LA COCINA MEXICANA PREHISTÓRICA, PREHISPÁNICA Y MESTIZA.
La
cocina es la habitación, el lugar o el
espacio destinado a la preparación
y transformación de un innumerable cúmulo de ingredientes por medio de
la utilización de una gran variedad de artículos o utensilios propios
para dicha transformación como lo son las ollas, cazuelas y sartenes, entre
otros; para crear una gran
e importante variedad
de platillos y brebajes
en ocasiones raros
y exóticos como elixires, bálsamos, antídotos, tónicos
y pociones mágicas,
que distinguen a un pueblo, a una cultura, o a una nación entera.
Las imprescindibles e
inseparables necesidades de
comer y beber,
que constituyen los impulsos
más intensos que
siente el ser
humano para poder subsistir, lo enfrentan con la
naturaleza, para obtener de ella los productos que integran su
alimentación, los cuales
descubre o produce,
forjando así su existencia, historia y cultura.
El
hombre primitivo empleaba la mayor parte del tiempo en que estaba despierto,
masticando la comida que se allegaba y que, con la invención de la cocina, pudo
reducir este tiempo a unas dos horas diarias. Por lo que éste, se pasaba la vida
en una constante preocupación en procurarse lo necesario, por lo que puede
decirse que "vivía para comer", al contrario del hombre civilizado
que "come para vivir".
Por
lo que hace referencia a los habitantes de estas tierras, que desde ahora
llamaremos México, al igual que sus congéneres de las demás partes del mundo,
desde el principio de su existencia, arremetían con todo lo que se les ponía
por delante como lo eran hojas, frutos, hierbas, raíces, pastos, granos y
semillas; todos estos eran tomados y gustados iniciando una especie de
selección, al igual que con los trozos de carne de los animales que perseguían
y acosaban, valiéndose de ramas de árboles, palos y picas, o matándolos a
pedradas, y poco a poco, con el producto de su ingenio le dieron vida a la
práctica de todos estos actos, por medio de piedras ya pulidas cuchillos de
silex, puntas de pedernal, lanzas de obsidiana, e instrumentos tales como la
maza, la hacha, el arco y la flecha y aguzados metales.
De
la variada fauna prehistórica que era presa codiciada, estaban los mamuts y
mastodontes, especie de elefantes monstruosos; caballos y toros silvestres,
bisontes y rinocerontes, así como armadillos, castores y jabalís, todos de
proporciones gigantescas y muy feroces. Hace unos 10,000 años que estas
especies se extinguieron tanto por
los cambios climatológicos y
atmosféricos, como por el acoso y destrucción de que fueron objeto, por
los grupos invasores que luego, para satisfacer su necesidad de alimentación,
prosiguieron con la caza de animales menores, muchos de los cuales llegaron a
domesticar y reproducir. Todo ello lo sabemos, gracias a los estudios que
investigadores y paleontólogos
han realizado en diversos vestigios de fósiles
y restos prehistóricos encontrados en nuestras tierras.
Prácticas
sucesivas le enseñaron a cortar, trinchar, destazar, pelar, macerar, ablandar,
raspar, moler, quebrar, conservar, calentar, hervir y asar los trozos de carne
para hacerla más digestible y a componer mezclas añadiendo a la preparación y
cocción otras sustancias y hierbas aromáticas, para hacer los bocados más
apetecibles y gustosos. Los resultados de los descubrimientos arqueológicos,
testimonios de la vida prehistórica, nos han dado a conocer una serie de
instrumentos, útiles y accesorios de cocina, que pone de manifiesto la
preocupación de aquellas gentes para obtener los mejores medios para guardar,
conservar y cocinar los logros de la etapa primitiva.
Los
primeros vestigios certificados de la existencia del ser humano u "homo
sapiens", es decir, acerca del hombre primitivo, nuestro ancestro
mexicano, señalan una distancia de unos 12,000 años antes de nuestra era
cristiana, en tanto no se encuentren restos más antiguos. Es el hombre de
Tepexpan, descubierto en la localidad del hoy municipio de Acolman, en las
riberas del lago de Texcoco, en el Estado de México, en donde fueron hallados
un esqueleto fosilizado, osamentas de mamut y objetos de piedra labrada. Era
conocedor de la recolección de plantas silvestres, entre las que apunta una
especie de maíz cimarrón, corto de altura y de granos floreados y flojos. Los
descendientes de este ser primitivo ven mermar los grandes animales; el periodo
glaciar se va constriñendo hacia el casquete polar y al quedar al descubierto
nuevas tierras, la emprende con la caza menor y la pesca, dedicando a esta
última mucha preferencia, especialmente por las costas que después se llamaron
del pacífico.
Los
hombres posteriores muestran mayor
interés por la agricultura, ya no vive en cuevas y cavernas, dejan su vida
troglodita y se dedican a merodear, utilizar pieles y fibras vegetales para
cubrir su cuerpo, construyendo incipientes viviendas y dan forma a los barros y
arcillas, tanto para la habitación como para los accesorios y enseres
domésticos. Al dejar el nomadismo, establecen sus residencias en los valles,
alrededor de ríos, lagos y playas, cultivando los productos agrícolas con mayor lógica
y observancia, llegando
a tener chiles
de diferentes clases, calabazas, verdolagas, etc., bajo
aspectos que ya pueden considerarse de labor y reproducción mejorando las
plantas del maíz, que llegan a domesticar, abonándolas con cenizas y
excrementos, obteniendo un grano más consistente y el desarrollo de una caña
más grande. Conocen las particularidades del frijol, y también lo cultivan, y
para facilitar su crecimiento lo enrollan alrededor de las cañas de maíz, y es
en constante preocupación por estas cosas que despierta sus originales labores
agrícolas.
En
ratificación de todo ello, los antropólogos descubren, posteriormente, en la
cueva de Coxcatlán, en las cercanías de Tehuacán, restos del hombre así
bautizado, al que se supone una existencia de 6 000 años a.C., y por las demás
huellas halladas precisan que ya llevaba muchos años de cultivar el maíz, al
igual que el frijol, la calabaza, los chiles, una gran cantidad de raíces,
frutos, nopales y el maguey, así como muchas especies animales. Posteriores
excavaciones en esta zona pusieron de manifiesto que los hombres que la
habitaron alcanzaron mayor grado de cultura, como lo demuestran la gran
cantidad de semillas, vegetales, cerámicas y utensilios varios, que tenían
reunidos.
Por lo
que hace referencia
a nuestros temas
de la comida,
se encontraron cuchillos, navajas,
raspadores de piedra
para moliendas, azadas,
piedras cortantes, hachas, maceradores planos y convexos, golpeadores de
piedras estriadas, cestas y canastas pequeñas. También en este valle de
Tehuacán se han encontrado restos de mamut, colmillos, vértebras enormes y
otros fósiles, elementos que hoy están en manos de expertos investigadores para
descubrir en ellos mayores precisiones acerca de la fauna y flora del México
legendario.
Entre
los hombres primitivos que ya existían en lo que después se conoce como
América, por las mismas razones por las que ya existían en otras partes del
mundo, los que
procedían por el
lado de oriente
antes de producirse
el hundimiento de la Atlántida,
lo que dio forma a la actual configuración del continente, y los que
llegaron por el norte, en continuas inmigraciones, se integra la etnología
fundamental del pueblo mexicano.
Los
primeros pobladores fueron los otomíes, hordas salvajes procedentes de Asia,
que iban arribando a estas tierras. Nuevas invasiones pasaron por el entonces
itsmo que unía Siberia con Alaska, conocido hoy por estrecho de Behring. Eran
grupos etnológicos de hombres cazadores que iban lentamente descendiendo hacia
el sur en busca de mejores climas y medios de subsistencia, entrando en el
país, precisamente por el centro entre las dos cadenas de montañas que forman
las sierras madre oriental y madre occidental. Son gentes rudas con espíritu de
cazadores, que van extendiéndose por el vasto territorio de México, son de
rasgos mongólicos y de diversos subtipos de la raza amarilla, con idiomas y
costumbres diferentes, y poco a poco van cediendo en su vagar, buscando lugares
donde establecerse, construyendo los primeros refugios, con piedras y ramas, y
después en jacales de paja. No vivían agrupados, ni conocían la agricultura, e
iban desnudos, pintándose el cuerpo con fantasías de diferentes colores. Se
dice que tenían una antigüedad de unos 4 000 años antes de J.C.
Casi
un milenio después aparece una nueva raza de invasores; son los nahoas. También
por el norte, pero bordeando las costas del oeste, del que hoy llamamos
océano Pacífico, llegan
otras tribus nómadas,
constituidas en familias
y poseedores de mayor cultura. Procedían de la parte de la Atlántida y
se extendieron por la faja comprendida entre el mar y la sierra madre
occidental, muy apropiada para la
agricultura, usando además
mucho de la
pesca, y en su
recorrido por los hoy estados de Sonora, Sinaloa, Nayarit, Jalisco y Michoacán,
van estableciendo sus poblados; unos en tierra firme y muchos de ellos en zonas
lacustres, en donde instalaban las
viviendas sobre estacas, en los lagos y lagunas que encontraban en su paciente
peregrinar.
Durante este
período se produce
el hundimiento de
la Atlántida, resquebrajamiento
geofísico que aísla las tierras y determina un nuevo continente que se conoció
después por América. Descubren el labrado de la piedra, el uso del cobre, del
oro y otros minerales, cristales de roca y piedras preciosas; crean las bases
de una sociedad, de las matemáticas, de su cronología y de su mitología y a
través de su existencia, dejan huellas permanentes de su raza, con su idioma
que subyuga a los demás. No son belicosos y tienen gran sentido humano y en sus
escritos no hay indicios de sacrificios humanos.
Ambos
pueblos coinciden en el sur del territorio, cerrando los nahoas el paso a los
otomíes, fundiéndose en sus vidas y costumbres, de lo cual surgen nuevos mestizajes, que en su marcha hacia el
este, alcanzaron las costas del Atlántico, en donde se encuentran con antiguos
moradores de aquellos lugares y que son originarios del otro lado del mundo,
del que llegaron por el puente que fue la Atlántida y cuya personalidad, así
como hábitos era el resultado del amalgamiento de los pueblos situados
alrededor del trópico de cáncer, en donde encontramos a: los moros, egipcios,
semitas, indios y chinos; gentes de imprecisos y variados caracteres.
Del
encuentro y compenetración de ambas tribus, surge con el tiempo, un nuevo y
maravilloso linaje de características diferentes y extraña cultura, el original
pueblo maya, que alcanza una gran preponderancia y esplendor en sus dominios,
que comprende una inmensa zona de
influencia que llega hasta Centroamérica
y que se remontó por el litoral
del país hasta hundirse poco después del año 1400 de nuestra era, en el caos de
una feroz autarquía política, misteriosas concepciones y sangrientas
idolatrías.
De
la vecindad y maridaje de estos pueblos,
de los movimientos y correrías de gentes y tribus, de las necesidades y
conveniencias de los acondicionamientos, luchando entre ellos y en choques
sangrientos o por penetración pacífica, fueron surgiendo nuevos mestizajes y
familias, clanes, castas, linajes y progenies que, imponiendo o intercambiando
sus costumbres, dialectos, ritos y experiencias, dieron lugar a la aparición de
nuevos grupos, principalmente de los chichimecas por las tierras de los
otomíes, de los toltecas por la zona de los nahoas, y de los olmecas por las
costas del golfo de México, gentes nuevas que alcanzaron mayores grados de
civilización, aún cuando continuaron en sus luchas, en sus ambiciones y por el
acrecentamiento de su poderío, hasta la caída del imperio tolteca, en que los
chichimecas quedaron dueños de casi todo el territorio.
De
ésta manera surge una gran cantidad de grupos etnográficos, muy diferentes en
hábitos y dialectos, cuyas huellas se afirman o diluyen en el curso de la historia
y que
forjan las bases
de nuestra idiosincrasia
la que todavía
ha de sufrir sucesivos reveses y acomodos. Pero,
vayamos a nuestro tema, circunscrito exclusivamente a dar a conocer el proceso
de alimentación y cocinas, desde los orígenes de nuestra existencia en este
bello lugar del continente. Veamos qué y cómo comían estos pueblos invasores y
los autóctonos que les sucedieron.
Los
otomíes, más primitivos, desprovistos de cultura, eran dados al merodeo,
desconocían la agricultura y se alimentaban de los frutos naturales y de la
caza que encontraban en su continuo vagar. Es curioso anotar que la primera
noticia que se tiene del pulque procede de éstos, los cuales aprendieron a
extraerlo imitando a un
animal, una especie
de tuza, pequeño
mamífero roedor, que raspaba las pencas del maguey y absorbía
el jugo que destilaba la planta.
Los
nahoas eran más civilizados; vivían el sentido patriarcal de la familia y las
mujeres cuidaban perfectamente de la cocina. Gustaban de las cacerías y los
padres entrenaban a sus hijos para ser diestros en ello, cazaban con flechas y
comían iguanas, miel
de colmenas silvestres,
pinole y tunas;
recogían maíz,calabazas, frijoles
y cultivaban el maguey a cuyas fibras daban muchos usos, aprendieron la
obtención del pulque y de la bebida licorosa y embriagante, el mezcal, por
destilación, pues ya efectuaban el procedimiento con otras plantas y granos.
Detalle importante de la variedad de su cocina lo
corroboran sus grandes conocimientos y gustos en trabajos de alfarería, piezas
que hoy podemos considerar como definitivas, por su tamaño, elegancia y
sencillez de sus formas, por lo fino de los barros y por el esmalte y viveza de
los colores. El sentido artístico de estos alfareros se manifiesta en las
grecas y bajo relieves con que decoraban sus trabajos y que son testimonio
elocuente de la variedad de las mismas, impuesta por las particularidades y
pluralidad de los manjares.
Los
habitantes de las costas conocían la obtención de la sal y en sus salinas
confeccionaban panes de este producto que les servían de intercambio con otros
productos en los pueblos del interior. Practicaban la pesca y sabían de la
conservación y la salazón de las especies marinas; progresan en la agricultura
y en el curtido de pieles, e inician su vida social, organizando banquetes con
sabrosas bebidas, y
gustaban del aroma
de largas cañas,
del tabaco que aspiraban con deleite. Desarrollaron una
gran navegación comercial y de pesca, que extendieron por todo el mar interior
que antes se llamó de Cortés y ahora golfo de California, e incluso se
aventuraban al mar abierto en la captura de nuevas especies marinas.
Los mayas,
ocupando las tierras
que son Chiapas,
Yucatán, Campeche y Tabasco, dedicaron primordial interés al
campo. Usaban azadas, picas, palas, raspadores y también utensilios de cobre e
instrumentos de labranza, tales como azuelas y cuchillas de arado; construyeron
pozos profundos para obtener el agua para el riego.
Los principales alimentos eran, el maíz,
frijol, vainilla, aceites, cocos, nueces, cacao y gozaban del tabaco, y aunque
no del género comestible, encontraron el henequén que cultivaron y de cuyas
fibras elaboraban además de vestidos y artículos caseros, cubiertas para techar
sus casas e implementos para las faenas del campo y muchos artefactos y
cesterías para los servicios de cocina y mesa. Eran muy diestros en el manejo
del arco y la flecha, cazaban venados, jabalís, liebres, tórtolas, faisanes y
muchas aves más, además de esto, eran
muy dados a la pesca en el mar y en los caudalosos ríos de su territorio, sin
olvidar que comían muchas tortugas.
Cuando
mataban un venado lo cocían por entero por medio del procedimiento que llamaron
pibil, que se generaliza con el de
barbacoa, genial sistema que todavía persiste por la gran calidad y gusto que
le da a las carnes; consiste en un hoyo que se hace en la tierra, de más de un
metro de profundidad y más de medio de circunferencia, al que se le alisan las
paredes con barro.
La
manera en la cual se prepara el procedimiento del pibil para la cocción de los
alimentos es el siguiente: en el fondo se colocan unas piedras porosas que habrán
de retener mejor el calor producido por el fuego de una lumbrada hecha en el
centro con leña seca, quitando los rescoldos unas tres horas después en que
habrá quedado el horno bien caliente, luego se revisten las paredes con unas
pencas de maguey con las puntas hacia arriba, para cubrir después las carnes
que, puestas sobre
una parrilla o
cazuela, preparadas con
sencillo adobo, quedarán bajo la
envoltura, sobre la que después se pone una tapa de madera y sobre ésta, tierra
y nueva leña para un fuego exterior que dura unas seis horas en que, terminada
la cocción, se sacan las piezas y se salan, para llevarlas a la mesa. Por
ese procedimiento de
vaporización las carnes
impregnadas de la textura de las hojas de maguey quedan
jugosas, tiernas y fragantes.
Usaban
como bebida más delicada una formada por cacao y maíz, teniendo al primer grano
en gran estima, pues lo usaban, por su valor, como moneda en sus transacciones
mercantiles. Fumaban el tabaco en cañas y en pipas de barro que confeccionaban
de forma variada y caprichosamente. La
bebida general también era el pulque que fueron obteniendo en mejores calidades
y rendimientos. El proceso paulatino de desarrollo y crecimiento de habitantes
y pueblos, avivó las preocupaciones por los productos naturales y sus
resultantes, a fin de mejorar las exigencias de la vida y las necesidades de la
colectividad, prestando mucha atención a los problemas del campo así como a la
reproducción y conservación de las especies animales y marinas que completaban
su pitanza. Tal preocupación constituía una obsesión que, despertando el
ingenio de los aborígenes, llegó a altas, pintorescas y originales
realizaciones que quedaron impresas e inalterables en la historia mexicana.
Los
fundadores de Tenochtitlan, de lo que hoy es la capital de la República,
procedían de Aztlan, situada en el territorio de la costa de Nayarit, en los
islotes de la misma, en aldeas tanto terrestres como lacustres, al igual que
sus antepasados los nahoas, de quienes eran descendientes. Recluidos en sus
lugares habían permanecido aislados fomentado la particularísima cultura, hasta
que hacia el siglo X de nuestra era, iniciaron su éxodo hacia sureste,
considerándose éste como el último
movimiento migratorio. Impulsados
por un ídolo
de predestinaciones guerreras, emprenden el camino hacia el lago de
Chapala y desde allí al de Pátzcuaro, llegando en su recorrido, lleno de
vicisitudes, hasta el de Texcoco, que en aquel entonces era de gran extensión,
estableciéndose hacia 1325 en una de las islas, tras de vencer duros reveses
con los pueblos vecinos, tribus y señoríos.
La
marcha se organizó en el período en que los chichimecas habían vencido a la
gran cultura tolteca y termina cuando fundan su ciudad, a la que denominan con
dos nombres: el primero Tenochtitlan, en honor de gran sacerdote Tenoch, quien
bajo un régimen político teocrático dirigió la expedición, y como el símbolo de
este jefe era un nopal, al ver sobre una de estas plantas de la isla, posada
una enorme águila que aprisionaba con su pico una culebra, adoptó la imagen
como emblema de la nueva patria, representada por el cactus autóctono y la
grandeza de dicha ave, destruyendo la maldad. El otro nombre fue el aplicado al
dios de los aztecas, Mexi, por lo que también se les conocía por mexicas,
patronímico que dio origen a la palabra que generalizó al país, integrado por
la radical “mexi” y la terminal “co”.Cerca de 200 años, los aztecas o mexicas
fueron desarrollando una vida activa y crearon una nueva sociedad, cambiaron a
un régimen monárquico y alcanzaron gran
riqueza y poderío,
si bien cayeron
en un gran
fanatismo religioso y sangriento, sacrificando víctimas en
holocausto de sus dioses, lo que despertó temores de los pueblos vecinos, con
quienes frecuentemente lucharon. Mucho se ha
discutido acerca de su antropofagia y en
una obra de nuestra naturaleza no
podemos dejar de precisar tal concepto, pero la conclusión más exacta es la de
que no
comían carne humana
como alimento corriente,
sino con intención idolátrica y solamente carne de
enemigo, ya que por coincidencia general de los cronistas de aquel tiempo,
durante el sitio de México por las tropas de Cortés, a pesar de los estragos
del hambre, no llegaron los sitiados a comerse entre sí.
Durante
este período se le prestó gran atención a las fases agrícolas, la caza, la
pesca y el comercio de estos productos, y se simbolizó en el maíz, la vida,
elevándolo a la categoría de ofrenda y adoración, creándole sus ídolos y
considerándolo como una
bendición, por arraigar
con facilidad y
ofrecerles diversos usos, así como también por ser producto básico de la
"tortilla", el pan de los indígenas y por ende la base de
alimentación nacional, como lo ha seguido siendo aún
para los extranjeros
que llegaron después
y los que
continúan llegando.
El
maíz es el testigo de todos los cambios y acontecimientos de aquellos tiempos;
su amarilla mazorca, resplandeciente, con su penacho de rubios cabellos,
preside ritos y fiestas, y está presente en toda la vida intensa, social y
religiosa, y es desgranado como perlas, a los pies de los dioses paganos, con
gran idolatría, mientras las largas hojas de sus cañas flamean rítmica en todos
los actos, danzas y ofrendases de extrañas gratitudes y esperanzas.
El
maíz es considerado pues como la planta sagrada, y es el mantenimiento general
de los pueblos del continente; con los granos de la mazorca que ablandan,
remojan y cuecen con un poco de cal en poca agua, para molerlos después en el
metate, forman la pasta que, cuando está bien reducida exprimen y tomando trozos de esta masa del tamaño de
una pequeña pelota, aplanan entre las manos en gracioso palmoteo, formando unas
piezas redondas de varios tamaños y poco espesor, que ponen a calentar sobre un
comal, pieza generalmente circular de barro cocido o de hierro, que tienen
puesto sobre el fuego, volteando las tortillas de un lado y otro hasta que
estén bien cocidas, práctica en la cual obtienen éstas, suaves y tiernas.
Las
tortillas son hechas de varias medidas para
darles muchos usos y en su grandeza culinaria sirven como plato para
contener variados productos cocinados previamente como envolvente para rellenar
con éstos, para cortarlas en piezas regulares, o trozos, para las sopas y en
forma de pala, para usarse como cuchara para recoger caldos y salsas.
Con
el grano entero de maíz, cocido y pelado, desleído en agua al fuego, obtienen
una bebida blanda
y suave que
llaman atole, de
muy buenas cualidades digestivas, y alrededor de éste a
ser una serie de mixturas con otros productos y especialmente con frutas,
obteniendo así una gran gama de gratos sabores. Este atole, cocinado con otros
diferentes productos, tales como carnes, verduras chiles y otras especias,
finamente picados, dan lugar a otro tipo de caldo, denominado pozole.
Con la masa de maíz preparanra, iniciaron su
definitiva medición del año solar, con 18 meses de 20 días, y cinco días más
para el período de correcciones. Su famoso calendario azteca o piedra del sol,
pone de relieve la importancia que la comida tenía para aquellos pueblos, ya
que de los meses establecidos, dedicados a su vida social, más de la mitad de
ellos estaban consagrados a manifestaciones alimenticias, médicas o de
exaltación del cotidiano sustento.
Se
desarrolló un gran comercio, formando caravanas de tamames, que cargaran en la
espalda las mercancías, al mando de un jefe llamado pochteca, y las
expediciones que recorrían rutas fijas habrían instalado en lugares a
propósito, grandes galerones, en donde se
recogían para pasar la noche y
allí también se concentraban de los alrededores, otras mercancías, que
transportaban; eran locales precursores de la lonja y el hotel.
En
aquellos tiempos para las transacciones
se usaban como monedas, aparte de intercambios por mantas, tejidos, cintos,
sandalias y otros artículos, granos del cacao de superior calidad, semillas y
cañones de plumas de ave, llenos de polvo de oro, más en los últimos tiempos de
su independencia, usaban también unas pequeñas piezas de cobre labradas a modo
de moneda. Los mayas usaban en sus
tratos comerciales, además
de los granos
del cacao, piedras
labradas y ciertas conchas
marinas de color rojo.
La
variedad de productos con que confeccionaban sus yantares consistía en maíz,
frijoles, calabazas, bledos, chayotes, chilacayotes, camotes, mezquites,
quelites, nopales, verdolagas, diversidad de bulbos, raíces y hongos, entre
otros, y hacían sus salsas y guisados con el pimiento autóctono o ají, llamado
chile, de los que tenían gran variedad de clases, empleando además para sus
aderezos, jitomate, xoconostle, vainilla, orégano, epazote y otras hierbas
aromáticas, además del achiote, al que tenían en gran estima.
También tenían y cultivaban muchas especies de
plantas frutícolas, tales como piñas, mamey, zapotes varios: blanco, prieto,
amarillo, chico, etc.; tejocotes, ciruelas,
pitahayas, tunas, papayas,
jícamas, guayabas, chirimoyas,
nanche, varias clases de anonas, aguacates, capulines, cacahuates, etc.,
y el famoso cacao, que oriundo de México, tanto prestigio nos ha dado en el
mundo.
Hasta
no recibir de los litorales la variada y abundante riqueza marítima, los
aztecas se las ingeniaron para gozar de los recursos acuáticos de los ríos,
lagos y lagunas, obteniendo muchas clases de pescadillos, acociles, cangrejos,
ciertas larvas e insectos, lombrices, ranas y renacuajos, y una especie de
pequeña salamandra anfibia, que llamaban ajolote, que abunda en los lagos y por
el que sentían gran estima por considerar que su alimento poseía virtudes
estimulantes.
El
ahuautle, huevecillos de un mosco nadador de las lagunas de Texcoco, que
desde tiempos primitivos
obtenían los aborígenes
y que con el
tiempo han ido desapareciendo; lo podríamos considerar como el caviar indígena
para los grandes señores. El mosco era recogido en redes y se vendía como
alimento para pájaros y aves enjauladas. También no podemos olvidar al jumil,
pequeño insecto que se come crudo o tostado en algunos estados del centro de la
república, también de supuestas cualidades afrodisíacas. Disponían de una gran
diversidad de aves, entre las que podemos mencionar, palomas, codornices,
chachalacas, tórtolas, tordos y patos; además del representativo pavo indígena,
llamado guajolote, que alcanzó horizontes de categoría al ser llevado a Europa.
La
fauna terrestre se aprovechó ampliamente ya que comían venados, ciervos,
liebres, conejos, comadrejas,
tuzas, ardillas, nutrias,
tlacuaches, perritos, langostas,
tortugas, hormigas, iguanas, lagartos, una especie de cerdo montaraz, tejones,
tapires, mapaches, armadillos, tepezcuintles, muchas clases de gusanos,
especialmente los de maguey, etc, además comían carnes chamuscadas a las
brasas, asadas sobre
el comal, guisadas
o cocinadas por
el sistema de
combustión
interna o subterránea (barbacoa), hoy en día todavía utilizada en México.
El
jardín zoológico fundado por el rey Moctezuma II llegó a ser conocido por los
colonizadores, quienes mostraron curiosidad y admiración por tan dignificada
obra. En él había toda clase de animales de estas tierras, tales como,
mamíferos salvajes, reptiles, serpientes y gran variedad de aves, a los que se
proporcionaban alimentos apropiados e incluso carne humana, ocupando casas o
jaulas que les permitían mayor protección de los elementos atmosféricos y
libertad de acción a las bestias. El jardín desaparecido poco después de la
muerte del rey, y en su lugar (hoy la esquina de Madero y San Juan de Letrán)
los colonizadores construyeron el convento de San Francisco.
Del
maguey que cultivaban cuidadosamente, extraían el agua miel, que por
fermentación les proporcionaba la bebida popular de sus ancestros, que
conocemos por pulque, la cual todavía persiste como bebida entre las clases
campesinas y pobres. De éste hacían un buen arrope o dulce, de menor graduación
glucosa que el azúcar, y que era con lo que endulzaban sus manjares y atoles;
del cogollo de una planta más pequeña, de la misma familia, obtenían por
evaporización en ollas, una bebida más licorosa y de mayor graduación
alcohólica que denominaron mezcal.
El
maguey se consideraba sagrado por los primitivos mexicanos, ya que además de
servirles de bebida y para ser usada para sus ritos religiosos en desenfrenadas
ofrendas, les proporcionaba múltiples objetos, servicios y materiales. Usaban
sus pencas para techar las casas, hacer leña, abonos, lejías, fibras, hilos y
agujas para coser, punzones, calzado, vinagres, papeles para sus jeroglíficos,
canales para el agua,
cuerdas, redes y
vallas, etc, además
de que tenía
varias aplicaciones médicas, para cataplasmas y sanar heridas, picaduras
de animales ponzoñosos y para curar varias enfermedades.
Además
del pulque, obtenían del maíz otra bebida, la chicha, y un licor de las palmas.
De la semilla de la chía, hacían una bebida refrescante y otros dulces,
compuestas, como el pulque curado con frutas, el colonche y el tepache, las
cuales persisten hoy
día, y las
clases pudientes gozaban
del chocolate, que aunque algo rudimentario, era bebida de
preferencia, servida en artísticas jícaras.
Debido
a la gran cantidad de islotes y canales que integraban el gran lago sobre el
que estaba asentada la ciudad, construían una especie de campos flotantes con
esteras grandes, tejidas tupidamente con cañas, varas y juncos, las que cubrían
con tierras blandas y fango, sobre las que sembraban semillas de hortalizas y
flores. Estas huertas emergentes las cambiaban a veces de lugar, remolcándolas
con sus chalupas, y en ocasiones las llevaban frente a las autoridades, como
ofrendas, para merecer o compensar algún favor o protección, y las llamaban chinampas,
y en ello desarrollaron grandes habilidades para conseguir los productos más
necesitados para la manutención.
Los
pobres vivían en jacales de cañas y barro, con techos de paja, y el ajuar
consistía en petates (esterillas confeccionadas con el trenzado de palmas de
espadañas o de tules), para comer y para dormir, es imprescindible el metate,
el comal y algunos cacharros para guisar y guardar los líquidos y se fabricaban
sus cestas de carrizo. La comida del pueblo era reducida y casi limitada a las
tortillas, verduras, frijol y chiles, con algún trozo o pieza de carne cuando
se lo podían procurar, pues los frutos de su trabajo, en la recolección de caza
o pesca, estaban destinados a las clases superiores.
Los señores
vivían en casas
mejores, hechas de
adobes y encaladas,
o de tezontle (piedra volcánica
porosa y colorada). Cubrían sus habitaciones con tejamanil, unas tablillas de
madera delgada, en
piezas rectangulares, y
otras tenían azoteas. Alfombraban sus tiendas y estancias con esteras
como las ya dichas pero de mejores calidades y coloridas, ricas telas y pieles
de animales. Las paredes estaban, cuando no pintadas o estucadas de modo
fantástico, tapizadas
con mantas y sarapes de ricos dibujos y
colores. Usaban gran variedad de cuchillos, cucharas y unas a modo de
espátulas, y tenían muchas piezas de vajilla, algunas muy decoradas.
Se
alimentaban con variedad de viandas, salsas, tortugas, pescados y carnes de
caza y de animales domésticos, también gustaban mucho de aves, especialmente
del pavo autóctono, que confeccionaban con gustosos y suculentos mojes, moles y
caldillos. En los banquetes y fiestas adornaban para su realce, los locales con
guirnaldas de flores, especialmente rosas, obtenidas de las chinampas, y al
terminar el festín
repartían olorosos ramos
y tabaco. Fumaban
éste bien enrollando sus hojas o
ya picándolas y metiéndolas en cañas como una especie de pipas.
El
culto por los difuntos se manifestaba con grandes comilonas entre los que
habían asistido a
los velorios, que
duraban nueve días, alrededor del petate en que estuvo el muerto. Tenían
varios mercados y gentes que cuidaban, vigilando las ventas
y controlando las
medidas, aplicando castigos
a los infractores; además, de una abundancia de
productos, vendían todos los implementos necesarios para
cocinar, entre ellos,
una variedad de
jícaras, jarras, ollas, cazuelas, comales,
metates, molcajetes, sopladores
de carrizo para
avivar el fuego, molinillos para
agitar las mezclas y el chocolate, platones, etc, todo esto pone de manifiesto
otro punto más de interés que prestaban a los coadyuvantes de cocinar y comer.
El
siglo XVI constituye la cuna de la cocina mestiza, que ahora representa a un
país, a una identidad, a una forma de ser. Surge barroca, viva y por sí misma
elocuente. En realidad
las cocinas fueron
los espacios arquitectónicos que lograron primero un sabor propio en la Nueva España; todas
éstas cocinas, pobres o ricas, estaban pletóricas de colorido en sus paredes,
donde colgaban cerámica de Tonalá, San José de Gracia, Oaxaca, Puebla o
Metepec.
Se
cocinaba al ras
del piso, la
cocina contaba con
un fogón de
barro, generalmente adosado al muro, en el que se quemaba leña
combustible que hacía mucho humo, en ellos se realizaban las más bellas
creaciones calientes: fritas, hervidas, cocinadas, guisadas o asadas. Se creó
la nueva técnica culinaria del barroco, la del metate y del molcajete que,
acompasados con la enérgica fricción del metlapil y del tejolote, establecieron
competencia con los almirez y morteros españoles.
Sobre
esas piedras calentadas, donde se machucan semillas oscuras y rojizas de cacao,
que con el azúcar granulado, almendras y especies de todo el mundo dieron vida
a la que llegó a ser bebida universal, regalo de dioses y clímax de la
gastronomía: el chocolate de mesa. Día con día se mejoraron los molinillos para
espumarlo y las jícaras para beberlo.
Al
centro de la cocina había una mesa rústica de madera de pino u otra más fina,
donde se
preparaban y se
servían los alimentos
a la hora
de las comidas familiares; también contaban con una
mesa con tablero de mármol, indispensable porque en ella no se pegan los dulces
y en cambio ofrece una superficie adecuada para su enfriamiento y manejo.
En
los primeros siglos del virreinato los espacios destinados para comedor eran
pequeños gabinetes o simplemente biombos que dividían a la cocina, y para las
grandes ocasiones se servían los banquetes en salas o galerías. En el siglo
XVIII surgieron los comedores opulentos que tenían paredes forradas de damascos
importados, pinturas con escenas religiosas o retratos de los miembros de la
familia, además de vitrinas donde se guardaban y exhibían objetos valiosos como
lo son
las porcelanas de
la Compañía de
Indias, vajillas de
plata, porcelana inglesa de Leeds
o cerámica de Talavera poblana; a todo esto se añadían en piezas de vidrio
soplado de Texcoco o Puebla.
La cocina, debe estar
alejada de los dormitorios y en la parte posterior de la casa, o en los
sótanos, no por arrinconarla o despreciarla, como sucede muchas veces cuando se
le considera como el cuarto oscuro y por lo tanto invisible y despreciable,
sino conforme al pensamiento griego que la considera el santuario de los dioses
protectores del hogar, flama eternamente encendida para honrar a Prometeo,
quien robó el fuego a Zeus para dárselo a los hombres. De ahí que la cocina no
deba ser ese rincón triste y olvidado, sino el corazón que da hogar y vida. El
fogón es entonces la fuente del calor, lo que realmente hace la función de
cocina, es decir el hogar donde el fuego permitirá cocer, calentar, transformar
lo crudo incomible en
extracto suculento nutritivo,
donde las sustancias
en movimiento intercambian sus moléculas, sus sabores, sus colores y sus
aromas.
Son
las cocinas mexicanas talaveranas repletas de ollas autóctonas, de cazos de
cobre y cazuelas semejantes a las ibéricas, las que sirven de marco ceremonial
a las actividades culinarias de sublime mexicanidad. La cocinera estaba sujeta
a factores que ahora no comprenderíamos fácilmente, como por ejemplo, el
encendido de los fogones cuando no había cerillos ni encendedores, ni mucho
menos gas para estufas, de tal suerte que para hacer fuego se necesitaba de
leña, un pedernal y un eslabón con martillo para encender la yesca, que podía
ser musgo seco, paja o algodón de mala calidad. Probablemente aún no había
expendios de carbón, ya que su uso comenzó en el siglo XIX con la revolución
industrial.
Todavía
no se descubría la química y aún se creía en el flogisto o materia de fuego; es
decir, se pensaba que cuando las sustancias ardían perdían su flogisto y si a
las cenizas se les agregaba el flogisto se volvían a flogistizar recuperando su
estado natural. Muchos alquimistas dieron su vida por buscar el flogisto, el
agua de la eterna juventud, el calórico y la piedra filosofal.
Los
metates y molcajetes proliferaron, dando ese sabor que añoramos; no existía ni
luz eléctrica para alumbrar, ni fuerza motriz para activar procesadores,
batidoras o licuadoras; es más, en el
siglo XVII aún no se inventaban muchos de esos aparatos manuales, por lo que
todo se tenía que picar con cuchillos y moler con el metate o el molcajete. Los
cazos rojizos comienzan a aparecer procedentes de los minerales novohispanos;
su forma y
su material permiten
expandir, desde el fondo, el calor en sus paredes. El cobre
es uno de los mejores conductores de calor, lo que convierte al cazo en un
instrumento ideal para elaborar numerosos platillos, pero especialmente dulces.
Imaginar
la cocina conventual es pensar en paredes repletas de cazuelas, jarros y ollas
de barro, en fogones de barro o talavera donde yacen los cazos acalorados,
mientras una monja agita con sus manos un ventilador de palma tejida y otra
mueve en ochos, con la pala de palo de naranjo, el dulce rompope, la exquisita
cajeta o algún otro de los numerosos dulces de leche que engalanan la
repostería mexicana.
Quienes
vivimos en las principales o grandes ciudades de México no imaginamos las
dificultades lógicas de una vida sin refrigerador, en la que sólo la sombra
fresca del día,
el agua corriente
y a veces
el hielo, constituían
los únicos elementos para
mantener conservadas las materias primas y los platillos terminados.
Los
almacenes y bodegas guardaban en la oscuridad vinos, tocinos y jamones; las
alacenas de madera tenían a veces puertas de tela de rejilla muy fina para que
con la ventilación se mantuviesen las viandas frías y a su vez, no permitiesen
que las moscas, insectos y hasta roedores se apoderaran de ellas. En las
bodegas de vinos se guardaban botellas que en oscura humedad, transpiraban
corchos y maderas para lograr madurez y conservación de los caldos de cepas
traídos de Europa. Con los vinos torcidos o pasados se hacían vinagres aromáticos
y condimentados indispensables en aquellos tiempos.
En cuanto a las carnes y los pescados, debían
comprar lo necesario para el día, de no ser así se recurría al hielo picado o a
la sal, que después debía lavarse, y por supuesto se cocían para su uso y
conservación. También se empleaban algunas especias principalmente pimienta,
clavo y albahaca para ahuyentar moscas y otros insectos.
La
despensa de esa cocina novohispana era una convivencia vegetal, en donde los
frascos de porcelana guardaban las especias importadas: cominos persas, la
picante pimienta caucásica, la indispensable canela de Ceylán, el delicioso
anís de Egipto, el jengibre de oriente, el romero de las costas del Adriático,
ramitos frescos de albahaca africana,
azahares del mediterráneo,
semillas de cilantro de Babilonia,
ramas y semillas
de hinojo, hojas
azuladas de salvia,
ramas de estragón, eneldo y por
supuesto, estambres y pistilos del valioso y dorado azafrán símbolo de España,
que convive con el codiciado cacao del Xoconusco, con la aromática pimienta de
Tabasco, con chiles chiltepines, piquines, anchos, guajillos, de árbol,
habaneros, cascabel, mulatos, cuaresmeños, poblanos, verdes, güeros, manzanos,
chilacas y un sinnúmero de ejemplares picantes; con el axiote también en
semillas, con bolitas de cochinilla para colorear de rojo dulces, tamales y
bebidas.
Muchas especias,
así como frutas
y verduras, eran
cosechadas en el
propio huerto y hortaliza del convento, ya que por las extensiones de
tierra que tenían podían dedicar gran
parte del mismo
no sólo a
la pequeña agricultura,
sino también a la
cría de gallinas,
guajolotes y especies
menores. Una mención especial la tiene el aguacate, como
fruto celestial, que se impone en la cocina mexicana en la salsa de guacamole.
El contacto entre el Viejo y el Nuevo Mundo produjo también que las recetas
elegantes mexicanas se aromaticen con Jerez, Brandy o Coñac traídos de Europa,
mientras que las recetas elegantes europeas normalmente incluyen ron importado
de América.
La moderna tecnología nos hace olvidar los
trabajos colosales que el hombre ha hecho para mejorar sus condiciones de vida
y para cuidar su salud. En nuestro siglo, el ama de casa, vive agobiada por el
tiempo que transcurre vertiginosamente y le impide utilizar implementos
autóctonos; en cambio, la refrigeración moderna, los hornos de microondas y de
convencionales, le hacen adquirir alimentos preparados, ya sea congelados,
deshidratados o enlatados para la comida cotidiana. Una computadora se
convierte en un gran auxiliar del ama de casa y del chef, ya que en su memoria se
pueden almacenar recetas y recetarios al por mayor.
Sin
embargo el siglo del barroco no ha muerto, el mexicano del siglo XX es
todavía barroco, siente y vive el barroquismo en cuerpo y
alma, como una forma de vida, como una realidad inseparable especialmente
en sus costumbres culinarias, porque gracias a Dios, no se conforma con los
inventos modernos, y para el postín recurre a los métodos tradicionales, a la barbacoa de
hoyo, al mole de metate y cazuela, al
pulque, el tequila y a los dulces regionales elaborados en cazos.
1.3.
EL SURGIMIENTO DE LA COMIDA BARROCA.
El gran
señor Moctezuma, inquieto
por sus presagios,
presentía que se avecinaban desgracias; lo que no supo es
que, además, se aproximaba la radical transformación de su vasto imperio y la
modificación del mundo. Con el arribo de los españoles al imperio mexica se
inicia una época de cambios: religiosos, económicos, políticos, sociales,
raciales y de costumbres, entre otros.
Con
la caída de la gran Tenochtitlan, el 13 de agosto de 1521, el imperio más
extenso de América se convirtió en dependencia española, gracias a lo cual
España logró consolidarse como la máxima potencia europea del siglo XVI, esa
hecatombe dio paso al surgimiento de la Nueva España. Los habitantes de esta "España Nueva", en el siglo
XVI, primero indígenas y españoles, y luego mestizos, fueron creando una
sociedad diferente producto de la fusión de dos pueblos, de dos idiosincrasias.
Casi
desde un primer momento se producen muestras de mestizaje culinario; con
frecuencia los españoles en campaña padecían de privaciones que los obligaban a
aceptar y consumir los alimentos de la tierra que les brindaban los indígenas
amigos, o los productos silvestres que encontraban a su paso, ya en ese entonces
el quelite fue salvador en temporadas de hambre, como lo ha sido a lo largo de
nuestra historia, en guerras y revoluciones.
A
mexicanos y tlaxcaltecas se les despertaba la curiosidad de saber que comían
los españoles y así descubrir cuál era su condición: hombres o dioses. Gracias
a este interés y
a los productos
que aceptaban o
rechazaban, al arribar
los españoles a la gran Tenochtitlan, Moctezuma ya tenía la certeza de
estar tratando con seres humanos.
Los
españoles, aparte de los productos traídos de Castilla, poco a poco integran a
su dieta diaria los alimentos que les ofrece la nueva tierra, en muchas
ocasiones por necesidad, aunque también irán apreciando los nuevos sabores,
ciertamente son tantos y tan ricos los productos de esa tierra, en particular
las frutas que contribuyeron a dar una gran gama de sabores a la comida
resultante de esta mezcla de hábitos y productos por demás seductores; incluso
se decía que los frutos novohispanos eran los mismos que los del paraíso
perdido.
Al
consolidarse la conquista, dio inicio la evangelización, que transformó la vida
de los indígenas al imponérseles una nueva religión, y en muchos casos nombres
castellanos al bautizarlos. Surgió también un modo de producción diferente y
una indumentaria distinta, donde con facilidad se manifiesta en la apariencia
el sincretismo inicial de
las dos culturas. Los antiguos
oficios de alfareros y carpinteros se
realizan con técnicas
novedosas enseñadas por
los frailes;aparecen nuevos
instrumentos de labranza y al mismo tiempo, productos alimenticios también
novedosos, de los cuales algunos como el cerdo, el azúcar, determinadas
legumbres y las gallinas se integran rápidamente al gusto culinario que
conforma poco a poco el nuevo estilo de vida.Uno de los primeros cultivos que
llegaron a la Nueva España fue el trigo, la tradición nos dice que este cereal
llegó de manera fortuita, ya que en una carga de arroz enviada a Hernán Cortés
venían " tres granos de trigo ", y el conquistador ordenó a un
esclavo negro que los sembrara en sus tierras de Coyoacán. Así se inició el
cultivo de este
cereal que, paulatinamente, se
integraría a la
dieta cotidiana y llegaría a ser una de las materias primas más
significativas en la creatividad gastronómica mexicana.
El
azúcar se convirtió en el principal endulzante, para el indígena, acostumbrado
a la miel de maguey, maíz, hormiga y abeja, el azúcar de caña abrió otras
posibilidades. Hernán Cortés introdujo el cultivo de la caña de azúcar en sus
tierras. En el actual estado de Morelos, para 1524 ya funcionaba el ingenio de
Axomulco, propiedad del conquistador, y esta industria creció de tal forma que
para la segunda mitad del siglo XVI ya se exportaba azúcar.
Los
cítricos como la naranja, el limón y la toronja se popularizaron rápidamente, y
para finales del
siglo XVI habían
innumerables sembradíos en
las zonas tropicales. Poco a poco
se extendió el consumo de nabos, zanahorias, lechugas, ajos, cebollas,
lentejas, arroz, manzanas,
higos y duraznos,
y las buenas cosechas en estas tierras determinaron
precios más bajos que en Europa.
La
cría de animales era una actividad poco desarrollada en el imperio mexica, sólo
se domesticaban el guajolote y el itzcuintli para el consumo del hombre; los
demás (patos, venados, pecaríes,
tuzas, conejos, iguanas,
chichicuilotes y un
gran número de aves silvestres), se cazaban o se ponían en cautiverio.
Tal vez por esta gran abundancia de animales silvestres que la tierra
prodigaba, no se desarrolló la ganadería y la crianza de aves de corral; la
pesca y la recolección de insectos también contribuían a la diversidad
alimenticia. Quizá también por esta profusión de productos comestibles, los
mexicanos no mostraron reticencia alguna para probar y adoptar los manjares y
hábitos traídos por los españoles.
De
los animales comestibles importados, el cerdo, el borrego y las gallinas de
Castilla fueron los más apreciados por los indígenas. En el mestizaje culinario
continuó el uso de las antiguas recetas madres, se incorporó en ocasiones la
carne de animales traídos de Europa y se enriqueció con las nuevas especias.
Muchos de estos platillos, servidos por los indígenas en festividades y
ceremonias, seguirán utilizándose en el virreinato en las fiestas de la
religión recién impuesta; entre la población indígena y la mestiza era y sigue
siendo muy común ofrecer alimentos a los santos en sus días, como lo hacían los
antiguos mexicanos a sus dioses.
La
carne de guajolote llamado pavo por los españoles, era una de las más
apreciadas; por lo general se consumía en festividades y al igual que los
tamales, se extiende a partir de la conquista, aunque conserva en mucho su
carácter ceremonial. Un buen banquete de boda siempre tenía como platillo
principal el mole de guajolote
y en celebraciones
tan cristianas como
la cena de
Noche Buena, también se ha incorporado pero ya no tanto con el nombre de
guajolote, sino con la cristianísima designación de "pavo de
Navidad".
Uno
de los aspectos más ricos de este nuevo modo de vida es la transformación
de los
medios de producción
con la asimilación
paulatina de las
técnicas europeas. En un estudio profundo sobre las aportaciones de los
conquistadores a la agricultura novohispana, destacan el instrumental agrícola
de metal, el arado con tracción animal,
distintas técnicas de irrigación, el control
del uso del agua mediante artefactos movidos por hombres y animales como
las norias, el uso de la energía del agua con los molinos.
Las
cocinas novohispanas se enriquecieron, a su vez, con instrumentos de metal,
cobre y
vidrio, como cuchillos
y hachas, que
se sumaron a
los metates, molcajetes, comales,
ollas y cazuelas de barro; de esta forma se dio una de las cocinas más ricas en
utensilios, implantándose además el brasero andaluz y se separó el fuego de la
tierra, aunque no se ha sustituido del todo el brasero de piedras prehispánico o tlecuil.
El
maíz tuvo poca aceptación entre españoles y criollos, quienes preferían el
trigo, y aunque el pan de trigo se hizo cada vez más popular, la base de la
dieta diaria de la población siguió siendo la tortilla de maíz, de la que
existen muchas maneras de elaboración que se han ido enriqueciendo en formas y
sabores como los tlacoyos y quesadillas rellenos de frijoles, flor de calabaza,
queso, carne de pollo, cerdo o res guisados, habas y quelites. Al hablar de
maíz, nos referimos también a los tamales, atoles y otras bebidas diversas. Los
tamales, alimento mucho más elaborado que la tortilla, y presente en todas las
festividades de los antiguos mexicanos, se utilizaban con frecuencia como
alimento ritual. En el virreinato, el tamal conserva ese rasgo y se acostumbra
servir en la celebración de fiestas religiosas de carácter social, como
bautizos y primeras comuniones.
En
Europa el maíz se asimiló como parte de la dieta básica en algunas regiones de
España y Francia, pero Rumania, por ejemplo apenas en fechas recientes empieza
a incorporarse a la cocina popular. El maíz fue satanizado, muchas pudieron ser
las causas de esta aversión hacia el cereal americano; desde el punto de
vista religioso, ante
la simbología cristiana
en torno al trigo y el pan,
aceptar el maíz podía considerarse incluso como acto de herejía en una España
vigilada por el ojo omnipresente de la inquisición.
Al pueblo mexica, la costumbre de comer
gusanos e insectos lo sostuvo en su peregrinar hacia la tierra prometida, en
ocasiones únicamente consumía lo que encontraba a su paso, como chapulines
durante su estancia en Chapultepec, mediante los cuales satisfizo su apetito e
incorporó a su dieta un alimento de alto contenido proteínico.
Una
cocina rica se compone de gran variedad de productos que multiplican los
sabores y estimula la nutrición, la habilidad
para combinarlos y las
técnicas de preparación. En la
cocina mexicana que surge en el virreinato se integran gran variedad de
productos tanto locales como importados, pues la naturaleza se prodigó en
variedad y abundancia en nuestra tierra, y dotó a los mexicanos de la
curiosidad y la creatividad necesarias para aceptar con gusto todo tipo de
productos, sabores y texturas.
En
la Nueva España el chocolate es un distintivo de la sociedad virreinal y un
símbolo de identidad; el cacao fue el alimento más significativo del pueblo
mexica, se consumía sobre todo en bebidas refrescantes. Como referencia se
puede mencionar que Moctezuma ofreció a Cortés una bebida mezcla de cacao con
vainilla, maíz y miel, esta bebida se llamaba xocolatl y únicamente a la
realeza mexica le estaba
permitido saborearla. La bebida
popular era amarga
y refrescante, hecha con maíz y cacao, que en ocasiones se mezclaba con
flores, chiles o achiote;
también se acostumbraba
elaborar una pasta
parecida a chocolate actual, la
cual se utilizaba para preparar bebidas refrescantes.
De
todas las maravillas que este vasto imperio ofreció el mundo, el cacao fue el
alimento que tuvo
aceptación inmediata, por
lo que los
conquistadores lo incluyeron en
su dieta usándolo como energético para sus largas jornadas en campaña. Con toda
seguridad esta bebida, tan apreciada por los mexicas, estaba muy relacionada
con su carácter guerrero. Cabe mencionar que el cacao posee un alcaloide que
excita el sistema nervioso.
En
el naciente virreinato,
beber chocolate se convierte en
una costumbre extendida, se
experimentarán nuevas mezclas de cacao con vainilla, anís, rosas, hasta lograr
la muy atinada de canela y azúcar del gusto completo de los golosos
novohispanos. En el siglo XVI aún se acostumbraba como bebida fría y ya para el
XVII fue más común que se sirviera caliente.
El
chocolate es sin duda el alimento más controvertido del virreinato y no hay
escrito de esa época donde no se le mencione.
Todas las castas
se alimentaban y deleitaban
con esta bebida, mientras que los indígenas pobres por
primera vez consumieron bebidas de cacao, que anteriormente tenían prohibidas.
Mestizos y criollos no concebían la vida sin el chocolate que los acompañaba a
toda hora del día. Los frailes sólo bebiéndolo calmaban la fatiga mientras que
a las monjas les hacía más ligero su encierro. Hasta el mismo rey de España
solicitaba su tributo de 450 kilos al año para deleitarse él y su corte, con
esta exótica delicia del Nuevo Mundo, cuya marca de transformación de la cultura
culinaria está presente en nuestros días en la repostería y la confitería.
En la
época prehispánica los
alimentos se preparaban
al vapor, hervidos
o asados, en horno de tierra o secados al sol; los españoles aportan el
método de freír, con manteca o aceite por lo que ahora la tortilla se fríen, y
las carnes también. Diez años después de la conquista es muy común encontrar en
los tianguis de la Nueva España alimentos indígenas y europeos que se mezclan,
pero también la población indígena y española son parte de esta mezcla, y de
esta surge un mestizaje que no sólo será de sangre y de raza sino de hábitos y
costumbres.
En
las cocinas de casas y conventos se experimentaron entonces nuevas mezclas con
antiguas recetas indígenas y españolas; un factor determinante en el prodigio
del mestizaje culinario fue que en las casas de criollos y españoles, y en los
conventos, el servicio estaba a cargo de indígenas. El comer tiene un papel
preponderante en toda cultura, pero en la Nueva España llega a ser una
actividad central, no obstante la herencia prehispánica de templanza y
austeridad, comer se convertirá en un vicio social aceptado; los novohispanos
eran golosos y glotones. Los viajeros que visitaron estas tierras atestiguan
que sus pobladores comían casi todo el día. En el siglo XIX esta costumbre
llamó la atención, el pueblo mexicano se hizo un pueblo comelón, los indígenas
conservaron en buena parte la mesura en el comer, además de que su mayoría eran
de muy escasos recursos.
Los
españoles y criollos hacían cinco comidas al día: al amanecer se tomaba
chocolate y pan; a las nueve se almorzaba en forma con un buen caldo, frijoles,
huevos o alguna carne; a las once de la mañana era la hora del
"tentempié", entre la una y las dos se hacía la comida fuerte, que
incluía un caldo sustancioso, varios guisos de carne que pudieron ser de res,
cabrito, ternera, cerdo, guajolote o gallina acompañados de frijoles, y al
final una buena cantidad de frutas y dulces, ya para las cinco de la tarde se
requería merendar un nuevo chocolate con pan, y más tarde culminaba el día con
la cena, en la cual también se incluían algunos guisos.
A
lo largo de esta época se producen nuevos platillos gracias a la creatividad,
el ocio y la pasión por la comida que se desarrolla con el mestizaje, así vemos
nacer la mayoría de los manjares que identificamos como nuestra cocina
nacional, lo que comprende a los "antojitos mexicanos", y subiendo de
tono y categoría llegaremos al manchamanteles, el mole y el corolario del
barroco en la comida nacional a los chiles en nogada.
Mientras
que los indígenas y la gente más pobre, la gente del pueblo, se limitaba a una
alimentación que se reducía al consumo de tortillas, frijoles, chiles y
verduras. Los mestizos poco a poco se hacen de una dieta bastante mezclada; en
los conventos, así como en las casas ricas, las sirvientes indígenas, mestizas
o negras, aportan sus ingredientes y además hacen una muy personal
interpretación de las recetas de sus patronas.
Además de importar alimentos de España, la
colonia los empieza a producir, es el caso de quesos y embutidos que ya con el
toque propio de esta tierra, se asimilan a la dieta diaria virreinal. La
muestra más clara de este mestizaje es la joya del barroco culinario: el mole
poblano. A unos ciento sesenta años del nacimiento de la Nueva España, tiempo
suficiente para que la cocina mexicana, y con ella el resto de nuestra cultura
mestiza, empezarán a mostrar su carácter distintivo; en este período
corresponde al barroco en nuestro país, ese estilo que quedó plasmado en toda manifestación artística y aún en la
vida cotidiana. La sociedad mexicana acoge el barroco y cada uno de sus actos
será exuberante como una columna salomónica.
El
barroco nos llega de Europa y aquí lo hacemos nuestro; en la arquitectura se
traduce en un alarde de estuco blanco, como en la Casa del Alfeñique en Puebla,
que toma su nombre del dulce de alfeñique; un barroco de azulejos y de canteras
multicolores. En la cocina se consolida
la comida mexicana haciendo mole, dulces y bizcochos barrocos.
En esta
misma época, mientras
la sociedad adinerada
disfrutaba una vida fastuosa con cargo a la explotación de
la infinita riqueza de nuestro territorio, una inmensa mayoría vivía en la
miseria, difícilmente podría enfrentar una crisis como la ocurrida en 1691,
cuando una plaga mermó considerablemente la producción agrícola, y propició que
productos básicos como el maíz y el trigo escasearan y se encarecieran. La
inconformidad de indígenas y castas creció hasta que el 6 de mayo de 1692 el
palacio del virrey Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, conde de Galve,
fue incendiado y saqueado; la misma suerte corrió el famoso mercado del Parián,
a manos de la muchedumbre hambrienta. Al día siguiente apareció en palacio una
pinta que decía "Este corral se alquila para gallos de la tierra y
gallinas de Castilla".
El
virrey envió por maíz y trigo a diferentes partes de la Nueva España, y además
prohibió la producción de pulque, para evitar que las clases bajas no bebieran mientras
los ánimos estuvieran tan caldeados. El alcoholismo, tan censurado en la época
prehispánica, desde finales del siglo XVI se convirtió en un hábito entre la
población indígena y fuente de inmensas riquezas en el virreinato; a través de
las haciendas pulqueras se formaron algunos de los capitales más grandes de la
Nueva España. Aunque los frailes condenaban el alcoholismo entre los indígenas,
las autoridades virreinales se hacían de la vista gorda precisamente por las
sustanciosas ganancias que la producción y venta de pulque dejaba a la corona
española.
El
pulque fue la única bebida embriagante prehispánica oficialmente protegida por
la corona. Otras,
como el mezcal,
elaborada con el
corazón del maguey, estuvieron prohibidas para promover
la importación desde España de bebidas como el vino; no obstante en la
prohibición se fabricaron ilegalmente. En el siglo XVIII se creó en Guadalajara
el monopolio del maguey, autorizado por el virrey Carlos Francisco de Croix y de
este modo sólo en Nueva Galicia se reglamentó la producción del mezcal.
Existían unas 60 bebidas embriagantes, entre las más populares estaban el
tepache, el tejuino o tecuín y el tesgüino, al parecer prohibidas por
cuestiones de salud, pero en realidad por intereses económicos que buscaban
proteger el consumo del vino español.
Antes
de la conquista, únicamente se conocían bebidas fermentadas; los peninsulares
trajeron las destiladas. En el siglo XVI se montaron los primeros alambiques y
se popularizó el chinguirito o aguardiente de caña, aunque se prohibió su
producción y comercialización, debido a que su consumo se asemejó al del
pulque. Con la independencia, se inicia una búsqueda de identidad nacional,
identidad que en nuestra comida ya estaba dada. En ese momento se crea el
platillo quizá más elaborado y refinado de la comida mexicana: los chiles en
nogada.
Las
leyendas ubican el nacimiento de este platillo hacia la consumación de
independencia, pues si bien los chiles rellenos ya formaban parte de la cocina mexicana,
los preparados en nogada son el pináculo de un período de consolidación cultural.
La autoría de
este platillo se
les da a
tres señoritas poblanas que
buscaban agasajar a sus novios, tres apuestos militares entregados a la lucha
por la independencia. Estas poblanas se rompieron la cabeza tratando de
elaborar un platillo con los colores de la bandera trigarante, blanco, verde y
rojo, símbolos de los ideales de la campaña libertadora de Iturbide:
catolicismo, independencia y reconciliación de mexicanos y españoles. Otra
leyenda atribuye la invención del platillo a las monjas del convento de Santa
Mónica.
CAPÍTULO
2
ANTECEDENTES
HISTÓRICOS DE LA COMIDA BARROCA EN EL ESTADO DE PUEBLA.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL ARTE
CULINARIO DE LA COMIDA BARROCA DEL
SIGLO XVI AL XVIII.
Para
abordar este tema empezaremos diciendo que el arte culinario de la comida
barroca en el estado de Puebla es el resultado de la fusión de varias culturas
entre las que encontramos a la gran cultura prehispánica y la cultura española, la cual se vio influenciada por
otras como lo son la de los árabes, y por ultimo la cultura de los
esclavos africanos.
Empezaremos
hablando de la cultura prehispánica, ésta fue la cultura que recibió a las
demás, debido a que sus costumbres e idiosincrasia permitieron que se produjera
la adaptación de los diferentes ingredientes en la cocina prehispánica. En
mesoamérica se reverenciaba al fuego como a un dios, debido a que en su
honor se hacían rituales y ceremonias,
aunque también significaba la posibilidad de alimentarse y obtener luz y calor.
Los hogares en Tenochtitlan estaban sobre el piso, de modo que labores como
moler y cocinar se hacían a esa altura. Estaban formados por tres o cuatro
piedras redondas que se acomodaban en círculo o en triángulo, dejando un hueco
en el centro para la lumbre.
Los
utensilios de cocina empleados eran los tecomates, cajetes, cazuelas o caxitl,
cántaros y ollas de barro de diferentes tamaños, comales recubiertos con cal
para evitar que se pegaran las tortillas, metates de roca volcánica, usados
principalmente para triturar granos y los molcajetes del mismo material
empleados para hacer salsas. Se
acostumbraba comer en platos y tecomates. Los líquidos se servían en vasos de
barro, copas, jícaras, tazas e incluso jarras y cántaros de los que aún existen
buenos ejemplos. Con los calabazos se hacían las cucharas para comer. Para
revolver se empleaban manojos de varitas o de hojas de maíz.Los mexicas basaban
su dieta en la pesca, la caza de aves migratorias y la captura de tortugas,
ranas, ajolotes, insectos y otras especies. El lago en donde se asentaron fue
una fuente de
obtención de alimentos
de gran relevancia,
un ejemplo de ello fue el desarrollo del sistema de chinampas que les
proporcionaban las verduras, cereales, etc., que necesitaba la población. El cereal
más importante en la dieta
diaria de los
mexicas era el
maíz, se consumía principalmente
en forma de tortillas, atole y tamales. Las tortillas de consumo diario se
conocían como ueitlaxcalli o tortillas grandes, eran blancas, delgadas y muy
suaves; se servían en un chiquihuite cubierto con una servilleta de algodón de
color blanco, el tlaxcapacholi, menos blanca pero de mejor sabor, y las
tlaceoali tlaxcalli que era hojaldrado. En ciertas ocasiones las tortillas se
vendían untadas con chilmolli y/o rellenas de carne.
La
variedad de tamales era enorme, en la que sus vistosos colores, tanto blancos,
colorados y verdes y sin dejar de lado que los tamaños de los mismos tendían a
ser cuadrados u ovaloides. Su relleno consistía de carne de pescado, de rana,
de guajolote y otros animales y en raras ocasiones con vegetales. Se
complementaban con chiles, frijoles, aguacates, jitomates, tomates,
calabacitas, hojas, flores y una gran cantidad de yerbas silvestres o de
temporada de estación.
Este
tipo de alimentos es de elaboración que en ocasiones tendían a hacerlo en ceremonias
o fiestas religiosas, cabe señalar que el alimento si era para ceremonias se le
entregaba una ofrenda a los sacerdotes.Otro elemento importante era el amaranto
o huautli, que también tenía una función religiosa, pues con él se hacían las
figuras de los dioses o tzoalli. El amaranto proporcionaba a la dieta diaria de
la población proteínas necesarias en
factor a los climas tan drásticos que llegaban a tener en las zonas que
habitaban y con ello nos lleva a entender que dichos alimentos estaban en factor
a la agricultura y a los cambios climáticos.Como el estimado lector puede
comprender el cacao además de ser una semilla y moneda de circulación, para
este tipo de pueblos era de uso para la preparación de bebidas frías,
calientes, refrescantes, estimulantes y un poco amargas, éste tipo de bebida se
obtenía moliendo los granos de cacao y disolviéndolos en agua. En nuestros
tiempos el chocolate o cacao sigue siendo del gusto del globo terráqueo.No se
conoce exactamente como el cacao cruzó por primera vez el Atlántico, pero se
piensa que fue Hernán Cortés quien lo llevó con los instrumentos para su elaboración, en el año 1528, es
decir, la fecha en que regresa a la península. Y por ende, marca una fusión de
la gastronomía prehispánica con la española.Un plato representativo del barroco
mexicano elaborado con el chocolate es el mole, que en el siglo XVIII cambió y
armonizó en un todo homogéneo, lo salado, lo dulce y lo picante. El mole (del
náhuatl chilli molli), salsa o guisado, hecho originalmente de chile y de
huautli (alegría), a la que se le fueron incorporando
ingredientes
de otras culturas.El pulque era otra bebida principal en los rituales de los mexicas que eran bebidas en específico
por la gente de mayor edad, nobles y enfermos. Sin embargo el aguamiel fue
junto con la miel de las frutas, algunos de los endulzantes más usados en esa
época en la que no se conocía el azúcar ni la sacarosa.
Además
de nuestros antecedentes mesoamericanos,
otra de las culturas que influyeron en
el surgimiento de la comida barroca fue la española. Al arribo de éstos al imperio mexica se inicia
una época de cambios de tipo político,
racial, religioso. Al caer la gran Tenochtitlan, el 13 de agosto 1521, el
imperio más extenso de América se convirtió en una colonia española, gracias a
esto España logró consolidarse como máxima potencia europea del siglo XVI. En
este siglo, primero indígenas y
españoles, y luego mestizos, fueron creando una sociedad diferente gracias a la
fusión de dos pueblos, mismos que tenían distintas idiosincrasias.Casi desde el
principio se produjo el mestizaje culinario, un ejemplo de ello son los
españoles que se encontraban en campaña pasando hambres y privaciones que los
obligaban a aceptar y consumir los alimentos de la tierra que les obsequiaban
los indígenas amigos o bien los productos silvestres que encontraban a su paso.
Los
españoles, aparte de los productos traídos de Castilla, poco a poco incluyen en
su dieta diaria los alimentos que le ofrece la tierra recién descubierta, en
muchas ocasiones por
necesidad y otras
porque reconocen la
delicia de los nuevos sabores, ya que es bien sabido que
México ofrece una gran variedad de frutas sin hacer a un lado al jitomate, la
vainilla, el maíz, el cacao, las calabazas, el frijol y hasta el adictivo
sabor de la magnifica variedad de
chiles. Ciertamente son tantos y tan
ricos los productos
de esta tierra,
en particular las
frutas que contribuyeron a dar
una gran gama de sabores y olores a la comida barroca. Incluso se decía que los
frutos novohispanos eran los mismos que los del paraíso perdido.Cuando se
consolida la conquista, se da inicio a la evangelización, la cual transformaría
la vida de los indígenas en el momento de imponérseles una nueva religión, y en
muchos caso nombres castellanos al bautizarlos. Surgió también un modo de
producción diferente y una indumentaria distinta, donde con facilidad se
manifiesta en la apariencia del sincretismo inicial de dos culturas. Los oficios de alfarería y
carpintería después de la conquista se realizan con nuevas técnicas enseñadas
por los frailes; aparecen nuevos instrumentos de labranza y al mismo tiempo
productos alimenticios también novedosos, de los cuales tenemos al cerdo, el
azúcar, gallinas, entre otros.Uno de los primeros cultivos que llegaron a la
Nueva España fue el trigo. Se dice que este cereal llegó de manera fortuita en
una carga de arroz enviada a Hernán Cortés, el conquistador al ver tal
acontecimiento, ordenó a un esclavo negro que los sembrara en sus tierras de Coyoacán. De esta forma se
inicio el cultivo del trigo siendo después un elemento primordial en la comida
barroca en la Nueva España.La industria del pan nace en febrero de 1525, en
donde se dieron las primera mercedes a Rodrigo Paz para instalar un molino de
trigo en Tacubaya, y después se construyó otro en Tlatelolco, trayendo como
consecuencia el ofrecer una de las materias primas más significativas en la
creatividad gastronómica mexicana.El azúcar se convirtió en el principal
endulzaste. Para el indígena, acostumbrado a la miel de maguey, maíz, hormiga y
abeja, el azúcar de caña abrió otras posibilidades, es así como los dulces de
los pueblos mesoamericanos con la introducción del azúcar se convirtieron en
postres mas elaborados, como lo son los
ates y las frutas cristalizadas.Para finales del siglo XVI habían innumerables sembradíos de naranja, limón y toronja, en las zonas
tropicales del país. Se extendió el consumo de nabos, zanahorias, lechugas,
ajos, cebollas, lentejas, arroz, manzana, higos y duraznos. Todos estos
elementos fueron integrados paulatinamente en la cocina mexicana.En cuanto a la
domesticación de animales, como es bien sabido los mexicas sólo domesticaban el
guajolote y el itzcuintli para su
consumo; sin embargo, animales como
patos, venados, pecaríes, tuzas, conejos, iguanas, chichicuilotes y gran número
de aves silvestres eran cazadas o se ponían en cautiverio. Esta gran variedad
de animales silvestres propicio que no se desarrollara la ganadería. Sin
embargo se introdujeron el cerdo, el borrego y la gallina de Castilla, los
cuales fueron muy apreciados por los indígenas. Otro aspecto importante dentro
de este periodo fue la pesca y la recolección de insectos que también
contribuiría a la diversidad y refinamiento de los platillos barrocos.“Las
cocinas novohispanas se enriquecieron, a su vez, con instrumentos de metal,
cobre y
vidrio, como cuchillos
y hachas, que
se sumaron a
los metates, molcajetes, comales,
ollas y cazuelas de barro; de esta forma se dio una de las cocinas más ricas en
utensilios. Se implantó además el brasero andaluz y se separó el fuego de la
tierra, aunque no se ha sustituido del todo el brasero de piedras prehispánico
o tlecuil”.
En cuanto
al maíz no
tuvo muy buena
aceptación entre los
españoles, sin embargo el trigo
se volvió más popular entre los indígenas, aun que la base de la dieta diaria
de la población siguió siendo la tortilla de maíz. En Europa el maíz se incorporó
en algunas regiones de España y Francia, sin embargo se usaba como alimento
para cerdos, gallinas, entre otros.El chocolate en el Viejo Mundo después de
dos siglos fue aceptado completamente. Fueron los religiosos, dentro de los
conventos de frailes y monjas, los que pusieron de moda la bebida del
chocolate, al menos en la Nueva España. Tal vez porque sus reglas les impedían
tomar otras bebidas aún más estimulantes. No obstante, también llegó a
prohibirse beber chocolate dentro de los recintos religiosos.Fueron los
embajadores y religiosos españoles los primeros en difundir el uso del
chocolate en el Viejo Mundo, Francia, Italia, etc., sin embargo, el proceso de
integración es mucho
más complicado. El
Nuevo Mundo aporta
el caco y la
vainilla. El Viejo Mundo le añade la leche y azúcar; el Medio Oriente participa
con almendras. Finalmente, de la india llega la canela.El éxito que tuvo el
mestizaje en la comida fue debido a la curiosidad y la cultura gastronómica de
los pueblos indígenas ya que estos consumían
lo que encontraban a su paso (chapulines, acosiles, etc.) de ahí un
refrán que describe la amplia variedad de alimentos que degustaban los pueblos
prehispánicos: “Todo lo que corre y vuela, a la cazuela.”En la
época prehispánica los
alimentos se preparaban
al vapor, hervidos
o asados, en horno de tierra o secados al sol. Los españoles aportan el
método de freír, con manteca o aceite. Estos elementos españoles permiten dar a
la preparación de cualquier platillo prehispánico un realce y un sabor
delicioso que aumentó sus
características culinarias, un
ejemplo de ello
fue el maíz y
principalmente la tortilla que ahora se puede freír, dando como consecuencia la
elaboración de nuevos platillos.En el siglo XVI
hubo una disminución dramática de la población indígena debido a la
conquista, pero sobre todo, por las epidemias de viruela, sarampión, tifo,
entre otras; esto trajo como consecuencia la introducción de esclavos negros a
la Nueva España. La cultura de los esclavos africanos no solo vendría a
reforzar a los españoles en las
actividades cotidianas sino a enriquecer
las costumbres y sobre todo a la cocina mexica que se cocinaba en las
diferentes cocinas novohispanas.
ANTECEDENTES EN EL ÁMBITO
CULTURAL Y SOCIAL DE LA COMIDA BARROCA EN EL ESTADO DE PUEBLA.
El
estado de Puebla fue considerado una zona privilegiada por su basta gama de
elementos naturales. Por esta razón tuvo un poblamiento sistemático y siempre
creciente. Cuando los españoles entraron a la zona poblana procedentes de
Veracruz, recibieron una buena acogida en varios puntos de la región.En 1531,
un plan detallado determinó la fundación de Puebla de los Ángeles, ciudad
exclusivamente española; esta tierra era rica en agua, verdor, altas
montañas e inmensos
valles. Los conquistadores hicieron
33 casas en los
primeros siete días, terminadas estas se congregó a 9,000 indios de poblados
circunvecinos y se celebró la primera misa.Al término de la conquista, se
inicia en México el proceso de imposición de los modos europeos en la forma de
pensar y de vivir, llevado a cabo en todos los ámbitos por parte de los colonizadores. Proceso que fuera tan
doloroso y largo para que por fin diera origen al sincretismo cultural, social
y religioso, un medio para que se diera dicha transformación fueron las órdenes
religiosas que llegaron al Nuevo Mundo para la evangelización de los pueblos
indígenas.
En
los tiempos virreinales el mestizaje se dio en todos los ámbitos: en el
lenguaje, la arquitectura, la religión y la población. Mestizos, criollos,
españoles, negros, e indios convivían de manera simultánea, sin embargo, donde
se dio principalmente el mestizaje fue en el fogón. Los elementos americanos y
europeos convergían en los platillos barrocos.
En
las casas de las familias acomodadas y en los conventos, las mujeres criollas,
españolas, indígenas y negras aportaron un gran legado gastronómico para dar
como resultado exquisitos platillos barrocos, en donde se fusionaban sabores y olores de ingredientes traídos de
los diversos continentes. Cabe hacer mención que la comida de los españoles era
basta y elaborada, mientras que la de los indígenas era
frugal; sin embargo,
las mujeres españolas
y criollas no se
resistieron a la comida que aquellas mujeres del Nuevo Mundo preparaban y
pronto esos ingredientes fueron adoptados en sus recetas.El papel que tuvo el
buen comer dentro de la cultura de la
Nueva España fue preponderante. Por el contrario la herencia prehispánica fue
de templanza y austeridad; sin embargo, en la época novohispana el comer se
convertiría en un vicio social aceptado. Los novohispanos eran golosos y
glotones, las señoras mexicanas a cierta edad eran obesas y tenían los dientes
picados; los viajeros que visitaron estas tierras atestiguaban que muchos de
los pobladores comían casi todo el día. Si bien el pueblo mexicano se hizo un
pueblo comelón, los indígenas conservaron en buena parte la mesura en el comer,
dando como consecuencia una buena estampa
y una dentadura
blanquísima. Además, esto
se debió principalmente a que la
mayoría de la población indígena era de muy escasos recursos y por ende no
podían consumir los alimentos que los españoles y criollos degustaban.Se hacían
cinco comidas al día por parte de los españoles y criollos: “al amanecer se
tomaba chocolate y pan; a las nueve se almorzaba en forma con un buen caldo,
frijoles, huevos o alguna carne; las once de la mañana era la hora del
tentempié; entre la una y las dos se hacía la comida fuerte, que incluía un
caldo sustancioso, varios guisos de
carne que podían ser de res, cabrito, ternera, cerdo, guajolote o gallina
acompañados de frijoles, y al final una buena cantidad de frutas y dulces; ya
para las cinco de la tarde se requería merendar un buen chocolate con pan, y
más tarde culminaba el día con la cena, en la cual también se incluían algunos
guisos”. “En cuanto a la clase media la
comida sé servia alrededor de las 12. El menú se componía de caldos con gotas
de limón, sopa de tortilla, de arroz o de alguna pasta de harina, puchero bien
provisto con chayotes, elotes y plátanos o peras cocidas, carne asada, alguna
legumbre y frijoles. Hacia las tres o cuatro de la tarde no podía faltar el
chocolate, éste se consumía después de la siesta”.“Las clases populares gozaban
de platillos como los frijoles refritos con chicharrón, las rajas de chile
verde, sopa de arroz, tortilla o pasta y gran variedad de tacos. En cuanto al
consumo de pan de trigo era consumidos en menor cantidad que las tortillas de
maíz, sin embargo se sabe que la consumían en forma de pambazos y semitas
poblanas”.Para quienes no podían comer en familia, había muchas fondas de
ambiente popular y ruidoso, puestos callejeros,
e incluso los comedores de colegios y conventos, que aceptaban gustosos
a los comensales. Por la tarde podían asistir a alguna nevería y caminar el
zócalo de la ciudad el cual, era el punto principal en donde convergían las
diferentes clases de la novohispana.
Los nuevos
platillos se elaboraron
a lo largo
de esta época,
estos surgieron gracias a la
creatividad, el ocio y la pasión por la comida que se desarrolla en el
mestizaje; así vemos nacer la mayoría de los manjares que identificamos como nuestra cocina nacional tan rica y basta
en colores, olores, sabores, texturas de los diversos ingredientes que abundan
en nuestras ricas y fructíferas tierras.Los primeros evangelizadores que
llegaron a la Nueva España, y precisamente al estado de Puebla, fueron los
franciscanos, y las monjas más famosas las de Santa Clara. A estas dos órdenes
debemos la creación de delicias barrocas, tanto en arquitectura como
en gastronomía, siendo
esta una de
las gastronomías mexicanas
reconocidas mundialmente por su autenticidad.“A la vez que avanzaba el
mestizaje en todos los ámbitos de la vida cotidiana, la configuración
política de Puebla se transformó. De
ser la mayor provincia del reino en el siglo XVI, con un territorio que llegaba
al golfo de México y al océano Pacífico, pasó a convertirse en intendencia a
fines del siglo XVIII, de dimensiones más reducidas pero con una organización
perfectamente cohesionada”.La ciudad de Puebla está situada en un punto
estratégico entre Veracruz y la ciudad de México, por lo cual fue un elemento
primordial para el desarrollo del estado de Puebla, dando como consecuencia el
surgimiento de la segunda urbe de la Nueva España. La principal actividad que
se desarrolló fue el comercio, puesto que recibían y enviaban mercancía tanto
del puerto de Acapulco (a través de la Nao de China) como de Veracruz. Gracias
a esta actividad surgen clases muy
ricas y acomodadas,
mientras, por el
contrario existía una
clases más pobres.Mientras la
sociedad adinerada disfrutaba de una vida con excesos debido a la explotación
de la infinita riqueza de nuestro territorio, la mayoría de la población vivía
en la miseria, y difícilmente podía enfrentar una crisis como la ocurrida en
1691, cuando una
plaga dañó considerablemente la
producción agrícola, y propició que muchos productos básicos como
el maíz y el trigo escasearan y se encarecieran. La conformidad entre la clase
indígena y las castas creció hasta que el 6 de mayo de 1692 el palacio del
virrey Gaspar de la Cerda Sandoval fue incendiado y saqueado.En la rutina
diaria la actividad matutina más importante era la visita a uno de los mercados
de la ciudad, en compañía de algún mozo, sirvienta o cargador. Limpiar, cocer y
aderezar los platillos eran actividades que exigían mucho tiempo. “Estas
labores se complicaban cuando habían invitados, ya que se preparaban ocho o
diez diferente platos para agasajarlos, aunque se contaba con todo un ejército
de sirvientes”. El virrey pidió a las diferentes partes de la Nueva España un
envío de maíz y trigo, además prohibió que se produjera pulque, para evitar que
las clases de escasos recursos lo bebieran mientras los ánimos estuvieran
tensos. El alcoholismo, desde finales del siglo XVI se convirtió en un hábito
dentro de la población indígena, siendo contradictorio debido a que en la época
prehispánica era muy censurado. Aunque los frailes condenaban el alcoholismo
entre los indígenas las autoridades virreinales no hacían nada para evitarlo,
esto se debía principalmente a que la producción y la venta del pulque dejaba a
los españoles sustanciosas ganancias.Pese a todo, los tumultos y conatos de rebelión de indígenas y negros
eran frecuentes en las haciendas, esto era resultado de las subsecuentes
represiones por parte de los españoles y criollos. Tanto los indígenas como los
negros eran constantemente marginados y explotados de forma inhumana ya que
eran vistos como bestias de carga que en muchos de los casos terminaban
enfermos y en otras ocasiones muertos.Sin embargo, indígenas y criollos
compartían el placer por la cocina barroca. En los espacios de la cocina la
sapiencia de indias y españolas (entre estas las andaluzas, con su influencia
árabe) y de las mujeres africanas. Las hijas de los primeros esclavos
encontraron en las cocinas un lugar significativo del que se apropiaron, y en
donde las mujeres negras adquirieron cierta importancia social no solo gracias
a la cocina sino por su dinamismo y creatividad dentro de ella.Los frailes de
diversas órdenes religiosas competían por su parte en la audacia, creatividad y
sabor culinarias; sin embargo, por más que sus esfuerzos fueran grandes jamás
igualaron o superaron a las delicias preparadas por las manos hábiles y creativas de las monjas enclaustradas en
los conventos, ya que estas siempre demostraron ser más delicadas y dedicadas
que aquellos frailes.
Los
espacios conventuales se dedicaron a actividades encaminadas a la
satisfacción cotidiana, de
esa manera, se
vio al alimento
como un sistema espiritual que servía aún más que
para alimentar. Las variadas prácticas alimenticias se recrearon en lugares
diseñados ex profeso, con la intención de que ahí también se desarrollaran
pautas de comportamiento dirigidas a la perfección, objeto de toda su
existencia.En cada monasterio los alimentos se transformaban, y la comida
adquiría un sentido particular hasta antes de ser consumida. Las viandas e
ingredientes que entraban por la puerta de la cocina eran transformados en
verdaderos manjares donde se adquirían texturas y olores nuevos. Finalmente se
consumían en el refectorio, donde cobraban el carisma que cada orden religiosa
les imprimía, y el modo de ingerirlos era un verdadero ritual.Los frailes eran
los encargados de distribuir y diseñar los espacios destinados a la elaboración
de alimentos, así como también eran los encargados de preparar los alimentos
para la comunidad y de cultivar, en
huertos propios, frutos y legumbres con los que lograban abastecerse. Sin
embargo, en un buen número de conventos los frailes descargaron muchas de estas
tareas en los indígenas, quienes se veían forzados a proporcionar mano de obra
gratuita a cambio de la instrucción religiosa que los monjes les impartían.En
los conventos las religiosas decidían su
alimentación y ordenaban a sus sirvientas que la preparación la sirvieran en la
pequeña cocina de la celda. Esta situación duró hasta el siglo XVIII, cuando se
decretó por orden real que en todos ellos se estableciera la vida en común,
muchos monasterios se negaron a tal orden debido a que dichas constituciones no
las obligaban a comer de la misma olla. Sin embargo, tuvieron que acatar la
disposición expedida; los cambios se hicieron notar de inmediato debido que las cocinas tuvieron que aprovisionarse para
albergar al número de monjas que tenía el convento.
ORIGEN DE
LOS INGREDIENTES MÁS
REPRESENTATIVOS EN LA ELABORACIÓN DE LA COMIDA BARROCA EN EL
ESTADO DE PUEBLA.
En el
presente apartado se
aborda el tema
de los ingredientes más representativos para la elaboración de
la comida barroca en el estado de Puebla de una forma generalizada ya que son
un sin fin de ingredientes, para lo cual sólo
se
mencionan los de mayor uso e importancia dentro de tan deliciosa y suculenta
cocina, la cual encierra misterio, encanto y magia debido a la mezcla de
diferentes especias, frutos, hierbas, etc., traídos de diversos lugares del
mundo, así como también aquellos que fueron de origen prehispánico.
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