Sergio Lairla, La carta de la Señora González. México, SEP
La señora González casi no había dormido; había pasado media noche
pensando en lo que tenía que decir al señor Lairla. Luego, cuando por fin
consiguió dormir, pasó la otra mitad de la noche soñando con el señor Lairla y
el olor a cerezas que dejaba el tabaco de su pipa.
Nada más levantarse, antes de ponerse a desayunar, comenzó a escribir
una carta para el señor Lairla. Lo cierto es que comenzó muchas cartas que
acabaron en la papelera hasta que, por fin, consiguió terminar una que le
pareció perfecta. “Hay que poner mucho cuidado en los detalles”, se decía
mientras pasaba la lengua por la goma del sobre.
La señora González habría podido dar la carta a su vecina, que
trabajaba justo al lado de la oficina de correos, para que se la mandara; pero
nunca se sabe cuándo pueden torcerse las cosas, así que ella misma se acercó
hasta el buzón mientras decía “Cuando se pone cuidado en hacer las cosas bien,
nada puede salir mal”.
El saco del correo tragaba todas las cartas con gran apetito, pues
nunca lo dejaban saciarse: antes de que pudiera estar lleno, acudían
puntualmente a vaciarle la panza. Aquella mañana, cuando llegó para llevarse su
carga, el cartero sintió un olor diferente al del papel y la goma de los
sellos. Movido por la curiosidad comenzó a pasar la nariz por todas las cartas,
hasta que encontró una que parecía oler... como a cerezas.
Aquel aroma se metió en su nariz y comenzó a llenar de canciones su
imaginación; así que, en lugar de colocar las cartas por orden como hacía todos
los días, decidió entregarla la primera y tomó su bicicleta dispuesto a gozar
de aquel paseo.
El camino era de bajada y el cartero, tan contento como estaba, comenzó
a pedalear cada vez más rápido. Tan rápido bajaba que, con una mano en el
manillar y la otra sujetándose la gorra, no le dio tiempo de frenar y chocó
contra un cartel que decía: “Peligro: camino cortado”.
El cartero, con la carta dentro de su maleta de cuero, salió disparado
y cayó dentro
de una zanja. Aquella zanja era tan profunda y oscura como el bostezo
de un enorme pez.
Pobre señora González; parece que su carta no va a llegar. ¿Qué se
imaginan ustedes que sucederá? Hay que buscar el libro para averiguarlo.
Sergio Lairla, La carta de la Señora González. México, SEP-FCE, 2006.
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