTIERROS
PREHISPÁNICOS
El
noreste mexicano fue ocupado casi en su totalidad por grupos nómadas que
subsistieron de la cacería, la pesca y la recolección. En ellos encontramos
como característica la franca intención de ocultar los sitios en donde eran
depositados los restos de los difuntos. Entre más ocultos estuvieran los restos
de sus difuntos, mejor, pues pensaban que las tribus vecinas podían hacer mal
uso de los mismos. Por eso casi no encontramos evidencias de monumentos
funerarios, ya que acostumbraban abandonar a los muertos en cuevas, cañadas, o
en el desierto, enterrarlos en lugares casi inaccesibles o de plano consumir
sus restos.
Los
antiguos habitantes del noreste mexicano acostumbraban comerse los cuerpos de sus deudos o de sus enemigos. Sin embargo,
algunos difuntos se salvaban de tal costumbre y eran enterrados en el desierto
en posición de cuclillas. Es muy común encontrar restos humanos en las
cercanías de las montañas que tienen siluetas muy significativas para los
antiguos y actuales pobladores de la región. Para protegerlos de las fieras y
de las aves de rapiña, sembraban nopales o arbustos espinosos sobre las tumbas
o hacían un cercadillo con ramas gruesas. Preferentemente los envolvían en
alguna bolsa de cuero o una manta simulando la posición fetal.
Otros
eran quemados y sus cenizas depositadas en la tierra. Las familias y los
conocidos del finado se arrancaban con
fuerza los cabellos y sentados sobre sus pantorrillas se dejaban caer
violentamente contra el suelo. Acompañaban el cortejo fúnebre con plañideras,
quienes gritaban en coro la desventura de la partida del ser querido.
Más
al norte, en la región de los indios texas, algunas tribus nómadas hacían
anualmente un viaje cargados con los huesos de sus muertos, y después de
ponerlos en sus lugares de origen volvían a asentarse en el sitio que habían
elegido para su morada. En cambio, los moradores del centro de lo que
actualmente es Coahuila, acostumbraban que cuando alguien se encontraba presente en el momento en que
una persona fallecía, debía también morir por darse cuenta del suceso.
Si
la persona estaba muy delicada de salud, era llevada al lugar destinado para su
tumba hasta que sobreviniera la muerte. Los deudos acudían al sepulcro con
tizne en los rostros y cantaban las virtudes que identificaban al difunto.
Cuando
la madre moría de resultas (al dar a luz), la comadrona y una comitiva de
allegadas pronunciaban gritos y lamentos para que el resto de los integrantes
se dieran cuenta del deceso. Si nacían cuates, elegían al más fuerte de los dos
y mataban al otro. O bien, cuando presentaba problemas físicos o de nacimiento,
sacrificaban al recién nacido.
También
hacían bailes en donde presentaban la cabeza de un venado muerto y un anciano
echaba al fuego pedazos de los huesos y de las astas. Tenían la creencia que
las llamas comunicaban las
cualidades que había tenido en vida el
finado. Mientras, los finados ingerían los polvos de los huesos para adquirir
la rapidez y la fuerza de los venados.
Si
una persona soñaba con alguna calamidad o problema, inmediatamente se desquitaba
con algún menor cercano. De igual forma era muy común la creencia de que
hechiceros podían provocar la muerte de alguien, con sólo hacerle mal de ojo.
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