La vida en los palacios novohispanos




La ciudad de México es conocida como la “Ciudad de los Palacios”. Este sobrenombre está bien justificado, basta con un breve paseo por el Centro Histórico, o por los centros de otras ciudades coloniales, para encontrarnos frente a edificios de gran tamaño, con aspecto novohispano que, en efecto, son palacios.
Los palacios o casas señoriales, como también se les llama, son edificios grandes y lujosos construidos para ser habitados por personajes nobles o de estrato social alto; una parte de los palacios de la ciudad ahora son museos, oficinas gubernamentales o bancarias, pero aún pueden visitarse.
Tras un breve recorrido por el interior de estas construcciones surgen algunas interrogantes: ¿qué uso tenían las numerosas habitaciones? ¿Cómo una sola familia podía llenar todos esos espacios? Y, más aún, ¿cómo era la vida cotidiana de sus habitantes? ¿Cómo eran las casas señoriales?
Las casas señoriales se construyeron durante la Colonia. Estaban basadas en una misma idea; aunque había variantes en la edificación, resultado de los deseos de sus dueños o de los arquitectos. Las casas del siglo XVI sólo tenían dos plantas por recelo a los temblores y a la fragilidad del suelo. No hay que olvidar que la ciudad se encuentra sobre el lecho de un lago.
El número de personas que las habitaba era grande, porque no solo incluía a la familia del dueño, sino también a los ahijados, entenanados (hijastros, o dependientes económicos del dueño), y sirvientes. Estos últimos eran indígenas y negros, entre ellos estaba la cocinera, la recamarera, la nodriza, la lavandera, así como lacayos, mozos, cocheros, recaderos y pajes.
Todas estas construcciones contaban en su planta baja con un zaguán, dos patios y diversos cuartos, mientras que la planta alta estaba destinada a los aposentos de la familia. 
El zaguán era un espacio entre la puerta principal de la casa y el primer piso. Generalmente, se podía transitar de un área a otra sin obstáculo alguno; pero algunas veces se colocaba una puerta entre ambos espacios, con la finalidad de impedir la entrada al patio a personas no deseadas.
Algunas casas señoriales Un ejemplo de casa señorial del siglo XVI, que aún podemos admirar en el número 4 de la calle Moneda, es el antiguo Palacio del Arzobispado -hoy Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, SHCP-, el cual data de 1530. Antes de ser la majestuosa vivienda de fray Juan de Zumárraga, el primer arzobispo de México, era no una, sino dos viviendas que pertenecían a los conquistadores don Andrés Núñez y Martín López, quienes a su vez, habían edificado sus construcciones sobre el templo de Tezcatlipoca, deidad azteca conocida como “Espejo humeante”, señor y protector de los guerreros. Otra joya histórica es el Museo de la Ciudad de México -ubicado en el número 30 de la avenida Pino Suárez-, construido en 1536, en un lote originalmente Hernán cortés le regaló a su primo Juan Gutiérrez Altamirano.
Otra residencia, considerada obra maestra de la arquitectura novohispana, pero que data del siglo XVIII, es el Palacio de Iturbide que hoy se encuentra en la avenida Madero. Al consumarse la independencia fue ocupada por Agustín de Iturbide -de allí el nombre del edificio-, quien estaba a la cabeza del victorioso Ejército Trigarante. El 18 de mayo de 1822, Iturbide salió al balcón para escuchar cómo el pueblo lo proclamaba emperador, aunque poco le duró el gustó, ya que tuvo que abdicar en 1823 y exiliarse en Europa.
Araceli Cortez Ocampo, “La vida en los palacios novohispanos” en El libro de todo como en botica I. México, Lectorum,
2009 [col. Algarabía]

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