100 MITOS DE LA HISTORIA DE MÉXICO 1 Francisco Martín Moreno parte13
MIGUEL HIDALGO, EL CONSUMADOR
DE LA INDEPENDENCIA
Hace
algunos años, en el Museo Nacional de Arte se llevó a cabo un ciclo de
exposiciones con un título en común: “Los pinceles de la historia”. Las obras
ahí expuestas revelaban claramente la manera como los artistas de distintas
épocas habían contemplado los acontecimientos de nuestra historia. Ahí estaban
los pinceles de los conservadores y de los liberales, los retratos que
satanizaban o beatificaban a los personajes y los cuadros que condenaban o
aplaudían algunos acontecimientos. La polémica de nuestro pasado se
materializaba en los lienzos. En la última de estas exposiciones, que se montó
con el nombre de “La arqueología del régimen”, el Munal presentó un
interesantísimo retrato de Miguel Hidalgo y Costilla: una obra anónima de
principios del siglo XX en la que el cura de Dolores trabaja en una forja.
Según algunos críticos como Mireída Velázquez Torres, esta pintura “nos sugiere
la personificación de un maestro masón”, pues el personaje porta un mandil y
tiene un martillo en su mano derecha. Sin embargo, creo que este retrato, a
pesar de los dos símbolos, es ajeno a la masonería y que sólo revela la imagen
mítica del sacerdote: Miguel Hidalgo es uno de los forjadores de México. Esta
cualidad de forjador, ampliamente divulgada en los libros de texto, nos ha
impedido acercarnos a la verdadera personalidad de Hidalgo y ha obstaculizado
nuestra comprensión de los alcances y la importancia de su movimiento.
Efectivamente, según los historiadores oficiales, a él le debemos la
realización de nuestra independencia, y tal hecho no debe ser puesto en duda.
No obstante, y a pesar de las posibles condenas, es pertinente analizar esta
idea con mucho cuidado, pues es evidente que Miguel Hidalgo no consumó la
independencia. Los problemas de la patriótica paternidad de Miguel Hidalgo no
se reducen a los alcances de su movimiento, sino a un hecho de armas y a su
condena a muerte: si bien es cierto que él encabezó una serie de acciones
bélicas durante 1810 y 1811 y que obtuvo algunas victorias (como sucedió en
Guanajuato y en Monte de las Cruces), también es verdad que el movimiento que
él inició fue derrotado por Félix María Calleja en la batalla de Puente de
Calderón, y que luego de este combate los primeros insurgentes fueron
aprehendidos, juzgados, condenados y ejecutados en 1811. Lo anterior sin perder
de vista que Allende, ya en aquel entonces, no sólo había intentado envenenar
al cura Hidalgo quien se hacía llamar Su Alteza Serenísima, sino que lo había
destituido del cargo cuando éste se negó a Impedir los desmanes cometidos por
sus tropas. Hidalgo y sus seguidores, por estas causas, tampoco pueden ser
considerados como los consumadores de la independencia: la consumación ocurrió
once años más tarde, el 27 de septiembre de 1821, cuando Agustín de Iturbide
entró a la ciudad de México al frente del ejército trigarante. Pero quizá la
prueba más palmaria de que Hidalgo y los suyos no consiguieron la independencia
de México la constituye el hecho de que las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama
y Jiménez fueron llevadas a Guanajuato, en donde las pusieron en unas aspas de
fierro en los cuatro ángulos del castillo de Granaditas […] Casi diez años
permanecieron enclavadas en los ángulos de la Albóndiga las cabezas de estos
caudillos, hasta el 28 de marzo de 1821, en que por orden de don Anastasio
Bustamante fueron sepultadas en el panteón de San Sebastián de Guanajuato.129
Miguel Hidalgo y sus acompañantes no lograron la independencia, pues si
la cabeza de una persona ha sufrido el ultraje de permanecer durante una década
expuesta al público, no es precisamente porque hubiera triunfado.
Pareciera
entonces que estamos en un callejón sin salida, pues si Miguel Hidalgo no es el
forjador de la patria y la independencia, ¿quién merece esta distinción?
LOS VERDADEROS PADRES
DE LA PATRIA
En
la historia, la “prueba reina” de la verdad son los documentos. Así,
ateniéndonos a los textos que generaron los insurgentes durante el periodo 1810-1821,
todo parece indicar que la primera proclamación real de la independencia de
Nueva España, la del rompimiento definitivo e irreversible, corrió por cuenta
de José María Morelos y Pavón en un documento fechado el 14 de septiembre de
1813. En efecto, en las primeras líneas de los Sentimientos de la nación se
hace la proclamación libertaria, pues ahí puede leerse: “Que la América es
libre e independiente de España y de toda otra nación, gobierno o monarquía, y
que así se sancione dando al mundo las razones”. Pero Morelos y sus seguidores
no se conformaron con el señalamiento libertario que se muestra en los
Sentimientos de la Nación, y unas semanas más tarde —el 6 de noviembre de 1813
la segunda insurgencia, en una sesión solemne del Congreso de Anáhuac, firmó la
primera Acta de Independencia de nuestro país. Este documento escasamente
divulgado, firmado por Andrés Quintana Roo, Ignacio López Rayón, José Manuel de
Herrera, Carlos María de Bustamante, José Sixto Verdusco, José María Liceaga y
Cornejo Ortiz de Zárate, puede ser considerado como la primera acta de
nacimiento de nuestro país y, justo por ello, bien vale la pena transcribirlo
completo: El Congreso de Anáhuac, legítimamente instalado en la ciudad de
Chilpancingo, de la América Septentrional, por las provincias de ella, declara
solemnemente, a presencia del Señor Dios, árbitro moderador de los imperios y
autor de la sociedad, que los da y los quita según los designios inescrutables
de su providencia, que por las presentes circunstancias de la Europa ha
recobrado el ejercicio de su soberanía, usurpado; que, en tal concepto, queda
rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español; que es
árbitro para establecer las leyes que le convengan para el mejor arreglo y
felicidad interior, para hacer la guerra y paz y establecer Alianzas con los
monarcas y repúblicas del antiguo continente, no menos que para celebrar
concordatos con el sumo pontífice romano para el régimen de la iglesia
católica, apostólica, romana, y mandar embajadores y cónsules; que no profesa
ni reconoce otra religión más de la católica, ni permitirá ni tolerará el uso
público ni secreto de otra alguna; que protegerá con todo su poder y velará
sobre la pureza de la fe y de sus dogmas y conservación de los cuerpos
regulares; declara por reo de alta traición a todo el que oponga directa o
indirectamente a su independencia, ya sea protegiendo a los europeos opresores,
de obra, palabra o por escrito, ya negándose a contribuir con los gastos,
subsidios y pensiones para continuar la guerra hasta que su independencia sea
reconocida por las naciones extranjeras; reservándose al Congreso presentar a
ellas por medio de una nota ministerial, que circulará por todos los gabinetes,
el manifiesto de sus quejas y justicia de esta resolución, reconocida ya por la
Europa misma. Calificar a este documento como la primera acta de
nacimiento de nuestra patria no es ocioso, pues Morelos y los miembros del
Congreso de Anáhuac al igual que los primeros insurgentes tampoco lograron
consumar la independencia: el generalísimo fue aprehendido, juzgado y fusilado
en diciembre de 1815, mientras que los diputados luego de las derrotas
militares terminaron muertos o dispersos en el territorio novo hispano. El
Siervo de la Nación y los integrantes del Congreso de Anáhuac, sin duda alguna,
no protagonizaron el final de la lucha: la muerte y la derrota se los
impidieron. No sería sino hasta el 24 de febrero de 1821 cuando gracias a la
unión de las fuerzas de Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, y el visto
bueno de Matías Monteagudo y de los clérigos que conspiraron en La Profesa para
evitar la aplicación de la Constitución liberal de Cádiz, que acabaría con sus
anacrónicos e injustos privilegios se proclamaría el Plan de Iguala, una de
cuyas cláusulas establece: “La Nuera España es independiente de la antigua y de
toda otra Potencia aun de nuestro continente”. La independencia de la que se
habla en el Plan de Iguala sería la definitiva, pues sus signatarios lograrían
consumar la lucha y entrarían a la capital del país el 27 de septiembre de
1821. AI día siguiente, la junta soberana del naciente país publicó el acta que
nos transformó en un pueblo independiente. De nueva cuenta, por la importancia
que reviste este documento, vale la pena su lectura: Acta de Independencia del Imperio
Mexicano, pronunciada por su Junta Soberana congregada en la capital de él en
28 de septiembre de 1821.La Nación Mexicana que, por trescientos años, ni ha
tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en
que ha vivido. Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados, y está
consumada la empresa, eternamente memorable, que un genio, superior a toda
admiración y elogio, amor y gloria de su Patria, principió en Iguala, prosiguió
y llevó al cabo, arrollando obstáculos casi insuperables.
Restituida, pues, esta parte del Septentrión al ejercicio
de cuantos derechos le concedió el Autor de la Naturaleza, y reconocen por
inimaginables y sagrados las naciones cultas de la tierra; en libertad de
constituirse del modo que más convenga a su felicidad; y con representantes que
puedan manifestar su voluntad y sus designios; comienza a hacer uso de tan
preciosos dones, y declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del
Imperio, que es Nación Soberana, e independiente de la antigua España, con
quien, en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha,
en los términos que prescribieren los tratados: que entablará relaciones
amistosas con las demás potencias ejecutando, respecto de ellas, cuantos actos
pueden y están en posesión de ejecutar las otras naciones soberanas; que va a
constituirse, con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y tratado de
Córdova estableció, sabiamente, el primer jefe del ejército imperial de las
Tres Garantías; y en fin que sostendrá, a todo trance, y con el sacrificio de
los haberes y vidas de sus individuos (si fuere necesario) esta solemne
declaración, hecha en la capital del Imperio a veintiocho de septiembre del año
de mil ochocientos veintiuno, primero de la Independencia Mexicana.
Los
documentos que he presentado bastan para demostrar que Miguel Hidalgo no fue el
consumador de nuestra libertad. Su mérito, y el de Allende, es haber iniciado
una lucha que —debido a Morelos— abandonó las ideas de restauración para
fijarse un nuevo objetivo: la independencia de Nueva España.
¿LOS NIÑOS HÉROES
FUERON HÉROES NIÑOS?
Desde
hace poco más de un siglo los Niños Héroes han sido objeto de polémicas:
mientras los historiadores oficiales sostienen su existencia y sus méritos,
otros afirman que, si bien existieron, no eran niños, y que su valor sólo es
una mentira insostenible. Incluso, cuando se propuso un libro de texto gratuito
que no los incluía, el enojo de algunos historiadores y profesores no se hizo
esperar. Así, a pesar de los desacuerdos, en las escuelas primarias de nuestro
país al igual que en el marmóreo Altar de la Patria se sigue recordando su
ejemplar heroicidad todos los 13 de septiembre, y casi con seguridad aún se
recita el poema Los Niños Mártires de Chapultepec que Amado Nervo escribió en
su memoria: Como renuevos cuyos aliños un cierzo helado destruye en flor así
cayeron los héroes niños ante las balas del invasor. A pesar de la
poesía patriótica y de lo que se afirma en los libros de texto, casi nadie se
atreve a recordar que el culto a estos próceres no se inició durante la
invasión estadounidense, sino que comenzó en 1872, poco antes de que falleciera
Benito Juárez, justo cuando se firmó el decreto que los honró para siempre, de
modo que nunca nadie los olvidara. El surgimiento del mito, sin duda alguna, es
bastante posterior a los hechos. Sin embargo, el mito y la polémica sobre los
Niños Héroes es una interesantísima mezcla de verdad y ficción que bien vale la
pena analizar con cuidado.
LA HISTORIA DE LOS
NIÑOS HÉROES
Para
desentrañar el mito de los niños héroes es necesario comenzar con los hechos
reales: durante la intervención estadounidense, el Castillo de Chapultepec era
la sede del Colegio Militar. El 13 de septiembre de 1847 en ese lugar no sólo
se encontraban seis cadetes, sino más de medio centenar, además de 800 soldados
mexicanos apoyados por otros 400 del Batallón de San Blas. De esta manera, la
fuerza que lo defendió de los invasores constaba de más de 1200 efectivos, a
las órdenes de Nicolás Bravo y José Mariano Monterde. La batalla por la defensa
del castillo la dieron las tropas mexicanas, además, claro está, de los
ilustres cadetes que se convirtieron en los niños héroes con el transcurso del tiempo.
Los historiadores oficiales impusieron su versión de los hechos: contra lo que
se señala, los cadetes no estaban arrestados y sus muertes en más de un caso
ocurrieron de maneras muy diferentes a las que se narran en los libros de
texto: Juan de la Barrera quien ya no era cadete sino oficial de ingenieros—
cayó mientras defendía una trinchera; Vicente Suárez enfrentó a los atacantes
como centinela y falleció luego de marcarles el alto; Agustín Melgar estaba
parapetado detrás de unos colchones y fue herido gravemente (murió días más
tarde); Fernando Montes de Oca y Francisco Márquez fueron cazados a tiros
cuando trataban de hacerse fuertes en el jardín botánico. Juan Escuda, que no
era alumno del colegio sino un integrante del Batallón de San Blas, trató de
escapar con los cadetes y murió al ser alcanzado por la metralla mientras
descendía por la pared de la fortaleza. Es evidente que la acción de Juan
Escutia de arrojarse al vacío envuelto en la bandera resulta una actitud
heroica, pero la hazaña carece de sustento histórico: ningún cadáver fue
encontrado en las faldas del Cerro del Chapulín cubierto con el lábaro. La
bandera fue arriada del alcázar por los invasores, quienes la llevaron a su
país como trofeo de guerra y no fue devuelta sino muchos años después, hasta la
administración de López Portillo. Quien sí fue encontrado muerto con la enseña
patria ensangrentada y enredada en su cuerpo fue Margarito Zuazo, al final del
feroz combate librado en Molino del Rey. Su nombre ha pasado sin pena ni
gloria, tratándose de un héroe desconocido...La niñez de los héroes resulta igualmente
cuestionable: Juan Escutia tenía 20 años; Juan de la Barrera, 19; Agustín
Melgar casi 18; Femando Montes de Oca 18 bien cumplidos; Vicente Suárez 14 y
Francisco Márquez unos meses menos. En términos de aquella época, en la cual la
expectativa de vida era mucho menor que la de ahora, ninguno de ellos podía ser
visto como un niño: eran un par de adolescentes y cuatro jóvenes hechos y
derechos...Pero la mayor falsificación histórica no son las maneras como
murieron ni sus edades: los restos a los que se les rinde pleitesía en el Altar
de la Patria son falsos y pertenecen a otras personas. La razón de esto es
simple: los dictámenes que fundamentaron el decreto que reconocía su
autenticidad fueron deliberadamente manipulados junto con los cuerpos: en los
dictámenes se afirmó que se encontraron seis osamentas, una perteneciente a un
adulto mayor de 18 años y otras cinco a menores de 14 años. Este hecho fue
suficiente para los historiadores oficiales, que identificaron los huesos
adultos con los de Juan de la Barrera, y los otros, con los de los cinco
cadetes. Nadie se tomó la molestia de revisar las fechas de nacimiento de los
verdaderos muertos, y con el sano fin de que los restos fueran de niños,
enterraron con bombo y platillo a seis menores que no son los niños héroes. Lo
importante en este caso como en el hallazgo de los restos del emperador
Cuauhtémoc no era la verdad, sino forzar las evidencias para que los restos
coincidieran con quienes debían coincidir. Una de las razones que explican el
hecho de que las osamentas no correspondan a las de los jóvenes héroes que
abordo en este mito, consiste en la prisa que imprimió el gobierno de Miguel
Alemán para resolver un entuerto diplomático ocasionado por una desafortunada
declaración de Harry Truman, presidente de los Estados Unidos, hecha durante su
visita a México en 1947, a cien años de la guerra entre ambos países, para
tratar de enterrar definitivamente los resentimientos mexicanos. En aquella
ocasión, el jefe de la Casa Blanca hizo saber que: “Un siglo de rencores se
borra con un minuto de silencio”. La respuesta de los cadetes del Colegio
Militar no pudo ser más airada ni justificada. Retiraron la ofrenda floral
depositada por Traman y la tiraron de
mala manera a las puertas de la embajada de los Estados Unidos. El escándalo
fue creciendo hasta que alemán decidió localizar los cadáveres de los héroes
niños y construir un monumento que se llamaría El Altar de la Patria, con seis
enormes columnas de mármol blanco rematadas por unas gigantescas antorchas,
para que nunca nadie olvidara la gesta de los cadetes. Los cadáveres no son los
de los cadetes, pero su sacrificio ya nunca será olvidado ni el crimen
perdonado. Para finalizar, no olvidemos que otro de los niños héroes fue Miguel
Miramón, pero esa es otra historia desconocida y no un mito más...
A CARRANZA LO
ASESINARON UNOS FORAJIDOS
En
1919 Venustiano Carranza casi estaba derrotado: la gripa española, el desastre
económico derivado de la revolución, las incesantes huelgas y el poder de los
sonorenses acaudillados por Álvaro Obregón lo habían colocado en la más difícil
de las situaciones. Para colmo de males, tiempo atrás había perdido a su esposa
y en esos momentos tenía frente a sí las elecciones presidenciales. ¿Nombraría
a su propio candidato o dejaría al electorado tomar su mejor decisión en
términos democráticos? Obregón amenazaba con recurrir a cualquier herramienta
con tal de ocupar la oficina más importante del país. Carranza, en el mejor
estilo porfirista, decidió ignorar la voluntad popular y optó por promover a un
personaje anónimo pasa conjurar las desgracias que Vicente Blasco Ibáñez narró
en su libro El militarismo mexicano, donde el escritor español da cuenta de
algunas confesiones hechas por don Venustiano: El mal de Méjico ha sido y es el
militarismo. Sólo muy contados presidentes fueron hombres civiles. Siempre
generales, ¡y qué generales! [...] Es preciso que esto acabe, para bien de
Méjico; deseo que me suceda en la Presidencia un hombre civil, un hombre
moderno y progresivo que mantenga la paz y facilite su desarrollo económico.
Hora es ya de que Méjico empiece a vivir como los otros pueblos. Lo que
Carranza deseaba era frenar a Obregón por medio de un presidente civil que no
tuviera la fuerza suficiente para desconocer a su gran elector y le permitiera
sin violentar la Constitución ni el apotegma revolucionario de la no reelección
continuar mandando en el país. Algo parecido a un “pre-maximato” como el
establecido por Calles con Portes Gil, Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, o
bien, a lo acontecido con Porfirio Díaz y su compadre Manuel
González...Carranza decidió, por un lado, impulsar la candidatura de Ignacio
Bonillas, el embajador mexicano en Washington, un ilustre desconocido y
manipulable sucesor, y por otro, intentó arrestar a Obregón, sometiéndolo a un
juicio con el propósito de destruir sus aspiraciones presidenciales y de
mantener el control de la situación. Pero el sonorense logró escapar de la
trampa y huir hacia Guerrero, mientras Calles, De la Huerta y otros de sus más
cercanos colaboradores lanzaban el acordado Plan de Agua Prieta, con el cual
los sonorenses se levantaron en armas en contra del gobierno carrancista. De
esta manera, cuando el caudillo sonorense inició el levantamiento el 23 de
abril de 1920, la mayor parte del ejército defeccionó, e iniciaron la rebelión
contra Carranza en los estados de Guerrero, Sonora, Zacatecas y Michoacán, [a la
revuelta] se unieron otros revolucionarios irregulares y felicitas de
Tamaulipas y Nuevo León, con lo que el obregonismo naciente logró la
unificación revolucionaria contra lo que quedaba del gobierno de Carranza.
Los hechos que Josefina Moguel narra en el párrafo anterior muestran cómo
Carranza ya estaba prácticamente derrotado antes de iniciar las acciones
militares. Por ello don Venustiano resolvió abandonar la ciudad de México el 5
de mayo de 1920 para tratar de establecerse en Veracruz. En el puerto tendría
acceso a los fondos recaudados por la aduana, podría reorganizarse y recibir
ayuda y pertrechos del extranjero; asimismo, en caso de que todo fallara,
también tenía una ruta de escape al extranjero.
Sin
embargo, Venustiano Carranza no contaba con que los obregonistas estaban
preparados para esta jugada y, para colmo de su desgracia, el Manco junto con
un grupo íntimo de militares había diseñado un plan para liquidarlo, de acuerdo
con el viejo apotegma de que quien hace la revolución a medias cava su propia
tumba. Para la ejecución de este plan, Obregón se alió con los traidores que,
encabezados por el cacique de la Huasteca, Manuel Peláez, se prestaron a los
intereses de las compañías petroleras al ‘sustraer por seis años toda la zona
petrolera exceptuando los puertos de embarque de la jurisdicción del gobierno
central”, como afirma Lorenzo Meyer en México y los Estados Unidos en el
conflicto petrolero. De acuerdo con lo anterior, Lázaro Cárdenas envió al
general Rodolfo Herrero, empleado de Manuel Peláez “[quien no defendía ninguna
bandera en particular” pero que vio en la revolución “la oportunidad de obtener
el favor norteamericano”,130 la siguiente nota, recuperada entre
otros historiadores— por Josefina Moguel:Lo saludo afectuosamente y le ordeno que
inmediatamente organice su gente y proceda desde luego a incorporarse a la
comitiva del señor Presidente Carranza; una vez incorporado, proceda a atacar a
la propia comitiva procurando que en el ataque que efectúe sobre estos
contingentes, muera Carranza en la refriega, entendido que de antemano todo
está arreglado con los jefes más altos del movimiento, y por lo tanto, cuente usted
conmigo para posteriores cosas que averiguar. Como siempre, me repito siempre
amigo suyo y S.S. Lázaro Cárdenas
La
maquinaría de la muerte comenzó a funcionar y el tren de Carranza y su comitiva
fue atacado en varias ocasiones, hasta que tuvieron que abandonar los vagones y
las locomotoras. El general Herrero, cumpliendo las órdenes de Cárdenas,
convenció a don Venustiano, quien tenía planes de huir hacia la frontera norte,
de que trataran de alcanzar el puerto de Veracruz a caballo con un contingente mínimo,
de cien hombres de los cuales muchos eran civiles—, Carranza aceptó y el 20 de
mayo de 1920 llegó al pueblo de Tlaxcalantongo, en el estado de Puebla: A los
pocos minutos era rodeada la choza del señor Carranza [cuenta Francisco L.
Urquizo] y se rompía violentamente el fuego sobre sus endebles paredes de
madera. El Presidente desde un principio recibió un tiro en una pierna y trató
de incorporarse inútilmente para requerir su carabina. Al sentirse herido le
dijo al licenciado Aguirre Berlanga que estaba a su lado: “Licenciado, ya me
rompieron una pierna”. Fueron sus últimas palabras. Otra nueva herida recibió
quizá y su respiración se hizo fatigosa, entrando en agonía. Después penetraron
al jacal los asaltantes y le remataron a balazos. Poco tiempo después,
el cuerpo de don Venustiano fue trasladado a la ciudad de México para ser
velado en su casa, ubicada en el número 35 de la calle Río Lerma. Obregón había
vencido, había traicionado a su antiguo jefe, pero eso no tenía la menor
importancia: la presidencia bien valía un homicidio. Y la prueba de que Obregón
no pensaba fallar como falló Carranza podemos encontrarla en la siguiente
confesión del general Alberto Basave y Pina, uno de los hombres de quien se
sirvió Obregón para adherir el mayor número de militares a su exitoso Plan de
Agua Prieta: Herrero estuvo conforme en adherirse al movimiento obregonista,
levantándose acta por triplicado [...] En esta acta el señor general Herrero se
comprometía a recibir órdenes por mi conducto [...] Regresé a México [y] di
cuenta a Obregón de mis gestiones cerca de Herrero [...] Cuando el señor
general Venustiano Carranza y la comitiva que lo acompañaba se dirigieron a la
sierra de Puebla, Álvaro Obregón recordó que Herrero, por mi conducto, se había
adherido al movimiento [...] Entonces dióme la siguiente orden para el general
Rodolfo Herrero, orden que yo como militar, transmití a Herrero: “BATA USTED A
VENUSTIANO CARRANZA [Y] RINDA PARTE DE QUE VENUSTIANO CARRANZA MURIÓ EN EL
COMBATE”.
[...] Al presentarme a Obregón y manifestarle que Herrero
había cumplido con su palabra [...] éste, en el Hotel de San Francisco, me
dijo: Sí, FELIZMENTE YA MURIÓ CARRANZA...131 Como epílogo diremos
que en 1923, Alberto Basave y Piña, autor de esta valiosísima confesión, “fue
encontrado acribillado a tiros por las afueras de la ciudad de México”.132
Sabía demasiado...
30 DE JUNIO DE 1520:
LA NOCHE TRISTE
A
mediados de 1900 las vitrinas de las librerías de la ciudad de México
comenzaron a exhibir una colección de pequeños cuadernillos que pretendían
enseñar la historia de nuestro país a los niños de aquella época. Los librillos
impresos por los hermanos Manucci en la primera casa de la calle del Relox, en
Barcelona no eran el primer intento por acercar el pasado a los infantes, pues
Antonio Vanegas Arroyo ya había publicado una colección muy parecida cuyas
ilustraciones corrieron por cuenta de José Guadalupe Posada. Sin embargo, uno
de los cuadernillos de los Manucci escrito por Heriberto Frías— resulta muy
interesante por su título y su contenido; La noche triste en Tenochtitlán
(sic). En las escasas diecisiete páginas que conforman La noche triste en
Tenochtitlán, Frías uno de los grandes creadores de novelas históricas de
México— recrea uno de los episodios más importantes de la conquista: el momento
en que Cortés y sus hombres, luego de la matanza del Templo Mayor y del repudio
hacía Moctezuma, fueron rodeados y vencidos por los aztecas. La victoria del
pueblo del sol —como lo llamó Alfonso Caso— fue tan contundente que los
invasores se vieron obligados a huir de Tenochtitlán y hacer una parada en las
cercanías de Popotla, donde Cortés lloró por la derrota durante la celebérrima
“noche triste”. Pero dejemos que Frías nos dé su versión de los
acontecimientos: En vano Cortés hacía que los miles de aliados tlaxcaltecas disparasen
sus flechas y contuvieran a las masas mexicanas, cada vez más terribles y más
heroicas, aunque la artillería de los españoles les abría anchas veredas con
sus rayos [...]No hubo mejor determinación entre todos los capitanes españoles
que abandonar para siempre la maldita ciudad de Tenochtitlán en donde los
incautos conquistadores creían obtener desde luego palacios magníficos
[...]¡Pero el pueblo había despertado como un león soberbio! ¿Quiénes eran los
que temblaban? ¡Los mismos audaces! [...] En vano habían hecho que su infeliz y
cobarde preso, Moctezuma, hablara al pueblo desde la azotea del palacio [...].Y
así frieron caminando en las tinieblas, huyendo, escapando, creyendo encontrar
protección a su fuga de la Imperial México, en las sombras de aquella noche, de
aquella noche triste! [...] ¡En aquella noche de junio todo aquel ejército
antes tan altanero, invencible, estruendoso con sus cañones y sus cien
caballos, con sus hombres vestidos de hierro, deslumbrantes y maravillosamente
bellos en todo su poderío, en aquella noche de lluvia y lodo, en medio del
silencio y de la soledad de México huía como un monstruo vencido, derrotado y
humillado escapando de la noble cólera de los aztecas! La versión de
Frías, verdadera en sus líneas generales aunque dudosa en lo que se refiere a
la muerte de Moctezuma, quien según él fue apedreado por Cuauhtémoc, sin que
exista una sola prueba a este respecto, posee dos características dignas de ser
resaltadas: una confusión y un problema de perspectiva. Aunque el novelista
sostiene que aquella noche las huestes aztecas se cubrieron de gloria y Cortés
huyó derrotado, no tiene ninguna duda al titular a su narración como “La noche
triste en Tenochtitlán”, un hecho que indudablemente revela una confusión, pues
si bien es cierto que para los españoles y sus aliados esa fue una noche
tristísima, para los aztecas tuvo que haber sido una noche de alegría y
regocijo, ya que habían vencido a sus enemigos y recuperado el control de su
ciudad. Por ello, en ánimo de justicia, Frías debió haber titulado su narración
como: La noche triste en Pop o tía, pues las lágrimas sí tenían buenas razones
para brotar en ese lugar; La noche triste de Cotíes, en tanto que este
personaje fue el derrotado; o, de una manera mucho más justa, La noche alegre
en Tenochtitlán. Sin embargo, y contra lo que podría suponerse, la suplantación
de la ‘noche alegre” por la “noche triste” no es resultado de ninguna
casualidad, pues en este hecho se esconde un interesante problema de
perspectiva y de política: si revisáramos los libros de historia escritos por
los conservadores —como la Historia de México de Lucas Alamán encontraríamos
que ellos popularizaron los términos “noche triste” para calificar la victoria
de los aztecas. En el siglo XIX esta toma de partido en favor de los
conquistadores tenía un importante contenido político: no olvidemos que las
obras de los historiadores pretendían lograr que los mexicanos abjuráramos del
liberalismo y evitáramos la separación de la iglesia y el Estado, para asumir
que nuestro ser y nuestro destino estaban definidos sólo por la hispanidad y la cristiandad. En
efecto, la historia de los conservadores hacía a un lado la perspectiva de los
indígenas y asumía la de los conquistadores para condolerse de sus desgracias,
aunque para nuestro pasmo los historiadores liberales, como Prieto, Payno o
Altamirano, nada hicieron para remediar este error, y la idea de la “noche
triste” terminó por imponerse al sentido común, que justamente dicta lo contrario.
Lo interesante del asunto —que menoscaba la importancia de este acontecimiento
para los aztecas y otorga el protagonismo al sufrimiento de Cortés es que esta
versión de los hechos, desde finales del siglo XIX y los primeros años de la
siguiente centuria, también se popularizó entre los historiadores oficiales, en
los libros de texto y entre aquellos que no fueron capaces de reconocer la
importancia del triunfo azteca. No obstante, la ‘noche triste” es una falsedad
que hoy debemos abandonar, y en consecuencia borrar de los viejos libros de
texto la palabra "triste” y sobre escribir “alegre”. De buena gana
recomendaríamos hacer lo mismo con los nuevos libros de texto, de no ser porque
la conquista, con todo y su noche triste y con todo el pasado de las civilizaciones
mesoamericanas, ha desaparecido de ellos, tal vez para evitar a los niños el
recuerdo de una derrota más cuando, en realidad, se trató de una excelsa y
emotiva victoria que debería ser ensalzada en todas las obras sobre nuestro
pasado.
Muchas gracias por la aportación a la cultura de la lectura. Temas muy agradables de tu blog
ResponderEliminarLe ayudo a hacer una tarea a mi hijo sobre losNIÑOS HEROES espero su maestro no se ofenda
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