De cómo le crecieron las orejas al conejo.Cuentos y narraciones indígenas
De cómo le crecieron las orejas al conejo
El conejo era pequeño, y cuando se paraba delante del sol, su sombra
era muy chica. Pensó ir a donde vivía el Gran Dios y pedirle que lo hiciera más
grande.
Comenzó a ir, ir, ir, hasta que llegó a donde era su casa. Tocó. El
ayudante del Gran Dios le abrió.
-¿Qué quieres, Juan Conejo?
-Quiero hablar con el Gran Dios; voy a pedirle que me haga más grande,
no me gusta estar así de chico.
-Espérate, voy a avisarle.
Y le contó.
-Ayudante -dijo el Gran Dios-, si lo hacemos más grande, quién sabe qué
fin tendrá. Si así de chiquito es tan travieso y llegó hasta acá, imagínatelo
grande. Pero vamos a darle gusto: le pondremos una condición difícil. Si la
cumple, lo agrandaremos; si no la cumple, así lo dejamos. Pasaron a Juan y le
dijeron la condición:
-Tienes que traer noventa pieles de mono para mañana. Si las traes, te
agrandamos; si no, pues no se va a poder.
-Bueno, voy por ellas.
Juan cogió su camino. No sabía todavía qué hacer. Llegó a una casa
vieja y vio tirado un costal.
-Eso me va a servir -pensó.
Lo cogió y siguió caminando. Al rato se encontró una lata vieja.
También la metió a su costal y siguió caminando. Al rato llegó a un platanar,
había plátanos maduros. Comenzó a
cortarlos y a meterlos en el costal.
Siguió caminando y llegó al monte. Comenzó a tocar en su lata: traca,
traca, traca, ta.
Como los monos son muy curiosos, comenzaron a asomarse, a ver qué cosa
era lo que sonaba.
Juan Conejo seguía con su lata: traca, traca, traca, traca, ta.
Y los monos se
acercaron más.
-Vengan, miren, miren, les traje unos plátanos para que coman.
Los changos se acercaron a comer.
-Traje bastantes, no se los van a terminar ustedes solitos, vayan a
invitar a otros compañeros para que coman todos.
Los monos se fueron a traer más monos. Regresaron haciendo mucho ruido.
Cuando ya se estaban terminando de comer los plátanos, el conejo gritó:
-Ahí vienen otros changos; métanse en el costal, escóndanse para que
les toquen más plátanos.
Los monitos se metieron al costal y ya dentro los apaleó y les quitó la
piel. Y siguió hasta juntar las noventa pieles que le habían pedido para
hacerlo más grande. No bien las tuvo listas, se fue a la casa del Gran Dios.
-Aquí está lo que me pidieron.
-Está bien. Ayudante, agárrale las orejas y yo le agarraré la cola.
Y lo jalaron. La cola
se le trozó y las orejas se le alargaron. Al soltarlo, el conejo se paró
delante del sol y vio que su sombra era más larga.
-Así estoy bien Gran Dios, ya no estoy tan chiquito como estaba antes.
Y así fue como le
crecieron las orejas al conejo.
“De cómo le crecieron las orejas al conejo” en Elisa Ramírez (comp.),
Tres enamorados miedosos. Cuentos y narraciones
indígenas. México, SEP, 1990.
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