Juan de Dios Peza, “Aquí no se sientan los indios”
Aquí no se sientan los indios
El Hospital de Terceros de San Francisco que fue derribado hace tiempo,
levantándose en su lugar el hermoso edificio de Correos, era amplio y sólido, y
allí estuvo por muchos años la Escuela Nacional de Comercio y Administración.
En uno de sus ángulos se hallaba la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística. En el salón principal y en derredor de una mesa de caoba, se
sentaba el maestro Ignacio Manuel Altamirano con alguno de sus discípulos, y
entre ellos Justo Sierra y yo, a redactar el periódico La Tribuna.
Altamirano era indio puro; y con el orgullo de su raza, refería las
amarguras de su infancia, cuando en su pueblo asistía descalzo a la escuela, en
que se sentaban de un lado los niños de razón, blancos e hijos de hacendados, y
del otro los indígenas, muy pobres.
Cierta noche, después de que Altamirano nos había encantado con su
conversación, entró un caballero, indio también, elegantemente vestido,
llevando en una mano el sombrero de copa y en la otra un bastón con puño de
oro.
-¿No ha venido el señor Payno? -preguntó.
-No, señor -le respondí-. Puede usted esperarlo.
-Muy bien -contestó el caballero, e iba a sentarse en uno de los
sillones, cuando Altamirano le dijo:
-Vaya usted a esperarlo en el corredor, porque en estos sillones no se
sientan los indios.
El caballero, muy cortado, se salió sin decir palabra.
-¡Maestro! -exclamó Justo Sierra-. ¿Qué ha hecho usted?
-Voy a explicarlo: Era yo un niño pobre, descalzo, que hablaba el
mexicano mejor que el español, y cuando en la escuela de mi pueblo me aprendí
cuanto aquel maestro me enseñaba, éste me tomó de la mano, me llevó con mi
padre y le dijo: “Ya no tengo nada que enseñar a este muchacho; llévelo usted
con esta carta al director del Instituto de Literatura de Toluca, para que allí
lo ponga en condiciones de hacer carrera”.
“A la mañana siguiente, mi padre se echó un huacal a la espalda, con
tortillas y queso, me tomó de la mano y salió conmigo de Tixtla, para caminar
hasta Toluca. Dormíamos a campo raso y bebíamos agua en los arroyos que
encontrábamos. Excuso decir que llegamos rendidos.”
“Para no perder tiempo, mi padre se fue conmigo al Instituto y buscamos
al rector, o al vicerrector. Ni uno ni otro estaban, y mi padre, llevándome de
la mano, se encontró con este caballero que acaba de entrar y que estaba
empleado en la secretaría.”
“-No están -le dijo con tono agrio-; pero puedes esperarlos.”
“Mi padre, en el colmo de la fatiga, se sentó en una silla, y yo, a sus
pies, en la alfombra”. Cuando este caballero nos vio, miró con profundo
desprecio a mi padre y le dijo:
“-Vete al corredor, porque aquí no se sientan los indios.
“Hoy, no hago más que pagar con la misma moneda, al que duramente trató
al autor de mis días.”
Juan de Dios Peza, “Aquí no se sientan los indios” en Felipe Sánchez
Murguía (comp.), Cuentos Antología.
México, Porrúa, 1972.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna mierda de país racista, que por desgracia lo sigue siendo. Lo más descorazonador es que se encona esa rabia con los indios que son los dueños de estas tierras mexicanas. Nosotros, los mestizos (de nada sirve que me excluya aunque he cuidado de no discriminar a ningún indio), somos los tristes herederos de esos prejuicios que la sociedad criolla y peninsular engendró --como el huevo de la serpiente-- durante el periodo colonial.
ResponderEliminarLos prejuicios que nos heredo la sociedad criolla tienen su base en el colonialismo religioso que hasta el dia de hoy sigue vigente.
ResponderEliminarMe la pela todos y coman vrga, ojalá se mueran
ResponderEliminarEso es amigo, demuestra quien manda me comen la puta verga idiotas de mierda ojala el mundo explote y nos mueramos alv
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminaresta lectura tiene racismo hacia la cultura mexicana no es posible que los hacendados nos quitaran nuestras tierras y ellos se aprovecharan de nosotros y además se burlen.
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