Anna Parisi, “Los números: esos antiquísimos enigmas” en Números mágicos y estrellas fugaces: los primeros pasos de la ciencia. México, SEP-Oniro, 2006.



¿Quién fue el primer hombre que empezó a contar? ¡A saber! Probablemente uno que quería jactarse explicando a los demás a cuántos leones se había enfrentado o una mamá que estaba ya harta de responder “No lo sé” cuando alguien le preguntaba “¿Cuántos hijos tiene señora?”, o tal vez un niño que intentaba reivindicar, pugnando con su hermano, la propiedad de aquellos preciosos guijarros que había encontrado.
Cualquiera que sea la historia, sabemos con certeza que esto se produjo hace varios milenios.
Numeración en base 10                     
La numeración en base 10 es una de las más difundidas entre las culturas antiguas y modernas de todo el mundo, y el motivo es muy simple: nuestras manos tienen diez dedos, y por lo tanto, nada más fácil para contar que usarlos. ¡Supongo que estarás de acuerdo!
El bravo Afet, pastor egipcio, tenía un pequeño rebaño de veintitrés ovejas, y perder una sola de ellas le supondría un grave perjuicio.
De ahí que cada tarde, antes de conducirlas de nuevo al redil, las contaba para estar seguro de que estaban todas.
Para contar 23 ovejas, agotaba los dedos de las manos una primera vez, luego una segunda vez, y por último usaba 3 dedos.
Bastaba recordar que había utilizado 2 veces todos los dedos (2 decenas) y luego había usado otros 3 (3 unidades). En total, 23. ¡Así de fácil!
De haber tenido 6 dedos (dos manos con tres dedos en cada una) y el mismo número de ovejas, habría agotado los dedos de las dos manos una primera vez, una segunda vez y una tercera, y aún le quedarían 5 dedos para completar la cuenta.
En cualquier caso, cada cual puede contar como más lo prefiera; basta conocer el resultado, es decir, basta concretar en qué base se cuenta.
Los egipcios contaban como nosotros, en base 10, pero su escritura era muy diferente de la nuestra.
Un problema de todos los siglos
Saber representar números muy grandes era útil en general para contar cuántos hombres habían desplegado en batalla, ¡pero no cuando, por ejemplo, tenían que repartirse una pieza de pan! Los problemas, y no sólo los matemáticos, se planteaban cuando había pocas cosas qué contar, como en el caso de tener que repartir una sola pieza de pan entre muchas personas (¡desde luego, los generales no estaban dispuestos a renunciar a su porción!).
Anna Parisi, “Los números: esos antiquísimos enigmas” en Números mágicos y estrellas fugaces: los primeros pasos de la
ciencia. México, SEP-Oniro, 2006.

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