Gary L. Blackwood, “Bajo un cielo extraño” en Al otro lado de la puerta. México, SEP-FCE, 1997.



3.            Bajo un cielo extraño

¿Cómo se sentirían si un día, en un lugar que conocen bien, al pasar por una puerta entraran a un sitio donde nunca han estado? Pues un día, eso fue lo que le pasó a Scott. Escuchen.
En el momento en que Scott abrió la puerta, sintió que no entraba a una sala de estudio sino a algo mucho más amplio. Sintió una brisa fresca. Esto era tan grato que avanzó sin pensar, y la puerta se cerró de golpe tras él. Sobresaltado, buscó a tientas el apagador. No había ninguno. De hecho, no había pared, ni puerta.
Parpadeando, Scott dio una vuelta completa. Estaba, según todas las apariencias, en una pradera, en la oscuridad. En el cielo colgaba una media luna. Por costumbre, trató de
encontrar a Orión entre las estrellas, pero no pudo. Tampoco había rastro de Casiopea, ni de las Osas. Desconcertado, incluso un poco alarmado, dio otra vuelta.
Sacudió la cabeza, aturdido. Tenía que haber alguna explicación. Tal vez había sufrido una laguna mental entre el instante en que entró a la sala y este momento. Pero eso no explicaba lo de las estrellas. El único modo de que fueran diferentes era si, de alguna forma, hubiera ido a parar al hemisferio sur. Algo muy improbable. Traía puesta la misma ropa, y seguía cargando su mochila.
Miró su reloj. Marcaba las 4:47; había llegado a la biblioteca cerca de las 4:30. Presionó el botón de la fecha: mayo 3. La misma fecha. Tenía que haber alguna explicación.
Entonces, vio la luz. Un resplandor, a cientos de metros, a la altura de un bosquecillo. Bueno, donde había una luz, por fuerza había gente, y ellos le podrían decir dónde estaba. Scott se dirigió hacia allá.
La fuente de luz resultó ser una cabaña construida con lo que parecía, en la oscuridad, adobe y ramas. Acercándose a la puerta, un tosco marco hecho de leños partidos a la mitad, tocó unas cuantas veces, raspándose los nudillos con la corteza todavía adherida a la madera.
No hubo respuesta ni movimiento alguno en el interior. Recogió un palo y golpeó con más fuerza. Siguió sin escuchar ningún ruido más que el de una corriente o caída de agua en algún lugar cercano. Scott palpó la puerta en busca de una manija y sólo encontró una cuerda. Cuando la jaló, la puerta se abrió. Lo que había del otro lado era casi tan inesperado como lo que encontró al traspasar la puerta de la sala de estudio.
Los que quieran saber dónde estaba Scott van a tener que buscar el libro para leerlo completo.
Gary L. Blackwood, “Bajo un cielo extraño” en Al otro lado de la puerta. México, SEP-FCE, 1997. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares