LO NEGRO DEL NEGRO DURAZO - JOSE GONZALEZ G. parte4
¡Levántate, Negro!
Por
otra parte, cuando al entonces Procurador de Justicia del DF, Agustín Alanís
Fuentes, le dio por convertirse en coordinador de todos los Procuradores del
país, al Negro también le dio por conseguir ante López Portillo el nombramiento
de coordinador general de todas las Policías del país; de ese modo, en los viajes
que Alanís Fuentes hacía con frecuencia a los diferentes Estados de la
República, se veía obligado a hacerse acompañar por Durazo. Cuando ocurría
esto, el Negro inmediatamente hacía notar su presencia, con detalles como éste:
en el hotel donde nos hospedábamos, según el programa, debía concentrarse el
contingente de Procuradores de la 2ona, además de los invitados, para que el
traslado a los lugares donde se llevarían a cabo los diversos eventos
(desayunos, conferencias, concordatos, etcétera), se efectuara en los camiones
preparados para tal fin. Y las citas, normalmente, eran a las ocho de la mañana
en el lobby del hotel. Pero, como a eso de las siete de la mañana, el jefe de
ayudantes de Alanís Fuentes me buscaba y me decía: —Oye mano, ¿ya se estará
arreglando el general? Porque el señor Procurador ya está casi listo. Entonces
yo entraba a la habitación de Durazo y Je comunicaba lo que me habían preguntado.
—Manda
a chingar a su madre a ese pinche borracho. Si tiene mucha pinché prisa que se
largue solo el cabrón. Tráeme café, ponle coñac y a ver si consigues periódicos
de este pinche rancho. Esas dos cosas, periódico y coñac, las tenía yo
preparadas desde que salíamos del Distrito Federal; y sobre todo, el coñac, ya
que so pena de ser seriamente amonestado, antes que acomodar las maletas de su
ropa, tenía yo que subir otra “maleta” o “cantina ambulante”, que contenía
invariablemente vodka, whisky y coñac. Todo importado, lógicamente. Y por
supuesto, nunca faltaba en su maleta de efectos personajes, una buena datación
de cocaína, qué Sahagún Baca previamente le había suministrado a su “patrón”.
Así pues, yo salía y trataba de justificarlo:—Ya se está preparando “el general”,
ya no tarda. Pero esto nunca ocurría; y así, fallando diez minutos para la
iniciación de los actos, ol propio Alanís Fuentes me insistía: —Güero, ¿no me
hace el favor de avisar a mi general que ya estoy listo? Pero el Negro, “desparramado”
en la cama, seguía en su rutina:—Ya te dije que le digas a ese pinche borracho
de cagada, que se vaya a su acto y que yo ahí lo alcanzo. Y yo le decía al Procurador:—Señor,
mi “general” todavía no se acaba de arreglar, que por favor se adelante y que
ahí lo alcanza. Pero Alanís Fuentes, con cara de sufrimiento, ahí, en pleno
pasillo del hotel, me decía todo compungido: —Dígale que de ninguna manera, que
aquí lo espero hasta que él salga. Yo volvía con el Negro, y lo encontraba en
las mismas, estirándose de placer.—Bueno, pues allá él —decía; e iniciaba su “aseo
personal”, terminando normalmente una hora después, mientras en el pasillo
esperaba el procurador, y abajo, la comitiva en pleno. Al fin, el Negro salía.
¿Y qué creen que le decía? “Apúrese, porque ya se nos hizo tarde. Cuando
empezaba la jornada, nos encontrábamos, lógicamente, con que el desayuno estaba
frío o recalentado. Para entonces, ya Durazo me tenía bien aleccionado, pues
como desde muy temprano comenzaba a beber, me decía:—Oye pinche flaco, cuando
lleguemos a desayunar, no importa donde estemos, si te digo: “Da me café con
azúcar, quiere decir que me lo des con coñac”. Pero como era polifacético para
la tomada, lo mismo me podía decir: “Mi jugo de toronja o de naranja, me lo das
con azúcar”. Y eso significaba que debía ponerle vodka. Después de la primera
junta de procuradores, normalmente llegaba la hora de la comida, y entonces el
Negro me ordenaba:—Mira pinche flaco, mándate alguien para que en el
restaurante donde vayamos haya el suficiente alcohol, porque estoy que me lleva
la chingada por echarme un trago y éstos no hablan más que puras pendejadas. Todo
se cumplía al pie de la letra. Y después de la comida no había otra junta sino
hasta la hora de la cena, sólo para reiniciar la parranda. Así eran los actos
oficiales a que asistía el Negro. Durazo también hizo gala de prepotencia ante
el propio Alanís; cuando éste por decreto Presidencial logró que se quitaran
las rejas para los detenidos en las agencias del Ministerio Público y los
separos en la Procuraduría, Durazo reaccionó inmediatamente ordenándole a
Sahagún:—Mira Pancho, el pinche briago del procurador, creo que ahora ya tiene delirium
tremens. Ya convenció a López Portillo de que quiten las rejas en las
delegaciones. Tú, por lo pronto, refuerza bien las rejas que tenemos en los
separos. Voy a invitar a ese pendejo para que vea que yo no me ajusto a sus tarugadas.
Y lo invitaba de veras. Y lo que es peor, Alanís asistía. Otro detalle
ilustrativo ocurrió cuando también el procurador logró con López Portillo que
desaparecieran las famosas “charolas” con placa; el Negro reacciono incluso haciendo
declaraciones a la prensa: —Un policía sin “charola” no es policía. Y posteriormente
le ordeno a Sahagún Baca: —Mira pinche Pancho, las próximas credenciales las
mandas hacer más grandes y con la placa al doble del tamaño que tienen
actualmente, porque este pendejo ya está viendo elefantes de colores volando de
flor en flor. Como es fácil adivinar, ni desaparecieron las rejas ni las
charolas, y de ello se jactaba incluso en presencia del propio López Portillo,
quien lo festejaba como si se tratara de una gracia.
Las Cuentas Claras,..
En
relación al botín que el “general”. Durazo repartió entre su familia, merece
comentario aparte la concesión de los “corralones”. El beneficiario fue el “coronel”
Lerma Durazo, esposo de su hermana Teresa Durazo de Lerma (los apellidos coinciden
porque eran primos). Pero, una vez obtenido ese “obsequio” jamás se preocupó
por “despachar” en las oficinas de los “corralones”. ¿Entonces dónde “despachaba”
el “coronel” Lerma Durazo? Lo hacía en su domicilio particular y siempre a
través del “mayor” Silva Tonchi, su representante, quien desde ese momento se
comprometió a entregarle 200 000. Pesos semanales. Además, por órdenes expresas
de Durazo, Silva Tonchi también se comprometió —y cumplió— a entregar un promedio
de 160000 pesos diarios por cada uno de los siete “corralones”, cantidad que su
ayudante Joaquín Zen dejas recababa entre los responsables de cada uno de esas
sitios donde se concentraban todos los vehículos detenidos en el DF. Para que
el ingreso de vehículos a los “corralones” fluyera debidamente y en gran
cantidad, se recurrió al coronel Fulvio Jiménez Turengano, comandante de la
Brigada Vial; éste tenía a su cargo casi la totalidad de las grúas, todos los
motociclistas y casi la mitad de las patrullas con que contaba la DGPT. A
quienes estaban bajo sus órdenes, Jiménez Turengano los obligaba a conducir a
los “corralones” un mínimo de mil 200 vehículos. Esta exigencia la había establecido
el propio Durazo, y el coronel era muy cumplido en sus funciones. Tanto así,
que como premio Silva Tonchi le daba, por disposición del Negro, 100 pesos por
cada uno de los vehículos que su personal metiera a los “corralones”; y como la
tarifa era de mil 200 vehículos, su gratificación no balaba de 120 000 pesos
diarios. Fulvio sólo se embolsaba el 50 por ciento de esa cantidad, porque
debía entregarle el 50 por ciento restante a Panchito Ramírez, el chofer de
López Portillo; de este modo tenía garantizada la conservación de su “envidiable”
posición, de que Ramírez tenía una gran influencia sobre Durazo. Sobre este
manejo de los “corralones” es oportuno llamar la atención del actual Procurador
de la República, Sergio García Ramírez y del contralor General de la
federación, Francisco Rojas. Sí al Negro Durazo le entregaban 150 000 pesos
diarios por cada uno de los “corralones” existentes en ese tiempo, lo que da un
total de un millón cincuenta mil pesos diarios, ¿acaso no será posible
averiguar qué cantidad exacta ingresaba a la Tesorería del DF por concepto de
pago de infracciones a vehículos detenidos? Siguiendo con este planteamiento
propuesto a quienes actualmente combaten la corrupción, cabe preguntarse: ¿acaso
no hay manera de averiguar por qué en la Dirección de Informática (control de
computación) de la DGPT, donde se supone que debe encontrarse archivada toda la
información relativa a vehículos dados de alta en el Distrito Federal,
licencias de manejo concedidas, etcétera, las computadoras están prácticamente
fuera de servicio? Hasta donde yo sé, estas computadoras tienen más de un año
de retraso en la información sobre vehículos y licencias, ya que a la compañía
que le corresponde el mantenimiento de ese equipo, el Negro Durazo le quedó a
deber 28 millones de pesos, y al parecer la actual administración no tiene fondos
para cubrir esa cantidad. Otro pequeño detalle, que podrían investigar los
funcionarios responsables de detectar corruptelas pasadas y presentes, es el
famoso canje de placas. No creo que ningún ciudadano propietario de un vehículo
se haya salvado de la extorsión al tratar de cumplir con este trámite, A
continuación, me permito explicar el procedimiento: Platicando con un ex
compañero de la policía, el licenciado Germán López Vié, a quien el Negro
nombró jefe de la “productiva” Oficina de Antecedentes Penales, supe que dado
su “alto rendimiento”, Durazo lo había nombrado simultáneamente jefe del Canje
de Placas para el bienio 82-83. Según sus propias palabras, esto fu lo que
ocurrió: “Mira mi Pepe, con este canje me hice de 300 millones de pesos. Ya los
tengo en Hawái, donde hice mis inversiones, y no tarde en irme a vivir allá con
mi mamá, (pues soy soltero). Eso me lo gané porque Durazo dijo: “El que quiera
el canje de placas, a mí me va a entregar 1000 pesos porcada vehículo que haga
ese trámite, independientemente de los pagos a la Tesorería. Para tal efecto,
ustedes podrán presionar a los causantes con los argumentos que se les pegue su
chingada gana inventar: les falta el sello, no coincide su domicilio, no trae
los documentos originales, la placa que está entregando tiene un agujerito de
más, su placa trae un rayón; lo que sea”. Con base en eso, acepté ser el jefe
del canje, durante el cual se tramitan más de un millón 600 mil vehículos; esto
hace un total muy conservador del 600 millones de pesos para Durazo,
independientemente de lo que se haya ganado el personal encargado del canje; y
que a su vez tuvo que comprar el puesto en cantidades que fluctuaban, según el
cargo, entre 50 y 100000 pesos por cada uno. Como dato complementario
señalaremos que una de las presiones de que se valieron para extorsionar con el
canje tenía su base en el Reglamento de Tránsito, pues según éste la placa
extraviada o destruida tiene que ser pagada. Durazo, por supuesto, estableció
arbitrariamente la cantidad: 2500 pesos. Bajo esas condiciones, el personal
comisionado se excedió en el afán de cubrir las cuotas y abundaron los casos en
que al entregarse las placas vencidas, se exigía el pago de 2500 pesos porque
llevaban un agujero de más (para los tornillos) o porque las perforaciones
originales no coincidían con el porta placas del vehículo, o porque estaban
golpeadas, o porque mostraban raspones o abolladuras sin que todo esto, claro
está, afectara su identificación. Pero qué magníficos pretextos para obtener
los 2500 pesos exigidos por los jefes. De este dinero, vuelvo a preguntar:
¿cuánto ingresó a la Tesorería del Distrito Federal? Existieron muchas quejas
al respecto, pero ninguna trascendió, porque todo lo que ocurría en el canje de
placas era consigna del Negro Durazo, el hombre más prepotente del sexenio pasado,
con la consabida complacencia del señor López Portillo.
VII
Mientras sus Esbirros
Tranzan, el Negro se Divierte
Como
ya estaba organizada y en funciones su equipo de “sinvergüenzas con placa”, de “asaltantes
oficializados”, el Negro se divertía. Una de sus “distracciones” preferidas
consistía en introducir a su privado a gran número de mujeres de dudosa
calidad; y todo para hacer gala de su virilidad. Sin embargo, yo era quien
tenía que sufrir las consecuencias cuando el Negro se divertía de esta manera.
Como la señora Durazo podía llegar en cualquier momento al despacho de su marido,
y no admitía que a su paso hubiera alguna puerta cerrada, tenía uno que estar
muy pendiente para abrir todas las que se encontraban desde el elevador privado
del Negro hasta la cocina, donde se le hacía de comer. Así pues, y en virtud de
que tres o cuatro veces al día entraban al privado del Negro las mujeres de bala
categoría que tanto le gustaban, yo tenía que cerrar la puerta del pasillo y
quedarme exactamente frente a la puerta de su privado, vigilando por la ventana
la posible llegada de su esposa; pero para tener mayor seguridad, ordené la
instalación de un timbre en La caseta de vigilancia del sótano, con el fin de
que los policías de guardia lo tocaran en cuanto vieran entrar a la señora.
timbre sonaba en el interior del privado del Negro y, para no despertar
sospechas cuando ahí se encontraban otro tipo de personas, el sonido se
transformaba en una especie de “canto de pajaritos”, pasando inadvertida a los
visitantes, aunque no para el Negro; él siempre sabía que se trataba de una
señal de emergencia. Para redondear la seguridad en este aspecto, se instaló
una puerta secreta en el privado, que bien podría compararse con la de una cala
de caudales; dicha puerta daba a la peluquería privada de Dura20. Había también
otra puerta que desembocaba a la cocina y, de ahí, a la escalera de servicio
del edificio. No se imaginan cuántas veces me tocó sufrir con el famoso sonido
de los pajaritos, a cuyo influjo, según las ordenes del Negro, tenía que entrar
a su privado, tomar a la dama en turno, normalmente sin ropa, sacarla por el
pasadizo referido junto con sus prendas personajes y esperar a que se vistiera
en la peluquería, para luego ponerla en la escalera de escape; pero, antes de todo,
mandaba a alguno de mis ayudantes para que le franqueara todas las puertas a la
señora Durazo. En realidad, la esposa del Negro lo presionaba constantemente, tratando
de encontrarlo en una situación embarazosa con alguna damisela, y así tener
pretexto para irse de inmediato (a Zihuatanejo o a Canadá) y hacer su vida
aparte junto con su amiga Candy, esposa del “coronel” Arturo Marbán. Por
fortuna, dentro de esta farsa, nunca tuve el infortunio de que la señora Durazo
sorprendiera a su marido con “malas compañías”, aunque el directamente afectado
fui yo, porque debía hacer circo, maroma y teatro para salvar al Negro de tan
críticas situaciones. De todos modos, no me explico por qué Durazo adaptaba
esas actitudes al grado de introducir diariamente a tres o cuatro mujeres a su
despacho, pues según me llegaron a comentar, difícilmente les cumplía. Incluso
una de sus amantes a quien le puso casa, lidia Murrieta, me llegó a decir:—Pinche
pendejo impotente. Yo no sé pata qué quiere tanta vieja, si ya como hombre no funciona.
Era tal su complejo por afirmar su machismo que me obligó a instalarle un
circuito cerrado de televisión; las cámaras daban a la sala de espera de su
secretaria particular y de su ayudantía, y tenía dos pantallas receptoras con
controles instalados en su escritorio. El equipo estaba tan oculto que quienes
se encontraban en audiencia con él no se imaginaban siquiera que el Negro
estaba “monitoreando” los despachos vecinos en busca de mujeres. Si el Negro
notaba, por cualquiera de las pantallas, la presencia de alguna mujer más o
menos atractiva para sus gustos, me llamaba de inmediato y discretamente, en
una tarjeta para que no se dieran cuenta sus interlocutores, me indicaba: “En
la audiencia de la ayudantía hay una dama, pásala a mi privado, atiéndela y en
seguida voy para allá”; yo debía cumplir estas órdenes al pie de la letra. Era
difícil que alguna de las “damas” se negara a pasar a su privado, ya que todas
sabían que la que entrara con el Negro iba a salir con una buena cantidad de
dinero en efectivo o su televisión a colores y de control remoto, su equipo
modular americano, etcétera. Y a la que llegaba a “despuntar” hasta coche le
mandaba comprar con Pancho Sahagún Baca, de la marca y del color que ella quisiera.
Cabe mencionar que, adjunto al privado de Durazo, había una bodega repleta con todo
tipo de aparatos americanos, cuya existencia era surtida diariamente por
Sahagún Baca de los artículos de contrabando que decomisaba todo el tiempo en
Tépito. Allí en la bodega, que tenía aproximadamente 15 metros cuadrados,
aparte de una gran variedad de aparatos electrónicos había toda clase de vinos
importados con que se surtía el bar privado de Durazo. Había otro tipo de
mujeres que entraba para abogar por sus propios maridos, pertenecientes a la
corporación; los motivos eran de lo más variado: para que los ascendiera, para
obtener un mejor horario, para que les quitaran castigos, etcétera; otras iban
porque conocían a Durazo desde sus años mozos; otras más iban a verlo porque
supuestamente eran sus sobrinas o parientes en segundo y tercer grado y le
solicitaban puestos para sus hijos o esposos. Pero entre todas, destacaban las
que le llevaba una tal señora Manuela Lorenzo de Fernández, directora de tos
Bastoneras de Veracruz, quien por obvias razones contaba con un espléndido
elenco de mu chachitas de 16 a 20 años, todas en plenitud de belleza; a esta
señora Lorenzo de Fernández, el Negro la premiaba constantemente con contratos
para venir al Distrito Federal junto con su grupo y cubrir los actos del
Colegio de Policía, los desfiles del 20 de noviembre y demás. A ella y a su personal
les pagaba el hospedaje, generalmente en el Hotel de México, lo mismo que un
vestuario nuevo en cada visita. Además, Doña Manuela y su compañía le cobraba a
Durazo un mínimo de 500 000 pesos por presentación.Quien necesite bastoneras
con las características ya anotadas, puede solicitarlas a los siguientes
teléfonos: 514-54-64 y 514-83-87.Podemos
añadir que de esas guapas chicas, Doña Manuela no respetaba ni a su propia
hija, Alba Lorenzo, quien además de ser la capitana del grupo y de tener la
medida del Negro, se había convertido en su mejor “conseguidora”, tanto así que
Durazo usó su influencia para que se presentara en “Siempre en domingo”, “Hoy
mismo” y otros programas.
El Negro Repartía
Impunidad
Otra
de las “gracias” del Negro consistía en obsequiar credenciales de la policía y
pistolas a cuanto amigo le iba a visitar. Entre los afortunados se puede
contar, de hecho, a todos los artistas de nuestra farándula: Flavio, Pepe Jara,
Chucho Salinas, Héctor lechuga, el “Loco” Valdés, “Chabelo”, Luis Demetrio,
Carlos Lico, Nelson Ned y su hermano, Enrique Guzmán, Manolo Muñoz, Antonio
Aguilar y muchos más. Pero sus mayores “atenciones las reservaba para los jefes
de policía y miembros de la comitiva, provenientes de diferentes partes del mundo,
a los que invitaba para sentir a su alrededor una aureola de hombre importante;
pero la verdad es que venían al país acicateados por el hecho de que en las
invitaciones que se les mandaban, se les garantizaba que tanto los pasajes de
avión como la estancia y todos los gastos adicionales serían pagados por la
DGPT. Y para que su estancia fuera inmejorable se contaba con los mejores
hoteles de la ciudad: el María Isabel Sheraton, el Camino Real, el Presidente
Chapultepec, el Fiesta Palace y otros. Así vinieron policías de Francia, los
Ángeles, Houston, Canadá, Inglaterra, Alemania Federal, y en todos los casos,
Durazo cometió el contrasentido de darles credenciales mexicanas a policías extranjeros.
Por cierto que al haberlos obsequiado a Nelson Ned y a su hermano sendas pistolas
de alto calibre y credenciales, les provocó un grave problema en el aeropuerto
de Brasil, por lo que se vio obligado a elaborar un oficio justificando su
extraña actitud ante las autoridades brasileñas. No obstante ello, las armas les fueron incautadas, ya que su
influencia en aquel país era nula. Para las autoridades brasileñas resultaban
más importantes sus leyes que las poses del señor feudal de la policía mexicana.
Otro ejemplo de la impunidad que el Negro repartió en forma irresponsable, regalando
armas y charolas a diestra y siniestra, es el caso del conocido baladista
Enrique Guzmán, quien siendo normalmente persona pacífica, al sentirse armado y
protegido por Durazo agredió con lujo de violencia al encargado de unos
departamentos amueblados. Hecho por el que fue consignado penalmente. Este y
muchos otros delitos que pusieron en jaque a la ciudadanía se deben cargar
también a la cuenta del Negro Durazo. Es importante mencionar, para
conocimiento de mi general Juan Arévalo Gardoqui (actual secretario de la
Defensa Nacional, del que siempre guardaré gratos recuerdos por su gran calidad
de hombre y amigo), que todas las armas que requisó en el sexenio anterior, con
intervención del capitán Juan Germán Anaya (actual director general de Policía
y Tránsito del Estado de México, y entonces colaborador del Negro), fueron
usadas en beneficio exclusivo de Durazo y de él mismo; ¿de este modo violaron
los preceptos constitucionales que señalan que en este tipo de requisas debe
intervenir, invariablemente, la Secretaría de la Defensa Nacional. En un
artículo publicado en La Prensa del cinco de noviembre de 1980, Julián Fajardo
López coméntalo siguiente:“Defiende a mafiosos un jefe policiaco; el licenciado
Eduardo Ferrer Mc Gregor fue presentado ante las autoridades federales por
intento de soborno a un juez de distrito, exigiendo la libertad de peligroso
narcotraficante, mediante la cantidad de 500 000 pesos. Mc Gregor fue aprehendido
por un grupo de la Policía Judicial Federal, al mando del comandante Florentino
Ventura.“El magistrado del tribunal unitario del Noveno Circuito, con residencia
en Mazatlán, Sinaloa, licenciado Darío Maldonado Zambrano, lo acusa por tratar
de sobornarlo, para lograr la libertad del traficante de heroína de apellide Echagoyan,
consignado según acta número... (Ilegible)”.Dos días después, en el mismo
diario, Fajardo López escribe:“Investigan a altos funcionarios, encubridores de
narcotráfico; el jefe de la Oficina Jurídica de la DGPT, Eduardo Ferrer Mc
Gregor, acusó ante el Ministerio a altos funcionarios de esa dependencia policiaca”.
Antes de entrar en materia, debo recordar que al licenciado Ferrer Mc Gregor se
le llegó a conocer en el país como “el incorruptible”, dada su probada
honestidad en el desempeño de sus funciones como administrador de justicia. Yo,
en lo personal, tengo el honor de conocerlo desde hace muchos años y en mi modesta
opinión es un hombre íntegro, que además ha llevado una vida con su familia sin
lujos superfluos ni presiones económicas. Su única desgracia fue el haberse
hecho amigo del Negro Durazo desde hace mucho tiempo, motivo por el cual llegó
a la jefatura de la Oficina Jurídica de la DGPT. Un día Durazo se enteró que Echagoyan,
uno de sus amigos de la “maña”, iba a ser sentenciado en Sinaloa por delitos
contra la salud, y le ordeno a Mc Gregor que interviniera en el asunto,
entregándole 500 000 pesos para que sobornara a ese “pinche juececito
provinciano” que. era Darío Maldonado; Mc Gregor se negó rotundamente a acatar
dicha orden, pero por las presiones acostumbradas del Negro, no tuvo más
remedio que cumplirla; además Sahagún Baca ya le tenía prepa rada una escolta
de tres agentes de confianza de la DIPD para que lo trasladaran a Mazatlán. Lo
que siguió después, todo el mundo lo conoce: Durazo quedó “limpio de culpa”,
amparado en la hombría y la imagen respetada de Mc Gregor, ya que éste bajo
ningún tipo de presión aceptó haber cumplido tan deshonestas ordenes; hago
constar lo anterior para satisfacción del propio don Eduardo y de su
distinguida familia. Y para que comprueben que todavía hay personas, como un servidor,
que reconocen sus altas prendas morales. Así como Durazo arruinó a la familia Mc
Gregor, entre otras, también desgració las vidas de dos humildes y honestos trabajadores:
León Sandoval Tableros y Javier Pérez Mancera, nombres que tal vez no
representen nada, pero que designan a das víctimas inocentes de Durazo. El ocho
de julio de 1980, la Prensa informaba por medio de su reportero Augusto Cabrera
M.:
“El
vigilante que estuvo de guardia la noche del seis de octubre de 1978 en la residencia
de los Flores Muñoz, desapareció desde hace ocho días cuan de varios sujetos desconocidos
a borde de dos vehículos grandes sin placas, lo sacaron de su casa y lo
llevaron con rumbo desconocido.“La señora Virginia Yáñez de Pérez, esposa del
secuestrado Javier Pérez Mancera, policía bancario comisionado en la casa de don
Gilberto Flores Muñoz el día de su asesinato, levantó el acta número 26/240/80
por el delito de secuestro”. En el mismo diario, y en primera plana, se leía:“Sucia
maniobra a favor del nieto; desaparecen al velador, testigo de cargo, que
estuvo de guardia la noche del crimen, a casa su afligida esposa”. Igualmente,
el reportero Tomás Aranda L. informaba el 11 de julio de 1980 en FM Prensa:“Dejan
al nieto sin acosadores. Cinco sujetos Armados
secuestraron el día primero del actual al segundo testigo de cargo del
homicidio de la familia Flores Muñoz Izquierdo”. Y esto decía La Prensa, el 19
de julio de 1980:“Dan millones por liberar al nieto. No pudieron sobornar a los
testigos de cargo y entonces los torturaron para que aceptaran que ellos
asesinaron a Gilberto Flores Muñoz. “Aparecen los testigos y dicen que el nieto
es el asesino. “Narran sus ocho días de tortura y presiones para que se
declarasen culpables; fueron abandonados en la sierra de Puebla”. Entrevistados
por los representantes de todos los periódicos los aludidos informaban que
todas sus torturas para declararse culpables fueron dirigidas por un “abogado”.
Lo anterior, lamentablemente no causó impacto en los habitantes de nuestra gran
ciudad, cuya mayoría lucha desde el amanecer para conseguir el sustento de los
suyos; pero esos jefes de familia agredidos, humillados y amenazados, que
además perdieron sus honorables fuentes de trabajo, deben haber sufrido (a gran
impotencia del que nada puede hacer contra un “sistema” que sólo le da la razón
al que está dentro de él. Con la honradez con que he tratado de informar a lo
largo de estas páginas, acerca de las injusticias y prepotencias de nuestras autoridades,
haré historia de mi participación en estos hechos, tratando de aclarar la
realidad de los mismos. Era la noche del cinco de julio de 1980, cuando fui
llamado a la oficina del “coronel” Sahagún Baca; lo encontré acompañado del licenciado
Adelfo Aguilar y Quevedo, connotado penalista y, para desgracia del pueblo
mexicano y vergüenza de la profesión, presidente de la Barra de Abogados según
me lo presentó Sahagún Baca:“Mire don Pepe, el señor licenciado, como usted
sabrá, es amigo personal del señor Presidente de la República y de mi general
Durazo, por lo cual tenemos que servirlo ampliamente.—Pues mi “coronel”, usted
nada más ordene.—Mire don Pepe, tenemos dos detenidos a los cuales el señor licenciado
Aguilar y Quevedo considera responsables de la muerte de don Gilberto Flores
Muñoz y su señora esposa; ya los “interrogó” el mayor Carlos Bosque Zarazúa y
no logró sacarles nada. En su lugar mandé a mi jefe de ayudantes, Eugenio
Barraza Islas, que es muy cabrón y sabe dar la “fórmula” (tortura) a toda ley,
pero tampoco logró nada positivo; entonces mi general Durazo ordeno que usted
se hiciera cargo del asunto porque para “calentar” nadie le gana.En ese momento
el licenciado Aguilar y Quevedo trató de indicarme cómo podría yo obtener las
respuestas que a él le interesaban; pero fue tal mi enojo, que le dije: —Mire licenciado,
usted ya los interrogó en compañía del mayor Bosque y del capitán Barraza, cosa
que en mi opinión no debe hacerse porque en estos casos el policía interroga
para encontrar a los verdaderos responsables y nunca en presencia de un acosador
o de alguien que trata de desvirtuar los hechos. En este aspecto, y para su
conocimiento, yo estuve presente en el momento en que fue detenido Gilberto
Flores Álavez, y este, en presencia de varios compañeros, aceptó haber matado a
sus abuelos, indicando además el lugar donde había escondido los machetes que
ocupó para cometer los homicidios (se encontraron atrás del refrigerador).
También confesó que esos instrumentos las había comprado en compañía de su
amigo Anarcos Peralta Torres, tipo de costumbres raras igual que Gilberto, al
que le dijo que los usaría en la construcción de una cabaña, arriba de un árbol.
También le recordé al licenciado Aguilar y Quevedo, que al ser detenido,
Gilberto impidió con sus influencias que se siguiera interrogando a todos los
implicados, incluyendo a narcos, solicitando a Durazo que de inmediato se le
pusiera a disposición de la Procuraduría de Distrito Federal.(Aguilar y Quevedo
pensaba que lograría la libertad de Gilberto en la Procuraduría, pero no contó
con que, tras brillante investigación, el director de la Policía Judicial del
DF, capitán Jesús Miyazahua .Álvaro acumularía tal cantidad de pruebas en
contra de su defenso que fueron suficiente para su consignación ante un juez
penal).No obstante mi alégalo, Sahagún Baca me dijo muy molesto:—Le suplico don
Pepe que cumpla usted con las ordenes de mi patrón, el general Durazo, y no
discuta tonterías con el señor licenciado Aguilar y Quevedo. Entonces me
trasladé con mi personal a una granja deshabitada, ubicada en avenida Morolas
No. 15, en el perímetro de la Delegación de Cuajimalpa donde el capitán Eugenio
Barraza me entregó a los detenidos y se retiró del lugar, no sin antes decirme:—Estos
pobres cabrones no son responsables de nada; les dimos una soberana chinga nada
más “de barbas”, pero en fin, a ver si usted les saca algo. Pasé al cuarto donde
tenían a los detenidos, y los hallé esposados, con los ojos vendados; estaban
tirados sobre unos trapos sucios en el suelo y su Estado era deplorable: por debajo
de las vendas de los ojos, les escurría pus, porque desde que los detuvieron, y
a pesar de haberlos sumergido en una pileta de agua sucia para que confesaran,
no les habían cambiado las vendas en cinco días. Convencido desde el principio
de que estos inocentes trabajadores no tenían nada que ver con el homicidio de don
Gilberto Flores Muñoz y su esposa, ordené a mis hombres que fueran a comprar
medicamentos, vendas y comida buena y abundante, ya que presentaban señales
inequívocas de inanición. Una vez curados y alimentados (las curaciones, por
razones obvias, se las hicimos deslumbrándolos con una lámpara eléctrica, para
que al quitarles las vendas de los ojos no nos reconocieran), esperé al día
siguiente para entrevistarme con Sahagún Baca y explicarle que los “detenidos”
no eran responsables del asunto. Lleno de furia, me gritó:—Mire don Pepe, a mí
me importa una pura chingada si son o no son responsables, lo que quiero es que
me traiga ¡ya! una confesión firmada por esos cabrones. De regreso a la granja,
seguí atendiendo a los “detenidos” junto con mí personal. Al otro día le llamé
a Sahagún Baca para decirle que lo quería ver, junto con el licenciado Aguilar
y Quevedo; aceptó, pensando quizá en que ya le tenía las confesiones. En el
despacho de Sahagún Baca encontré al licenciado Aguijar y Quevedo apoltronado
en un lujoso, cómodo y mullido sillón; tenía en la diestra una gran copa
generosamente servida de coñac, y en su cara la expresión de superioridad y
prepotencia de quien está apoyado por grandes influencias. Me lanzó una mirada
despectiva y me preguntó:—A ver, amiguito, ¿cómo quedamos con esos homicidas? Yo
le conteste:—Mire licenciado, esos infelices no son responsables de ningún
homicidio y creo infantil obligarlos a firmar confesiones falsas que no tendrán
ninguna validez cuando ellos estén ante las autoridades judiciales; yo sólo
quiero pedir ordenes para dejarlos en libertad y terminar con esta injusticia.
Sahagún Baca me escuchaba con una expresión demente, acentuada por el alcohol y
las drogas que hasta ese momento había consumido; pero me dijo: —No la chingue don
Pepe, que fácil la ve; si los soltamos, imagínese la bronca que van o armar y
eso perjudicará al señor licenciado Aguilar y a su caso. Fue cuando Aguilar y
Quevedo lo interrumpió, para dirigirse a mí:—En mi vida había yo visto tal
ineptitud. Ya desgració usted el asunto, y ahora ya no queda más remedio que
matar a esos cabrones para evitar mayores problemas. Entonces, fuera de control
ante sus alardes, le conteste: —Está usted pendejo licenciado; ya se siente
usted Dios Padre para resolver sobre la vida y la muerte de la gente, y piensa que yo voy a
cumplir órdenes de esa magnitud, provenientes de un pinche loco como usted.
Aguilar y Quevedo, en actitud amenazante y Lleno de indignación, se dirigió a
Sahagún Baca y le indicó:—Quiero ver a Durazo de inmediato para que quede
resuelto este asunto y si él lo puede
resolver, que me lo haga saber para ver a López Portillo. Antes de que
salieran, me dijo Sahagún Baca: —espere órdenes aquí, don Pepe. Regresaron como
a la media hora. Aguilar y Quevedo esbozaba una gran sonrisa de triunfo, pero
Sahagún Baca se veía serio, aunque sus facciones seguían revelando los efectos de
la droga y el alcohol:—Por orden de mi general Durazo, llévese a esos dos
cabrones a la sierra donde colindan Puebla y Veracruz y truénelos; no les deje
ninguna identificación y tírelos en algún lugar despoblado para que cuando los
encuentren ya estén irreconocibles. Sí, las aves de rapiña harían el resto. Iba
a negarme, pero inmediatamente me acordé que de todos modos esos infelices iban
a morir; si yo no iba, mandarían a otro. Así que no dije nada. Trasladé durante
la noche a León Sandoval y a Javier Pérez hasta la sierra de Puebla, evitando
pasar por casetas de peaje o por lugares con retenes del ejército, ya que si me
hubieran sorprendido con dos individuos atados y vendados de los ojos,
cualquier justificación saldría sobrando. Ya en plena sierra, deje a esos dos
infelices separados como 50 kilómetros uno del otro, pero vivos y próximos a la
carretera, con el propósito de que rápidamente fueran encontradas y auxiliadas.
Así ocurrió. De regreso a la capital, le ordenen mí segundo en el mando:—Pancho,
tú llegas aparte a la oficina y estás muy pendiente si Durazo ordena que nos
detengan; si esto sucede, vas inmediatamente con los amigos periodistas de la “fuente”
y les platicas los hechos para que se arme la “gran bronca”, Pero antes de que
Durazo le diga a Sahagún que nos mate. Ya en la oficina de Sahagún Baca, al
enterarse éste de cómo había resuelto el “caso”, obviamente estuvo a punto de
infartarse. Máxime, cuando le revelé las medidas que había tomado para
garantizar la integridad de mis muchachos y la mía.
A
partir de esa fecha me vi sujeto a constantes represalias y presiones; incluso,
ya próximos a dejar el poder, Durazo y sus cómplices me transfirieron a la
Brigada de Granaderos, donde debía permanecer todo el día permanentemente vigilado
y sin cumplir ninguna función, no obstante mi grado de teniente coronel en la policía.
Espero sinceramente que tanto León Sandoval Tableros como Javier Pérez Mancera,
en compañía de sus apreciables familias, hayan logrado rehacer sus vidas
olvidando las tremendas experiencias que vivieron en ese tiempo; sé bien que
sus quejas siempre encontraron los oídos sordos de las autoridades.
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