100 MITOS DE LA HISTORIA DE MÉXICO 1 Francisco Martín Moreno parte11
LOS OBISPOS NO
PARTICIPARON EN LA GUERRA CRISTERA
En
1925, cuando el presidente Plutarco Elías Calles se atrevió a promover la
creación de una iglesia cismática mexicana, ordenando el asalto al templo de La
Soledad para que allí sentara sus fueros la nueva fe, la jerarquía católica se
puso en guardia e inició los preparativos para enfrentarse al Estado mexicano.
El arzobispo de México, José Moray del Río, convocó a una parte del episcopado
mexicano para celebrar una reunión secreta y urgente, a fin de: “Diseñar una
estrategia eclesiástica oponible a las agresiones sufridas por la Santa Madre
Iglesia Católica, Apostólica y Romana, de parte del gobierno federal,
encabezado por Plutarco Elías Calles”. El cónclave se llevó a cabo en el
auditorio de los Caballeros de Colón (asociación católica fanática de corte
internacional, sumamente adinerada) a principios de marzo de 1925. Estuvieron
presentes el propio Mora y del Río, Leopoldo Ruiz y Flores arzobispo de
Michoacán, Miguel de la Mora y Mora obispo de San Luís Potosí—, el sacerdote
jesuita Bernardo Bergoend jefe de jefes de las juventudes fanáticas—, José
Garibi Rivera, mejor conocido como “Pepe Dinamita”, a nombre de Francisco
Orozco y Jiménez arzobispo de Jalisco, y Jesús Manríquez y Zárate —obispo de Huejutla—,
además de representantes de las muchas organizaciones católicas que la
jerarquía había venido construyendo desde finales del porfiriato. Durante la
reunión, sólo eí jesuita y futuro obispo de Tabasco, Pascual Díaz, se opuso a
la violencia. El clero se preparaba para dar a Calles una muestra de su poder
como organización política, con la idea de proyectar ante sus ojos el tamaño
del enemigo al que se enfrentaba, así como el riesgo que volvería a correr la
República si se atentaba en contra de los sagrados intereses de la iglesia
católica. ¡Que no se perdiera de vista la guerra de Reforma! El 14 de junio de
1926 el Congreso de la Unión aprobó la famosa “Ley de Adiciones y Reformas al
Código Penal”, también conocida como Ley Calles, mediante la cual se
reglamentaba el artículo 130 de la Constitución de 1917, referente a las
relaciones entre la iglesia y el Estado. Durante casi diez años el mencionado
artículo había sido letra muerta, pues ni Carranza, ni De la Huerta ni Obregón
—temerosos del poder del clero se habían atrevido siquiera a amagar con enviar
al Congreso una iniciativa con tal objetivo. Pero Calles publicó la ley,
estableciendo penas económicas y corporales a: [los] sacerdotes que oficien, no
siendo mexicanos, o que simplemente hagan proselitismo religioso [...] Queda
prohibido a las corporaciones religiosas o ministros de culto que establezcan o
dirijan escuelas de instrucción primaria; igualmente quedan prohibidos los
votos religiosos y las órdenes monásticas [...]Los conventos serán disueltos
por las autoridades, y quienes vuelvan a reunirse en comunidad, serán
castigados con uno o dos años de prisión y los superiores de la orden con seis
años de cárcel. El artículo 19 de este decreto obliga a los sacerdotes a
inscribirse con la autoridad civil de su jurisdicción y no podrán ejercer su
ministerio al no cumplir con este requisito, además de ser sancionados, así
como en cada Estado el Gobierno se encargará de fijar el número de sacerdotes
que podrán oficiar.103 Uno de los artículos transitorios
disponía que la ley, impresa en forma legible, fuera fijada a las puertas de
los templos. Esto obligó a los prelados a un nuevo cónclave, que se llevó a
cabo la primera semana de junio de 1926. En realidad se trataba del estado
mayor central de la reacción católica. Era la cabeza misma de la iglesia, un
órgano operativo que podía actuar a nombre del clero mexicano, la máxima
autoridad eclesiástica de la nación. A la sesión convocada por el arzobispo de
México, en su carácter de presidente del Comité Episcopal, asistieron los ocho
arzobispos y los veintinueve obispos de México, además de algunos seglares,
como Rafael Ceniceros y Villarreal, que era director general de la Liga
Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR), en representación del
padre Bernardo Bergoend. Pascual Díaz, el obispo de Tabasco, fungió como
secretario. La división era evidente: unos estaban por el enfrentamiento y
otros por la resistencia pasiva. Unos exhortaban a tomar las armas, otros a
parlamentar. Uno de los más radicales, Manrique y Zárate, el obispo de
Huejutla, conocido como el obispo petrolero, dejó muy clara su posición: “No tenemos
miedo de las prisiones; tampoco a los fusiles asesinos; mas sí a los juicios de
Dios”. El obispo González y Valencia, de Durango, aprobaba el uso de la fuerza
y apoyaba a su colega de Huejutla. Se formaron grupos, unos a favor y otros en
contra del recurso de las armas. ¿Qué hacer...?Finalmente, y bajo la
inspiración de Francisco Orozco y Jiménez, quien años atrás ya había resistido
exitosamente la aplicación del artículo 130 en Jalisco, decidieron ir por
partes y dieron su aprobación oficial a la LNDLR para iniciar un boicot
económico, es decir “una campana con el propósito de crear en la nación entera
un estado de intensa crisis económica con la mira de derrocar al gobierno [...]
Contamos para ello con la autorización y bendición del Venerable Episcopado
Nacional. ¡Viva Cristo Rey!”104Era el inicio de la guerra que la
jerarquía eclesiástica, la que obviamente nunca daría la cara, a través de la
LNDLR, pretendía llevar a cabo contra el gobierno mexicano. El conflicto, como
bien había enseñado la experiencia de Jalisco, escalaría progresivamente:
primero se llamaría al boicot, después se cerrarían los templos (por órdenes de
la jerarquía y de ninguna manera como un acto gubernamental: ¡otro mito
funesto!), y luego, si el gobierno persistía en su ateísmo, se le haría la
guerra por la vía de las armas. Tres años antes de estos sucesos, en 1923, el
arzobispo Orozco y Jiménez pudo decir al gobernador de Jalisco, José Guadalupe
Zuño, un anticlerical rabioso: “la más insignificante indicación del gobierno
eclesiástico bastaría para levantar al pueblo contra un mandato indebido”. Zuño
respondió que “quedaba bajo la responsabilidad del arzobispo todo movimiento
armado5.Pero veamos con más detalle la participación de estos jerarcas
católicos en la guerra cristera, participación sanguinaria que naturalmente se
ha negado y ocultado artera y persistentemente aprovechando la carencia de
elementos con qué relatar estos hechos criminales: primero por el veto
implícito que el priismo impuso sobre el tema para ocultar su origen, y
después, porque tras largos setenta años de dictadura perfecta el clero también
ha tenido el tiempo suficiente para falsificar hasta el absurdo esta terrible
traición a la patria y a sus feligreses. Pero de que el episcopado hizo la
guerra, no cabe ninguna duda. He aquí una clara invitación a otra guerra entre
hermanos: Séanos ahora lícito romper el silencio prorrumpió desde Roma José María
González y Valencia, obispo de Durango Ya que en nuestra arquidiócesis muchos
católicos han apelado al recurso de las armas [...] después de haberlo pensado
largamente ante Dios y de haber consultado a los teólogos más sabios de la
ciudad de Roma, debemos decirles: estad tranquilos en vuestras conciencias y
recibid nuestras bendiciones.106 Interpretando
las palabras del obispo de Durango, un padre llamado David Ramírez, del mismo
estado, dijo a sus feligreses: “Que cada miembro se exceda en el cumplimiento
de su deber y cuando en el afán de defender nuestra fe hayáis hecho veinte mil
barbaridades, no os detengáis por eso, que no habréis trabajado, no habéis
llegado ni a la mitad de lo que autoriza nuestro cristianismo”.107A
lo largo de los tres años que abarca la guerra cristera (1926-1929) el
arzobispo de Guadalajara permanece escondido en los Altos de Jalisco, donde se planea
y se ordena, entre otros actos terroristas, el incendio del tren de La Barca,
ocurrido en abril de 1927 (con 162 víctimas calcinadas), así como su
participación en la ejecución, nunca suficientemente aclarada, del general
Álvaro Obregón en julio de 1928. Sobra decir que Orozco y Jiménez fue uno de los
grandes financieros de la revuelta cristera. Desde su escondite, Orozco dirigió
la famosa Unión Popular (UP), organización fanática que había sido conformada
por Anacleto González Flores, su muchacho, un asesino hoy elevado a la
categoría de mártir. A fin de fortalecer la guerra que la LNDLR llevaba a cabo
contra el gobierno de Calles, Orozco envió a uno de sus hombres de confianza a
entrevistarse con un alto mando de esta organización: “por mi conducto dice a
Ud. el Sr. Arzobispo, que pone a su disposición la organización de la UP y las
afines a la misma, a fin de que las aproveche o las disuelva si Ud. lo cree
conveniente para el desarrollo de sus planes”. Otro de los obispos católicos
del México de entonces, Jesús Manríquez y Zárate, había escrito en julio de
1927 lo que tituló “Un mensaje al mundo civilizado”: “Ya no queremos vanas
promesas de simpatía, ni artículos de periódicos u obras literarias más o menos
candentes contra el despotismo [...] Queremos armas y dinero para derrocar la
oprobiosa tiranía que nos oprime”.108Eminente jefe militar de aquella coyuntura
fue también el obispo de San Luis Potosí, Miguel María de la Mora, quien hacia
1926 emprendió
su viaje a Roma, para visitar el sepulcro de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo
y fue recibido con benevolencia por el Sumo Pontífice [...] Regresó a su
Diócesis exactamente cuando estalló el conflicto religioso [y] fue uno de los
prelados que permaneció oculto en la capital de la República, y desde su
escondite estuvo ejerciendo las funciones del Sub Comité Episcopal.109
Mucho tiempo después, en 1956, el callista número uno, Luis Napoleón Morones,
afirmó que entre los muchos factores que intervinieron en el asesinato de
Obregón, el de mayor responsabilidad fue el elemento clerical, encarnado en la
figura del obispo de San Luis, Miguel de la Mora, quien en su calidad de jefe
supremo de la Liga, también habría patrocinado el asesinato. Y tan fue el jefe
de la defensa armada este encumbrado jerarca católico en los estados cristeros
(excluyendo Jalisco, donde Orozco comandaba las acciones) que el 21 de
septiembre de 1927 pudo escribir al obispo Pascual Díaz: Queridísimo amigo y condiscípulo
[...] Yo no veo más remedio, en lo humano, de nuestra situación, que la defensa
armada [...] Yo te aseguro que la defensa armada es formidable [...] Te voy a
decir mi idea: si se pudieran fletar dos buques con cañones, etc., y que
trajeran abundantes armas cada uno para repartir a los que las necesitan, con
su respectiva dotación de parque [...] y si a la vez entrara una expedición a
la frontera y estas tres expediciones empezaran a avanzar sobre México, el
empuje seria irresistible y en menos de un mes estaría toda la República en
poder de los libertadores. Y sin embargo, para esto bastarían dos o tres
millones de dólares [...] Lo que acabo de decir pinta la situación real y
verdadera, porque estoy perfectamente enterado de todo lo que está pasando,
bajo todos los aspectos de la situación.110 Fue precisamente
De la Mora quien, en julio de 1928, se deslindó, a nombre de toda la jerarquía,
de la madre Conchita, juzgada como autora intelectual del asesinato de Obregón.
Y fue también este obispo quien días antes del juicio de la monja envió a dos
personas a entrevistarse con él abogado defensor para recordarle que el
objetivo era dejar a salvo la imagen de la iglesia, poniendo sobre el
escritorio de aquél comprobantes médicos que acreditaban ni más ni menos que la
demencia de la acusada. No obstante, además de mantener estrecho contacto con la
Liga en todas las cuestiones relacionadas con la conducción de la rebelión
armada, el obispado designó a un gran grupo de sacerdotes como dirigentes de
los destacamentos de los cristeros. Es importante señalar que varios prelados
pasaron a la clandestinidad y desde ella dirigían directamente las acciones de
los rebeldes.111Pero el asesinato de
Obregón vino a poner fin a este tétrico montaje mediante el cual se
beneficiaron tanto Calles (al adueñarse de la política mexicana, ya sin
Obregón) y la propia jerarquía eclesiástica, que temía el retorno del caudillo
y que, a fin de cuentas, y según los términos de los arreglos que pusieron fin
a la guerra cristera, pudo asegurar su desobediencia a la ley suprema de la
República desde entonces y hasta la fecha. Recordemos únicamente que como
condición para firmar dichos “arreglos”, en 1929, el presidente Emilio Portes
Gil exigió el desterró de Orozco y Jiménez, declarando enfáticamente que “el
arzobispo de Guadalajara Orozco y Jiménez [...] sí dirige a esos grupos
inconscientes y aún recorre regiones del estado de Jalisco para animarlos y
continuar su actitud belicosa”.112Así pues, como hemos visto, es
falso que los obispos católicos no participaran en la guerra cristera.
CÁRDENAS PROHIBIÓ LA
INVERSIÓN FORANEA EN EL PETRÓLEO
Existe
la creencia de que cuando Lázaro Cárdenas expropió la industria petrolera,
prohibió la inversión extranjera y la participación de capitales privados en
esa industria. Tales ideas son un enmascaramiento de la realidad que responde a
los intereses de un pequeño grupo colmado de privilegios: los políticos, los
líderes sindicales de Pemex y algunos académicos fanáticos. Analicemos los
alcances de la expropiación petrolera. Para comenzar, debemos advertir que los
acontecimientos del 18 de marzo de 1938 se verificaron gracias a la ley de
expropiación publicada previsoramente dos años atrás. Dicho ordenamiento
preparó el terreno para recuperar la soberanía petrolera. Así, lo que Cárdenas
expropió fue “la maquinaria, instalaciones, edificios, oleoductos, refinerías,
tanques de almacenamiento, vías de comunicación, carros tanque, estaciones de
distribución, embarcaciones y todos los demás bienes muebles e inmuebles” de
las empresas extranjeras. El petróleo, según la Carta Magna de 1917, ya era
propiedad de los mexicanos: ¡el suelo y el subsuelo son propiedad de la nación!
El decreto expropiatorio sólo alcanzó los bienes de las compañías extranjeras.
Cárdenas, al igual que algunos de sus sucesores, una vez reconocidas las
limitaciones tecnológicas y financieras del país, se negó a prohibir la
inversión extranjera y la participación de capitales privados en este renglón
de la economía. Recordemos los hechos: en 1939 Cárdenas reformó el artículo 7o
de la ley petrolera para incluir un párrafo revelador: “podrán celebrarse
contratos con los particulares, a fin de que éstos lleven a cabo, por cuenta
del Gobierno Federal, los trabajos de exploración y explotación, ya sea
mediante compensaciones en efectivo o equivalentes a un porcentaje de los productos
que se obtengan”. ¡Sorpresa! Cárdenas -el icono preferido de la izquierda
estatizadora- fue el “neoliberal” que inventó el esquema de contratos de
riesgo, el cual se convirtió en el estándar internacional para las operaciones
petroleras. La idea revolucionaria del “Tata” tenía una visión progresista y
objetiva del futuro de la industria en manos del gobierno. No se dejó engañar:
de acuerdo con las leyes promulgadas en su administración, si se exploraba una
zona y no se obtenía petróleo en el plazo convenido, ni Pemex ni el país
sufrirían pérdidas, y si se encontraba petróleo, la ganancia se repartiría
entre los socios según la fórmula pactada. Cárdenas no se comportó como un
fanático radical: con la expropiación de la industria petrolera no se deseaba
crear un dogma, sino beneficiar al país.
Tres
años más tarde, el 3 de mayo de 1941, Manuel Ávila Camacho envió al Congreso
otra iniciativa para modificar la ley petrolera, y en su exposición de motivos
también nos da una sorpresa: en ella se afirma que el gobierno mexicano tenía la
convicción de [...] introducir en el sistema de la ley ciertas modificaciones
que, sin apartarse de su inspiración y tendencia, le presten la amplitud y
flexibilidad requeridas para el mejor estímulo de la iniciativa privada, en
cuyas energías vitales lo tenemos dicho ciframos principalmente nuestra
seguridad en la expansión económica del país. Ni Cárdenas ni Ávila
Camacho estaban en contra de la participación de capitales privados en las
operaciones petroleras, y mucho menos se oponían a los contratos de riesgo. En
este último documento se señaló que las modificaciones pretendían “abrir nuevas
oportunidades a la inversión del capital privado en la industria petrolera bajo
formas de empresa que, por constituir entidades de economía mixta, impriman a
la participación privada un sentido preponderante de utilidad social”. Casi
veinte años más tarde, durante el régimen de Ruiz Cortines, el gobierno
mexicano cambió de rumbo: las ideas de Cárdenas y de Ávila Camacho se
consideraron contrarrevolucionarias. Un gravísimo error de fondo. El
presidente, al estilo camuflado de la “dictadura perfecta”, solicitó a los
diputados que modificaran, en términos suicidas, la ley petrolera, pues en su
exposición de motivos Ruiz Cortines afirmaba que: el conocimiento de las
necesidades actuales del país y una mínima previsión del futuro de México,
requieren que las actividades de una industria tan vital para la nación, sean
no solamente controladas por el Gobierno, sino monopolizadas por el Estado.
Adiós a la búsqueda de la iniciativa privada para impulsar la expansión
económica del país... La debacle era inminente. Pemex quebraría tarde o
temprano. No tardaría en confirmarse aquello de que el gobierno es un muy mal
empresario...
Los
mitos han quedado develados: si bien Cárdenas expropió la industria petrolera,
no se opuso a la inversión privada, como se ha afirmado, tratando una vez más
de manipular la realidad. Reconozcámoslo: fue Ruiz Cortines quien canceló la
participación de capitales* ajenos al gobierno, creó un monopolio y, con miras
a robustecer su régimen, entregó demagógicamente la riqueza de la nación a los
políticos y a los líderes del sindicato de Pemex. ¿De qué le sirvieron a México
los cuarenta años que siguieron a la expropiación petrolera si no hubo
exportación de crudo que valiera la pena y, además, se tuvo que importar
gasolina y otros derivados petroquímicos? No hubo asociación con terceros, ni
crecimiento interno, ni el desarrollo accesible, posible y anhelado.
Amurallamiento y atraso, sí. Suscripción de Alianzas estratégicas de beneficios
recíprocos, no. El petróleo es intocable aunque se deprima la economía nacional...
¿Cómo se puede ser un país pobre y quebrado cuando materialmente flota en
petróleo? Con los 280000 millones de dólares que valían las reservas de
hidrocarburos en 1980, más las que se hubieran descubierto en los siguientes
años, habría sido posible construir un nuevo país. Por supuesto que habríamos
podido fundar cientos de universidades, crear empleos rurales, impedir la
nacionalización de la banca, fortalecer las reservas monetarias, construir
empresas petroquímicas con capital mixto y tecnología extranjera de gran
utilidad para los industriales del país, con inmensas posibilidades de
captación de divisas vía exportación de derivados petrolíferos. ¿Qué sucedió?
Volvimos a perder la oportunidad, al extremo de que hoy existen casi 50
millones de compatriotas la mitad de la población— sepultados en la miseria.
¿De qué les sirvió la expropiación petrolera a los indígenas o a los millones
de braceros que salieron huyendo a los Estados Unidos? El atraso y el
desperdicio de oportunidades económicas e industriales se demuestra con dos
aspectos: uno, la falta de capacidad y el contubernio paraestatal con un
sindicato venal una voraz sanguijuela de Pemex, además de ía apatía
burocrática, la corrupción pública, la petrificación, la ausencia de
imaginación empresarial, la inmovilidad política fincada en la defensa fanática
de un nuevo tabú, esta vez energético, un tabú intocable popularmente, como
todos los tabúes cualquier intento de modificarlo, aun con la debida sutileza
política, bien podría conducir a la pira a los nuevos “vende patrias”, así como
la indolencia y la obnubilación de los gobiernos respectivos como operadores de
la empresa más importante del país; y el otro, el fanatismo indígena
nacionalista, la rabiosa xenofobia que logró cerrar las puertas el desarrollo
petrolero. El grito necrológico y supuestamente nacionalista hubiera
significado algo así como que es y seguirá siendo preferible morir de hambre
antes que asociarnos con extranjeros venales, hambreadores del pueblo,
saqueadores de los bienes públicos, gusanos ávidos de devorar lo mejor de
México, muy a pesar de la evolución de las relaciones diplomáticas y del
derecho internacional en la segunda mitad del siglo XX... Hasta la Cuba
comunista ya abrió sus puertas a las empresas extranjeras mundiales para que le
ayuden a explotar los mantos submarinos que se encuentran alrededor de la isla.
Hoy, Noruega cuenta con más de 650 000 millones de dólares en reservas
monetarias gracias al talentoso desarrollo de su industria petrolera, en la que
concurren varios países. El lamento indígena nacionalista, la lenta letanía
entonada a modo de marcha fúnebre para recordar la recuperación de la dignidad
perdida antes de la expropiación petrolera, exaltaba rabiosamente un canto cuya
letra bien podría decir: “antes muertos que permitir el acceso a capitales
foráneos en la industria petrolera, nuestra industria. Fuera, fuera con ellos,
aun cuando su presencia pudiera significar la creación de riqueza y la
generación de importantes volúmenes de ahorro público para construir escuelas,
carreteras, hospitales, universidades, puestos de trabajo y, sobre todo,
bienestar para todos los mexicanos. Fuera las manos de los extranjeros de la
industria petrolera nacionalizada, aun cuando dejemos de percibir miles de
millones de dólares que bien pueden significar el rescate de millones de los
nuestros, quienes en su desesperación ya voltean otra vez a diestra y siniestra
en busca de armas, de piedras, de sogas, de ramas de árboles para colgar a los
ro titos, con una inquietud similar a la que se dio en los meses aciagos y
amenazadores anteriores a noviembre de 1910. Antes la muerte que devolver a los
extranjeros las armas con las que nos causaron tantas humillaciones”. ¿Muera la
inteligencia, viva la muerte...México siguió importando tecnología petrolera,
además de gasolinas, sin procurar una propia, salvo ciertos casos aislados e
intrascendentes. Hoy somos más dependientes que nunca de nuestros vecinos del
norte. Ellos sí supieron diseñar una estructura financiera y ejecutarla para
contar con empresas exitosas. Nos negamos a admitir una definición moderna de
soberanía en momentos en que la
globalización derrumba todas las fronteras, igual las materiales que las
jurídicas, las comerciales, las aduaneras y hasta las políticas... Y sin
embargo, en materia de una mal entendida y falsa soberanía, ni un paso
atrás...Cárdenas tuvo razón al dejar abierta la puerta a los capitales
foráneos, aun cuando en las actuales marchas callejeras aparezcan fotografías
con su rostro, pretendiendo exhibirlo como el hombre que impidió a los
extranjeros volver a participar en el desarrollo económico de México... otro
mito más que debe ser desmentido sin tardanza.
MAXIMILIANO, EL
CONSERVADOR
En
agosto de 1863 Maximiliano de Habsburgo tuvo una reunión muy importante: la
jerarquía eclesiástica mexicana, encabezada por el obispo Pelagio Antonio de
Labastida, quería aquilatar al candidato al trono de México. La opinión de los
sacerdotes era definitiva, su apoyo al imperio podía marcar la diferencia entre
la gloria y el infierno. El encuentro fue más que amable. Los jerarcas
abandonaron la residencia de Maximiliano con un buen sabor de boca: ninguno
notó en el Habsburgo el mínimo dejo de liberalismo y sí encontraron un gran
respeto por la iglesia católica. El propio De Labastida escribió a propósito de
otra visita que hizo a Maximiliano: Anoche, a eso de las diez, he llegado aquí y
a las once fui presentado al muy amable Príncipe, cuya vista encanta, cuya
conversación atrae e instruye, cuyas maneras dulces y graves tienen... tal
magia que olvida uno la fatiga del viaje, lo inoportuno de la hora [...] Una
hora de conversación me ha descubierto un tesoro moral que nunca sabremos
apreciar en todo su valor. ¿Qué falca a este Príncipe? Hacíame 70 esta pregunta
varias veces durante las breves horas transcurridas y mi corazón y mi cabeza
han respondido: nada, absolutamente nada. [...] Inexplicable será nuestra
demencia si no sabemos apreciar el don que nos hace el cielo cuando todo
parecía perdido [...] Grande es el sacrificio que van a hacer estos príncipes,
pero grande será también su recompensa [...] Difícil sería hallar Príncipes que
les igualaran. ¡Dios se ha servido de juzgarnos dignos de poseerlos durante
largos años! [...] A veces paréceme que sueño. ¡Bendito sea Dios por todos sus
beneficios! Había nacido el mito de un Maximiliano conservador y
clerical, y no pasaría mucho tiempo antes de que fuera reproducido por los
historiadores oficiales que se negaron a adentrarse en el pensamiento político
del emperador: él quedó marcado por aquellos epítetos, y nadie —salvo algunos
investigadores valerosos, como Konrad Katz— se atrevería a contar su verdadera
historia.
MAXIMILIANO, EL
LIBERAL
En
la reunión de agosto de 1863 Maximiliano fue muy cuidadoso de las formas y
quizá por falta de confianza o por el disimulo que provocaban las exigencias de
su hermano nunca comentó sobre las anotaciones de su diario, donde había
plasmado con claridad su postura ante la religión y el clero: "La religión
[escribió el futuro emperador] como deber moral es necesaria y consoladora,
porque sólo ella mantiene el equilibrio de una persona; en cambio, la religión
practicada como pasión es un furor como cualquier otro, y normalmente degenera
en fanatismo y tortura a sus víctimas, y muchas veces se transforma en el
extremo contrario”. Para Maximiliano era claro que la religión debía ser
moderada, pues de otra manera los crímenes de la Inquisición se repetirían, y
la tortura y el fanatismo se apoderarían de las naciones. Pero él no sólo tenía
estas ideas: a diferencia de sus familiares más cercanos como su hermano, el
emperador austríaco estaba plenamente convencido de uno de los principios
básicos del liberalismo, como la separación de la iglesia y el Estado. Contra
lo que pudiera suponerse, el liberalismo de Maximiliano iba más allá de las
anotaciones de su diario, y en algunos momentos se mostraba como una
indignación ante los horrores del mundo, tal como ocurrió en su viaje a Brasil,
donde, en una reunión con un hacendado, descubrió un gigantesco látigo que lo
obligó a informarse sobre su uso. Los grandes señores del campo “le dijeron que
los esclavos, negros indolentes por naturaleza, no trabajaban sí no se les
azotaba con regularidad. Estas escenas [escribe Katz], así como la indiferencia
con 1a que lo aceptaban los hacendados, a pesar de su refinado estilo de vida,
desconcertó a Maximiliano” y, como resultado de ello, a su llegada a México
“trató de mejorar la suerte de los indígenas, en especial la de los peones”.
EL EMPERADOR LIBERAL
Meses
después de su encuentro con la jerarquía eclesiástica, las negociaciones para
que Maximiliano aceptara la corona de México llegaron a buen término: su
prudencia le ganó el visto bueno de la iglesia y los conservadores, quienes lo
engañaron sobre las expectativas de nuestros compatriotas: él nunca sería bien
recibido por el pueblo. El Habsburgo se embarcó hacia su nuevo reino y, contra
lo que ocultan los historiadores mercenarios, sentía una gran admiración por
Juárez, a quien pensaba incluir en su gabinete. Una vez que Maximiliano ocupó
la silla imperial, formó con la ayuda de Carlota una administración que nunca
convenció al clero ni a los conservadores: los emperadores proponían un
gobierno de coalición, pues sólo de esa manera se podría terminar con el estado
de guerra y dar un giro al destino de México. La intención era buena, pero el
gabinete nunca se articuló a causa de sus enfrentamientos. Maximiliano no sólo
estaba dispuesto a trabajar con los liberales: en agosto de 1863, aún en
Miramar, se propuso redactar una nueva Constitución, la cual estaría basada en
los principios liberales que odiaba la alta jerarquía eclesiástica. Luego de
trabajar con la emperatriz, concluyó la escritura de un documento que llevaba
por título Acte fondamentale, que nunca tuvo vigencia. El liberalismo de
Maximiliano no se redujo al gobierno de coalición y al intento de dotar a su
imperio de una nueva Carta Magna, su actitud ante la iglesia también señalaba
su postura liberal: las leyes de Reforma publicadas por el gobierno juarista
sobre todo aquellas que nacionalizaban los bienes de la iglesia se habían
convertido en causa de graves conflictos no sólo con los liberales mexicanos,
sino también con los invasores franceses, pues el general Forey había insistido
en su aplicación irrestricta. Así, cuando el Habsburgo subió al trono, la
jerarquía eclesiástica supuso que él solucionaría esa “injusticia”, pero cuán
grande sería su sorpresa al enterarse de que el emperador no estaba dispuesto a
dar marcha atrás y tenía la intención de promover la igualdad ante la ley y la
libertad individual, dos conceptos que anularían Los fueros religiosos y
abrirían la puerta a la libertad de conciencia. El respeto a la desamortización
señalada por las leyes de Reforma fue el primer rompimiento de lanzas con el
clero: Maximiliano también propuso al nuncio apostólico Meglia un concordato
que transformaba el papel de la iglesia; en ese documento se propuso la tolerancia de
cultos con protección del católico como religión de Estado, [asimismo] el
erario pagaría los gastos del culto católico y del clero. No habría derechos
parroquiales ni obvenciones ni diezmos. Para colmo, Maximiliano quería para sí
y sus sucesores, los mismos derechos que los reyes de España ejercieron en la
iglesia, de América (el patronato regio voz y voto en la elección de obispos, y
“pase real”, que es el derecho de autorizar o desautorizar la publicación de
documentos papales) [...] El registro civil se encargaría a los párrocos
católicos, quienes actuarían como funcionarios de Estado. La secularización de
los cementerios, dispuesta por la reforma, quedaría en vigor. En el fondo,
todas estas propuestas confirmaban la reforma de Juárez, aunque en forma
suavizada.
El
control de la iglesia por el Estado era inaceptable para los jerarcas, pero
Maximiliano no dio marcha atrás: entre 1864 y 1865 promulgó leyes que buscaban
liberalizar al imperio: el 26 de febrero de 1865 autorizó la libertad de
cultos, poco tiempo después publicó un ordenamiento sobre los bienes
eclesiásticos, uno más sobre el establecimiento del registro civil y otro
relativo a la educación pública. Incluso cuando en la capital “se pretendió
levantar un arco de mármol en honor de la Emperatriz [según asienta Armando de María
y Campos], el Emperador rogó que esos fondos se destinaran a levantar un
monumento a los héroes de la Independencia Mexicana del dominio español”. El
Habsburgo llegó demasiado lejos y el papa Pío IX intervino con una amenaza: si
no frenaba sus medidas liberales, el Vaticano retiraría a su nuncio.
Maximiliano no cedió y monseñor Meglia abandonó la ciudad de México en mayo de
1865.Maximiliano, a causa de sus ideas liberales, perdió el apoyo de la iglesia.
Los días de su imperio estaban contados porque la guerra de secesión en los
Estados Unidos había concluido y la Casa Blanca reclamaba: “América para los
Americanos”... El káiser alemán Guillermo amenazaba con la guerra a Francia
para arrebatarle la Alsacia y la Lorena, por lo que Napoleón III tendría que
repatriar de inmediato a sus ejércitos, además de que Maximiliano había
incumplido los Tratados de Miramar, que lo obligaban a pagar, con cargo al
tesoro mexicano, a las tropas francesas. El emperador ya era un cadáver
insepulto. El ejército de Juárez, comenzó a derrotar a las tropas conservadoras
y clericales. El Habsburgo fue fusilado y el liberalismo se impuso a los deseos
de la iglesia y de los conservadores. Maximiliano, a pesar de su ideario, fue condenado
por los historiadores oficiales a convertirse en un conservador religioso. Una
de las mejores herencias del emperador es un libro de su autoría que lleva por
título Los traidores pintados por sí mismos. Por supuesto que en dicha obra,
también echada al olvido, el príncipe europeo exhibió a la ridícula reacción
mexicana, una de las grandes culpables de nuestro atraso histórico.
NADIE HA LUCRADO CON
LA IMAGEN DE LA VIRGEN DE GUADALUPE
LA
virgen de Guadalupe siempre ha sido considerada como uno de los símbolos de
nuestra independencia: Miguel Hidalgo tomó su imagen en el pueblo de Atotonilco
y la transformó en la bandera de sus tropas; Morelos, en los Sentimientos de la
nación, señaló la imperiosa necesidad de convertir el 12 de diciembre en una
fiesta nacional, y muchos de los integrantes del ejército trigarante portaron
su imagen como distintivo. Hasta aquí parecería indiscutible que la virgen de
Guadalupe está profundamente vinculada con los insurgentes y que, por lo mismo,
su imagen ha inspirado siempre a quienes luchan por la libertad, la soberanía y
el progreso de la nación. Así pues, aunque los hechos referidos son verdaderos,
también es cierto que la imagen de la Guadalupana ha sido empleada por los
personajes más siniestros de nuestra historia y por hombres que se sirvieron de
su influjo con el único fin de conducir a los mexicanos a guerras fratricidas o
a la creación de grupos políticos retardatarios y apátridas que fortalecieron
los intereses más oscuros de la jerarquía eclesiástica y de la reacción. Es
cierto: en uso y abuso de un símbolo tan poderoso en México, la virgen de
Guadalupe ha sido utilizada, de manera inexplicable, para estimular y
justificar la violencia entre nosotros, para dividirnos y para abanderar causas
aviesas. Adentrémonos en la otra historia de esta supuesta divinidad inventada
por los españoles para consolidar la conquista espiritual de México.
Comentarios
Publicar un comentario