LO NEGRO DEL NEGRO DURAZO - JOSE GONZALEZ G. parte3
El Negro y los Joyeros
En
su desmedida ambición, el Negro trataba constantemente de adquirir joyas, a
cuenta de exorbitantes erogaciones, para regalárselas a su esposa, a la
mencionada Murrieta y a todas las señoras de mala nota que llegaban a convivir
con él; para tal efecto, Carlos Castañeda Mayoral, Federico Garza Sáenz y
Pancho Sahagún Baca, ya tenían ubicados a los joyeros Federico G. Astorga, en
Motolinía 25-302 y Miguel Vargas V., en Hamburgo 98-F; pero los principales
surtidores eran los Cassab, Alfonso y su padre, quienes cuentan con dos
joyería, una en Polanco y otra en Isabel La Católica, ambas llamadas. El
Aderezo. Todos ellos se prestaban para
diseñar alhajas, cada una con valor superior al millón y medio de pesos; pero
como casi siempre se trataba de joyas sugeridas por el pésimo gusto de Pancho
Sahagún Baca, quien buscaba quedar bien con su patrón, los trabajos perdían
validez por ridículos, excéntricos y ostentosos. Concretamente recuerde un
collar de perlas naturales que estaba engarzado en oro de 24 kilates y que le
regaló a la “escritora” Margarita López Portillo, pero cuyo broche de platino
era realmente estrafalario y de mal gusto; tenía las siglas MLP en brillantes, pero
bastante desproporcionadas en relación al resto del trabajo. Sahagún Baca se
defendió diciéndole a Durazo:—Patrón, para que vean que aquí hay muuucha lana.
Posiblemente la “escritora” aprovechó los materiales, pero cambió el diseño por
otro menos “ranchero”. Todos estos trabajos eran cobrados por los mencionados
joyeros en la Dirección Administrativa de la DGPT con facturas que amparaban
compras de tela para uniformes, gorras, zapatos, etcétera, para el uso de la
policía; por eso cabe aclarar que durante todo el sexenio a la gendarmería
nunca se le dotó del equipo necesario para desempeñar sus funciones.
Los Regalos
Perdurables
El
Negro Durazo siempre quiso que sus obsequios o sus “regalos perdurables”, como
él los llamaba, se recordaran toda la vida y dada su gran debilidad por los
centenarios, sugirió a los joyeros mencionados que borraran una de las caras de
dos centenarios y los unieran con una bisagra para poder escribir en las partes
lisas del interior algo así como: “Para el licenciado equis, con motivo de su
cumpleaños”. Y completaba el texto agregando: “De parte del general Arturo
Durazo Moreno”. Añadía fecha y lugar. Encabezaban la larga lista de beneficiados
por dicho regalo: López Portillo, Hank González, el alcalde de Montreal,
Canadá; el entonces presidente del PHI, Gustavo Carbajal Moreno; los jefes de
la policía de Los Ángeles, Houston, Nueva York, Montreal, París; la banda de
música de la policía de Inglaterra, el jefe de la policía montada de Canadá, el
presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, Salvador
Martínez Hojas; y muchísimas personas más. Desde luego, al costo de los
centenarios debe añadirse el de la mano de obra, siempre tan cara, y el de los
estuches, que debían estar acordes con la importancia del obsequio. Quizá por
eso, el Negro siempre me comentaba: —Te juro, pinche Pepe, que no hay en el mundo
quien tire centenarios acoplados; se acordarán de mi mientras vivan y todavía
se los dejarán de herencia a sus pinches nietos.
Policías que nunca
fueron policías
Para
integrar su equipo, una auténtica banda de delincuentes como los que voy a
mencionar, Durazo dio nombramientos a gente que nunca estuvo ligada a la
policía (o que lo estuvo sólo cuando cometía algún delito):
Arturo Marbán Kurczyn, a quien conocí en el
año 67 68, cuando nos servía de mandadero al Negro, otros amigos y a mí,
durante las parrandas que nos corríamos en cabarets como La Fuente, El Terrazza
Cassino, Los Globos, La Concha y otros. Durazo nombró primero a Marbán Kurczyn
jefe de la Oficina de Antecedentes Penales; después, jefe de la Oficina de
Licencias para Manejar y, por último, director operativo de la DGPT. Todo esto
lo logró porque en ese entonces ya se había casado con una hija del “segundo
frente” del coronel Carlos I. Serrano 11 amada, Candy. El Coronel colocó en una
envidiable situación económica a su yerno, entre otras cosas, porque tenía
mucho peso político y mucho dinero. El coronel Serrano decía que él era
coronel, pero hacía generales; los candidatos a gobernadores iban a verlo para
que los ayudara en sus campañas.
Antonio Lukini Mercado, lotero de coches
usados, “chuecos” (robadas), “chocolates” (ilegales) y demás, a quien Durazo
designó jefe de la Oficina de Licencias, y administrador de muchos de sus
bienes.
Emilio García Lobato, de quien sólo
recuerde que era un auténtico vividor y explotador de mujeres, y a quien el
Negro nombró jefe de la Oficina de Seguridad Urbana.
Isidro Valdez Norato, hotelero y lenón en
la frontera norte, a quien primero le dio plaza de director de Servicios al
Público y, posteriormente, cuando cayó de su gracia (por haberle robado), jefe
de Inspección de Vehículos (taxis, camiones de carga, etcétera). Este último
cargo lo obtuvo gracias a la intervención de la señora Durazo, íntima amiga de
él y de su mujer.
Andrés Ramírez
Maldonado,
hotelero, lenón y traficante de drogas al que, como hemos dicho, la mafia mató
por una vendetta en San Antonio, Texas; fue inhumado por Durazo con todos los
honores, como si hubiera muerto en actos de servicio.
Carlos
Humberto Toledo Moreno, nombrado director de Servicios al Público después de la
muerte de Andrés Ramírez, y quien además era sobrino del Negro.
Jesús María Lerma
Durazo,
esposo de su hermana mayor, Teresa, a quien designó jefe de Corralones.
Gerardo Durazo, también sobrino
suyo, se convirtió en jefe de Almacenes de la DGPT.
Gustavo Ortiz de la
Peña,
al que hizo coronel y jefe del Area Venustiano Carranza, donde está incluida la
zona de La Merced, lo que le dejaba a Durazo un millón de pesos diarios; tal
ganancia la obtuvo durante toda su gestión. Respecto a la “honestidad” del
“coronel” Ortiz de la Peña pude averiguar que era propietario de joyerías en
Tépito y comprador de “chueco”; además, para cerrar con broche de oro sus
negocios, se auto robó con el fin de hacer efectivos seguros por cantidades
superiores las que él realmente había manifestado.
Orlando Calderón
Guerrero
a quien le dio una de las unidades policíacas que más dinero ilegal dejaba: la
Unidad de Grúas y Mini grúas, de tan nefastos antecedentes.
Federico Garza Sáenz, su cuñado, a quien
Durazo impuso contra viento y marea por sugerencia de su señora, Silvia Garza;
el único mérito de su carrera en el gobierno consistió en haber desempeñado el
cargo de inspector de pulques de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
El Negro, como ya dijimos, lo nombró director administrativo de la DGPT, para
de esa manera poder mover el presupuesto a su antojo.
Carlos Castañeda
Mayoral,
sustituto del anterior, quien fue tinterillo en la oficina de personal de la Procuraduría
General de la República, y con quien Durazo siguió controlando el presupuesto
de la Dirección.
José Luis Echeverría Nota, segundo de
Castañeda Mayoral en la Dirección Administrativa, y de quien nunca encontré el
menor antecedente de una trayectoria policiaca.
Rubén Durazo, su primo, a! que
nombró jefe de Vehículos Oficiales, o sea, que era él quien controlaba, la
dotación de gasolina, llantas, refacciones y demás mantenimientos y servicios
que necesitaban las unidades de la DGPT.
Vicente Alarcón Heras, cuyo único mérito
consistía en haber sido chofer de Durazo, y al que primero designó jefe de una
Oficina Auxiliar de Licencias y después ascendió al grado de coronel y jefe de
área; a la fecha, y no obstante lo anterior, Alarcón Heras ha dado la espalda a
Durazo “agachándose” ante las nuevas autoridades de Policía y Tránsito y
comunicándoles los trafiques, enjuagues y demás delitos cometidos por el Negro
durante su pasada gestión administrativa.
Antero Cabrera, quien fue su
“cachanchán” en la Policía Judicial Federal, y al cual premió inicialmente
nombrándolo su secretario particular; pero como demostrara incapacidad para el
cargo, lo designó después coronel y subdirector de Servicios al Público; a la
fecha, al igual que Alarcón Heras, se mantiene en la DGPT a cambio de
proporcionar información sobre todo lo que hacía el Negro Durazo.
Armando López
Santibáñez,
a quien el Negro conoció como el ministerio público federal en la PGR, pero
quien sacrifico ese nombramiento por uno de los puestos más productivos de la
DGPT: el de director de Autotransportes y estacionamientos, de Un deplorable
memoria. López Santibáñez controlaba a todos los taxis tolerados, los
colectivos, los camiones de carga, los autobuses escolares, etcétera, y además
era juez y parte, pues levantaba infracciones, calificaba y cobraba, incluso haciendo
a un lado a la Tesorería del Distrito Federal.
Mario González, cuñado del
mencionado José Luis Echeverría, a quien Durazo designó como jefe de la
Selección de Personal para el Colegio de Policía; él establecía las tarifas, de
acuerdo a la “petición del cliente”, ya que a los reclutas les aclaraba:
—Si
quieres ser policía de crucero, te va a costar 5 000 pesos, si quieres ser
patrullero o “gruyero”, 15 000; si quieres ser motociclista, 25 000; si quieres
ser inspector de autotransportes o de estacionamientos, 40 000; y si quieres
ser agente de la DIPD, 50 000 pesos.El capitán Juan Germán Anaya, a quien el
negro conoció como oficial del Estado Mayor Presidencial durante la campaña de
López Portillo, Anaya supo ganarse a Durazo con actitudes serviles y logro que
lo designara primeramente jefe de ayudantes, antes de mi, pero el Negro de dio
cuenta de sus raterías y lo relego a la segunda sección del Estado Mayor, de la
misma DGPT. El capitán Anaya quiso traicionar los principios elementales de la
milicia y convenció a Durazo, mediante un proyecto escrito, de que se
convirtiera en un efectivo general de división; y al Negro le resultó tan
importante este estudio, que se lo presentó al Presidente López Portillo, para
que éste a su vez lo turnara a las Cámaras de Diputados y Senadores, buscando
su aprobación. Sin embargo, con el tiempo el Presidente “denegó” el aberrante
proyecto a pesar de la gran estimación que le tenía al Negro. De cualquier
manera, Durazo premió al capitán Anaya, nombrándolo coronel de la Policía y
director del Colegio de la misma, otorgándole todas los prerrogativas a efecto
de que se robara el presupuesto. Obviamente Anaya, debía guardarle al Negro su
parte respectiva; por ejemplo, de 1 750 000 pesos destinados a gastos mensuales
del plantel, Anaya sólo recibía los 750 000 o sea que a su jefe le correspondía
para su uso y abuso, el millón restante. Más adelante, el inefable capitán
Anaya convenció a López Portillo de que lo recomendara con el actual gobernador
del Estado de México, Alfredo del Mazo González, para el puesto de director de
Policía y Tránsito en la entidad; hoy, inexplicablemente, todavía desempeña ese
cargo.
El profesor Daniel
Molina Miranda,
a quien Durazo saco del Reclusorio, donde purgaba una pena por homicidio. Antes
de cometer ese delito, había sido secretario particular del profesor Enrique
Olivares Santana, cuando este era presidente de la Gran Comisión de la Cámara
de Senadores. Además de Sacarlo de la cárcel, Durazo nombró a Molina Miranda
secretario auxiliar, pero dada su “capacidad para interpretar los malos manejos
de su jefe, fue ascendido a secretario particular; el Negro incluso llegó a
proponérselo al propio López Portillo para ocupar la gubernatura de su Estado
natal, Guerrero. El Primer Mandatario aceptó que Molina Miranda participara en
las temas de finalistas para dicho cargo; sin embargo, el dedazo fue para
Cervantes Delgado.
Este
nefasto sujetó logró, a base de recursos maquiavélicos, ganarse la confianza
del Negro para “alinear” a todos los altos jefes de la DGPT; llegó a ser tan temido
que todos procuraban halagarlo con grandes sumas de dinero o regalos
ostentosos; se trataba de no caer de su gracia, pues eso significaba caer
automáticamente de la gracia de Durazo.Y como Molina Miranda tenía una gran
influencia sobre el Negro, pudo amasar una inmensa fortuna. Aparte de eso, era
un hombre ventajoso, de mirada torva y mentalidad homicida (según lo demuestra
el hecho de que siempre ordenaba a sus ayudantes que nadie absolutamente
entrara armado a su oficina); era de los que a la primera desavenencia con
cualquiera de sus interlocutores, sacaba la pistola y se las poma en la cara.
Sobre esto último, recuerde a dos personas que sufrieron la agresividad de
Molina, como Octavio Menduet Félix, jefe de Eventos Especiales, y mi entrañable
amigo y gran periodista Víctor Payan, a quien por azares del destino le tocó
ser jefe de Prensa y Relaciones Públicas de la DGPT.Entre otras de sus grandes “cualidades”,
Molina tenía una muy especial: cualquier empleada de la Dirección que le
gustara se tenía que acostar con él. La que aceptaba se convertía en su “ahijada”,
y bajo ese título inmediatamente era transferida a oficinas donde hubiera “entradas”
de dinero extraoficiales. Por el contrario, la que se negaba, era relegada de
inmediato a puestos ínfimos o acusada de faltas inexistentes, para luego causar
bala; y si por desgracia estaba casada con alguno de los elementos de la
corporación, hasta a su marido llegaban las represalias.
Manuel Cervantes
Cisneros,
dado de alta como mayor por ordenes de la señora Durazo, fue el verdugo de todo
el personal que tuvo la desgracia de trabajar en las fastuosas obras del
kilómetro 23.5, el Partenón de Zihuatanejo y la Cabaña del Ajusco; aparte de
supervisar el avance de las obras, controló a cocineros, meseros, jardineros,
electricistas, plomeros, mecánicos, perreros, caballerangos y demás, a los que
por la mínima falta mandaba recluir a los soparos de la nefasta DIPD, por
términos que podían variar de 72 horas hasta 15 días. Asimismo, traicionando a
sus antiguos patrones, sigue aferrado en conservar el puesto que
inexplicablemente le han sostenido las actuales autoridades de la DGPT. ¿Hasta
cuándo lo tendrán ahí, en la Brigada de Granaderos? ¡exacto! Hasta que ya no
les sea útil, y empiece a “quemar” a sus actuales patrones.
Coronel Joel Marín
Lara,
a quien por recomendaciones de Pancho Sahagún Baca, el Negro Durazo nombró jefe
de Inspección General; su misión consistía en presionar al personal realizando
sanciones, detenciones y hasta consignaciones de los policías que “no le
entraban con su cuerno”; de esa manera, el Negro se “adornaba” con la prensa:
—Miren
a cuántos malos elementos he consignado y arrestado.
La
vileza de las actuaciones de este sujeto puede comprobarse preguntando a
cualquier policía que usted se encuentre en la calle.
Alberto Soberanos Azar, dueño del “mirador”
de la Torre Latinoamericana, y de otros muchos restaurantes, a quien le
concedió Durazo la oficina de Medición y Diagnóstico (Contaminación Ambiental);
usó a una buena parte del personal femenino con que contaba, para poner salones
de belleza y atender sus negocios personajes, a otras les impuso “cuotas” para
ponerse a detener vehículos bajo el pretexto de la contaminación. Las que
salieran a la vía pública, tenían que regresar mínimamente con diez citas o
requerimientos de vehículos para presentarse a los centros de diagnóstico
—donde los manejadores eran extorsionadas por los peritos respectivos—, más su
cuota de 1 000 pesos diarios en efectivo, provenientes de sus “buscas”.
Germán López Vié, de quien desconozco
antecedentes, fue nombrado jefe de la Oficina de Antecedentes Penales, cuya
recaudación diaria siempre fue incalculable.
Juan Felipe Astorga
Maycotté,
dado de alta como teniente coronel y jefe de! Grupo Bilingüe; fue recomendado
por la entonces secretaria de Turismo, Rosa Luz Alegría; Astorga Maycotté mane
jaba a los guías ilegales de turistas que estafaban a los viajeros extranjeros
y a los comercios relacionados con el turismo.
También
había mucho personal de inferior jerarquía, como fue el caso de muchas mujeres
de la vida galante, que al quedar bien con los jefes, principalmente con
Durazo, automáticamente eran dadas de alta como peritos de las oficinas de
licencias o de vehículos, “para que se ayudaran”, y siempre con grados de
oficiales (de tenientes para arriba). Con esta actitud se ofendía gravemente a
los elementos de auténtica carrera policiaca que entregaron muchos años de
esfuerzo sin haber alcanzado siquiera el grado de cabos. Había quienes tenían
hasta 25 o más años de antigüedad.
Este
“equipo de trabajo” tan selecto facilitó al Negro Durazo la obtención de
incalculables ganancias ilícitas, verdaderas agresiones a la ciudadanía que
ocurrieron durante la tenebrosa administración de López Portillo, y en
particular durante la gestión de! titular de la DGPT.
V
El Negro y el Moro de
Cumpas
Fue
tal el apoyo del presidente para el Negro Durazo, que este se dejó convencer
por sus secuaces —Pancho Sahagún, el profesor Molina y Castañeda Mayoral
principalmente— de que debía ser gobernador de “su” Estado, Sonora. Y desde la
campaña Presidencial, el candidato López Portillo so aventó la puntada de ordenar
que se hiciera un alto en Cumpas, exclusivamente para que el Negro pronunciara
un discurso en su pueblo natal; por razones obvian, dada la “preparación” de
Durazo, todo quedó en perorata; y lo más chusco fue que para terminar sólo se
le ocurrió decir:- Voten por mi amigo Pepe López Portillo, porque es tan bueno
que en la escuela hasta a mí me hacía las tareas.Atizado por esos recuerdos, se
lanzó a ver a su amigo Pepe a Los Pinos, no sin antes haber festejado entre todos
sus allegados y conocidos la decisión que había tomado: ser gobernador de “su” Estado.
Por
lo pronto, se había mandado hacer un busto con Octavio Ponzanelli, por
supuesto— para colocarlo en una vieja casona del centro de Cumpas, Sonora.
Además, ya que él todo lo hacía a muy alto costo, dispuso el montaje de todo un
museo dedicado a rendir culto a su personalidad; con este fin se imprimieron
grandes posters con pasajes de su vida, y se adquirieron aparatos parlantes de
procedencia norteamericana para que con sólo apretar un botón se narraran
dichos pasajes; también ordeno la inmediata adquisición de dos patrullas, una
ambulancia y otros vehículos para ser donados a la que según él es su tierra
natal.Todo hace suponer que “adoptó” al pueblo de Cumpas, porque se le cita en
un corrido de caballos que le gustaba mucho; y como en su letra original se
habla de una competencia que pierde el “Negro” de Cumpas, obligó a los grupos
artísticos dependientes de la DGPT, como son las Tenientes del Anáhuac (a los
cuales ascendió a capitanes), la Guardia Nacional, y otros, que cambiaran la
letra del corrido e hicieran ganador al “Moro” de Cumpas. Para él, la palabra
derrota no podía estar en su diccionario.
Una Gubernatura
Fallida
Fue
en los jardines de Los Pinos donde le comunicó a López Portillo su deseo de ser
gobernador; pero éste le replicó:—No la chingues, pinche Negro, me metas en una
bronca. ¿No ves que ese Estado es muy conflictivo? Tengo grandes compromisos
ahí que debo balancear. — ¡Qué chinga me pones con mis amigos y mis conocidos,
pues a todos les había yo asegurado que iba a ser gobernador de mi Estado! ¿Ora
qué changados les digo?—No te preocupes por eso, te vas a adornar con todo mundo,
porque vas a ver lo que te voy a dar. Lo vas a colgar en tu despacho y todos lo
podrán ver. Entonces, le hizo un oficio con papel membretado de la Presidencia
de la República, donde letras más, letras menos, se leía: “C. Gral. De
División, Arturo Durazo Moreno, director de Policía y Tránsito del Distrito
Federal. Presente. Te hago patente mi agradecimiento, mi estimado amigo Arturo,
él haber denegado el ser gobernador del Estado de Sonora, en tu afán de
seguirme sirviendo tan cercanamente. Estos son hechos, mi hermano, que no se
olvidan. Con el afecto de siempre. El Presidente Constitucional de los Estados Unidos
Mexicanos, licenciado José López Portillo”. Pero el Negro todavía pidió más, y
también le fue concedido: que el doctor Samuel Ocaña, candidato oficial del PRI
al gobierno de Sonora, fuera a agradecerle hasta su despacho, el haberse retirado
de la contienda electoral, reconociendo que, de lo contrario, hubiera “perdido”
estruendosamente. Esa visita la hizo efectiva el candidato oficial, en compañía
de su señora esposa, a la oficina de Durazo, en la DGPT. De este modo, el
monumental ego del Negro quedó satisfecho una vez más.
El Renegado
A
esas alturas, ya se sentía merecedor de grandes puestos políticos, y como se
apenaba de su origen humilde, el Negro negó a sus padres y “adoptó” a uno de
sus tíos, el general revolucionario Francisco Durazo, quien solamente había
tenido dos hijas: Tota y Elena. Asimismo, el Negro “desconoció” a todos sus
hermanos: Edelmira, Teresa, Raúl, Sigfredo y Oscar, todos ellos hermanos
carnales e hijos de don Jesús Durazo y Doña Josefa Moreno, quien aún vive; por
cierto que en su afán de negarla (ella es invidente), la confinó en una casa del
Estado de Morelos. El Negro, incluso, “echó maromas” para poder conseguir la
fotografía de su tío, haciéndelo pasar como su padre. Doña Josefa Moreno vivía
soterrada en una modesta casa de una sola planta, atendida por enfermeras
particulares; la acompañaba su hijo Raúl, quien estaba perturbado de sus
facultades mentales debido a que se cayó de un caballo; después murió, en 1978.
Pero a ella, en las contadas ocasiones en que la visitó el Negro y en las que
yo estuve presente, siempre se le notó triste y decepcionada, porque sentía el
abandono de su hijo, sabiendo que él vivía en una situación de privilegio.
Durazo creía que llegaba a “cubrir el expediente”, no porque le naciera visitar
a su progenitora sino porque hacía que le llevaran regalos, manjares, música y todo
lo necesario para un banquete formal, aunque durante esas visitas nunca se
hacía acompañar ni de amigos ni de colaboradores.
Doctor Honoris Causa
que Aspira a Senador
y... Presidente
Faltaba
poco para que terminara el sexenio López-portillista, cuando el negro fue
nuevamente azuzado por sus serviles corifeos, Sahagún Baca, el profesor Molina,
Castañeda Mayoral y compañía. Una mañana, al salir de su casa del kilómetro 23.5
rumbo a la DGPT, le dijo a Sahagún Baca:— ¿Sabes qué, Pancho? Con el poder que
tengo y la estimación que me tiene Pepe López Portillo, a mí realmente no me
hace falta más que algún título para que me herede la Presidencia de la República.
Yo estuve a punto del infarto, al oír la seriedad con que dijo esto; pero
Sahagún Baca, como era su costumbre, le siguió la corriente;—Fíjese patrón que
esa sería la mejor medida que podría tomarse en este momento en el país, porque
usted con sus güevotes pondría en orden a toda esta bola de cabrones. Después,
encarrilado Durazo con esta “brillante” idea, la consultó con el profesor
Molina, su “cerebrito”, quien ni tarde ni perezoso se entusiasmó: Magnífica
idea, mi general; por lo pronto, y para que vaya aumentado su currículum,
háblele a este viejito pendejo de Martínez Rojas, para que lo haga “doctor
honoris causa “ de algo. Inmediatamente, el Negro se puso en contacto con Salvador
Martínez Rojas, presidente del Tribunal Superior de Justicia, quien dado su
poco carácter y los intereses que lo ligaban al jefe de la Policía, accedió de
muy buena gana. El acto se llevó a cabo el cuatro de febrero de 1982 en los
salones del Tribunal; Durazo recibió, acompañado por todos los fotógrafos y
reporteros de la fuente, habidos y por haber, la toga, el birrete y su título
respectivo. Nadie lo “aguantaba”, después de que salió. Otra vez había
satisfecho su ego, aparte de burlarse de todos. Al canto, no tardó en llegar la
primera felicitación por parte de... ¡José López Portillo! Sin embargo, parece
que siempre se cuidó de hacerle creer al Negro que podía ser presidenciable.
Posteriormente, el Negro pensó que sería bueno cubrirse las espaldas, y le
solicitó a López Portillo que por lo menos lo hiciera senador: —Mira Pepe, si
me haces senador, me dejas con fuero seis años pá cubrirme las espaldas. No se
me vaya a voltear el pendejo que dejes en tu lugar. Pero como eso era
imposible, el Presidente le expuso la serie de problemas políticos con los que
se tendría que enfrentar y el proyecto quedó en el olvide. Finalmente,
frustradas todas sus pretensiones de obtener poder político, siguiendo las
maquiavélicas instrucciones de Molina Miranda y ya enterado oportunamente por
López Portillo de que estaba en puerta la nacionalización de la banca, Durazo
retiró a tiempo sus riquezas y envió gran parte de ollas a Japón, Canadá y San
Diego, California, donde sus hermanas y sus hijos del primer matrimonio tienen
grandes inversiones.Mientras tanto, el Negro, Pancho Sahagún, el profesor
Molina y Federico Garza Sáenz debidamente asesorados elaboraron cada quien su
respectivo curriculum falso, a efecto de que el Presidente los nombrara
directores de los bancos que iban a ser expropiados; pero ese capricho ya no
tuvo la menor trascendencia, porque la sucesión Presidencial estaba a la vuelta
de la esquina. Imagínense lo que hubiera pasado con la banca nacionalizada, de
haber caído en manos de esos hampones...
Compra Fraudulenta de
Grúas
En
el articulo “Durazo, el pobre de la palomilla, huye de la Ley, forrado de
millones de pesos”, escrito por el reportero Juan Hernández Jiménez y publicado
en el número 102 del semanario Quehacer Político, que dirige don Miguel Cantón
Zetina, se lee textualmente:“Mas no era todo, el teniente coronel Paz Martínez,
a las ordenes de Castañeda Mayoral, jefe administrativo, obtenía millonarias
ganancias en cada una de las adquisiciones de equipo para la policía (1982),
como las que seguramente obtuvo en el “Año de Hidalgo de la Policía, con la
importación de 300 motocicletas, 84 grúas, 250 patrullas y 17 500 armas de
largo alcance y equipo de radiocomunicación, 685 radios y dos torres
telescópicas para bomberos, que estaban en la lista de compras de la Dirección
de Policía y Tránsito, el año pasado”. Con todo respeto, me permito aclararles,
distinguidos señores Cantón Zetina y Hernández Jiménez, que sí bien su trabajo
es producto de una estupenda investigación periodística, digna de todo encomio,
adolece de algunos datos, como los que a continuación expongo: El día nueve de
agosto de 1983, cuando estaban en proceso estas páginas, me vino a ver el
coronel Orlando Calderón Guerrero, solicitando mi consejo, pues intentaba
presentarse con el general Ramón Mota Sánchez a efecto de aclarar las irregularidades
que existieron en la compra de equipo (concretamente las grúas, cuya brigada en
ese tiempo estaba bajo su responsabilidad), operación en la que intervinieron
Carlos Castañeda Mayoral, el coronel Mario Mena Hurtado y el mayor Carlos Ayala
Espinosa (la participación de este último fue exclusivamente en su carácter de
técnico calificado, y a quien por cierto las actuales autoridades no le han
hecho justicia). Con el propósito señalado, Castañeda Mayoral ya había hecho
contacto en San Antonio, Texas, con un intermediario que iba a arreglar la
facturación e introducción del equipo al país, pero, desde luego, abultando
enormemente los costos; este intermediario, Hugo Pimentel Mercado, hombre de
gran influencia ante altas autoridades del DDF, nos trasladó a Tennessee para
cerrar el trato y después entregar el equipo en Laredo, Texas. El temor de Orlando
Calderón obedecía a que el ocho de agosto de 1983, el Negro Durazo le había llamado
desde Francia, donde se encontraba en compañía de López Portillo, para decirle
que hasta allá le habían llegado las noticias de que éstos hechos ya se estaban
investigando en la ciudad de México; y por haber sido Calderón Guerrero el encargado
del área, lo hacía responsable para arreglar esa situación a nivel personal,
costara lo que costara. Calderón me confesó que él no estaba dispuesto a pagar
lo que no había hecho, y que quería declarar en contra de su ex jefe Durazo, ya
que en la transacción la ganancia quedó entre Castañeda Mayoral y el Negro
Durazo. Le recordé que él también tenía responsabilidad, pues 80 de esas unidades
se compraron exclusivamente con caseta y
Chasis, y él había seleccionado a 160 policías, a los que había exigido
100 000 pesos por pareja a fin de instalar en las unidades la plataforma y el winch
o polea para levantar los vehículos. Al hacer su desembolso, todas las parejas
de policías adquirían, por “razón natural”, el “derecho” de extorsionar sin
limitaciones a la ciudadanía; tanto así, que sobraron voluntarios para
regentear aquellas grúas. También le dije a Calderón que eso fue otro auténtico
fraude, pues yo recuerde que Pancho Sahagún Baca consiguió facturas apócrifas
de esas adaptaciones, y 20 millones de pesos más se cargaron al presupuesto de
la DGPT. Además, e! pago íntegro se había hecho con anterioridad, en la compra
original, cuando las grúas aparecían como si hubieran llegado completas. Este
es un hecho que se le puede comprobar con mucha facilidad tanto al Negro como a
sus cómplices. De todos modos. Orlando Calderón me dijo:—Por lo que a mí me
corresponde, no hay problemas, pues los que lo “entraron” con su dinero y
recibieron su grita para “trabajar”, nunca pegarán de gritos. Con ellas robaron
mucho dinero y recuperaron con creces “su inversión”. Los que pagaron por todo esto,
obviamente, resultaron ser los ciudadanos que fueron atracados materialmente
por los elementos de la Brigada de Grúas del DF, con la cínica complacencia del
Negro. ¿O no lo cree usted así, mi estimado don Miguel Cantón Zetina? Además,
con esto se demuestra que en esta “chulada” de país existen mejores inversiones
que Cetes, Petrobonos, Bonos del Ahorro Nacional o inversiones a plazo fijo,
pues como dice nuestro amigo el “coronel” Orlando Calderón Guerrero: —Además de
recuperarse la inversión, se obtienen pingües ganancias.
Quizá
esto sea el sistema ideal para pagar nuestra abultada e inflacionaria deuda
exterior.
Contactos de Durazo con
la Mafia
En
el citado artículo del número 102 de Quehacer Político, con el subtítulo de “Dirigentes
del narcotráfico mundial”, el reportero Juan Hernández hace alusión a un tema
sobre el que me gustaría abundar. En uno de sus párrafos, el reportero dice:“En
1982 los Estados Unidos y Europa se conmovieron al conocer, a través de sus
principales diarios, la noticia de que el entonces jefe de la policía de
México, Arturo Durazo Moreno, era el principal introductor de estupefacientes
en Norteamérica, y contaba para esto con grandes relaciones con la mafia
internacional. Algunas publicaciones como The New York Times, se preguntaban
preocupadas sobre cómo era posible que el jefe de la policía mexicana tuviera
relaciones comprometedoras con el narcotráfico mundial. La justicia mexicana,
comandada por Oscar Flores Sánchez, nada investigó al respecto de esta denuncia
en contra de Durazo”. A propósito, me permito recordarle al director de
Quehacer Político, don Miguel Cantón Zetina, que antes de iniciarse la campaña
política de López Portillo, Francisco Sahagún Baca era comandante de la Policía
Judicial Federal en Guadalajara, Jalisco, y personalmente salvó a traficantes
muy conocidos en el hampa internacional de un cerco que les había preparado el
comandante Florentino Ventura; este magnífico policía, de una limpia e
intachable trayectoria en contra del narcotráfico, nunca hubiera pensado que
uno de sus más estrechos colaboradores lo traicionaría tan vilmente. Una vez
que Sahagún Baca llevó a los traficantes a una pista clandestina de aterrizaje
para que huyeran en una avioneta previamente preparada, se dio a la fuga y abandonó
el país, refugiándose en España; esto ocurrió durante el tiempo que duró la
campaña de López Portillo. En ese entonces, Durazo convenció a López Portillo
de que se le perdonaran a Pancho Sahagún esas “pequeñas fallas”, ya que “un
error cualquiera lo tiene”; pero la realidad era que Sahagún le significaba al
Negro un con lacto de oro con la mafia internacional. Hasta la toma de posesión
de López Portillo, no fue posible la extradición de Sahagún Baca pues como todos
sabemos todavía no existían relaciones diplomáticas con España; cuando se
reanudaron Pancho Sahagún ya había sido amnistía de José López Portillo así que
no tuvo ninguna dificultad en volver al país e integrarse en seguida al equipo
del Negro. Ya en funciones con el Negro Durazo, Pancho Sahagún se pitorreaba y
hacía mofa del comandante Florentino Ventura. Por otra parte, se aventaba la
puntada —”esto lo sé bien, porque incluso a mí me tocó— de que cuando le
sobraba cocaína en su despacho, por conducto de su secretario particular, el
mayor Miguel Ángel Fernández Serratos, llamaba a los jefes de brigada de la
DIPD y les comunicaba: —Sobró mucho “perico” cabrones, y el jefe Sahagún ordena
que hay que hacer una vaquita entre todos. La onza de coca pura en ese tiempo
costaba entre 80 y 90 000 pesos. Estando en esas condiciones de pureza puede
tolerar hasta cuatro cortes o sea que cuadruplica su cantidad, bajando
obviamente su calidad. De acuerdo con la cantidad, a cada jefe de brigada de la
DIPD nos tocaba pagar de 50 a 60 000 pesos, y entonces nos entregaban nuestro “tamal”
(así se le dice porque parece un tamal oaxaqueño). Por cierto que jamás me
imaginé que la venta de enervantes se llevara a cabo entre los mismos elementos
de la policía. Cabe mencionar que durante más de 20 años que conocí el Servicio
Secreto de la Policía (que se convertiría posteriormente en la DIPD), era contado
el elemento que manejaba cocaína, pues el tráfico de este tipo de enervantes es
un delito que sólo la policía federal debe perseguir. En el servicio secreto
era común hablar de marihuana o pastillas psicotrópicas, pero jamás de cocaína.
Sin embargo, con Sahagún Baca se llegó a tales extremos de cinismo que en los mismos
pasillos del edificio de la DGPT, algunos agentes perdían las proporciones y me
llegaban a decir:— ¿Cómo anda, mi jefe, no gusta un “pericazo”? Posteriormente,
en los viajes que como jefe de seguridad de Durazo llegué a efectuar a Estados Unidos,
me percaté de que Sahagún Baca seguía manteniendo contactos con la mafia; en
cuanto llegábamos a las principales ciudades de ese país, los primeros en
reportarse eran los mañosos: en Las Vegas, Luis Krasnic, Alex Colombo y Germán Fernóla;
en Nueva Orleans, Merci Manjarrez; en
San Antonio, Armando Rivera y Alberto Zepeda; en Houston, Juan Walezok; y en
Los Ángeles, Baltasar Yáñez y Sergio y Kiko Villagrán; por cierto que estos
últimos disfrazan sus negocios ilícitos como salones de belleza un box y
agencias de alquiler de limosinas de lujo.
¿Cómo
la ve desde ahí, mi estimado don Miguel Cantón Zetina?
Entra Barrios Gómez en
la Jugada
En
la portada de) mismo número de la muí tiritada revista Quehacer Político, se
lee: “El Negro huye de la ley y busca otra nacionalidad”. Sobre ese asunto,
también escribió José Luis Mejías una nota en su columna “Los Intocables”,
publicada en Excélsior el 27 de julio de 1983.El reportero Juan Hernández
escribe al respecto: “Ahora que Díaz Serrano está en la cárcel, en espera de lo
que resulte responsable y que es bastante, otro de los miembros de la palomilla
gruesa de la colonia del Valle, el pobre de la banda, remoja sus barbas, mientras espera
burlar la justicia mexicana, cambiando de ciudadanía o nacionalidad”.
Por
su parte, José Luis Mejías hace la siguiente referencia: . .después de haber
comprobado la excelente labor que desarrolló al frente de la embalada de México
en Canadá, nos parece sin embargo que Barrios Gómez encontró al fin su vocación
y que siguiéndola, se desempeñara con acierto, demostrando así, por una parte,
que el hombre es proclive al error y que a menudo interpreta equívocamente las
lecciones que le dispensa el mundo, pero que tiene en sí, con que conocer y en
ocasiones con qué rectificar sus propios errores. Y demostrando por la otra,
que el mejor actor fracasa, cuando no le ofrecen un papel adecuado. De todos modos,
nos dicen que el embajador recibió, acomodo y le gestionó la nacionalidad
canadiense al general Durazo, los cual nos permite comentar, que Dios los cría
y ellos se juntan”. Días después, en la sección de cartas titulada “Foro de
Excélsior” del mismo diario aparece una aclaración de Agustín Barrios Gómez,
que a la letra dice:“Señor director; Leí con interés la nota de José Luis
Mejías, aparecida en Excélsior, el miércoles 27 de julio del presente año, en la
que hace alusión a mi persona. Respeto su criterio, tanto en lo favorable cómo
en lo que significa crítica, pero me apresuro a desmentir la información de que
contribuí a que el general Arturo Durazo cambiara de nacionalidad y sea ahora
ciudadano canadiense. Nunca gestionó Durazo tal acción conmigo (cabe mencionar
con qué familiaridad se refiere al Negro), y durante los seis años que fui embajador
en Ottawa, jamás propuse, actué en favor y siquiera sugerí, el que algún
compatriota mío cambiase a la nacionalidad canadiense. Mucho le agradeceré,
señor director, la publicación de esta aclaración. Atentamente. Agustín Barrios
Gómez. Berna, Suiza”. En apoyo a lo publicado en Quehacer Político y en la acreditada
columna del señor José Luis Mejías, que me perdone el señor Agustín Barrios
Gómez con su “aclaración”, pero a continuación relataré lo que yo viví: El 20
de julio de 1979, luego de previa preparación con grandes aspavientos para un viajo
a Montreal, Canadá, a fin de visitar al jefe de la policía y al director de
tránsito de esa ciudad (los cuales ni enterados estaban de esa visita),
llegamos a dicha ciudad. Por supuesto, el director de tránsito canadiense se
negó a recibirnos, a pesar de los grandes regalos que llevaba Durazo; por su
parte el jefe de la policía, acicateado quizás porque se enteró de que le
llevábamos regalos de oro y plata de artesanías mexicanas, nos recibió después
de dos días y sólo durante breves minutos.
Pero
ya desde antes de la salida, había escuchado que el Negro le comentaba a
Sahagún Baca:—Pancho, júntame dos onzas de cocaína de la buena, porque en este viaje
mi meta principal es entrevistarme con Barrios Gómez, a quien se la voy a
regalar porque quiero ir tramitando mi cambio de nacionalidad, no sea que al
terminar el sexenio nos andan rompiendo la madre. También estoy en tratos con
Gastón Alegre, para comprar algunas propiedades en ese país. Esa cocaína, yo
mismo la trasladé desde México hasta Montreal; tenía instrucciones de Pancho
Sahagún de ponerla en la maleta de artículos personajes del Negro. Con ese
cargamento nos trasladamos hasta Ottawa, donde tuvo lugar la entrevista con
Barrios Gómez. Únicamente asistieron el Negro Durazo, su esposa y Gastón Alegre.
Mi asistencia a ese viaje se puede comprobar con el registro que aparece en mi
pasaporte, y cuya fecha es la misma que debe tenor el de mi buen amigo Víctor
Payan, reportero de Excélsior, quien entre otras personalidades nos acompañó a
Canadá. No sé si el Negro logró o no su propósito, poro lo que sí obtuvo para
justificarse ante la prensa mexicana, fue que Barrios Gómez le consiguiera una
entrevista con el gobernador de Montreal, al cual, como era su costumbre, le
llevó los famosos centenarios, o sea, sus “regalos perdurables”. Sólo para
complementar la información diré que en dicho viaje nos acompañaron personas
como Octavio Menduet Félix, el coronel Mario Mena Hurtado, el ingeniero Batuel,
Arturo Marbán Kurczyn, el licenciado Armando López Santibáñez y otros de menor
categoría. Huelga decir que el tremendo gasto de dicho viaje, los regalos, el hospedaje,
el alquiler de limousinas lujosísimas con choferes canadienses bilingües y
demás, le costó al erario varios millones de pesos; dinero que pagó el sufrido
pueblo mexicano. Por lo anterior, creo que estamos de acuerdo, mi estimado
señor Cantón Zetina y mi admirado José Luis Mejías, en que cuando el río suena,
agua lleva.
El Bote de Sahagún
Para Durazo
Este
tipo de viajes, que frecuentemente organizaba el Negro con el pretexto de
relacionarse con las policías extranjeras, eran aprovechadas por Sahagún Baca
(quien nunca lo acompañaba, porque se quedaba al frente de la “miscelánea”,
según decía el Negro), para ponerse en movimiento con su característico
servilismo. Entonces procedía a cambiar totalmente la decoración, alfombras,
mobiliario, cortinas, etcétera, del despacho de su “patronato” el Negro, así
como del privado y del comedor, todo ello en el vetusto edificio de la DGPT. Con
tal propósito, contrataba a un nutrido grupo de personal calificado, e incluso decoradores
profesionales, como un arquitecto de apellide Carreño; el costo total de dichos
gastos corría por cuenta de los jefes de brigada de la DLPD, quienes a su vez
recolectaban el dinero entre sus agentes, los que por obvias razones lo sacaban
de la propia ciudadanía, cometiendo para ello auténticas arbitrariedades. El
costo de estas “modificaciones” nunca sumaba menos de ocho o diez millones de
pesos, y eran efectuadas invariablemente en cada viaje que Durazo hiciera fuera
del país, sin importar el lapso de tiempo entre salida y salida. En relación al
servilismo de Sahagún Baca, cabe mencionar que frecuentemente, antes de que su
amo saliera en público se hincaba para limpiarle los zapatos con su pañuelo
inmaculado, “gesto” que al Negro lo dejaba muy satisfecho. También se
preocupaba Sahagún Baca, porque a la hora del desayuno de su jefe, que casi
siempre se realizaba en el comedor de la DGPT, hubiera quesos de Sahuayo Ha
tierra de Sahagún—, tamales y todo tipo de antojitos que él mismo le servía,
partía y preparaba en su plato, sin importarle las personas que estuvieran
invitadas a su mesa.
La Seguridad del Negro
Durazo
Los
problemas de circulación que ocasionaba el gran despliegue de fuerza, destinado
a cubrir la seguridad del Negro Durazo, creo que todos los ciudadanos llegaron
obviamente a resentirlo. Muy contados automovilistas y peatones, de los
millones que hay en el DF, lograron salvarse de tal caos vial. Pero para
ilustrarlos mejor voy a hacer una pequeña descripción de este tremendo aparato modelo
de presunción y prepotencia. Desde las siete de la mañana, diariamente, se
instalaba la seguridad de la siguiente manera: Dos patrullas en el kilómetro
23.5 de la carretera federal México Cuernavaca, para detener la circulación en
ambos sentidos cuando el convoy que trasladaba al Negro entrara a la cinta
asfáltica; y desde ahí, hasta la Plaza de Tlaxcoaque (donde se inicia la
avenida 20 de Noviembre), se colocaban dos policías en cada crucero para
impedir el tránsito de vehículos hasta que pasara la comitiva. Había dos
policías más en cada paso a desnivel de peatones, desde la calzada de Tlalpan y
a lo largo de todo el viaducto del mismo nombre, hasta el edificio de la DGPT;
también se cubrían todas las azoteas de los edificios que se encuentran frente
a la entrada del sótano de dicha Dirección; se mandaba con un margen de tres a
cuatro minutos, una patrulla con cuatro elementos armados con metralletas
alemanas, pero se utilizaba también como avanzada una patrulla disfrazada de
taxi, para que en caso de que notara alguna irregularidad, lo comunicara por
radio de inmediato. Tres motociclistas iban de punteros, abriendo la
circulación al vehículo del Negro; dos patrullas más cada una con cuatro
elementos también armados con ametralladoras, aparecían como escoltas
inmediatamente atrás del automóvil de Durazo; y más atrás, a una distancia
razonable (la correspondiente a seis o siete carros), iba otra patrulla también
disfrazada de taxi con cuatro elementos, invariable y perfectamente armados con
ametralladoras; por último cerraban el despliegue otras cuatro motocicletas con
personal también muy bien armado, cuya misión era impedir que algún coche
rebasara al convoy. En el carro principal, siempre junto al chofer, se sentaba
el Negro Durazo. Yo iba en la parte de atrás, con una metralleta alemana de
alto poder, calibre 2.23, con silenciador integrado de fábrica y con adaptación
de rayos láser. Aquí podemos recordar aquella frase de Obregón: “El arma está
de acuerdo al tamaño del miedo”.
Tal
despliegue de fuerza, acorde a su prepotencia, desgraciadamente lo teníamos que
realizar in el uso cuando íbamos a tos más lujosos restaurantes de la ciudad, a
los que el Negro asistía casi a diario. En esos casos, yo tenía que estar ubicado
en el lugar más próximo a él, pero de manera que no le diera la espalda a
ninguno de los asistentes, para que al mismo tiempo tuviera oportunidad de
observar a la gente que entraba. Además, Durazo contaba con otros dos
ayudantes, que se cambiaban muy seguido por motivos de seguridad, pero que
siempre eran escogidos entre el personal más selecto, es decir, de la mejor
brigada con que cuenta la DGPT, y a cuyos sufridos elementos nunca se les ha
hecho justicia: la Brigada de Granaderos. Un elemento más debía permanecer en
la puerta de los sanitarios, en espera de mi señal; esta la daba yo cuando el
Negro me indicaba que iba a requerir ese servicio. Entonces, este elemento se
metía en el baño para asegurarse de que no hubiera nadie; luego entraba Durazo acompañado
por mí y en ese instante, dos elementos de la seguridad se paraban en la puerta
e impedían el acceso a cualquier otra persona. Nadie podía entrar hasta que el
Negro, después de darse su pase de cocaína, lavarse la cara o hacer sus necesidades,
salía; este hecho, lógicamente, entrañaba una gran arbitrariedad, y quienes
contribuíamos a llevarlo a cabo lo hacíamos con disgusto. No se trata de
justificar a los que servimos en este tipo de trabajos, pero lamentablemente, ordenes
son ordenes y el que paga manda. En otras ocasiones, también en esos
restaurantes lujosísimos a los que él acostumbraba ir, llegó a presentarse el
caso de que cuando lo acompañaba su esposa se imaginaba que los hombres de
otras mesas le dirigían a ella miradas procaces ( o simplemente no le gustaban
los tipos); inmediatamente, me llamaba y me decía:—Saca a esos hijos de su
chingada madre de aquí, rápido. Yo llamaba al gerente del negocio y le
comunicaba la decisión del Negro, solicitándole que los señores que estaban en
tal mesa se retiraran y que su cuenta la cargaran a la de Durazo: —Pero
adviértales que en caso de que se nieguen a salir, mando traer a varios
elementos de vigilancia, de los que están en la calle, para que les busquen una
bronca y los golpeen. Afortunadamente, en todos los casos que se dio esta
absurda situación, los interpelados accedieron a retirarse, aun contra su
voluntad; pero cuando menos, se fueron sin pagar la cuenta, hubieran o no terminado
de consumir sus alimentos.
Gastos del Alarde de
Seguridad
Con
el propósito de desglosar en sueldos el costo aproximado de los elementos que
utilizaba Durazo para su exclusiva seguridad personal, expongo lo siguiente: Tomando
en cuenta que el interior de su suntuosa residencia estaba seguro con la
presencia de la policía montada, que vigilaba absolutamente todos los alrededores,
en cuanto el Negro salía a su carretera privada que entronca con la carretera
federal México Cuernavaca, se repartían 20 policías Montados armados con
fusiles R15, dando la espalda al camino y apuntando hacia los cerros (diez
elementos de cada lado); mientras tanto, en la federal se encontraban dos
patrullas que impedían la circulación de los vehículos en ambos sentidos, hasta
que no pasara el convoy. El próximo entronque era el de San Andrés Totoltepec y
luego el de San Pedro Mártir, que era cubierto por dos elementos de a pie de la
policía, debidamente armados; su misión era detener el paso de todo vehículo.
Luego, en el empalme de la carretera federal con la autopista había tres
patrullas convenientemente distribuidas, con un total de ocho elementos equipados
con armas de largo y corto alcance. En seguida, a lo largo de todo el viaducto
Tlalpan, como ya dije, se cubrían todos los puentes de peatones, con siete
policías de a pie y cuatro motocicletas; su objetivo: tapar todos los accesos a
los transeúntes, pues se trataba de que nadie caminara por un puente mientras
el convoy de Durazo circulaba por esa vía rápida. En el entronque con la
colonia El Reloj (sobre la calzada de Tlalpan), se colocaban dos motociclistas
y tres policías; en Tlalpan y División del Norte, una patrulla con seis
elementos y tres motociclistas; frente a los Estudios América esperaban un
motociclista y tres policías de a pie. En el crucero de Xotepingo, cuatro
motociclistas y cinco elementos más; en Taxqueña y Tlalpan, tres motociclistas;
en Río Churubusco, dos motociclistas; en Ermita Ixtapalapa, cinco policías de a
pie; y de allí hasta el paso a desnivel de Tlaxcoaque, siempre sobre la calzada
de Tlalpan, 20 policías de a pie, evitando que cruzaran los vehículos mientras
pasaba el convoy; en el paso a desnivel que conduce al sótano de la DGPT había
cinco elementos más; y en los edificios que están frente a la jefatura de
policía, había repartidos diez hombres más con armas de largo alcance. A todo
lo anterior hay que agregar la escolta directa de Durazo, que constaba de dos
patrullas disfrazadas de taxis, que transportaban a ocho hombres; dos patrullas
del servicio secreto de escolta, con ocho elementos más; tres motociclistas de
punteros, abriendo el paso del convoy, y cinco a la retaguardia; más el auto
principal, donde íbamos el chofer particular del Negro, un teniente del
ejército y yo. Todo este aparato de seguridad requería diariamente un número aproximado
de 140 elementos; partiendo de un promedio de 8 000 pesos quincenales de sueldo
por cada elemento, leñemos un total de un millón 200 mil pesos quincenales. Y
aquí no contamos el desgaste y depreciación de 15 patrullas y 28 motocicletas,
así como su mantenimiento: gasolina, refacciones, aceite, líquido de frenos, etcétera.
Por otra parte, todo ese aparato funcionaba en forma regular dos y hasta tres
veces a la semana, no obstante que el Negro, sin previo aviso, a veces me ordenaba:
Mira pinche flaco, para destantear al enemigo ordena que venga el helicóptero
por nosotros. Y entonces, en cinco minutos íbamos del kilómetro 23.5 a su
oficina de la Plaza Tlaxcoaque. Por cuenta de Durazo, la ya desquiciada ciudad
de México sufría graves perjuicios en horas hombre, pues este aparato de seguridad
que funcionaba por lo menos tres horas diarias, alteraba !a rutina de miles y
miles de personas que se dirigían a sus trabajos. Pero como el Negro se las
gastaba, llegó a informarle al reportero Sergio Mora Flores del periódico la
Prensa (10 de agosto de 1979) lo siguiente: “Durazo reconoció que el equipo
humano y material de la DGPT es insuficiente”. Asimismo, Excélsior del 17 de
agosto de 1979, el reportero Luis Segura informaba a sus lectores: “Durazo
declara no contar con presupuesto para pagar a la policía. Y además, reconoció
que el equipo material y humano es insuficiente. Esto declaraba Durazo en 1979,
cuando en la calle hacía tal alarde de seguridad; y eso que en nuestras cuentas
anteriores no consideramos a los 50 policías que prestaban servicio en la casa
del kilómetro 23.5 como cocineros, meseros, jardineros, plomeros, carpinteros,
caballerangos, etcétera, representando un total de sueldos en tomo a los 800
000 pesos mensuales. También habría que añadir a las cuentas la seguridad de su
familia: dos patrullas y ocho hombres de la DIPD como escoltas de sus hijos
mayores, Jesús y Arturo; para su hijo Paco había dos patrullas con nueve
elementos también de la DIPD; para su hija Yoya, una patrulla con cuatro
policías; para su esposa Silvia Garza, una patrulla con cuatro miembros de la
DIPD; para sus hermanas Edelmira y Teresa, entre cocineros, meseros, choferes y
ayudantes, dos patrullas con 18 policías; para su mamá, cocinero, mesero y
jardinero, dos elementos de seguridad, y una patrulla; para su amante Lidia
Murrieta Encinas, chofer, tres elementos de escolta, cocinero y tres elementos
de servidumbre, con una patrulla permanente en la casa de Fuente bella número
54, colonia Fuentes del Pedregal. Además, “de calón” había tres patrullas
azules y dos de la DIPD en su casa del kilómetro 23.5, que estaban ahí
exclusivamente para atender los “mandados”, mensajerías y cosas parecidas;
sumaban diez elementos en total. Considerando el sueldo oficial de todo este
otro personal de servicio y seguridad del Negro, tenemos una cantidad
aproximada a los 960 000 pesos consume, sin contar, como en el caso anterior,
los gastos de 15 patrullas. Aparte, hay que tomar en cuenta los 650 elementos repartidos
en sus obras de la Cabaña, el Partenón, y el kilómetro 23.5, los cuales suman
10 millones cuatrocientos mil pesos en sueldos, más el gasto de cuatro
camiones. Por otra parte, todas las pipas de la Central de Bomberos del
Distrito Federal eran ocupadas ex elusivamente para acarrear agua a las
cisternas de la casa de Durazo, causando con ello, como ya lo ha declarado el
jefe de H. Cuerpo de Bomberos, graves problemas a la ciudadanía en muchos casos
de siniestros; ocurrió varias veces que no se contó con agua para apagar
incendios, pues “la estaba usando el jefe”.
La Señora También
Cooperó a los Ingresos
El
jueves 23 de agosto de 1979, la señora Silvia Garza de Durazo hizo al diario La
Prensa la siguiente declaración: “Se construirá un asilo para policía jubilados,
con Inversión superior a los 10 millones de pesos provenientes de actos
sociales y ayuda del sector privado, así como 16 estancias infantiles para la
policía, con terrenos donados por el DDF”. En la Prensa del siete de septiembre
de 1979, su columnista Mora Flores, mencionó: “Asilo para ancianos policías y
estancias para los hijos de los policías”. Y ahí se informó que las
instalaciones costarían 96 millones de pesos, aunque en el mismo artículo la
señora Durazo y el propio Negro declaran: “Nos allegaremos fondos en actos
sociales, espectáculos y donativos, ya que no tenemos subsidios”. Entre otras
cosas, la señora Garza de Durazo anualmente exigía que entre los jefes de área,
directores y jefes de oficina, se vendieran 10 000 boletos anuales, a 1000
pesos cada uno, para el Baile Anual de la Policía, que no costaba nada a la
DGPT, ya que la alimentación, los vinos, los meseros y los “shows” eran conseguidos
o pagados por los jefes ya mencionados. Si se multiplican 10 000 por 1000,
resultan 10 millones de pesos, cantidad que la señora Durazo reunía cada año; y
esto sin contar los donativos de la iniciativa privada, que probablemente
igualarían esa suma, más las cantidades que se reunían de diferentes actos que
organizaba la señora durante todo el año: festivales, premieres
cinematográficas y eventos sociales. La venta de boletos para todas estas
celebraciones estaba garantizada de antemano, ya que Silvia Garza de Durazo
tenía la costumbre de vendérselos íntegramente a los jefes de área, directores
y jefes de oficina; éstos lo consideraban una obligación, pero tenían el recurso
de exigirles lo mismo a sus subordinados. En base a lo anterior puede
calcularse las “modestas” entradas anuales que lograba la señora Durazo.
Colaboraban con ella, en la recaudación de estos fondos, tres señoras “respetabilísimas”,
conocidas en los medios policiacos como Emma Vieyra Huacuja, Ernestina
Martínez. Valencia y Candy Serrano de Marbán, la hija del “segundo frente” del
coronel Carlos Serrano (el que hacía generales); esta última también acompañaba
a Silvia Garza en todas sus correrías (léase orgías).Si usted o las actuales autoridades
se toman la molestia de cotejar mis datos, comprobarán que la obra benéfica de
la señora Durazo fue prácticamente nula. Hallarán la misma guardería infantil
con que siempre ha contado la DGPT, junto a la Brigada de Motociclistas en los
cuarteles de Balbuena; y mucho les agradeceré que me informen si encuentran en
alguna parte del Distrito Federal el asilo para policías ancianos, o cualquier
otra de las instalaciones que tanto anunció la señora Durazo que edificaría.
El
dinero, por obvias razones, creo que ya está invertido en Canadá o cualquier
otro lugar, no mexicano.
Otra “Entrada” de “mi
General”
En
un artículo publicado en IM Prensa del cuatro de octubre de 1979, el reportero
Augusto Cabrera M. informaba:“La DGPT acordó ayer adquirir un edificio de dos
pisos de altura con capacidad para varios miles de urnas de la empresa
Mausoleos del Ángel, con la que se pretende resolver el problema durante 40
años para los deudas de la corporación que tallecieran en ese periodo.
“El
monto de la operación no fue revelado, pero se sabe que asciende a varios
millones de pesos, por lo que Mausoleos del Ángel se comprometió a construir,
gratuitamente por esa concesión, una escuela, una estancia infantil o un asilo,
según la decisión del general Durazo al respecto.“Asimismo, absorberá los
gastos de mantenimiento del edificio, y levantará dos salas vejatorias
exclusivas para la DGPT, con lo que los servicios de esta naturaleza serán
gratis para los deudas, quienes así evitarán desembolsos fuertes”.!Qué
preciosidad de planes! Yo lo único que sé, y lo que sabe toda la Policía, es
que de noviembre de 1979 hasta marzo de 1983, sin pedirnos ninguna
autorización, se nos descontaron a cada uno de los 27000 elementos de la
corporación, aproximadamente 57 pesos quincenales, lo que daba un total de 36
millones 936 mil pesos anuales. Y los beneficios reales que recibimos como
consecuencia de esos bellísimos planes fueron los siguientes: sólo podía ser enterrado
el policía que falleciera en actos de servicio; su familia no tenía ningún
derecho a utilizar esa prestación; si el elemento causaba bala, no tenía
ninguna posibilidad de recuperar su inversión, pues como todo lo que hacía el
Negro Durazo no tenía regreso, había una cláusula donde, se mencionaba que el
policía dado de baja cedía su fondo para los que seguían “prestando sus
servicios en la DGPT”. Pero aun habiendo caída en el cumplimiento de su deber,
hubo muchos y lamentables casos en que no se logró la inhumación de dichos
compañeros bajo estas condiciones, ya que cuanto más humilde era el policía
ultima de un servicio, más trabas se le ponían; incluso recuerde que una viuda
prefirió recurrir a la caridad de los compañeros policías para poder enterrar a
su esposo, diciendo nos con los ojos llorosos: Mi
marido y se me está apestando en la casa y no tengo con qué enterrarlo. No
creo, y a las pruebas me remito, que en todo ese tiempo se haya inhumado a más
de 50 policías, rasos o de tropa; eso sí, cuando se trataba de jefes o allegados
a Durazo, el junto era muy diferente, como fue el caso del hijo de Castañeda o
el de Andrés Ramírez Maldonado, enterrados con grandes honores, cuando que este
último, como ya dijimos, murió por traidor a manos de la mafia de San Antonio,
Texas, y no precisamente en el cumplimiento de su deber. Yo me enteré de todo
este fraude desde el principio, porque en el privado de Durazo conocí a Pablo
Fontanet, propietario de Mausoleos del Ángel; entre trago y trago, y “pericazo”
y “pericazo”, este señor a carcajada abierta le decía al Negro: Te traigo un
estudio para ganarnos, de la manera más rápida del mundo, 100 millones de pesos.
Y Durazo, ni tarde ni perezoso, aceptó con agrado una idea tan burda; el plan
era tan desesperado que cuando me tocó acompañarlo con el regente Hank González
para su aprobación, éste le dijo: —No el chingue Arturo, yo esto no lo firmo. A
lo que Durazo le contestó:—Para mañana te lo voy a traer autorizado aquí a tu
despacho, por don Pepe López Portillo. Y así fue. En realidad, con esta “recaudación”
de fondos se pretendía iniciar, sólo iniciar, el famoso centro de diversiones
Reino Aventura, cuyo costo total fue de miles de millones de pesos. Además, fue
Durazo quien logró la autorización de López Portillo para usufructuar durante
99 años los terrenos que ocupa dicho centro recreativo. Vencido este plazo,
deberán pasar a ser propiedad de la Nación, junto con todas sus instalaciones.
Entre los socios que integraron este supe negocio, además del Negro Durazo y el
propio Fontanet, recuerde a Carlos Hank González y a Gastón Alegre. Respecto al
fraude de los “mausoleos” para los policías, debo reconocer que la
administración actual atendió el gran número de quejas por parte de los
compañeros; así, los descuentos quincenales fueron suspendidos, aunque hasta la
fecha nadie sabe qué medidas se tomarán para la recuperación de osa fortuna que
corresponde a nuestro peculio como policías en funciones.
Se Quedó con el Stand
de Tiro Electrónico
El
17 de diciembre de 1979, nuestro amigo Sergio Mora Flores, del diario La
Prensa, citó unas declaraciones del Negro Durazo relacionadas con la
adquisición de un stand de tiro electrónico, similar al que tiene el FBI en los
Estados Unidos; estaba equipado con los últimos adelantos en la materia, y el
costo, desde luego, fue elevadísimo. Efectivamente, dicho stand se adquirió y
se instaló... pero en la casa del Negro Durazo, donde ningún miembro de la DGPT
osaba poner los pies, ya que eso privilegio estaba reservado exclusivamente a
José López Portillo, su hijo Ramoncito y otros invitados especiales. El modesto
stand de tiro para los miembros de la DGPT, puede verse en las instalaciones de
Balbuena: es exactamente el mismo con que contamos desde hace 35 o 40 años.
También señalaba Mora Flores, en La Prensa del día 18 de diciembre de 1979, que
por conducto del coronel Mena Hurtado, el Negro Durazo anunciaba la adquisición
de 7 000 semáforos electrónicos, cuyo costo era de grandes proporciones.
¿Ha
visto usted en esta ciudad algún semáforo electrónico? Todos son los mismos de
antes, ¿o no?
VI
El Nepotismo de Durazo
haciéndole
eco a López portillo, quien colocó en puestos envidiables a todos sus parientes
(Margarita de RTC; Alicia, de secretaria particular, su cuñado Martínez Vara,
oficial mayor de la CFE; su hijo Ramoncito, subsecretario de Programación y
Presupuesto; su primo Guillermo, en el INDE; su yerno De Teresa es actualmente
cónsul de México en Nueva York, con un sueldo de dos millones de pesos
mensuales; y su otro yerno, Pascual Ortiz Rubio, en la Secretaría del Deporte,
entre otros), Durazo no se quiso quedar atrás c incluyó en la nómina de
honorarios de la DGPT a sus hijos: Jesús, Arturo y Paco; a sus hermanos: Sigfredo,
Gilberto (que ya murió) y Oscar; a sus hermanas: Edelmira y Teresa; a sus
sobrinos y sobrinas; pero también en un afán de ayudar a sus “incondicionales”,
incluyó en la nómina a la esposa e hijos de Car
los Castañeda Mayoral, así como a la amante de éste con sus respectivos
hijos; pero Castañeda Mayoral no quería ser menos y logró la autorización de Durazo a fin de agredir a los parientes
cercanos y lejanos de José Luis Echeverría, su segundo. Cabe aclarar que los
que acabamos de mencionar prestaban servicios en la casa de Castañeda Mayoral,
como cocineros, meseros, choferes, ayudantes, jardineros, etcétera; por otra
parte, su amante contaba con ocho o diez mujeres policías de la Oficina de
Contaminación para atender un salón de belleza.
¡Qué chulada de país!
Un Fontanero Titulado
Para el Negro
El
afamado otorrinolaringólogo Manuel Rosete —cuyo consultorio se encuentra en las
calles de Tuxpan No. 16, despacho cuatro, en la colonia Roma— es quien atiende
a los cocainómanos de todo el medio artístico (él mismo es adicto); y por
cierto también se ocupaba del Negro Durazo por recomendaciones de su amigo
íntimo Pancho Sahagún Baca. Este se alarmaba al ver los graves padecimientos de
su “patrón”, quien por el abuso de esa droga Llego a ponerse bastante mal y a
tener fuerte resequedad y hemorragias. Tantos problemas sufría el Negro por
abusar de la coca, que debíamos llevarlo por lo menos cada quincena para que el
doctor le aplicara varias sondas y le lavara todos los conductos; de ahí que todos
los otorrinolaringólogos conozcan a Rosete como el “Fontanero”, pues sólo se
dedica a “destapar caños”. Por cierto que, con su característico buen humor, el
doctor Rosete le comentaba a Sahagún Baca, sin que lo oyera Durazo: —Ay, cabrón
Pancho. Todo lo que le saqué a Durazo lo voy a secar ahorita y te garantizo
que, cuando menos, junto una onza de cocaína pa’l “recalentado”. El doctor,
obviamente, no le cobraba a Durazo por sus servicios, pero Sahagún Baca lo
retribuía las atenciones “en especie”, o sea, dándole la coca que necesitaba
para su consumo personal. Rosete atendía a Durazo con la mayor reserva del mundo,
pues el Negro entraba por una puerta privada, directamente al cubículo donde
estaba el instrumental médico, y al que sólo tenían acceso el paciente, el
médico y una enfermera. Nosotros nos quedábamos afuera vigilando, y el aparato
de seguridad cubría todos los puntos de posible entrada al consultorio, pues la
consulta se pedía previamente y toda la guardia se retiraba del lugar hasta que
el Negro lo abandonaba.
La Infraestructura de
Protección
El
Negro ha tratado, por todos los medios, de permanecer cerca de López Portillo,
lo mismo que el ya solicitado por la justicia mexicana, Roberto Martínez Vara,
sobrino preferido del ex presidente; de este modo, Durazo supone que no será
reclamado por la justicia de la Nación. Por otra parte, Pancho Sahagún Baca,
sigue órdenes expresas de Durazo y continúa residiendo en varios Jugares de la
República Mexicana: Sonora, Guadalajara (donde viven su esposa e hijos),
Sahuayo (donde tiene una granja) y la ciudad de México, donde tiene una “casa
de seguridad” (así les llaman a los refugios de los guerrilleros) ubicada en la
avenida Alborada No. 43, en la colonia Parques del Pedregal, frente al centro
comercial Peri sur. AHÍ es donde se oculta Durazo, cuando en forma subrepticia
llega a venir al país. Sahagún Baca ha mantenido hasta la fecha a elementos de
su confianza incrustados en las diferentes dependencias oficiales, sobre todo
en la PGR; lo que pretende con ello es recabar información que en algún momento
le pueda servir a él o su jefe. Se reúne periódicamente con estos individuos en
el restaurant “Anderson’s”, de Paseo de la Reforma. Además, cuenta con un grupo
de más de 50 ex elementos de la DIPD y de la Brigada Blanca, a los que se dotó
desde un principio con modernas armas adquiridas por la DGPT de Durazo en
Alemania. Con ellas, estos ex policías delincuentes cometen asaltos a bancos y
a otras instituciones, con el fin de poner en predicamento la seguridad pública
y justificar así la ausencia de Durazo al frente de la policía. Esta terrible
banda, aparte de contar con la protección de otros que están incrustados en los
diferentes cuerpos policiacos del país, tiene refugios proporcionados por el
propio Sahagún Baca, quien también la usa como medio de persuasión contra los
posibles denunciantes de su “patrón” Durazo Moreno. Y por si fuera poco,
Sahagún y sus secuaces tienen a su servicio los más modernos medios de
comunicación, para pasar información a López Portillo y a Durazo, en cualquier
lugar del mundo en que ellos se encuentren.
Sus Incondicionales y
sus Victimas
Dentro
de la actual administración de justicia, Durazo también cuenta con
incondicionales, como el ministro de la Suprema Corte de Justicia, Salvador
Martínez Hojas, cuyo puesto le consiguió el Negro con López Portillo, en agradecimiento
a los “servicios” que le prestó en su carácter de presidente del Tribunal
Superior de Justicia del Distrito Federal. Como ya dijimos, Martínez Rojos fue
quien se prestó a la farsa de nombrar “doctor honoris causa” al Negro Durazo, y
a mandar al Reclusorio a dos coroneles de la Policía que no se “alinearon” a la
medida de sus pretensiones; se trata de Fernando Medina y Faustino Delgado
Valle, a quienes no pude dar de bala recurriendo a los procedimientos legales
de la policía (como, por ejemplo, la Junta de Honor), y tras de haberlos tenido
durante más de un año, al lado de otros jefes “irreverentes”, en el Regimiento Montado
de Policía, por sugerencias de Sahagún Baca les “fabricó” un supuesto fraude y
fueron confinados al Reclusorio. A pesar de su inocencia, Delgado Valle pude
conseguir su libertad bajo fianza, no así Fernando Medina, quien todavía
permaneció recluido otro año, pues por órdenes de Martínez Rojas, el juez
correspondiente “congeló” su expediente. Uno de los que abogaron por Fernando
Medina fue su cuñado Gabriel Álvarez Suárez, al/as el “Polio”, quien se
presentó ante Durazo y le suplicó: —Mi general, perdone a Fernando, ya casi
tiene un año en la cárcel. —Yo de ese cabrón lo único que quiero es su
renuncia. Que te la hagan ahorita, se la llevas al Reclusorio para que la
firme, y en cuanto tú me la traigas, delante de ti, le ordeno Martínez Rojas
que lo ponga inmediatamente en libertad.El cuñado de Medina trató de cumplir
con lo que ordenaba el Negro, pero Fernando, haciendo gala de la valentía que
siempre lo ha caracterizado, le dijo a su cuñado: —Dile que vaya y chingue a su
puta madre; prefiero quedarme en el Reclusorio hasta que termine el sexenio,
que darle gusto a ese pinche vicioso de cagada. Afortunadamente para él, cuando
Durazo logró que Martínez Rojas pasara a la Suprema Corte de Justicia, el nuevo
ministro del Tribunal no aceptó esta irregularidad e inmediatamente Fernando
Medina logró su libertad; y además, el amparo de la justicia para
reincorporarse con su grado de coronel, a la DGPT, donde hasta la fechase encuentra.
Otra de las “proezas” del Negro Durazo, consistió en ordenarle a Martínez Rojas
que reuniera a todos sus “pinches ministros” (sic) para una comida en el “Restaurante
Del Lago”, en el Bosque de Chapultepec, manifestándole con sus características
y corrientes carcajadas: —Para que me vayan conociendo toda esa bola de
pendejos. La reunión se llevó a cabo según lo planeado; pero la única persona
que no se ajusto a la pretendida manipulación de Durazo, tratando incluso de
hacerlo potente, fue nuestra actual Procuradora General de Justicia del DF.
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