LO NEGRO DEL NEGRO DURAZO - JOSE GONZALEZ G. parte1
I
Yo,
Pepe González, naci el año en que mataron al general Álvaro Obregón; vi la
primera luz el día 26 de julio de 1928, en el seno de un bogar católico; mis
padres fueron oriundo de las montañas de Santander, España, donde nació mi
hermano Antonio, quien fue el único de mis hermanos nacido allá. Debido a mi
origen hispánico creo haber heredado el gusto por la lectura y la escritura.
Mis
progenitores, Ignacio y Ángeles, ambos apellidados González., por lazos
familiares establecidos en México quisieron venir a radicar a esta buena
tierra; y sin saber en las que iban a molerse, decidieron llevar a cabo ese
proyecto. Sin embargo, primero tuvieron que irse a Francia y radicar allá un
tiempo. Mi padre Trabajo de minero para reunir de nuevo suficiente; mientras tanto,
nacieron mis hermanas Mercedes e Ivette en Los Pirineos, es decir, las áreas
mineras de Francia... Estoy hablando del primer tercio do los años veintes, o
sea, cuando Europa se rehacía de la gran masacre que fue la Primera Guerra
Mundial, donde murieron tantos seres humanos. Ya con dinero suficiente, mis
padres hicieron el viaje y se trasladaron a Torreón, Coahuila, pues era el
tiempo de la “Jauja” del algodón y había mucho español en dicha ciudad. Ahí
precisamente se estableció mi familia, y con ayuda de nuestros parientes, mi
padre abrió una cantina.
Conocí la Muerte Desde
muy Niño.
Yo
creo que mi destino ha sido el enfrentarme con la muerte desde muy pequeño,
pues cierto desgraciado día, cuando mi padre salía de su taberna, le llegaron
por atrás y a mansalva lo asesinaron de una puñalada, sin darle tiempo a
defenderse. Yo creo que ahí se sembró en mi alma el desprecio por la vida de
los demás y mi afán de desquite. Ese drama ocurrió precisamente cuando tenía un
año de nacido, o sea que puede decirse que ni siquiera conocí a mi padre. En
ese ambiente de privaciones, de carencia absoluta de lo más elemental, se
desenvolvieron los primeros años de mi vida. Mi madre, gran conocedora de la
cocina española, tuvo que emplearse como cocinera en algunas casas de
asistencia o en pensiones públicos, especialmente para españoles, donde se les
daba como abonados casa y los tres alimentos. Al no ver mi madre futuro en la
provincia para mis hermanos y yo, tomó la decisión de radicar con nosotros en
la capital de la República, donde también consiguió trabajo de cocinera.
Me Rompieron Ia
Quijada
Cuando
yo tenía ocho años de edad llegamos a
México y al principio mi madre sufrió bastante para colocarse; incapaz
también de mantenernos unidos. Carecíamos de lo más indispensable y mis
hermanos y yo debimos repartirnos entre varias amistades. O sea que crecí sin
un afecto paterno. Mis hermanas se emplearon como sirvientas y mi hermano y yo trabajamos
en la panadería “La Única de Guerrero” y luego en la llamada “Campo Florido”,
ubicada en la colonia de Los Doctores. Teníamos que madrugar, lo cual es un
gran sacrificio cuando no se tiene la costumbre; tener que sufrir el frío de
invierno y la escarcha... Pero ni modo, había que vivir. En las panaderías trabajábamos
de dependientes, o sea que recibíamos el pan de los tahoneros, lo acomodábamos,
repartíamos los canastos para los distribuidores, que se los llevaban en
bicicleta y después atendíamos al público. El trabajo nos ocupaba de las cuatro
de la mañana á las diez de la noche, en que se cerraba la panadería, con una
hora para cada alimento. 0 sea que aquello era tremendo. Por ser el más chamaco
de la familia se me tenía la consideración de permitirme asistir a clases en el
centro escolar “Benito Juárez”, donde también estudiaron José López Portillo,
Luis Echeverría Álvarez, Arturo el Negro Durazo (desde esos años ya le
aplicaban el apodo del “Negro” por razones Obvias) y otras personas de mucho
nombre. Dicho plantel estaba donde hoy se encuentra el Multifamiliar Juárez y
con anterioridad el Estadio Nacional. Donde concluí mis estudios elementales
fue en la escuela primaria “Manuel López Cotilla”, situada en la Plaza Mira
valle de la colonia roma. Para poder asistir a mis clases, el dueño de la
panadería, el vasco don Pedro Irigaray, me vendió una bicicleta que me
descontaba de mi sueldo; así llegaba rápido a la escuela y de allí al trabajo.
Cierta vez este señor, que era un abusivo con toda la barba, me quebró la
quijada por una distensión sin importancia, relacionada con mis labores. Desde
ese momento, rompí con las panaderías de por vida.
Fui Revendedor
Como
primero es ser y luego la manera de ser, me dediqué a la labor de revendedor de
boletos, en la ya derruida plaza de toros “El Toreo”, de la Condesa; pero en
esa actividad no todo es coser y cantar, sino que había que formarnos desde la
noche anterior, comprar los boletos y revenderlos al día siguiente. La cosa era
arriesgada pues había que huirle a la policía, porque si te agarraban, te
quitaban boletos y dinero; así que a veces era de balde la malpasada. Abordé la
reventa para completar mis gastos de estudiante fui bachillerato, cosa que pude
hacer debido a que nos cayó, como llovido del cielo, un buen mexicano, el
ingeniero José Favela Ramírez, quien se casó con mi hermana mayor Mercedes, que
contaba con 15 años de edad; nos llevó a vivir a todos a su casa, excepto a mi
hermano, que siguió trabajando en las panaderías. Así pude concluir la
secundaria y la preparatoria, habiéndome ayudado con lo que ganaba cuidando
carros y trabajando en la plaza de toros. Luego de terminar mi prepa, entré a
la Facultad de Comercio y Administración de la Universidad Nacional Autónoma de
México, carrera que trunqué porque contrale matrimonio en primeras nupcias.
Apenas tenía 18 años cuando nació mi primer hijo “llamado Pepe, igual que yo—,
lo que me obligó a buscar un trabajo formal.
También fui Chofer
Materialista
En
la época en que más desprestigiados estaban los choferes materialistas por
atropelladores, busca líos y broncudos, tuve que dedicarme a ese trabajo, pues
fue lo primero que encontré y había que vivir. Así duré ocho años y me percaté
que mientras más grande el camión, más se pagaba; por eso me especialicé un el
manejo de tráileres en la carretera; es ahí donde se endurece el carácter y donde
se la tiene uno que rifar con el más valiente a punta de puñetazos. En ese
desempeño ocupé diversos puestos, principalmente en la CEIMSA (ahora CONASUPO),
a donde llegué incluso a ser jefe de choferes. Con el propósito de mejorar mis
ingresos tome cursos de capacitación en la Goodrich Euskadi, donde Aprendí
fabricación de llantas y sistemas de vulcanización, y en la Walter Kide, donde
me impartieron un curso sobre equipos contra incendios. Después de eso, alguien
me propuso hacer rutas para la venta de leche a domicilio, a lo cual la gente
no estaba acostumbrada y le tenía desconfianza; prefería ir por ella al
expendio o al establo.Para cumplir con este nuevo trabajo conseguí un carro
Hudson modelo 1942 que estaba hecho una auténtica carcacha; era una dizque
convertible y cuando llovía se le colaba el agua por todos lados; así que
llenaba la cajuela con las botellas de leche, pero como el caño estaba dado a
la tristeza, en la casa de mi hermana, que vivía en Ciudad Jardín, Tlalpan,
diariamente tenía que “hacer talacha”. Cierta vez cambié yo solo el
diferencial.
Me Vigilaban
insistentemente
En
la esquina donde yo reparaba mi vehículo se detenía un ostentosísimo carro
Packard. Aunque me sentía observado, no me importaba y seguía dándole a la “talacha”,
Una de tantas veces, precisamente cuando yo cambiaba el diferencial de mi carcacha,
se baló del Packard el chofer del señorón al que transportaba y me dijo:—Oiga,
ahí le hablan. Yo pensé que me querían para algún mandado, y al llegar ante ese
personaje, me dijo: —Oye güero, ¿eres mecánico? Le conteste que no, que lo
hacía por necesidad. Reviró con: — ¿Cuánto ganas, en qué trabajas? Le respondí,
y entonces me preguntó si quería ganar tres veces más, sin tener que ensuciarme
ni hacer ese tipo de trabajo. Le dije que sí. De vil papel de estraza, el
señorón aquel tenía confeccionado un block que colgaba del asiento delantero;
también había un lápiz que colgaba de un hilo. Anotó algo, firmó, me extendió
el papel y me dijo que lo fuera a ver al Departamento Central. Firmaba como
Ernesto P. Uruchurtu. Hastíese momento, yo ignoraba quién era señor que me
había estado observando durante tantas tardes.
Un Cañonazo de 25 000
Pesos
Al
otro día, limpiecito, pero de chamarra y pantalón vaquero, fui a verlo a esa
dirección, que era nada menos la Regencia de la Ciudad. Yo dudaba que ahí fuera
la cita, pero al ver ese papel de estraza, el empleado de la receptoría supo de
qué se trataba. Entré al “despachón” del licenciado Uruchurtu, y al verme le
dio bastante gusto. Me saludó afectuosamente y luego oprimió un timbre pura
llamar al contralor Eduardo Viese, a quien le dijo que iba a hacerme cargo del
puesto de supervisor mecánico de la Contraloría General del Departamento Central,
para la fiscalización de los Talleres Generales del mismo Departamento. Tan
amolado me vio el contralor, que en principio dudó que yo fuera ocupar ese cargo.—Pinche güero, te ves muy
jodido. A ver, que te den 25 000 pesos —de ese tiempo, hagan cuentas—. Quiero
que te compres trajes, corbatas, camisas, zapatos y lo que necesites, pues
quiero que mañana vengas “de pura línea”. Listo me dijo Uruchurtu, ante su
secretario particular, quien me dio, por orden suya, In cantidad mencionada, y
agrego: —De todo lo que llagas me vas a tener que dar un informe diario, pues
de lo que se trata es que se evite el robo de las refacciones, que las
reparaciones estén bien hechas y se agilicen los trabajos, ya que hay muchos
vehículos del Departamento inactivos.
De Amolado a
funcionario
Puso
a mi servicio una camioneta Guayín último modelo(1957), que era con la que me
desplazaba a todos huía;. Así sorprendí a todos aquéllos que antes no me bajaban
de “mediocre”; fue mi turno de bajar muchos humos y puse a mucha gente en su
sitio, abandonándolos en el fango de la envidia. En mi nuevo cargo apliqué
todos mis conocimientos de trailero,
mismo que los cursos que había tomado sobre vulcanización y fabricación
de llantas. Con base en ello, reestructure todos los talleres del Departamento,
incluyendo la instalación de una planta de renovación de llantas, en la que
pudieron atenderse hasta trolebuses. Asimismo, obtuve en la Contraloría otros
conocimientos y gracias a ello, fui nombrado delegado, contador fiscal, jefe de
supervisores, jefe de servicios de la Contraloría y, por último, jefe de la
Oficina de Vehículos y Combustibles del propio Departamento.Cuando por causas
conocidas el licenciado Uruchurtu dejó el Departamento Central en 1967, y dados
los conocimientos generales que yo tenía sobre la Contraloría, por
recomendación del general de división don Antonio Nava Castillo se me nombró
ayudante personal del general brigadier Renato Víctor Amador, quien fuera
director general de Tránsito y, posteriormente, jefe de Policía y Tránsito del
Distrito Federal, Además de ocupar el cargo de su ayudante personal —pistolero—
fui jefe de un grupo especial... muy especial.
Era un pistolero nato
Para
ese trabajito de despachar cristianos al otro mundo, descubrí que había
aprendido el manejo de las armas cuando dentro de la controlaría tuve que hacer
delicadas Investigaciones, debido a las cuales Uruchurtu incluso tuvo que dar
de bala a varios de sus amigos, como por ejemplo a don Pancho López Palafox y a
J. Carpió Mendivil, quienes controlaban a todos los pepenadores de la ciudad,
con el propósito de vender la basura, uno vez seleccionada, a las industrias,
labor que realizaban los propios pepenadores, a los que se les compensaba con cantidades
ínfimas. Opinen ustedes: por una tonelada de basura —ya fuera de vidrio, hueso,
papel, etcétera— con la que llenaban un camión, les pagaban como 100 pesos de
los actuales (1983). Era un verdadero abuso contra esa pobre gente que vive en
el lodo y la inmundicia. El precio que pagué por defender al débil fue alto: me
propinaron una golpiza en toda forma, tumbándome casi todos los dientes de
enfrente. Ese fue el precio de la primera diligencia escabrosa que efectuó
contra funcionarios; los de este caso ordenaron a sus pistoleros eliminarme.
Los siniestros sujetos me interceptaron cuando crucé en mi auto la calzada de
la Viga; a la altura de la colonia 201, se me cerraron e inmediatamente se balaron
y me dieron una golpiza despiadada. Me hicieron heridas contundentes con sus
armas, me patearon y si no pudieron matarme, fue porque se percataron a tiempo
de que una patrulla se aproximaba; así que se dieron a la fuga. Sin embargo,
creo que pensaron que ya me habían eliminado. Pero esta humilde persona,
todavía tenía que dar mucha lata. Estando todo golpeado y más muerto que vivo,
fui reconocido por los patrulleros, pues para esos días ya era yo un
funcionario muy popular. Trataron de conducirme al hospital para recuperarme; les
agradecí el detalle, pero me opuse, profiriendo que me llevaran a mi casa
pensando que los gatilleros que ya me habían dado por difunto se percatarían de
que estaba encamado, y quizás presten dieran rematarme. Uruchurtu se enteró de
la golpiza que me propinaron, e indignándose por el atentado dispuso que se me
dieran las seguridades del caso. Así pues, sobrevino el cese fulminante de ese
par de funcionarios que buscaron mi “liquidación” a pesar de la amistad que los
había unido al regente. A fin de evitar otra golpiza y para que no me agarraran
distraído, con varios compañeros de trabajo, entro ellos el doctor Carlos Ruiz.
Salazar, puse un stand de tiro en la calle de Chimalpopoca número 100, donde en
ese entonces se encontraba el Batallón Motorizado de la Policía (las
patrullas); de esa forma, me inicié en el conocimiento de las armas y las
prácticas de tiro. Desgraciadamente, como los pianistas natos que desde el
primer contacto con el piano saben para qué nacieron, así yo me percaté que
tenía una puntería natural, pues acertaba casi en el momento de desenfundar,
casi sin necesidad de apuntar. Mi destreza con el gatillo, o sea mi formación
como hombre de armas, no paso desapercibida para muchos políticos; por eso se
me nombró ayudante personal (pistolero) del general Renato Vega Amador, con
quien además formé un grupo de Investigaciones Especiales de la Jefatura de
Policía, encauzado a “resolver” los problemas suscitados por el movimiento
estudiantil de 1968. Por supuesto, “actuamos” en la plaza de Tlatelolco, donde
la represión del gobierno fue brutalmente violenta y cobró cientos de víctimas.
Formé los “Halcones”
Debido
a mi trayectoria como gatillero, se me comisionó para organizar ese grupo de
camorristas profesionales conocido como los “Halcones”, Primero fueron 100,
pero después se le heredaron al Departamento del Distrito Federal y llegaron a
ser 1 000, aunque para ese entonces ya estaban fuera de nuestro control. Los
comandaba el coronel Díaz Escobar, quien en esos días era director de los
Servicios Generales del DDF, ya que todos los “Halcones” cobraban su sueldo en
las nóminas de Limpia, Parques y Jardines. Así pues, llamando a las cosas por
su nombre, participé en la matanza de Tlatelolco y con “mi negra” mando a
varios sujetos al otro mundo. Participé asimismo en otros enfrentamientos de la
época, donde había que tener los pantalones bien fajados porque los problemas
eran muy fuertes. Posteriormente, dada mi preparación de gatillero, al ingresar
a la Jefatura de Policía el general Renato Vega Amador, se me nombró jefe de
Ayudantes del presidente de la Gran Comisión de la H. Cámara de Diputados y
responsable de la seguridad de la XLVIII Legislatura de la misma Cámara. Luego
fui responsable de la seguridad en la campaña política pura gobernador de Guanajuato,
del licenciado Luis H. Ducoing. Al concluir dicha misión, en tanto tomaba
posesión de la gubernatura dicho personaje, me nombraron secretario auxiliar
del oficial mayor del DDF, el ingeniero Renato Vega Alvarado, hijo del general
Vega; y a los cuatro meses, jefe de Ayudantes del gobernador electo del estado
de Guanajuato, o sea el licenciado Luis H. Ducoing. El cuatrerismo (abigeato)
dejaba muchos billetes a los grupos que lo practicaban, y como dicho delito
estaba en todo su apogeo por esos días, me nombraron jefe de la Policía Fiscal
Ganadera del estado de Guanajuato. Luego de varios enfrentamientos logré
terminar con el problema, habiendo tenido en mi corporación tres difuntos,
aunque a las bandas de delincuentes les matamos nueve hombres, logrando también
muchos detenidos. Por cierto que en Guanajuato se castiga el abigeato como si
fuera homicidio calificado, es decir con 40 años de cárcel; por eso es que se
defienden tan bien los “batos”. Igualmente logré interceptar contrabandos de
armas en campos de aviación ilegales ubicados en la entidad así como muchos
contrabandos de drogas heroicas y alambiques clandestinos. Entre otros delitos
también detectamos la falsificación de vinos de la Casa Domecq, con mezcal de
panela fabricado en la sierra; esto lo hacía el representante de dicha firma en
el estado, asociado con el capitán Vega y otros de menor importancia pero de
igual peligro.
II
Reencuentro con el
Negro
Al
tristemente célebre Arturo “Negro” Durazo Moreno lo volví a encontrar
precisamente cuando yo ocupaba el puesto de jefe de Ayudantes del gobernador
Luis H. Ducoing, es decir, cuando iniciaba su campaña política por Guanajuato
el entonces candidato a la Presidencia de la República, José López Portillo. En
las escalinatas de la Universidad de Guanajuato, Ducoing y López Portillo
sostuvieron una charla amistosa con los estudiantes El Negro acompañaba al
candidato, y éste a su vez se hacía acompañar de un gran amigo y estupendo
militar hoy general brigadier por su trayectoria (en ese momento era coronel),
Rodolfo Robles Dibella.
Al
verme, Durazo me dijo: —Quihubas pinche flaco, qué estás haciendo por este
pinche rancho. A lo que le conteste, en el mismo tono: —Y tú, comandante de
cagada, qué chingados “andas haciendo por acá”. Y me respondió que por ser muy
buen amigo de José López Portillo desde la infancia, el candidato le había
encargado su seguridad personal durante la campaña. El Negro añadió que al
terminar ese trabajo ocuparía un “hueso” muy importante dentro del próximo
gobierno. Al oír esto de inmediato pensé: “Pobre de México, por eso andamos
como andamos Me indicó que posiblemente sería director general de Aduanas pero
fuera lo que fuera, en cuanto yo supiera su destino por la prensa, sin mayores
aclaraciones me presentara con él para trabajar juntos.
Ya
mencioné que al Negro Durazo lo conocí desde mis años adolescentes, pero
quisiera dar una versión más precisa de cómo era en esos lejanos ayeres.
Retrato de Arturo
Durazo
El
Negro Durazo era un verdadero gandalla siempre de muy bajo nivel económico y
nula formación intelectual. Tenía fama de golpeador, pero ni siquiera a
pistolero llegaba. Cuando lo conocí le servía de guardaespaldas a uno de los
más grandes hampones que se han dado en México, a quien por diversos delitos se
le encarceló junto con Hugo vera en el “Palacio Negro” de Lecumberri. ¿Su
nombre? Manolo Prieto. Durazo siempre quiso esconder su incierto origen, por lo
que jamás mencionaba el lugar de su nacimiento ni su ascendencia familiar;
nunca vivió con su familia ni se le conocieron parientes cercanos. Siempre
estaba solo y vivía en una modestísimo vecindad destartalada, encajonada en la
cerrada de Antonio Maceo número 43, en Tacubaya, Distrito Federal. Vivía
prácticamente en la miseria, corriendo la suerte de los perdonavidas
arrabaleros en sitios de “rompe y rasga”. Su ambiente siempre fueron los cabaretuchos
y los salones de baile populacheros, donde se preciaba de ser el mejor “descontonero”
(el que golpea a traición) del país. Y es cierto, porque no era honesto para
pelear; siempre fue lo que popularmente se conoce como “gandalla” es decir, un barbaján.
Con él había que estar siempre “a las vivas”, pues aunque aparentemente fuera
uno su amigo, en cualquier momento podía agredir en forma cobarde y ventajosa.
De “Saca maloras “a
Matasellos
En
virtud de esos “atributos”, el señor Manolo Prieto lo tuvo a su servicio
durante mucho tiempo y le cobró afecto. Frecuenté al Negro porque antes de que
Manolo fuera detenido y procesado por los delitos que había cometido, éste iba
al domicilio de su mamá de Manolo Fábregas (Manuel Sánchez Navarro Schiller), o
sea de la extinta actriz de origen judío Fanny Schiller. Su hija Virginia y
otra joven de nombre Irene (que fue mi cuñada) eran amigas de Manolo Prieto. Yo
andaba por ahí, así que me relacioné con el señor y su guardaespaldas. En ese trabajo,
el Negro Durazo funcionaba nada más para trabajos sencillos: chofer, mensajero,
“saca maloras”, etcétera; o sea que al servicio de Manolo Prieto ejercía
labores muy modestas. Posteriormente, ya con Manolo Prieto en la cárcel, me
enteré que el Negro había conseguido un trabajo de matasellos en una
administración de Correos, colocándose después como empleado modesto en un
banco; si mal no recuerdo, fue en el de Comercio. Quizás por esa proximidad que
tuvo con el dinero en su juventud, le agarró tanto cariño. Cuando trabajaba en
esos menesteres vivía con un gran amigo, Enrique Rúelas Leal, con quien incluso
intercambiaba los únicos trajes que ambos poseían; así no iban al trabajo
siempre con la misma ropa. Compartían también los sueldos que devengaban por
partes iguales. Pero cuando el Negro Durazo se encumbró, con su característico
despotismo lo único que le concedió a su “amigo del alma” fue el grado de mayor
habilitado, degradándolo al poco tiempo como teniente de la Dirección General
de Policía y Tránsito; hasta la fecha el buen amigo Rúelas Leal desempeña ese
puesto en la Oficina de Inspección General de Policía. Con el tiempo, el Negro
logró ingresar en el engranaje del gobierno como inspector de Tránsito durante
la gestión del general Antonio Gómez Velasco, siendo su pareja en dicha función
el agente Miguel Armentia, actualmente mayor y segundo comandante de la Brigada
de Motociclistas. Más tarde, encontré al Negro en la recién fundada Dirección
Federal do Seguridad, dependiente de la Secretaría de Gobernación; ahí fue
aceptado por sus “dotes” personajes. Después pasó a servir a muchos
funcionarios de la época, hasta llegar a ser agente de la Policía Judicial
Federal.
También le hizo al
Galán
Ya
para entonces tenía ciertas dificultades con los hermanos Arturo y Hugo
Izquierdo Ebrard, los famosos asesinos del senador Angulo y reconocidos
gatilleros en el mundo del hampa. El Negro se había casado precisamente con la
hermana de estos pistoleros y luego la había abandonado. En muchas ocasiones me
tocó estar presente cuando varios amigos mutuos lo alertaban: “Ponte buzo
caperuzo porque ahí andan los Izquierdo, no te vayan a poner en la madre” Ya
para entonces, Durazo andaba con una chica de Chihuahua llamada Silvia Garza.
Por cierto que mientras el Negro y varios cuates nos la pasábamos “bebiendo
como cosacos” en varios cabarets como Los Globos, El Terrazza Cassino, La
Fuente, La Concha y otros más, Silvia Garza lo esperaba afuera en el carro.
Durante la parranda alguno a veces le decía; “Oye, por qué no subes a la vieja,
no la dejes en el coche de a perro”. A lo cual, el Negro contestaba con su
peculiar estilo: “No que, pinche puta, que se chingue la cabrona. Si le
conviene que espere, y si no que se vaya a chinear a su perra madre”. Esa
señora con el correr del tiempo y para mi total sorpresa resultó ser la
respetabilísima Silvia Garza de Durazo, quien de hecho se convirtió en la
mandamás dentro de la DGPT del Distrito Federal. Para muestra un botón: durante
su “gestión” la señora colocó en puestos muy especiales donde se “recaudaban
ilegalmente” grandes cantidades a un sujeto de nombre Isidro Valdés Norato. Hasta
antes de trabajar en la policía, las únicas actividades de este señor habían
sido regentear cabarets y la trata de blancas en la frontera. Otro dato: su
esposa era amiga íntima de Silvia Garza. Pues bien, entre otras cosas, la
esposa de Durazo le consiguió a Valdés Norato el puesto de director general de
Servicios al Público de la DGPT; esa dependencia abarca las oficinas de
Antecedentes Penales, Licencias, Control de Vehículos, Peritos de Revista de
Taxis y Camiones, etcétera. De esta enumeración puede deducirse lo que sacaba
de dinero ese individuo, a quien por cierto el Negro odiaba. A pesar de todo,
Durazo nunca lo pudo perjudicar, aunque ganas no le faltaron. Y esto fue así
porque lo protegía la que, ya para entonces, era la patrona de todo.
Sirvió a los Trouyet
Ya
como agente de la Policía Judicial Federal, dependiente de la Procuraduría
Federal de la República, debido a los contactos que siempre tuvo el Negro con
los traficantes de drogas del país, rápidamente ocupó la comandancia de dicha
corporación en el aeropuerto internacional de la ciudad de México. En dicho
cargo se dedicó a servirle a políticos y connotadas personalidades para
introducir grandes contrabandos al país; entre esas personalidades se
encontraban los miembros de la familia Trouyet. Así, el afamado magnate don
Carlos siempre lo protegió, usando para ello sus influencias y su dinero; le
pagaba espléndidamente por sus aptitudes tan “especiales”
Humilló a Fidel y al
Che
Antes
de cambiarse a la Dirección Federal de Seguridad, Durazo intervino en la detención
y “calentada” de Fidel Castro Ruz y Ernesto “Che”; Guevara, a quienes golpeó
brutalmente. Este trabajo lo realizó con mucho agrado, pues abusar de los
detenidos indefensos era una de sus “especialidades”. Les propinó una felpa a
manos llenas en forma salvaje, inhumana y despiadada. En medio de risotadas y
como si hubiera hecho una gracia, siempre se jactó de haber vejado a los dos personajes.
Decía que les había metido un palo de escoba por el ano. Un día me comentó: “Pinche
flaco, hubieras visto, hasta los ojitos se les botaban a los cabrones y la
cerilla se les salía por las orejas”. Entre tragos de alcohol y “pericazos” de
coca, lo contaba como si hubiera hecho algo digno de aplauso. En una ocasión,
cuando ya era titular de Policía y Tránsito e íbamos en pleno vuelo, me dijo
que si alguien secuestraba el avión y lo desviaba a Cuba, mejor se cortaba las
venas en el trayecto, pues sabía lo que allá le esperaba. Estaba convencido de
que tenía una cuenta pendiente con Castro. Me contó que entre las torturas que
les hizo al “Che” y a Castro en la cárcel de Sadi Camot de la DFS, estuvieron
los toques eléctricos en los testículos con macana electrónica para arriar
ganado, así como las famosas “pozoleadas”, que consisten en desvestir por
completo al detenido, vendarle los ojos y amarrarlo con firmeza a una tabla, la
cual queda en la orilla de una pileta de agua. En dicho recipiente se va
introduciendo al individúo, hasta el grado de que está a punto de quedar
ahogado o asfixiado por no respirar. De la pileta sacan a la persona, la
reviven dándole bebidas fuertes como tequila, mezcal o alcohol de caña, y si al
recobrar el conocimiento no se declara culpable, se vuelve a reanudar el
procedimiento. Hay casos en que basta que apliquen los toques una vez para causar
esterilidad de por vida.
Danzón Dedicado a la
“Escritora”
¿Se
imaginan al Negro echándose unos quiebres al ritmo de un danzón nada menos que
con la “escritora” Margarita López Portillo, cuando ésta era una muchacha? Pues
así fue. Sucede que Durazo frecuentó mucho a la familia López Portillo que
entonces no era tan connotada como ahora”, al grado que llevaba a bailar a las
muchachas Margarita y Alicia a los tugurios que el acostumbraba frecuentar,
como El Chamberí, El Pigalle, El Mar y Cell, etcétera. A mí nadie me lo contó, lo
vi personalmente, pues también me encantaba bailar. Y por ello asistí a esos
lugares. Recuerdo especialmente los clásicos concursos de baile; a los
ganadores los premiaban con un cartón de cervezas frías (para el caballero) y
unas medias de nylon (para la dama), que eran el último alarido de la moda. El
Negro se la “sacaba” en la danza, y ambos, él y doña Margarita, reventando el
talonazo llegaron a ganar varias veces los envidiados premios. Alicia también
se defendía en la pista y llegaron a dominar los ritmos tropicales de la época,
principalmente el danzón “Nereidas”, pues esa melodía nadie se la ganaba al
Negro. A Margarita la “escritora”, le fascinaba también la música caliente.
Después vino el swing y demás ritmos americanos, pero siempre destacaban con la
música tropical de la época: guaracha, rumba, conga, y son; el mambo no, porque
llegó muy tarde para nosotros, aunque realmente este ritmo no nos convenció
porque no era baile de inspiración. Lo que brillaba era el danzón, en el cual
uno ni se movía, la chica era la que debía bailar alrededor del varón; pero eso
sí, respetando el ritmo que uno le marcaba. El hermano de estas chicas
Margarita y Alicia, o sea José López Portillo, nunca le reclamaba al Negro, ya
que éste siempre lo protegía de los problemas en que aquél se metía; el Negro
defendía de sus broncas a José y a otro amigo de ambos, Luis Echeverría
Alvares, a cambio de que lo dejaran copiar en los exámenes, porque siempre fue
muy malo para los estudios. Cómo ya lo hemos dicho, el Negro Durazo fue muy
bueno para los mamporros al estilo “descontón” y un pésimo estudiante.
“La Casita” de Durazo
Por
esos lejanos años, el Negro comenzó a construir su “modesta casita” del
kilómetro 23.5 de la carretera México Cuernavaca, en donde adquirió, por
conducto de sus amistades influyentes, 10 000 metros cuadrados en el predio de
un cerro, retirado a más de 1 000 metros de la carretera, donde había que
entrar por una brecha. De esto me enteré porque el Negro, sabiendo que yo era
amigo de Tony Nava, hijo del general Nava Castillo, quien era jefe de la
oficina que concedía las autorizaciones para las tomas de agua en el Distrito
Federal (era la regencia del general Alfonso Corona del Rosal), aprovechando
esta situación me dijo: Oye pinche flaco, tráete a ese Tony porque quiero
construir unos cuartitos, y aquí el agua está de la chingada para conseguirla.
Voy a traer buen vino, “coquita” de la buena, putitas, y a ver si lo
convencemos para que me autorice mi tomita de agua. Luego de una pequeña orgía
a campo abierto, con todo lo prometido y teniendo a nuestros pies la hermosa
ciudad de México, el Negro logró su propósito. En mi vida me imaginé que esa “pequeña
propiedad” pudiera, el día de mañana, estar ocupada por instalaciones que
costarían más de diez millones de pesos. Para el Negro, ese momento fue clave,
pues se le fijó el capricho de construir ahí un castillo, cosa que logró, como
es público y notorio, pero sin medir las bajezas ni las miserias humanas de las
que tuvo que valerse para llevar a cabo “sus planes”. Logró lo que se propuso
¿pero a qué costo? Al precio de la ignominia y la degradación de cientos de
hombres que estuvieron a su mando.
III
Acudí a la Cita con el
Negro
Recordando
la promesa que el negro me hizo en Guanajuato ante un testigo de calidad como
el general Rodolfo Robles Dibella, en cuanto me enteré de su designación como
director de Policía y Tránsito del Distrito Federal, inmediatamente renuncié a
mí cargo de jefe de la Policía Fiscal Ganadera del estado de Guanajuato y me
trasladé a la ciudad de México para presentarme ante él. Pero, con gran
sorpresa de mi parte, al llegar a la ayudantía de su despacho me topé con más
de 50 sujetos que no conocía y quienes impedían hasta el paso del aire. Así que
no pude entrevistarme con el Negro ese día ni los 15 siguientes. Posteriormente
logre ver a uno de sus ayudantes principales, de apellido Sicaldi, al que
conocía por haber sido agente de la Policía Judicial Federal; él me dijo:—Mira
pinche Pepe, mi general Durazo me comunicó que te vayas a ver al arquitecto
Rossell de la Lama que fue nombrado secretario de Turismo, para que le formes
su equipo de seguridad. Como tenía la imperiosa urgencia de trabajar, y además
ya había colocado a varios de mis compañeros con ese funcionario, no me quedó
más remedio que ir a verlo. Dada mi fama de buen gatillero, el arquitecto
Rossell me aceptó de inmediato como jefe de ayudantes, cargo que ocupé de
diciembre de 1976 hasta noviembre de 1977; fue entonces cuando un gran amigo
que en ese momento influía bastante en las decisiones del Negro, el teniente
coronel Francisco Sánchez Torres, me habló de la conveniencia de integrarme al
equipo de Durazo Moreno, a lo que accedí con buena disposición, sobre todo
porque consideraba que el Negro era mi “cuate”, y creía poderme identificar con
él plenamente. Sin embargo, me esperaba otra sorpresa. El día que fui a verlo
con el propósito de reingresar a la Policía del Distrito Federal, el Negro se
me quedó mirando despectivamente, y dirigiéndose a su secretario particular, el
coronel Cabrera, le comentó:
Oye,
pues creo que a este pinche flaco sí lo conozco. Es cabrón. Mándalo a la
Oficina de Inspección General. Y así fui integrado a esa dependencia con mi
antiguo grado de capitán, Pero esto sólo duró hasta el 29 de agosto de 1978,
cuando Durazo tuvo grandes dificultades internas, principalmente con un coronel
de la Policía apellidado Corona Morales; resulta que por “puntada” el Negro
ascendió a este hombre al grado de general, junto con el también coronel Mena
Hurtado, sólo que esas plazas no existían en la nómina presupuestal de la
Dirección de Policía y Tránsito; por ese motivo se vio obligado a degradarlo
nuevamente a coronel.
El Miedo no Anda en Burro
El
problema consistía en que Corona Morales, policía de carrera, hombre íntegro y
con mucha vergüenza profesional cosa de la que no me cabe duda—, se negó a
aceptar la degradación por considerarla una auténtica burla. Entonces el Negro,
con su acostumbrada y arbitraria Forma de ser, trató de mandar con cajas destempladas
al coronel, sin pensar que éste, dadas sus atributos de hombre con suficiente
dignidad y valentía, le respondería debidamente, llegando incluso a sacar la
pistola y amagarlo en su propio despacho, sin que nadie de los que rodeaba al
Negro hubiera tenido, el valor de impedírselo. El asunto le produjo un tremendo
pavor al Negro y recuerde que alguien comentó: “El miedo no anda en burro”.
Este fue motivo más que suficiente para que, al enterarse rancho Sahagún Baca
del amague con tamaño pistolón, le comentara a Durazo: —Patrón —porque así le
decía—, pa” qué se expone usted. Aquí hay un cabrón huevudo que usted conoce
muy bien, y que nunca permitirá que ningún hijo de su chingada madre se atreva
a amenazarlo, por muy chingón que se crea. Me refiero a Pepe González, al que
usted mandó a la Oficina de Inspección General. En ese momento, fui llamado al
despacho del Negro, quien me dijo: —A partir de esta fecha te quedas aquí
conmigo, cabrón, como mi ayudante personal, jefe de mí seguridad y la de mi
familia, porque esta bola de putos no sirven más que para chingadas madres. De
ahí en adelante no me volví a separar del Negro ni un solo minuto. Desde las
seis de la mañana, en que yo llegaba a esperarlo a su domicilio del kilómetro
23.5, hasta que se acostaba nuevamente, cuidaba con verdadero celo sus
espaldas. Fue así como me enteré de todo y viví el extremo grado de corrupción,
prepotencia, despilfarro y podredumbre humana que imperaba en su medio, y que a
continuación tratare de dar a conocer. Haciendo cálculos muy conservadores y
por primeras providencias, pude apreciar que su despacho, privado y cometer de
la DGPT, tenían un costo muy superior a los 20 millones de pesos, entre
muebles, alfombras, adernos superfluos y demás. Todo lo cual no estaba de acuerdo
con el vetusto y deteriorado edificio, a punto de derribarse, con que cuenta
dicha dependencia gubernamental.
Cuestión de Grados
Otro
de los aspectos que me permitió conocer un cambio radical que se había operado
en el Negro fue el trato que daba a sus inferiores; hacía tal ostentación de su
cargo que denotaba una total falta de proporción con la realidad, pues ya se consideraba
una especie de semidiós o “príncipe heredero”. Esto de momento me sorprendió,
pues yo lo conocí cuando andaba “amoladón” o sea que tenía una imagen del Negro
totalmente distinta y errónea, como pude comprobar al tratarlo de nuevo. Algo
parecido me sucedió con el señor Presidente López Portillo, a quien yo consideraba
una persona vertical y honesta; pero cuál no sería mi sorpresa cuando en los
primeros días de mi función, me tocó acompañar al Negro a Los Pinos sin previa
cita, nomás porque tuvo la ocurrencia de irle a pasar un chisme a López
Portillo; comprobé entonces con cuánta facilidad llegaba hasta el Primer
Mandatario sin ningún protocolo ni nada que se le pareciera; esa vez le
dijo:—Señor, discúlpeme que le caiga así de golpe (en público le hablaba de
usted, y en privado de Pepe).López Portillo le contestó:—Pinche Negro, no seas
payaso hijo de tu pinche madre. Ya te dije, y te lo reitero, que ésta es tu
casa a la hora en que se te pegue tu rechingada gana. Claro que mientras dure
este sexenio; no vayas a venir después, porque te andarán rompiendo la madre.
Festejaron ambos la “puntada” con grandes risotadas, y como yo apenas estaba enchanchándome,
no me enteré bien de qué se trataba el “chisme” que le llevaba el Negro.
Ese
poder que inexplicablemente y en mal momento López Portillo le dio al Negro
Durazo, llegó a grados tales como lo que narro a continuación: Estaban un día
en el monumento a la Independencia con motivo de un acto oficial, y a fin de
quedar bien con el Negro, Francisco Sahagún Baca, en un gesto muy de su estilo,
le dio al Negro la siguiente noticia:—Patrón, el señor Presidente le nombró a
usted general de división. Así que le quitó las insignias de general de la
policía, que consisten en dos estrellas rodeadas de laureles doradas, y le
colocó las del Ejército Nacional, que son tres estrellas y un águila de plata y
oro, respectivamente; éstas sólo pueden ser usadas por los generales de carrera
del Ejército. Prepotente, engreído y presuntuoso, Arturo Durazo las aceptó con
mucho agrado y con ello dio motivo para que en dicho acto, el general de
división diplomado del Estado Mayor, Félix Galván López, se le arrimara discretamente
y le dijera: —Señor director, a mí se me hace que el señor Presidente se
equivocó con usted.
En
ese preciso momento llegaba López Portillo descendiendo de su vehículo, y el
Negro, ni tardo ni perezoso, tomando fuertemente del brazo al general Galván
López y jalándolo en forma enérgica, le dijo: —Pues fíjese mi general, que yo
pienso exactamente lo mismo, pero a mí se me hace que con quien se equivocó el
señor Presidente fue con usted. Pero para salir de dudas, ahorita mismo se lo preguntamos.
Ante esa situación, entre bochornosa y absurda, el general Galván López se
desprendió ridículamente del Negro y evitó aproximarse a López Portillo.
Entonces Durazo tomó del brazo al Presidente, se subió al presídium y se sentó
atrás de él. A pesar de la importancia que revestía el acto, ahí mismo le
comunicó a López Portillo el incidente. Al concluir la ceremonia, el Primer
Mandatario ya no se despidió del secretario de la Defensa Nacional, Félix
Galván López.
Alguen sabe que sucedio con el autor de este libro? pues he buscado informacion en internet y no he encontrado nada
ResponderEliminarAl parecer durazo lo demando por difamación gano el caso y despues no se supo mas nada de González
EliminarNo hay nada en internet de el. Yo de algunas fuentes supe que vivir por la zona de Tlatelolco, lo abandono su esposa y le sacaron los ojos. Y pedia limosna
EliminarPues yo tuve la oportunidad de tratarlo y conocerlo cuando era jefe de guardias del Lic DUCOING cuando fue gobernado de Guanajuato y les puedo decir que era muy buena persona. Por la fecha de nacimiento es posible que ya haya fallecido, pero les puedo decir que yo lo estimaba y admiraba. Muy buena persona!!
ResponderEliminarLa forma de expresarse del sr. Gonzalez es bastante propia y educada, es obvio que su trabajo como policía lo hizo ser un matón sin corazón, pero eso no le quita los valores que le dieron educación. Estoy buscando yo la continuación del libro "lo que no dije del negro y otros" alguien lo tiene? saludos a todos
ResponderEliminarY la parte que sigue dónde la consulto. Gracias
ResponderEliminarY la siguiente parte? Alguien sabe ,gracias
ResponderEliminarYO TENGO LOS 3 LIBROS,LO QUE NO PUEDO CONSEGUIR ES LA PELICULA
ResponderEliminarhttps://archive.org/details/LoNegroDelNegroDurazo1983CineMexicano
ResponderEliminarAquí les dejo el link de una pagina donde se encuentra la película
pos asi pos si
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