100 MITOS DE LA HISTORIA DE MÉXICO 1 Francisco Martín Moreno parte7
RELIGIOSOS
SANGUINARIOS
Pese
a que los defensores de los cristeros han tratado de restar importancia a la participación en la
guerra de sacerdotes armados, abundan los testimonios al respeto, documentado,
por ejemplo, que muchos religiosos intervinieron activamente en la rebelión
cristera induciendo a sus fieles a rebelarse contra el gobierno y auxiliando los
combatientes en tareas de organización, aprovisionamiento y propaganda. Algunos
sacerdotes fueron capellanes castrenses en las tropas cristeras: celebraban
misa, bendecían sus armas y “rogaban” a la “Virgen de Guadalupe” por el
triunfo, “presidían los juramentos de los combatientes por defender los derechos
de su Iglesia aun a costa de perder la vida”.34 Con éstas era
legitimado el levantamiento armado del “ejército liberador”. Otros de ellos
empuñaron las armas y capitanearon a miles de campesinos que, enardecidos y
estimulados por las encíclicas del papa Pío XI, por las cartas pastorales de
los obispos mexicanos y por los sermones incendiarios, no dudaron en perseguir
y asesinar a los que identificaban como enemigos de su fe. El más célebre de
esos sacerdotes armados fue José Reyes Vega, a quien se apodaba “el Pancho
Villa de sotana”, por su carácter exaltado e impulsivo, “por sus amoríos y por
la facilidad con que fusilaba a los prisioneros federales”,33 además
de ser capaz de matar a cualquiera de su tropa por desobedecerlo”.36Antiguo
cura de Arandas, Jalisco, y luego general de los cristeros,37 Reyes
Vega participó, en compañía de Miguel Gómez Loza y otros sacerdotes, en el
sanguinario asalto al tren de La Barca, cerca de Guadalajara, el 19 de abril de
1927.
En ese atentado muchos de los pasajeros fueron muertos a tiros o pasados a
cuchillo por los atacantes, quienes incendiaron los vagones donde soldados y
pasajeros que habían quedado heridos murieron carbonizados.38Reyes
Vega asesinó a personas inocentes (mujeres y niños), algunas de las cuales fueron
quemadas vivas. Testigos de ese suceso refieren que “con una mano daba la
absolución in articulo mortis a los heridos, y con la otra y su propia pistola,
les asestaba el tiro de gracia a quien se le enfrentaba.39 Reyes
Vega murió durante la batalla de Tepatitlán, Jalisco, entre cristeros y
federales, que tuvo lugar el 17 de marzo de 1929. En ese enfrentamiento recibió
un balazo en la cabeza que le disparó un francotirador cuando el cura soldado
dio un paso, pistola en mano, fuera de la esquina de una casa de adobe donde se
había guarecido. El joven cristero Heriberto Navarrete, quien también sería
jefe del estado mayor del general Enrique Gorostieta, y que al terminar la
guerra se convertiría en sacerdote jesuita, relató que a pesar de tener la
cabeza perforada, Reyes Vega conservó la lucidez el tiempo suficiente para
hacer una confesión general durante media hora, con el señor Cura de la
parroquia. Siempre he creído que [...] algún valor debieron tener delante de
Dios ciertos hechos en la vida de Vega, que no se pueden explicar sino
concediéndole la posesión de un gran espíritu de fe y subido amor de Dios.40
Además del cura José Reyes Vega, en el asalto al tren de La Barca participaron
los sacerdotes Aristeo Pedroza y Jesús Angulo.41Aristeo Pedroza fue
general de brigada cristero. Con su pistola al cinto organizó a la gente de su
parroquia, llegando a tener a su disposición 5000 combatientes.42
Intervino en el ataque que efectuó conjuntamente con Lauro Rocha el 5 de abril
de 1929, en las inmediaciones de lo que hoy es la colonia Cuauhtémoc. El
general Enrique Gorostieta lo nombró jefe de operaciones militares de la región
de los Altos de Jalisco. Entre los testimonios acerca de cómo se comportaba
Pedroza, destaca el de un descendiente de una de sus víctimas:
Mi
abuelo paterno fue asesinado por órdenes del padre Aristeo Pedroza, tan sólo
porque se negó a financiar parte del movimiento, lo acusó de hereje y lo
colgaron en un mezquite del patio trasero de su propia casa, frente a todos mis
tíos que eran niños; tan sólo por decirle que Dios decía: No matarás.43Aristeo
Pedroza fue responsable también de la ejecución de uno de sus más populares
correligionarios, el guerrillero Victoriano Ramírez, “el Catorce”, a quien el
cura y general cristero mandó ejecutar para introducir entre la tropa una
“absoluta seriedad y disciplina”, que eran rotas por las actitudes rebeldes de
dicho personaje.44 Pedroza murió el 3 de julio de 1929.Jesús Angulo,
sacerdote de San Francisco de Asís, en Los Altos, se dedicó a visitar las rancherías
para motivar a la gente a levantarse en armas contra el gobierno. Celebró una
misa el 9 de enero de 1927, donde dijo las siguientes palabras: “El que tenga
calzones y no enaguas, que se lance a tomar Atotonilco. Aquí se quedan las
mujeres y los que tengan miedo”.45Angulo fue uno de los sacerdotes
que participó en el sanguinario asalto al tren.46 Al término de la
guerra cristera permaneció oculto en distintos pueblos y cambió de identidad.
Fue trasladado en secreto, por orden de sus superiores, a la ciudad de México y
posteriormente a Villahermosa, Tabasco, donde bajo el seudónimo de “José del
Valle” se le consagró obispo.47 En su diócesis siguió luchando
contra el Estado laico. Al sacerdote Miguel Pérez Aldape, quien fue capellán en
los regimientos cristeros de San Julián, “le gustaba defender la ‘santa causa7,
acompañado de sus carrilleras cruzadas al pecho, su crucifijo, su rifle 3030 y
una alforja donde portaba su estola’.48 Este sacerdote Pérez Aldape
“tenía vicio para echar balas, para matar, y le entró al pulque .Enrique Ochoa,
canónigo de Colima, se enroló con su grey armada, “con su buena arma al cinto y
su cruz al pecho”.50 El cura Leopoldo Gálvez se unió a los cristeros
de San José de Gracia (Michoacán) y combatió con ellos.51 El
sacerdote Francisco Carranza, párroco de Tlachichila, se levantó en armas al
frente de ocho soldados. En una de sus primeras acciones apresaron a un
telegrafista militar, que fue ejecutado, pero no sin antes ser confesado por el
propio religioso.52 J. Jesús Anguiano, quien tomó parte en muchas
acciones de armas, fue rector del Seminario de Texcoco en el Estado de México.53
“DIGNIDADES
ECLESIÁSTICAS"
En
el contexto de la asonada cristera hubo otros sacerdotes que, teniendo una
activa participación en la lucha armada, a la postre ocuparían dignidades
eclesiásticas dentro de su iglesia. En el caso del asalto al tren como lo
señala Moisés González Navarro—, habría participado también el futuro arzobispo
de México, Miguel Darío Miranda, “con el grado de general cristero”.54
La autoría intelectual de este atentado fue atribuida al arzobispo de
Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez.55
El
general Cristóbal Rodríguez, quien combatió a los cristeros en Aguascalientes,
infiere que “algunos de aquellos famosos cabecillas cristeros eclesiásticos
escalaron altas dignidades, como [Miguel Darío] Miranda y Gómez y el padre
Angulo, que es obispo de una Diócesis”. 56 Otro caso emblemático es
el de José Garibi Rivera a quien llamaban “Pepe Dinamita’,57 y quien
sería el primer cardenal mexicano, relacionado también con el asalto al tren y
con el movimiento cristero.58 “Mariano Reyes” era el seudónimo que
en las sociedades secretas ultra conservadoras usaba Garibi cuando era
secretario particular de Orozco y Jiménez durante el conflicto religioso.59
El general Cristóbal Rodríguez relata que Muchos personajes de la curia [...] se
cambiaron también los nombres, para no comprometerse, si se descubrían sus
actividades cristero subversivas. Algunos le entraron de lleno a la bola,
ostentando en sus sombreros charros, téjanos o gorras vascas, barras, estrellas
o águilas, hermanadas sacrílegamente con imágenes de santos. Se dieron grados
de coroneles y generales de la Guardia Nacional Cristera a los de mayor
arrastre o preponderancia. [Miguel] Darío Miranda y Gómez [...] como ayudante
de confianza del Arzobispo Orozco y Jiménez, al igual que el flamante Cardenal
Garibi, ostentaron el generalato de Cristo Rey y tomaron personal participación
en acciones de armas, entre otras en el asalto al tren de Guadalajara. ¿Serían
en premio de esas acciones meritorias por las que escalaron esas dignidades
eclesiásticas? 60
SEMINARISTAS,
DINAMITEROS Y CÓMPLICES
Dionisio
Eduardo Ochoa era general cristero, y fue también seminarista y hermano del
sacerdote Enrique Ochoa, capellán de esas fuerzas. Murió el 11 de noviembre de
1927, en su campamento, cuando se dedicaba, luego de asistir a misa y comulgar,
a U fabricación de bombas de mano para exterminar a los “enemigos de Dios”.
Edelmiro Traslosheros, dirigente de los Caballeros de Colón, quienes
participaban en el bando cristero, dijo acerca de Ocho a que “puso al servicio
de la causa católica todo su entusiasmo y energías, levantado en armas ganó
buen número de combates. Al estar fabricando bombas de dinamita explotó una de ellas
y lo hirió de muerte. A consecuencia de esto falleció, entregando su alma
valiente y grande a Dios”.61Sin ser tan arrojados, otros religiosos, como el
presbítero José Aurelio Jiménez Palacios, tomaban parte en la guerra apoyando
acciones criminales, como el asesinato del general Álvaro Obregón por parte del
joven católico José de León Toral, cuya pistola bendijo ese religioso.62Además
de Jiménez, la religiosa Concepción Acevedo de la Llata, la “madre Conchita”,
participaría en la preparación del asesinato de Obregón. Asimismo, el sacerdote
Miguel Agustín Pro y su hermano Humberto —quien utilizaba el seudónimo de
“Daniel García”—,63 desarrollaron actividades de apoyo a los
cristeros, al grado de verse involucrados en un atentado dinamitero contra el
general Obregón el 13 de noviembre de 1927.Humberto Pro militaba en la
Asociación Católica de la Juventud Mexicana, donde se justificaba el uso de la
violencia, incluyendo el asesinato, para defender los intereses clericales.
Cabe recordar que Humberto Pro y José de León Toral pertenecieron al mismo
círculo (Daniel O’Conell) dentro de esa organización, donde se pregonaba el
asesinato de Calles y de Obregón.64Otros religiosos de diferentes
jerarquías auspiciaban la masacre, ya fuera bendiciendo la guerra, haciendo
labor política en contra del gobierno o recaudando fondos para encender la
rebelión. Uno de ellos fue el obispo José de Jesús Manríquez y Zarate, de Huejutla,
Hidalgo, quien hacía colectas para comprar armas destinadas a los cristeros.
Acerca de esas actividades, el 5 de septiembre de 1928, según registró Alfonso
Taracena: “el obispo Manríquez y Zárate sigue de frente con las colectas de
dinero para comprar ‘juguetes, como llama a los proyectiles destinados a matar
al prójimo...”.65En el caso de las “Brigadas de Juana de Arco” —mujeres que
apoyaron la lucha cristera sus labores no fueron solamente de propaganda, sino
que se constituyeron en los agentes más activos del servicio de espionaje y
contraespionaje, de aprovisionamiento, de proveeduría y hasta llegaron algunas
de ellas a participar en la contienda con las armas en la mano.66
CONCLUSIÓN
La
guerra cristera no sólo le costaría a México un total de 70 000 vidas (de ambos
bandos), sino que sobrevendría una caída fulminante de la producción agrícola
(38% entre 1926 y 1932), y la emigración de 200 000 personas. Fue, en palabras
del historiador Luis González: “Una guerra sangrienta como pocas, el mayor
sacrificio humano colectivo en toda la historia de México”.67El 22
de julio de 1929, tras los famosos arreglos con el gobierno de Portes Gil, la
jerarquía católica reanudó los oficios religiosos y algún tiempo después cesó
la rebelión de los cristeros. Cerca de 14 000 sediciosos católicos se
entregaron a las autoridades.68 Ante esta vergonzosa página de
nuestra historia, es claro que ningún religioso de la época queda exento de
responsabilidad en ese aciago episodio. El papel que jugó la jerarquía en esta
lucha armada, al permitir que se ensangrentara el país y se enconara el odio
entre los mexicanos, en defensa no de la libertad religiosa sino de sus
intereses políticos y económicos, es una amarga experiencia que no debe volver
a repetirse.
EL SINDICALISMO Y LA
REVOLUCIÓN AYUDARON A LOS TRABAJADORES
La
mayoría de los historiadores y de los políticos le han atribuido un profundo
sentido obrero a la revolución mexicana. Por ello parece imposible negar que la
revolución tuvo sus orígenes en las huelgas protagonizadas por los mineros de
Cananea y los tejedores de Río Blanco; también resulta muy difícil cuestionar
que el artículo 123 de la Constitución de 1917 fue un notable esfuerzo en favor
de la justicia social, y lo mismo ocurre cuando vemos algunas de las
instituciones creadas por el régimen de la revolución como el IMSS, el FONACOT y el INFONAVIT o
cuando evaluamos el papel que algunas centrales obreras y ciertos sindicatos
han tenido en la vida política de nuestro país, tal como ocurrió (y ocurre) con
la CTM, el sindicato de Pemex y el SNTE. A primera vista, el carácter obrerista
de la revolución parece un hecho indiscutible. Sin embargo, dicho carácter es
un mito y las supuestas conquistas sindicales han sido, en el mejor de los
casos, un mecanismo que los caudillos y los políticos han utilizado para
mantenerse en el poder, sin importar las consecuencias que sus acciones
tuvieran para el país y para los trabajadores.
LA REVOLUCIÓN Y LOS
TRABAJADORES:
UNA HISTORIA NEGRA
Durante
los primeros años de la revolución las relaciones entre los alzados y los
obreros no fueron buenas, y en más de una ocasión terminaron en graves
enfrentamientos, como lo señala Ramón Eduardo Ruiz en su libro La revolución
mexicana y el movimiento obrero: la democracia maderista temía a los líderes
obreros y a veces los mandaba al exilio; su órgano periodístico Nueva Era tildó
a la Casa del Obrero Mundial de ser “un nido de anarquistas” que difundían
“propaganda perniciosa” y conspiraban para derrocar al gobierno [por esta
razón] Madero ordenó su clausura, la suspensión de su periódico, el arresto de
los líderes mexicanos y el exilio de sus portavoces extranjeros. Al
contrario de lo que pudiera pensarse, el choque del gobierno maderista contra
los obreros era casi predecible: los trabajadores de aquellos tiempos se
negaron a participar en política y a dar su apoyo a cualquier régimen. La suya
era una ruta independiente que no aceptaba transar con los poderosos. Pero
cuando la revolución inició una nueva etapa en 1913, uno de los caudillos
descubrió que era fundamental pactar con los obreros para garantizar su apoyo y
su sometimiento: ese hombre fue Álvaro Obregón. Así, aunque Venustiano Carranza
no estaba del todo convencido, el caudillo sonorense suscribió una Alianza con
la Casa del Obrero Mundial, por medio de la cual se crearon los Batallones
Rojos y se estableció el compromiso de que los revolucionarios impulsarían
ciertas medidas que permitieran el “mejoramiento de la clase obrera”. En
términos militares, este pacto tuvo una importancia marginal: las fuerzas
obreras que participaron en el ejército constitucionalista fueron mínimas, pero
Obregón logró la Alianza con un grupo social numeroso y dispuesto a apoyarlo en
sus futuras acciones. De esta manera, no debe extrañarnos que en 1919, cuando
Obregón lanzó su primera campaña para conquistar la presidencia de la
República, haya robustecido sus nexos con la clase obrera gracias a un pacto
secreto con Luis Napoleón Morones, padre del sindicalismo mexicano y líder
fundador de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), mejor conocido
como el “Marrano de la Revolución”. Mediante ese pacto según lo señala Marjorie
Ruth Clark en su libro La organización obrera en México se compraba el apoyo de
los trabajadores a cambio de una serie de prebendas para sus líderes, como la
creación de una Secretaría del Trabajo, que quedaría a cargo de uno de los dirigentes
de la CROM, y la aprobación de una ley del trabajo que legitimara la cláusula
de exclusión y la obtención de “todos los medios necesarios” para que esta
central hiciera la “propaganda y la organización obrera de todo el país”. La
revolución dejaba pudrirse en una cloaca norteamericana a Ricardo Flores Magón,
el padre del obrerismo incorruptible, precisamente cuando se encumbraba a los
Marranos...El pacto secreto era una maravilla para Obregón y los líderes de la
CROM: mientras el caudillo afianzaría su fuerza política, los dirigentes
obreros formarían parte del gabinete, tendrían una ley que los facultaba, para
despedir del trabajo a quienes se les opusieran —gracias a la cláusula de
exclusión y, sobre todo, tendrían acceso a los recursos del erario para
realizar sus labores sin tener que ser auditados, lo cual les permitiría
engordarse los bolsillos gracias a los recursos públicos y a las cuotas de sus
agremiados. Adicionalmente, los líderes obreros conformarían organismos
encargados de ajusticiar, con absoluta impunidad, a sus enemigos, y a los
enemigos del gobierno, organismos tales como el famoso Grupo Acción,
responsable de ajusticiar al senador Francisco Field Jurado, entre muchos
otros... incluido lo que son las cosas el propio O bregón. Ese tipo de acciones
y no otras fueron las que los volvieron intocables. Había nacido el uso
político de los trabajadores, y los líderes de las centrales obreras se
convirtieron en políticos dispuestos a vender a sus agremiados al mejor postor.
Fue este un proceso que, sin duda alguna, llegó a su clímax durante el
cardenismo, tal como lo señala Clara Guadalupe García en su biografía de Fidel
Velázquez: El corporativismo, es decir, la afiliación colectiva a un partido
político [...] se inició en ese tiempo, [ya que] desde los primeros años de
existencia de la CTM, se fueron armando los mecanismos que permitirían a los
dirigentes [...] intervenir y decidir en la conducción de las relaciones
laborales y políticas de sus agremiados [...], todas las decisiones importantes
tenían que ser autorizadas por el Comité Nacional, en particular por el
secretario general. Las centrales obreras y los sindicatos más
poderosos se convirtieron en órganos al servicio de los caudillos y de los
presidentes, quienes pagaron generosamente por su apoyo sin restricciones: los
líderes obreros se enriquecieron escandalosamente (como sucedió con los
dirigentes del sindicato petrolero o el de electricistas o el de maestros,
entre otros tantos más...) o se incorporaron al gobierno como funcionarios,
como legisladores o como gobernadores; mientras que los obreros dependiendo de
su valor político— accedieron a “conquistas sindicales” que terminaron por
quebrar a las empresas y a las instituciones en las que trabajaban: no
olvidemos que una buena parte de las crisis económicas de PEMEX y del IMSS se
deben a las demenciales prestaciones que tienen sus trabajadores, o que se
vinculan con la capacidad de sus sindicatos para entorpecer o vetar las
decisiones que pueden convertirlas en rentables. La revolución, no hay duda,
fue “obrerista”, pero su compromiso con los trabajadores fue, en realidad, un
contrato de compraventa suscrito por sus líderes a cambio de dinero y de poder.
Es cierto, el movimiento obrero fue vendido a los políticos como una prostituta
cuyos favores se pagaron con la riqueza del país, y al cabo del tiempo sus
costos sólo lesionaron a los trabajadores y a la nación. El mito del obrerismo,
sobre todo el oficial, es una de las causas del atraso, del despilfarro y de la
corrupción que tanto han dañado a nuestra patria.
MALINCHE, LA GRAN
TRAIDORA
La
Malinche es el centro de uno de nuestros más grandes odios. Ella representa
todo lo que no debe hacerse, lo que nunca debió ocurrir: oficialmente ella nos
traicionó, se entregó al conquistador y colaboró en la destrucción de un pasado
idílico que aún llena de orgullo a los corazones más patrioteros. La Malinche
es el mal absoluto, el objeto predilecto de nuestra vergüenza y resentimiento.
En El laberinto de la soledad, Octavio Paz nos legó una fascinante
interpretación de este personaje:
Si la Chingada es una representación de la madre violada,
no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación,
no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El
símbolo de la entrega es doña Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella
se da voluntariamente al conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la
olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias,
fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que un
niño no perdona a su madre que lo
abandone para ir en busca de mi padre, el pueblo mexicano no perdona su
traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros
indios estoicos, impasibles y cerrados. Cuauhtémoc y doña Marina son así dos
símbolos antagónicos y complementarios. Y si no es sorprendente el culto que
todos profesamos al joven emperador [...], tampoco es extraña la maldición que
pesa contra la Malinche. De ahí el adjetivo despectivo “malinchista”,
recientemente puesto en circulación por los periódicos para denunciar a todos
los contagiados por tendencias extranjerizantes. La interpretación de
Octavio Paz es precisa, certera: la Malinche es el mito que representa la
entrega, la violación y la traición. Sin embargo, y a pesar de esta brillante
descripción, es necesario cuestionarnos acerca de la trascendencia del mito:
¿en verdad doña Marina nos traicionó y, por una suerte de maldad o de amor mal
entendido, contribuyó a la derrota de los indígenas? Adentrémonos en la
historia y descubramos la verdad que se oculta tras el mito.
LA VERDADERA HISTORIA
DE LA MALINCHE
Aunque
los imaginarios han otorgado una singular importancia a Malinche y en más de
una ocasión la han convertido en protagonista de historias maravillosas o
escandalosas, es bien poco lo que se sabe de ella antes de la mañana del 15 de
marzo de 1519, cuando Hernán Cortés quien era llamado “Malinche” por los
indígenas, luego de derrotar a los indígenas en los linderos del río Tabasco,
recibió a los enviados del cacique de Potochtlán. Los naturales se rindieron y
como prueba ello le entregaron algunas riquezas al recién llegado: alhajas,
textiles y una veintena de jóvenes mujeres que el conquistador repartió entre
sus capitanes. El botín de guerra, como todos sabernos, inexorablemente incluía
a las mujeres que se entregaban para placer de la soldadesca. La mayoría de los
cronistas de la conquista sostienen que las jóvenes no fueron “usadas por los
soldados” de inmediato: éstos como buenos católicos esperaron a que Juan de
Díaz, el sacerdote que los acompañaba, las bautizara antes de penetrarlas, pues
no era correcto que ellos copularan con una infiel. Una de estas mujeres era la
Malinche, que aquel día fue regalada a Alonso Hernández de Portocarrero, uno de
los hombres más cercanos a Cortés. Según la Historia verdadera de la conquista
de Nueva España* de Bernal Díaz del Castillo, la Malinche nació en Painalla,
una población cercana a Coatzacoalcos. Ella era de buena cuna, pues “desde
pequeña fue gran señora y cacica de pueblos y vasallos”, pero su buena suerte
no duró mucho: su padre fue capturado por los aztecas por negarse a pagar
tributo, y al parecer fue ejecutado en Tenochtitlán. Esto explica el origen de
su terrible resentimiento contra los aztecas, contra quienes luchó por medio de
Cortés y de los conquistadores. Siguiendo aquello de que “los enemigos de mis
enemigos son mis amigos”, ella utilizó todas sus capacidades para derrotar a
los aztecas y vengar el ultraje de los suyos y la muerte de su padre. Para
colmo de sus desgracias, su madre casó de nueva cuenta y tuvo un hijo varón que
la desplazó de la heredad del cacicazgo de su pueblo. Malinche sólo era un
estorbo, y por ello sus padres la regalaron a unos mercaderes de Xicalango,
quienes la vendieron a los tabasqueños como una esclava que tenía algunas
virtudes, pues ella —según Bernal Díaz— era “de buen parecer” y re nía un
carácter “entremetido y desenvuelto”. Hasta aquí, la Malinche no ofrece ningún
rasgo que la diferencie de las otras mujeres que fueron entregadas a los
conquistadores, pero cuando las tropas de Cortés llegaron a Chalchiucueyecan,
sus hombres hicieron un descubrimiento que transformó la vida de la Malinche:
ella estaba platicando con otras indígenas en náhuatl. Cortés, al enterarse, la
mandó llamar y comprobó que ella, además del maya, también dominaba la lengua
de los aztecas. El hallazgo era digno de celebrarse: el conquistador tenía una
traductora que le permitiría parlamentar con los caciques que padecían el
dominio de los aztecas y con Moctezuma, el señor de Tenochtitlán. Así, gracias
a la mancuerna formada por la Malinche y Jerónimo de Aguilar, el náufrago
español que hablaba maya después de nueve años de vivir en el Mayab, Cortés tenía
la posibilidad de entenderse con sus futuros aliados. Tras estos
acontecimientos, la Malinche nos dice Ángel Gallegos— dejó “de ser una mujer
más al servicio sexual de los españoles y se convierte en la inseparable
compañera de Cortés, no sólo traduciendo, sino también explicando al
conquistador la forma de pensar y las creencias de los antiguos mexicanos”.
Ella no sólo se transformó en protagonista de la guerra, sino que también
recibió la imputación de ciertos crímenes: según algunos cronistas, doña Marina
aconsejó a Cortés que les amputara las manos a los indígenas en Tlaxcala,
aunque otros señalan que únicamente reveló los planes en contra de los
españoles y que Cortés, en solitario, fue quien dictó esas terribles medidas.
En Cholula aconteció lo mismo: una anciana le hizo saber a la Malinche que los
nobles planeaban asesinar a Cortés y a los suyos, por lo que el conquistador
ajustició a la nobleza y a los jefes militares cholultecas. La Malinche hizo
las veces de espía y delatora, pero en ningún caso sugirió los castigos, cuya
brutalidad estuvo a cargo de los españoles. A primera vista podríamos pensar
que ella fue una traidora; sin embargo, estoy convencido de que antes de
endilgarle este calificativo es necesario comprenderla: la Malinche no fue una
traidora, sólo ayudó al enemigo de sus enemigos, al hombre que podía —gracias a
sus Alianzas y a la guerra bacteriológica— vencer a los aztecas que dominaban y
explotaban, por medio de la guerra y del tributo, a la mayor parte de las
comunidades mesoamericanas. La Malinche, al igual que Cortés, sólo tenía un
enemigo: los aztecas. Ella no traicionó a los mexicanos, pues aún no
existíamos, ella —en el peor de los casos sólo se enfrentó a los enemigos de su
nación y eso difícilmente puede ser condenable. Claro que podría señalarse que
ella no imaginó que los conquistadores convertirían en esclavos a los suyos, de
la misma manera que tampoco previo que los de su raza serían privados de todos
sus bienes y creencias, además de sojuzgados, subyugados y oprimidos hasta
aplastar cualquier vestigio de su civilización, en condiciones que jamás se
hubieran dado frente a sus históricos enemigos, los aztecas. Tras la caída de
Tenochtitlán a causa de la viruela importada de España y del asedio de los
españoles y sus aliados indígenas, la suerte de la Malinche volvió a cambiar:
tuvo un hijo, Martín, con Hernán Cortés. Unos cuantos años más tarde en 1524
para ser precisos— el conquistador la repudió y la obligó a casarse con uno de
sus hombres, Juan Jaramillo, con quien procreó una hija, a la que bautizó con
el nombre de María. Malinche se separó definitivamente de Cortés después de que
éste hizo traer a Catalina, su mujer, de España. Luego de estos sucesos sólo
restaba que muriera, lo cual, al decir de Ángel Gallegos, ocurrió “misteriosamente
en su casa de la calle de La Moneda, una madrugada del 29 de enero de 1529,
quizá [...] fue asesinada para que no declarara en contra de Cortés en el
juicio que se le seguía”, un hecho del cual posiblemente fueron responsables
los seguidores del conquistador, ya que en aquellos momentos Cortés se
encontraba en España recibiendo el título de Marqués del Valle de Oaxaca.
EL COSTO DEL MITO
La
Malinche nunca nos traicionó, pero el mito de sus agravios nos ha impedido
aceptar nuestro pasado, abrirnos plenamente al exterior y dotarnos de una
verdadera identidad. La Malinche, la madre simbólica del primer mexicano, tiene
que dejar de ser la personificación de la Chingada, para mostrarnos nuestra
esencia mestiza, tal como lo señaló Octavio Paz en su ya clásico ensayo: Nuestro
grito es una expresión de la voluntad mexicana de vivir cerrados al exterior,
sí, pero sobre todo, cerrados frente al pasado. En ese grito condenamos nuestro
origen y renegamos de nuestro hibridismo. La extraña permanencia de Cortés y la
Malinche en la imaginación y en la sensibilidad de los mexicanos actuales
revela que son algo más que figuras históricas: son símbolos de un conflicto
secreto, que aún no hemos resuelto. Al repudiar a la Malinche [...] el mexicano
rompe sus ligas con el pasado, reniega su origen y se adentra solo en la vida
histórica.
MEXICO TUVO UNA SOLA
REVOLUCIÓN
Nuestro
calendario cívico es muy extraño, pues otorga actas de nacimiento y partidas de
defunción con argumentos asombrosos. Según su curiosa cronología, cada uno de
los grandes periodos de la historia inicia o concluye en una fecha exacta que,
las más de las veces, tiene muy poco que ver con la realidad. Veamos un par de
ejemplos: oficialmente, la conquista terminó el 13 de agosto de 1521, cuando
Hernán Cortés y sus aliados tomaron Tenochtitlán; sin embargo, este referente
es cuestionable, pues la caída de la capital azteca no implicó la rendición de
todos los pueblos de Mesoamérica y Aridoamérica, ya que las guerras para
someter a los indígenas se prolongarían hasta bien entrado el siglo XVIII, y en
algunos casos como el de los apaches hasta el XIX. Por su parte, la
independencia, según su acta de nacimiento, comenzó el 16 de septiembre de 1810
y se consumó el 27 de septiembre de 1821. De nueva cuenta, ambas fechas son
cuestionables: el Grito de Dolores sólo fue uno de los muchos movimientos en
favor de la independencia.
LAS DOS REVOLUCIONES,
QUE QUIZÁ SON TRES
La
revolución maderista, la cual se inicia en noviembre de 1910 y concluye con la
renuncia de Porfirio Díaz y la instalación de un gobierno electo en las urnas,
nunca tuvo como fin la transformación absoluta de nuestro país. Para Francisco
I. Madero como homeópata, espiritista y empresario— era claro que el régimen de
Díaz tenía contrastes: padecía el mal del caudillismo y la falta de democracia,
pero también había logrado un importante desarrollo económico, como lo señala
en La sucesión presidencial en 1910, donde asume que los mayores logros de la
dictadura fueron “el gran desarrollo de la riqueza pública, la extensión
considerable de las vías férreas, la apertura de magníficos puertos”. Lo que
más preocupaba a Madero era la democratización del sistema político, por ello
no debe sorprendernos que Charles C. Cumberland, en su libro Madero y la
revolución mexicana, afirmara que El plan revolucionario [de Madero] no era,
como documento político, impresionante, ni intentaba serlo. Tenía muy poco de
filosofía política o de doctrina filosófica, pues la mayor parte de los
artículos se refería a los aspectos administrativos del movimiento. El Plan de
San Luis Potosí no pretendía ser un programa de reforma a poner en práctica
después del triunfo de la insurrección [...] El plan era un reflejo de la
persistente creencia de Madero de que la reforma política debía preceder a la
reforma económica y social, de que era inútil hablar de mejorar la situación
general del pueblo mexicano antes de haber producido cambios en la estructura
política. La revolución maderista era, esencialmente, un movimiento
democratizador que no se propuso transformar la totalidad del régimen, sino
cambiar su estructura autoritaria por una democrática. Por ello, uno de sus más
graves errores consistió en no desmantelar el antiguo régimen, graves decir, en
permitir la existencia de un ejército amigo de la dictadura. Como todos
sabemos, el gobierno maderista no llegó muy lejos: aunque el presidente logró
vencer a muchos de sus adversarios políticos, el golpe de Estado fraguado por
Huerta y el embajador estadounidense Henry Lane Wilson decapitó con su
oprobioso asesinato las más caras esperanzas democráticas de México. En todo el
siglo XX, salvo un par de excepciones, no volvimos a disfrutarla. El golpe de
Estado volvió a ‘soltar al tigre” luego de que Venustiano Carranza fuera
rechazado por Victoriano Huerta como ministro de Gobernación. Así, el 26 de
marzo de 1913, Carranza promulgó el Plan de Guadalupe y se levantó en armas
contra el gobierno. En un primer momento podría aceptarse que la revolución
carrancista sólo buscaba restituir el orden constitucional en el país y
terminar con un gobierno de excepción; sin embargo, conforme las distintas
fuerzas sociales se fueron manifestando —pienso en los zapatistas, los
villistas, los obregonistas y otros grupos la revolución fue cambiando de
rostro. No en vano el Plan de Guadalupe fue reformado el 12 de diciembre de
1914 y el 5 de septiembre de 1916, y pasó de ser un documento antihuertista a
un proyecto de nación. La segunda revolución —la iniciada por Venustiano
Carranza en contra de Huerta, a diferencia de la maderista, no se conformó con
el ideal democrático que nunca alcanzó, sino que buscó la refundación del país
para convertirlo en algo distinto del régimen de Díaz, el tirano. Un ejemplo
indiscutible de este hecho se muestra en la Carta Magna de 1917, la cual a
pesar de la necia oposición de don Venustiano incluyó ciertos preceptos que le
dieron un nuevo rostro a la nación: la reforma agraria, el sentido obrerista de
su artículo 123 y el control estatal de la propiedad señalado en su artículo 27
son algunos de los hitos de una nueva realidad, además de las garantías
individuales. Asimismo, durante el periodo que va del cuartelazo de Huerta a
los asesinatos de Emiliano Zapata y Francisco Villa, también pudo ocurrir una
tercera revolución: la que protagonizaron los ejércitos populares de Zapata y
Villa contra las tropas carrancistas, a raíz de la Convención de
Aguascalientes, una lucha que ganaron Carranza y los sonorenses, y cuya
victoria impidió descubrir la viabilidad de los proyectos de nación de sus
oponentes. La revolución de Zapata y Villa fue una revolución derrotada.De esta
manera, a contrapelo de lo que señalan el calendario cívico y la historia
oficial, estoy convencido de que nuestro país vivió dos revoluciones
absolutamente distintas: la de Madero, que buscó la democratización del país, y
la de los constitucionalistas, que terminó por crear una nueva nación. Quizá
por ello deberíamos celebrar en dos ocasiones: el 20 de noviembre a Madero y el
26 de marzo a los constitucionalistas.
CÁRDENAS CREÓ RIQUEZA
GRACIAS A LA REFORMA AGRARIA
En
diciembre de 1934, cuando Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia de la
República, la situación del país era, como siempre, ciertamente compleja: las
heridas de la guerra cristera aún no habían sanado por completo y la iglesia
católica seguía siendo, también como siempre, una poderosa enemiga; el país
todavía no se recuperaba del brutal impacto de la crisis económica de 1929 y la
miseria campeaba sin que nadie pudiera enfrentarla con éxito. Plutarco Elías
Calles era el mandamás y, como podría esperarse, pretendía prolongar el
maximato es decir, su poder omnímodo en el sexenio que recién comenzaba, de la
misma manera que lo había hecho con Portes Gil, Ortiz Rubio y Abelardo L.
Rodríguez. Joaquín Cárdenas Noriega, en su libro Calles, Morrow y el PRI,
afirma que después de las elecciones de 1934, don Lázaro sigue la costumbre de
sumisión establecida Portes Gil, Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez y se traslada
a Navolato, Sinaloa, a presentar sus respetos a quien lo puso en la
presidencia, con la mala suerte que al llegar a la finca de Calles éste se
encuentra engolfado en una partida de póker con otros generales, por lo que lo
hace esperar hasta que termina su juego. En aquella coyuntura las bases
sociales y políticas de Cárdenas eran insignificantes, no obstante ser el
presidente electo, y por lo tanto resultaba temerario oponerse a la fuerza de
las organizaciones callistas. Cárdenas, con gran talento político, decidió
humillarse ante una autoridad superior incontestable. En esos años el
descontento de campesinos y obreros ambos sepultados en la desesperanza al ser
otra vez víctimas de promesas incumplidas, muy a pesar de la revolución,
mientras que el enriquecimiento de la clase política seguía su marcha galopante
amenazaba con desbordarse: las tomas de tierras y las huelgas estaban a la
orden del día: según la Dirección General de Estadística del gobierno federal, las
huelgas habían pasado de trece en 1933 a poco más de doscientas en 1934.69
En esas circunstancias, si Cárdenas deseaba desmantelar el autoritario aparato
callista para marcar el inicio del presidencialismo absoluto, necesitaba
conseguir precisamente el apoyo de obreros y campesinos, e inclusive, desde
luego, el de ciertos militares, legisladores, jueces y magistrados, así como el
de diversas organizaciones sociales y políticas. La tarea era faraónica; sin
embargo como bien lo señalan Samuel León e Ignacio Marván en su libro En el
cardenismo “el campesinado atravesaba por una situación similar a la de la
clase obrera: su dispersión”, además de la miseria y la marginación, las cuales
tenían que ser solucionadas por aquel que aspirara a controlar el país. El
éxito de Cárdenas en cuanto a la organización y satisfacción de las demandas
campesinas fue sorprendente. Su gestión resulta fundamental para explicar los
siguientes sesenta años de dictadura priista: los hombres del campo se sumaron
a las fuerzas del partido oficial e, incluso, se creó un sector específico que
los representaba y garantizaba el acceso de sus dirigentes a los puestos
públicos. El reparto agrario —que supuestamente sacaría a los campesinos de la
miseria muestra un desarrollo sin precedentes durante el sexenio de Lázaro
Cárdenas:
REPARTO
AGRARIO EN MÉXICO DURANTE LOS GOBIERNOS DE OBREGÓN, CALLES Y CÁRDENAS
PRESIDENTES
|
CAMPESINOS
BENEFICIADOS
|
SUPERFICIE
ENTREGADA (HAS)
|
Álvaro
Obregón
|
100000
aprox.
|
1200000
|
Plutarco
Elías Calles
|
220
000 aprox.
|
3000000
|
Lázaro
Cárdenas
|
815138
|
14683
805
|
FUENTE:
Michel Gutelman, Capitalismo y reforma agraria en México, México, Era, 1980.
Efectivamente,
“en materia ejidal [nos dice Michel Gutelman] la política de Cárdenas fue todo
lo contrario de la de sus antecesores”, y como resultado de ello, el caudillo
michoacano simboliza el reparto agrario, y el reparto agrario simboliza su
persona. Así fue como se creó la extraña asociación que degeneró en un terrible
mito que aún marca a nuestra patria: Cárdenas apoyó al campesinado, le otorgó
tierras con el objetivo fallido de rescatarlo de la miseria... Un catastrófico
error histórico que debe ser revelado a fin de evidenciar algunas de las causas
del fracaso del campo mexicano que ha
erosionado dramáticamente nuestra soberanía alimentaria, entre otras
consecuencias no menos notables.
CÁRDENAS Y EL REPARTO
AGRARIO: LA POLÍTICA
De
3a misma manera en que Calles sujetó en un puño a los obreros a través de la
Confederación Regional Obrera Mexicana, Lázaro Cárdenas decidió controlar
políticamente al campesinado con el propósito de afianzarse en el poder: los
campesinos quedarían atados a él gracias a la Confederación Nacional Campesina
(CNC), de acuerdo con la estructura del Partido de la Revolución Mexicana. En
efecto, los hombres del campo habían sido utilizados históricamente, tanto por
la iglesia católica como por los diferentes gobiernos o dictaduras, para
integrar ejércitos de cualquier bando, tal como aconteció en la guerra de
Reforma, en la intervención francesa y en la guerra cristera, en las cuales la
mayor parte de los ejércitos la constituían campesinos incorporados a la fuerza
por las amenazas de excomunión o por la leva. En aquellas circunstancias, del
control del campesinado dependía, en buena medida, el futuro de Cárdenas. Así,
cuando Cárdenas inició su política de reparto agrario y de organización de los
campesinos tenía un objetivo preciso: desactivar la bomba que representaban
estos hombres y fortalecer su gobierno, con la idea de evitar estallidos
sociales provocados por aquellos que deseaban desestabilizar su administración
arrebatándole el sector rural. Cárdenas se hallaba claramente influido por la
revolución agraria soviética y estaba convencido de que el ejido resolvería
todos los problemas agrarios de México... de acuerdo, sólo que cometió un grave
error a cambio de controlar a una fuerza social que le permitiría cimentar el presidencialismo.
De esta manera, Cárdenas y sus hombres más cercanos pusieron un gran empeño en
lograr sus objetivos: para recibir la tierra, los campesinos debían
organizarse, afiliarse al partido oficial y rendir pleitesía al gobierno que
supuestamente los sacaría de su miseria a cambio de su lealtad... Por eso no
debe extrañarnos el brutal crecimiento que tuvo el número de afiliados del sector
campesino al partido oficial durante el cardenismo. Pero la jugada del caudillo
michoacano iba aún más lejos: como la tierra a repartir pertenecía a los
latifundistas incluidos la iglesia católica a través de testaferros y algunos
caudillos revolucionarios—, la reforma agraria le permitió a Cárdenas destruir
las fuentes de riqueza de algunos de sus enemigos más poderosos, y en
consecuencia la creación de ejidos no sólo le dio el control de los campesinos,
sino también y gracias a los decretos de expropiación lo dotó de un arma
política que podía emplear sin ningún problema en contra de sus opositores. No
olvidemos que Plutarco Elías Calles había declarado en 1930, a propósito del
ejido y del agrarismo revolucionario: La felicidad de los campesinos no puede
asegurársele dándoles una parcela de tierra si carecen de la preparación y de
los elementos necesarios para cultivarla. Por el contrario, este camino nos
llevará al desastre, porque estamos creando pretensiones y fomentando la
holgazanería. ¿Por qué?; si el ejido es un fracaso, es inútil aumentarlo [...]
Hasta ahora hemos estado entregando tierras a diestra y siniestra y el único
resultado ha sido echar sobre los hombros de la nación una terrible carga
financiera, lo que tenemos que hacer es poner un hasta aquí y no seguir
adelante en nuestros fracasos...El reparto agrario respondió, en efecto, a un
anhelo de justicia, pero simultáneamente ayudó a la instauración de un régimen
presidencialista autoritario que en el largo plazo propició una interminable
cadena de crisis políticas, sociales y económicas de consecuencias
impredecibles. Lamentablemente para el país, la reforma agraria cardenista no
sólo estuvo vinculada al surgimiento de un presidencialismo intolerante y
corrupto, sino que demostró, una vez más el fracaso del campo mexicano, un
problema que nadie ha podido resolver desde la ingeniosa creación del
calpulli... Veamos por qué.
CÁRDENAS Y EL REPARTO
AGRARÍO:
EL DESASTRE AGRÍCOLA
Nadie
puede dudar de que durante el sexenio de Lázaro Cárdenas se llevó a cabo una
impresionante distribución de tierras, a través de la cual se pretendió dar al
ejido una mayor consistencia como unidad fundamental de la producción, pues en
su apoyo además del Banco Nacional de Crédito Agrícola se fundó el Banco de
Crédito Ejidal, con la idea de que los ejidatarios, analfabetos por lo general,
dispusieran del financiamiento necesario. Asimismo, durante su régimen se
exhumó la “Ley federal de tierras ociosas” de 1920, con el fin de expropiar los
terrenos que no se trabajaran o que pertenecieran a los enemigos políticos del
ahora caudillo michoacano. A primera vista, parecería que Cárdenas hizo bien su
trabajo, pues repartió la tierra y creó las instituciones financieras que
permitirían hacerla productiva gracias a los créditos destinados a la siembra y
a cierta mecanización rural, como ocurrió con la llegada de tractores a algunos
ejidos. Si bien estas medidas buscaban la productividad, la riqueza y la
soberanía alimentaria al amparo de la CNC, también se ejercería un claro control
político de los trabajadores del campo, ya que sólo a través de dicha
confederación podían conseguirse tierras, créditos, semillas y aperos, además
de garantizarse la comercialización de la producción. El crédito, de esta
manera, no se utilizó solamente con fines productivos ni únicamente en
beneficio de nuestra soberanía alimentaria, sino que fue dirigido a
determinadas comunidades a las que era fundamental mantener como aliadas, sin
preocuparse por la viabilidad de sus siembras, y para enriquecer a unos cuantos
líderes campesinos, controlados, a su vez, por caciques regionales cuya
existencia estaba reñida con las aspiraciones revolucionarias. Asimismo, es
necesario considerar que durante el cardenismo la unidad básica de la reforma
agraria fue el ejido: una dotación de tierras que eran entregadas a un grupo de
campesinos para que las aprovecharan de la manera más conveniente, sin
necesidad de ajustarse a los dictados de la agronomía o del mercado, pues estos
factores —cruciales para el desarrollo agropecuario fueron ignorados por los
planeadores agrícolas y por los campesinos que, en su mayoría, dedicaron sus
tierras a la producción de maíz, aunque el terreno no tuviera vocación maicera
y a la larga erosionara el suelo. Se ignoraron irresponsablemente las ideas
juaristas de los pequeños propietarios vinculados al mercado nacional, una vez
conocida la experiencia agrícola estadounidense, de resultados positivos
incuestionables. Pero la reforma agraria del cardenismo no sólo tuvo aquellas
características, el fraccionamiento de los latifundios también contribuyó a la
destrucción de la producción agrícola, pues en muchos casos como sucede, por
ejemplo, con el agave, el henequén y la ganadería— son necesarias grandes
extensiones de tierra para que la producción sea rentable.
De
esta manera, tenemos que aceptar que el reparto agrario, si bien constituyó una
estrategia de buena fe para generar riqueza (el camino al infierno está poblado
de buenas intenciones), también fue una herramienta política que, con tal de
lograr el control y la derrota de los enemigos políticos y económicos, a la
larga dio al traste con la producción agrícola de México: el cuerno de la
abundancia que simboliza nuestro territorio se fue al cuerno gracias a
Cárdenas; no en vano nuestro país, en vez de exportar productos agropecuarios,
exporta braceros hambrientos. Recordemos que por medio del Programa Bracero, en
vigencia de 1942 a 1964, ingresaron casi 5 millones de mexicanos a los Estados
Unidos, y que durante ese mismo periodo de veintidós años, ¡otros 5 millones lo
hicieron de modo ilegal!, como indica el especialista Jorge Durand, quien añade
que el centro de contratación de Monterrey llegó a contratar a 4000 braceros
por día en 1954, año en que se reportaron 885000 aprehensiones de mexicanos en
los puestos fronterizos, según señala Gustavo Verdusco, investigador de El
Colegio de México. ¡Cárdenas, el gran héroe del campesinado mexicano, es el
gran repartidor de miseria que provocó el fracaso de nuestra agricultura y
propinó la estocada definitiva a nuestra soberanía alimentaria!
Mi amigo no eres nada ni nadie.
ResponderEliminarFrancisco Martin Moreno un escritor de novelerias,es asi como debemos de catalogarlo , ya que, en su pensamiento esta la frustracion y soledad en que vive,en sus fantasias esta la de ser historiador,jajajaja pobre diablo, como mason conspira en contra de la verdad. Anticlerical y anticatolico .
ResponderEliminarLa verdad confronta,pero no por ello deja de ser verdad, la iglesia católica sigue lucrando con la fe del pueblo mexicano.
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