José Manuel Villalpando, Diario de Clara Eugenia. México, SEP-Planeta, 2002. 



12.          Diario de Clara
Miércoles 1o de junio de 1864
Hoy por la mañana, cuando terminábamos de almorzar, mi papá me dio un regalo. Venía perfectamente bien envuelto y tuvo que abrirlo con mucho cuidado. ¡Era este diario!
Mi mamá le preguntó molesta, para qué me lo daba y mi papá contestó que todas las señoritas en México tenían ya uno como éste: “Es para que apunte sus impresiones y recuerdos, lo que suceda en su vida.”
Mi mamá, enojada, repuso que yo era apenas una niña y que no tenía nada que escribir a escondidas. Esto me sorprendió y al ver mi cara de asombro, mi papá me explicó que los diarios son absolutamente privados, que nadie puede ni debe leerlos, pues se trata de una posesión íntima, exclusiva para los ojos de su dueña, que es la única que tiene derecho a abrirlo. Confieso que esto me encantó. Por primera vez en mi vida tendré algo que es solamente mío. Mi papá me prometió que nadie podría abrir y menos leer este diario, pues “es como si fuera tu más cercana amiga, la de más confianza, a la que puedes decirle todo lo que piensas y todo lo que sientes, con la gran ventaja de que es una persona muda, que no habla ni irá de chismosa sobre lo que escribas”.
Mi mamá, mientras tanto, hacía muecas y gestos; se notó claramente que no le gustó nada el regalo que me hizo mi papá.
Luego él se fue a la notaría a trabajar y yo subí corriendo a mi cuarto a examinar con detalle mi nuevo diario. Es muy bonito; tiene su cerradura y una llavecita para que yo sea la única que pueda abrirlo. Las tapas son duras y en ellas mi papá mandó grabar mi nombre, pues dice con letra muy elegante: Clara Eugenia Reza y Pliego. Las hojas son de papel muy fino pero al verlas sentí un poco de miedo. Las hojas en blanco me aterrorizan. ¿Seré capaz de escribir algo? A lo mejor nunca sucede nada digno de ser recordado, pues ¿qué le puede pasar de emocionante a una niña como yo que apenas voy a cumplir los quince años? El diario está impreso en Austria. Parece que en México está de moda todo lo austríaco; se venden silla y mesas austríacas, bueno, hasta un emperador austríaco tenemos ya, como el que acaba de desembarcar en Veracruz.
¿Quién era ese emperador austríaco? ¡Muy bien!, Maximiliano.
José Manuel Villalpando, Diario de Clara Eugenia. México, SEP-Planeta, 2002. 

Comentarios

Entradas populares