Carta De Karl Marx a Abraham Lincoln , Presidente de los Estados Unidos de América.
KARL MARX
Muy señor mío:
Saludamos al pueblo
americano con motivo de la reelección de Ud. por una gran mayoría. Si bien la
consigna moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío
de los esclavistas, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muera
el esclavismo! Desde el comienzo de la titánica batalla en América, los obreros
de Europa han sentido instintivamente
que los destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada. ¿Acaso la
lucha por los territorios que dio comienzo a esta dura epopeya no debía decidir
si el suelo virgen de los infinitos espacios sería ofrecido al trabajo del
colono o deshonrado por el paso del capataz de esclavos?.
Cuando la
oligarquía de 300.000 esclavistas se abrevió por vez primera en los anales del
mundo a escribir la palabra «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando en los mismos lugares
en que había nacido por primera vez, hace cerca de cien años, la idea de una
gran República Democrática, en que había sido proclamada la primera Declaración
de los Derechos del Hombre y se había dado el primer impulso a la revolución
europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos lugares, la contrarrevolución
se vanagloriaba con invariable
perseverancia de haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos
de la creación de la constitución
precedente», declarando que «la esclavitud era una institución caritativa, la
única solución, en realidad, del gran problema de las relaciones entre el
capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho de propiedad sobre
el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase trabajadora de Europa
comprendió de golpe, ya antes de que la intercesión fanática de las clases
superiores en favor de los aristócratas confederados le sirviese de siniestra
advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría como rebato para la
cruzada general de la propiedad contra el trabajo y que los destinos de los
trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus conquistas pasadas se
ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro lado del Atlántico.
Por eso la clase obrera soportó por doquier pacientemente las privaciones a que
le había condenado la crisis del algodón, se opuso con entusiasmo a la
intervención en favor del esclavismo que reclamaban enérgicamente los
potentados, y en la mayoría de los países de Europa derramó su parte de sangre
por la causa justa.
Mientras los
trabajadores, la auténtica fuerza política del Norte, permitían a la esclavitud
denigrar su propia república, mientras ante el negro, al que compraban y
vendían, sin preguntar su asenso, se pavoneaban del alto privilegio que tenía
el obrero blanco de poder venderse a sí mismo y de elegirse el amo, no estaban
en condiciones de lograr la verdadera libertad del trabajo ni de prestar apoyo
a sus hermanos europeos en la lucha por la emancipación; pero ese obstáculo en
el camino del progreso ha sido barrido por la marea sangrienta de la guerra
civil.
Los obreros de
Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la
Independencia en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de
la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de la
dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en
que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión
de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la liberación
de una raza esclavizada y la transformación del régimen social.
Escrito por C. Marx entre el 22
y el 29 de noviembre de 1864.
Publicado en "The Bee-Hive. Newspaper", núm. 169, del 7 de enero de 1865.
Publicado en "The Bee-Hive. Newspaper", núm. 169, del 7 de enero de 1865.
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