La planta Paulino Gianni Rodari, Cuentos Largos como una sonrisa. Barcelona, La Galera, 2000.

205. La planta Paulino
El campesino Pietro quedó maravillado cuando le nació un niño con cabellos verdes. Pietro había visto gente con el cabello negro, rubio o rojo. Incluso había oído hablar de cierta hada de cabello turquesa, pero nunca había visto cabellos verdes. Las mujeres que iban a ver al niño decían:
-Parece que tiene una ensalada en la cabeza.
El niño fue bautizado. Se llamó Paulino por deseo de su padre. Paulino Ensalada lo llamaron las mujeres. Mandaron llamar a los doctores para que vieran aquellos cabellos. Dijeron que no era nada. Cuando el niño tenía dos años fue con su abuela al prado para pastorear una cabrita. Y ocurrió que, de repente, la cabrita se le acercó y, ante los ojos del abuelo, se zampó todo el cabello en un abrir y cerrar de ojos, dejándole la cabeza pelada.
Así se supo que los cabellos de Paulino no eran tales cabellos, sino hierba, una hermosa hierbecita fresca y blanda que crecía muy deprisa.
-Podrías mantener a una cabra incluso en medio del mar -rió el padre de Paulino.
En primavera, entre la verde hierbecita apareció una hermoso margarita. La gente acudía desde muy lejos para ver al niño al que le crecían margaritas en la cabeza.
Paulino ya era un jovencito y una vez cometió una mala acción. Inmediatamente, en lugar de la hierbecita, le apuntó en la cabeza en mechón de cardos tupidos y espinosos.
Paulino sentía mucha vergüenza de ir por el mundo con aquellos hierbajos que le caían sobre los ojos. Por eso procuró no volver a cometer nunca malas acciones.
Con el paso del tiempo comenzó a crecer una plantita en medio de la hierba. Se dieron cuenta de que era una encina y que, a medida que Paulino envejecía, se iba haciendo cada vez más robusta. A los cincuenta años ya era una hermosa encinita. Paulino no necesitaba un árbol para estar a la sombra en verano. Le bastaba con el que le crecía en la cabeza.
Cuando Paulino cumplió ochenta años, la encina se había hecho tan grande que los pájaros anidaban en ella, los niños trepaban sus ramas, los mendigos que entraban en el patio, para pedir un huevo o un poco de agua reposaban un rato a la sombra de Paulino y no acababan nunca de alabarlo por su bondad. Cuando murió, Paulino fue sepultado de pie, de modo que la planta pudiese continuar viviendo y creciendo al aire libre. Ahora es una encina viejísima y

frondosa a la que llaman la “planta Paulino”. A su alrededor pusieron un banco pintado de verde y allí se sientan las mujeres a tejer, los campesino a comer y a fumar.
Los viejos permanecen allí sentados hasta que oscurece y se ven las brasitas de sus pipas.
Antes de irse a dormir, saludan a su amigo Paulino:
-Buenas noches, Paulino. La verdad es que eres un buen muchacho.
Gianni Rodari, Cuentos Largos como una sonrisa. Barcelona, La Galera, 2000.

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