100 MITOS DE LA HISTORIA DE MÉXICO 1 Francisco Martín Moreno parte8



A MAXIMILIANO LO TRAJO NAPOLEÓN III
EL primero de enero de 1859, casi a la mitad de la guerra de Reforma, el embajador de Francia en México aseguraba que una comisión mexicana formada por la familia de Hernán Cortés”, el conde del Valle de Orizaba, los duques de Hurtado de Mendoza, el marqués del Águila del Villar y el padre Francisco Xavier Miranda, entre otros, acaba de remitirme la comunicación anexa, destinada a S.M. el emperador [...] Puede Usted observar, señor conde, que la segunda parte de la comunicación está firmada por el padre Miranda, ministro de Justicia, y por Fernández de Jáuregui, ministro del Interior bajo el general Zuloaga [...] Son los dos hombres más importantes del gobierno que acaba de caer tan bruscamente [...] El documento prueba hasta qué punto la sociedad y el país se sienten arrastrados irremisiblemente hacia el abismo.70 Y en efecto, ya desde entonces el clero, que veía venir una escandalosa derrota frente al ejército liberal, se dio a la  tarea de conspirar una vez más a fin de proteger su patrimonio mediante la instauración de una monarquía en México, encabezada por un príncipe español y, por supuesto, católico. Todavía con la guerra en marcha, en agosto de 1860 el arzobispo poblano Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos escribía desde el exilio al padre Miranda, a quien había encargado la conducción clerical del movimiento armado en contra del gobierno de México: “Es inútil fatigarnos por adquirir la paz por nosotros mismos; se lucha pero sin fuerza suficiente. Sólo la intervención o mediación europea nos dará alguna tregua. Y bien ¿se verificará? No lo sé: la Europa está muy preocupada de su situación...”.En enero de 1861 Juárez entró victorioso a la ciudad de México. La guerra había terminado, pero como bien advirtió casi seis meses después el ilustre diputado liberal Ignacio Manuel Altamirano: hoy, pese a los optimistas, nos hallamos en plena revolución, hemos sufrido serios descalabros, la reacción es impotente, no vencerá, pero se bate con una fiereza horrible [...] Si pensáis que ese partido está débil, os equivocáis, carece de fuerza moral, es cierto, pero tiene la física. Se han quitado al clero las riquezas, pero no pueden quitársele sus esperanzas. Efectivamente, el clero, empeñado en conseguir la revocación de la legislación reformista, y ya derrotado militarmente por un ejército liberal, buscaba ardientemente en las cortes europeas un candidato idóneo, y lo halló en Maximiliano de Habsburgo, de quien el monarquita José Gutiérrez de Estrada, uno de los principales promotores del “proyecto”, escribía en octubre de 1861:A las pocas horas de haberse partido U. de aquí se presentó el apoderado de Núñez (Maximiliano) venido expresamente para enterarse de todos los pormenores relativos al pleito pendiente, y hace apenas un rato que me despedí de él [...] Está ya firmado el convenio en Londres en los términos que U. ya sabe. Los ingleses mandan 800 hombres de desembarco, 1,200 Francia y España muchos más, como U. allí podrá saberlo.
Se refería, desde luego, a los preparativos de la intervención tripartita que allanaría el terreno a la llegada del emperador. Poco más de un mes después, este traidor volvía a tomar la pluma para escribir al padre Miranda, “diciéndole que está de acuerdo con él en sustituir la reunión de una junta cualquiera por una petición de la gente más granada de México para la intervención de las fuerzas europeas”. Días más tarde, el archiduque austríaco y futuro emperador de México escribía por fin a Gutiérrez de Estrada: Castillo de Miramar, 8 de diciembre de 1861 He recibido la carta firmada por U. y por muchos de sus compatriotas, que U. me ha dirigido con fecha 30 de octubre último. Me apresuro a manifestar a U. y le ruego lo transmita a estos Señores, todos mis agradecimientos por los sentimientos que expresan hacia mí en su carta. La suerte del hermoso país de U. me ha interesado siempre vívidamente sin duda, y si en efecto, como parece que U. lo supone, estos pueblos aspiran a ver fundar en su seno un orden de cosas, que por su carácter estable pudiese darles la paz interior y garantizar su independencia política, y me creen capaz de contribuir a asegurarles estas ventajas, yo estaría dispuesto a tomar en consideración los votos que me dirigieran con tal fin [...] No podría, pues, contarse con mí cooperación para la obra de transformación gubernamental de que depende, según la convicción de U., la salvación de México, a menos que una Manifestación Nacional venga a comprobar de una manera indudable el deseo del país de colocarme en el trono. El padre Miranda se encargó de falsificar esta “manifestación nacional” echando mano de una estructura clandestina conformada por el elemento más retrógrada de la nación, denominada “Directorio Central Conservador”, que dócilmente se prestó a la estratagema. Maximiliano, sin duda ignorante de la verdadera situación de México, insistía: Estoy a U. agradecido por las diversas cartas que se ha servido dirigirme últimamente y sobre todo por haberme comunicado la carta del Obispo de Puebla y la del General Santa Anna. Es permitido augurar el bien del porvenir de la causa monárquica en México, cuando se ve figurar a la cabeza de sus defensores los nombres de tan digno prelado y de tan eminente guerrero. El memorable De Labastida y Dávalos, quien unos meses después se convertiría nada menos que en el regente del imperio, se preguntaba en enero de 1862, después de entrevistarse con al archiduque:¿Qué falta a este Príncipe? Hacíame yo esta pregunta varias veces durante las breves horas transcurridas y mi corazón y mi cabeza han respondido: nada, absolutamente nada [...] Inexplicable será nuestra demencia si no sabemos apreciar el don que nos hace el cielo cuando todo parecía perdido [...] Grande es el sacrificio que van a hacer estos príncipes, pero grande será también su recompensa [...] ¡Dios se ha servido de juzgarnos dignos de poseerlos durante largos años! [...] ¡Bendito sea Dios por todos sus beneficios! Para octubre de 1862 los monarquistas, temerosos de que Napoleón III les jugara una mala pasada (como finalmente ocurriría), se preparaban para la inminente ocupación de las tropas francesas: “Debemos sostener a todo trance [decían] los buenos principios y a los que los defienden, reducidos a esta simple fórmula: Religión y Monarquía con el Archiduque Fernando Maximiliano, apoyada por lo pronto por una fuerza extranjera”. El visto bueno estaba dado.
EL OFRECIMIENTO DE LA CORONA
El 10 de abril de 1864 (día que debe guardarse en la memoria de todos los mexicanos) Maximiliano y Carlota recibieron en la sala de ceremonias del castillo de Miramar a la supuesta “diputación” mexicana presidida por Gutiérrez de Estrada (y no por ningún francés representante de Napoleón).Estaba S.A. el Archiduque en pie delante de una mesa cubierta con un magnífico tapiz encarnado sobre el cual se veían las innumerables actas de adhesión al Imperio que se habían levantado en México. Vestía el uniforme de vicealmirante austríaco, sobre el cual se veían el Toisón de Oro y la Gran Cruz de San Esteban. A la izquierda del Archiduque estaba su augusta esposa la Archiduquesa Carlota, también de pie. Llevaba un elegante vestido color de rosa, adornado con encajes de Bruselas, diadema, collar y pendientes de diamantes, y el cordón negro de la Orden de Malta [...] En mecho del salón los diez caballeros mexicanos de la Comisión formando un semicírculo, cuyo centro ocupaba Gutiérrez de Estrada, Espectacularmente apareció por una de las puercas del fondo, un abad austríaco con mitra y báculo, acompañado por el joven presbítero mexicano don Ignacio Montes de Oca, más tarde Obispo de San Luis. Maximiliano, de pie y puesta la mano sobre los Evangelios, hizo en voz alta ante el abad Mitrado el juramento de desempeñar bien el cargo de Emperador de México [...] Gritos entusiastas y emocionados de ¡Viva el Emperador Maximiliano! ¡Viva la Emperatriz Carlota!, resonaron en el salón, al mismo tiempo que la bandera imperial mexicana, izada en el castillo de Miramar, era saludada por el tronar de los cañones de los barcos de guerra.71 Estos son los nombres de los traidores vende patrias de aquella coyuntura, que no debemos olvidar: el obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, José María Gutiérrez de Estrada, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, Ignacio Aguilar y Marocho, el padre Francisco Xavier Miranda, Joaquín Velázquez de León, Adrián Woll, Tomás Murphy, Antonio Escandón, Suárez Peredo y Ángel Iglesias Domínguez, además de Ignacio Montes de Oca y Obregón, quien sería el capellán imperial de Maximiliano.
LA AVENTURA MEXICANA
Antes de partir hacia México los emperadores visitaron al papa Pío IX en la Capilla Sixtina, donde éste se permitió recordarles:
“He aquí dijo al entregarles la Sagrada Forma el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo. Por Él reinan y gobiernan los reyes [...] grandes son los derechos de los pueblos, siendo por lo mismo necesario satisfacerlos; y sagrados son los derechos de la Iglesia, esposa inmaculada de Jesucristo [...] Respetaréis, pues, los derechos de la Iglesia, lo cual quiere decir que trabajaréis por la dicha temporal y por la dicha espiritual de aquellos pueblos” [...] Maximiliano manifestó al representante del Papa su resolución de reparar los daños hechos a la Iglesia por Juárez y sus amigos.72En México escucharon algo similar con ocasión del cumpleaños de Carlota, pero esta vez de voz del arzobispo De Labastida y Dávalos, quien había sido ungido arzobispo de México como un reconocimiento personal del propio papa Pío IX: “Señores, no olvidemos que a la magnánima y generosa Francia, que nos ha cubierto con su glorioso pabellón, debemos el haber alcanzado la dicha de constituir un gobierno nacional conforme a la voluntad de la mayoría y apropiado a las circunstancias de nuestra Patria.. ,”.73El propio De Labastida ocuparía la regencia en espera del arribo de Maximiliano, por lo que su nombre, manchado de eterna vergüenza, encabeza el de los sacerdotes que han gobernado a la nación, así haya sido por poco tiempo. En su caso lo hizo al amparo de las armas francesas. Pero la desilusión que provocó la actuación liberal de Maximiliano, así como la ratificación que éste hizo de las leyes reformistas dictadas por Juárez, extremándolas en algunos casos, hizo estallar en pedazos la paciencia de la clerecía. De Labastida, quien en otro momento habría dicho “bendito sea Dios” a propósito de Maximiliano, abandonó el país. En diciembre de 1864 hizo su arribo a México el nuncio apostólico Pedro Francisco Meglia, ya advertido del  rumbo que estaba tomando el imperio. El papa lo enviaba con las siguientes condiciones para la realización de cualquier concordato: anulación de todas las leyes de Reforma; establecimiento de la religión católica como base y apoyo del imperio mexicano; completa libertad a los obispos en el ejercicio de sus funciones pastorales; restablecimiento de las órdenes religiosas; entrega de la enseñanza tanto pública como privada a la superior vigilancia del clero, y otras igualmente retrógradas e inaceptables. Maximiliano no quiso ni hablar del tema con el nuncio. Carlota lo hizo, dejando para la posteridad esta breve descripción del evento: Nada me ha dado una idea más exacta del infierno que esta entrevista [...] Todo se deslizó sobre el Nuncio como sobre mármol pulido. Por último, me dijo que el clero había fundado el Imperio. —Un momento, le respondí, no fue el clero; fue el Emperador quien lo hizo el día que se presentó— [...] Nada hizo efecto, rechazaba mis argumentos como el que se sacude el polvo, los suplía con nada y me parecía complacerse en el vacío que creó en su alrededor y en la absoluta negación de toda luz. Ante todo le dije, levantándome: —Reverencia, suceda lo que suceda me tomaré la libertad de recordarle esta conversación; no somos responsables de las consecuencias, hemos hecho todo para evitar lo que ahora sucederá.74Pero lo que tenía que suceder sucedió: el papa, y con él toda la iglesia mexicana, dio la espalda a Maximiliano, como también se la dio Napoleón III, temeroso de provocar un conflicto con los Estados Unidos, que recién ponían fin a su cruenta guerra de secesión y que se hallaban listos para sostener, su famosa Doctrina Monroe. ¿Y los mexicanos? ¿Dónde estaban en ese momento los miembros de la “diputación” que pocos años atrás en el castillo de Miramar le ofrecieron la corona a Maximiliano de Habsburgo? Los señores Estrada, Almonte y otros muchos [escribió Carlota], que en Miramar nos ilusionaron con este país, no sólo no nos han acompañado, prefiriendo la vida muelle de Europa a esta barahúnda, sino que, encontrando que es poco para ellos el haberles devuelto las inmensas tierras que la República les confiscó, reclaman ahora cuantiosas indemnizaciones con que reparar los daños que la revolución causó en sus fincas.75En honor de ellos, Maximiliano escribió un libro que tituló Los traidores pintados por sí mismos. Fue todo lo que pudo hacer en venganza al cruel engaño de que había sido víctima.
LOS INDÍGENAS FUERON SUMISOS DESPUÉS DE LA CONQUISTA
Escuchemos de boca del jesuita, Benito María Moxo una de las más acabadas formulaciones sobre este fantasioso mito:
Poco a poco [se] borró del corazón de los Indios la memoria de los desastres acaecidos, de las batallas perdidas [...] y de las demás desgracias que les había ocasionado su porfiada resistencia a nuestras armas [...] Poco a poco [...] embelesados los Indios con las máximas y consejos de una Religión que sólo respira amor, perdón y olvido de las injurias, consintieron en dejarse civilizar por sus cariñosos padres, salieron de los bosques, fundaron pueblos, vinieron a vivir con nosotros, y admitieron en su compañía a los mismos Españoles que antes tanto aborrecían.
Pero la supuesta conquista e inmediata sumisión de la totalidad de los pueblos nativos de México a las armas españolas no resiste el menor análisis. ¡Falso y mil veces falso que todos los indios hayan sido condescendientes al dominio de los que, repugnando de los sacrificios humanos, levantaron en América la civilización de las hogueras! ¡Por supuesto que hubo rebeliones! Algunas de ellas, incluso, tuvieron un carácter particularmente grave. La comunidad de Titiquipa, perteneciente al grupo étnico de los Zapotecas, proclamó a mediados de 1547 el resurgimiento de tres señores [...] quienes tenían por objetivo restaurar la antigua organización precolombina. Alentados por este plan, los principales de Titiquipa empezaron a exigir el sometimiento de otros pueblos vecinos y el consiguiente pago de tributo [...] Los de Niaguatlán se rieron y dijeron que ellos estaban en servicio de su majestad y eran cristianos [...] “pues hágote saber replicó el jefe indígena que han nacido [...] un señor en México, otro en toda la Mixteca y otro en Teguantepeque y estos tres señores han de señorear coda la tierra como la tenían antes que los cristianos”. Asimismo, en 1691, como parte de los preparativos del levantamiento del año siguiente, en la ciudad de México, según Carlos de Sigüenza y Góngora: se sacó, debajo de la acequia de Puente de Alvarado, infinidad de cosillas supersticiosas [...] muñecos o figurillas de barro [...] de españoles todas y todas atravesadas con cuchillos y lanzas que formaron del mismo barro, o con señales de sangre en los cuellos, como degollados [lo que era] prueba real de lo que en extremo nos aborrecen los indios y muestra de lo que desean con ansia a los españoles.76 De la lista de rebeliones ocurridas durante la colonia, que Agustín Cué Cánovas reproduce en su Historia social y económica de México, destacaremos a fin de desmentir por completo este mito— sólo algunas de ellas:
              Sublevación indígena en la región del Pánuco (1523).
              Rebelión de los indios zapo tecas y mixes (1523).
              Sublevación de los indios de Chiapas (1528).
              Rebelión azteca en la ciudad de México (1531).
              Insurrección de los opilingos en Chiapas (1531).
              Insurrección de indígenas en Sinaloa (1538).
              Rebelión de los indios cascanes desde Nayarit hasta Zacatecas (1540).
              Rebelión de los indios zapotecas en Oaxaca.
              Rebelión de los cuachichiles en Zacatecas (1570).
              Sublevación de los indios de Nueva Galicia (1584).
              Insurrección de los acaxes de Durango y Zacatecas (1590).
              Rebelión de los guasaves en la provincia de Sinaloa (1598).
              Insurrección de los indios de las minas de Topia (1598).
              Guerra contra los zuaques, tehuecos y ocoronis.
              Insurrección de los yaquis dirigida por Lautaro y Babilonio (16091610).
              Rebelión de los indios de Tekax, Yucatán (1610).
              Sublevación de los xiximes de la Nueva Vizcaya.
              Levantamiento de los nebomes en Sonora.
              Rebelión del cacique Tzoo en Sinaloa (1625).
              Insurrección de los indios guaspares en Sinaloa (1632).
              Sublevación de los indios de Bakal, Yucatán (1639).
              Rebelión de los tarahumaras (1650).
              Insurrección de los indios de Tehuantepec (1660).
              Rebelión de los indios tobosos (1667).
              Alzamiento de indios en el Nuevo México (1680).
              Sublevación de indios en Oaxaca (1681).
              Rebelión tarahumara (1668).
              Tumulto popular en la ciudad de México (1692).
              Rebelión de los pimas en Caborca y Tubutama
(1695).
              Sublevación de los indios de Tuxtla, Chiapas (1695).
              Rebelión de los pimas de Sonora (1697).
              Ataque de indios al pueblo de Acaponeta (1706).
              Rebelión de los indios del Nuevo Reino de León (1709).
              Insurrección de los indios tzendales en Chiapas (1712).
              Rebelión de los indios seris en 1724.
              Rebelión yaqui contra las misiones jesuitas en Sonora (1735).
              Insurrección de yaquis y mayos de Ostímuri (1740).
              Alzamiento de los seris en Sonora (1748).
              Rebelión de los pimas altos, sobas y pápagos en el noreste de Sonora (1751).
              Rebelión de los seris de la Pimería Baja (1755 1759).
              Sublevación de los pimas bajos de Tecoorípa, Suaqui y pueblos vecinos.
              Insurrección de indios mayas en Yucatán dirigida por Jacinto Canek (1761).
              Alzamiento de seris y pimas y sububapas en el pueblo de Suaque, Sonora (1766).
              Guerra contra los seris en Hermosillo (1767).
              Sublevación el indio Juan Cipriano en Guanajuato (1767).
              Alzamiento de los indios sububapas (1770).
              Ataque de apaches al presidio de Tubac (1774).
              Rebelión de los indios de San Diego California (1775).
              Rebelión del indio Marian en Tepic (1801).
Esto prueba que la conquista nunca fue realizada por completo y que muchos pueblos se levantaron contra el yugo opresor y tiránico del conquistador desde el principio hasta el fin del virreinato, dando muestras de una valentía y una ferocidad que difícilmente podrían ser calificadas como sumisión. La sumisión se da casi por completo cuando los españoles recurren a una herramienta que utilizaron eficazmente para conquistar espiritualmente a los mexicanos: la alta jerarquía católica inventó a la virgen de Guadalupe, otro mito del que ya me he ocupado en otro capítulo de esta edición. La idolatría concluyó y los aborígenes empezaron a creer en una deidad de extracción europea, absolutamente falsa, que finalmente les aportó la paz y la resignación que requerían para vivir...
LOS GRINGOS NOS GANARON LA GUERRA POR SUPERIORIDAD MILITAR
Cualquiera pensaría que en 1848 México perdió más de la mitad de su territorio tras una guerra sin cuartel en contra del invasor norteamericano, que mejor equipado, mejor armado, mejor vestido y mejor adiestrado que el nuestro, habría obtenido una victoria inobjetable. Desafortunadamente para los anales de nuestro efímero patriotismo, nada de esto es cierto. La injusta guerra que en 1848 se tradujo en la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio se perdió, en gran parte, por la falta de patriotismo de la mayoría de los mexicanos, sin olvidar la alevosa y perversa Alianza del clero católico con los invasores, lo que en conjunto provocó la dolorosa debacle, cuyo daño psicológico aún no hemos podido superar.
TRAICIONAR: EJEMPLO PRESIDENCIAL
En orden de aparición, surge primero el general Paredes y Arrillaga, quien en lugar de cumplir militarmente con su acto cometido decidió levantarse en contra del gobierno del presidente J.J. Herrera el 14 de diciembre de 1845. En dicha ocasión, después de tres intentos fallidos por hacerse de la presidencia, Paredes justificó la intentona golpista con el argumento de que Herrera pretendía entregar parte del territorio a los Estados Unidos con tal de evitar un conflicto armado inminente. Una vez más la ambición disfrazada de patriotismo irrumpió en el escenario político; sin embargo, es obligatorio aclarar que la sospecha no era del todo infundada, pues el embajador John Slidell, representante de la Casa Blanca, se encontraba en México precisamente para lograr el reconocimiento de la independencia de Texas y para hacer una oferta seria orientada a la adquisición de más territorio norteño... Sí, de acuerdo, sólo que el movimiento de Paredes en realidad escondía otros propósitos: “La revolución de Paredes, netamente reaccionaria [señala Alfonso Toro], tendía a devolver al clero, al ejército y a los ricos, todos los privilegios de que habían disfrutado desde 1a época colonial, y a constituir el país bajo la forma monárquica”. Entregado, pues, a la instauración de una monarquía en México encabezada por un príncipe español, Paredes, con el país invadido, se olvidó de rechazar a los norteamericanos: antes bien, tuvo que combatir las sublevaciones que naturalmente estallaron en su contra. ¿Y la patria...? Derrocado Paredes, y ya en plena guerra con los Estados Unidos, Antonio López de Santa Anna llega sospechosamente procedente de Cuba, donde había negociado con Alexander Slidell Mackenzie, un enviado del presidente James Polk, nada menos que la derrota de las fuerzas mexicanas a cambio de 30 millones de dólares: La inusual conversación en La Habana entre el enviado norteamericano y Santa Anna cubrió una gran variedad de temas; desde la restauración de Santa Anna en el poder y el acuerdo para terminar con la controversia de la frontera del Río Grande, hasta la compensación por las concesiones territoriales (que pondrían fin a la guerra); la parte más extraña de la conversación ocurrió cuando Santa Anna le indicó con lujo de detalle al enviado norteamericano, la mejor forma para enfrentar a su antiguo ejército. Fue así como el apretado bloqueo naval que cercaba las costas de México fue abierto por un momento para permitir a Santa Anna deslizarse a través de éste...
LA REBELIÓN DE LOS POLKOS
Santa Anna, una vez en México, se proclamó presidente, entre los alaridos desenfrenados del populacho, y salió supuestamente a combatir al enemigo... dejando en su lugar al vicepresidente Valentín Gómez Farías, excelso liberal que, de inmediato, se dio a la tarea de recaudar fondos para el financiamiento del famélico ejército. Gómez Farías cabildeó en el Congreso y consiguió la emisión de un decreto histórico, el 11 de enero de 1847, que en su parte sustancial establecía la enajenación de los bienes del clero para enfrentar la intervención armada yanqui: “Se autoriza al gobierno para proporcionarse hasta quince millones de pesos, a fin de continuar la guerra con Estados Unidos, hipotecando o vendiendo en subasta pública los bienes de manos muertas, al efecto indicado”. El clero se rebeló en su contra [escribe Vicente Fuentes Díaz] desde la fecha misma de su expedición. Tan pronto como la ley fue votada en el congreso, el cabildo metropolitano dirigió una extensa protesta al Ministerio de Justicia, manifestando que el ordenamiento era nulo y de ningún valor, puesto que “la Iglesia es soberana y no puede ser privada de sus bienes por ninguna autoridad”..La respuesta de Gómez Farías Ríe la siguiente:
No concibe Su Excelencia cómo el venerable cabildo haya llegado a tal ceguera que se prometa ilusionar por medios reprobados una ley que ha venido a dictarse por la crisis preparada a la República por la denegación de recursos de parte del clero [...] La historia calificará esta resistencia, que ni aun en la edad media se habría creado prosélitos, y juzgará también al Gobierno de una República que no puede vivir si no tiene con qué satisfacer las urgentísimas necesidades de su Ejército, y esto cuando más lo necesita, por ya ver nuestro suelo hollado por la inmunda planta del fiero anglosajón, que amenaza destruir nuestros hogares. El Excelentísimo señor Vicepresidente no teme el fallo, y ya como cristiano, ya como gobernante, se cree en la estrecha obligación de cumplir y hacer cumplir en todas sus partes una ley que va a salvar a la vez nuestro territorio y nuestras creencias. Pero aun estas palabras no alcanzaron para convencer al clero, que fiero traidor, y olvidando que nuestro país se hallaba invadido y envuelto en una guerra que sería definitiva para nuestro porvenir, se dio a la tarea de derrocar a Gómez Farías, para lo cual financió y promovió la deleznable rebelión de los polkos, quienes acaudillados por el general don Matías de la Peña y Barragán, se sublevaron el 27 de febrero, al grito de: “¡Muera Gómez Farías!
¡Mueran los puros!” [...] desconociendo al gobierno y declarando nulos los decretos sobre ocupación de bienes del clero y el que autorizaban gobierno para contratar $5.000,000 destinados para hacer frente a las necesidades de la guerra. Entonces se trabaron combates en las calles de la ciudad, a los que iban los Polkos cargados de medallas y escapularios, como si se tratara de una cruzada. El clero ayudó con su dinero a los sublevados, de tal suerte que el 9 de marzo, después de cubiertos todos sus gastos, tenían los pronunciados $93,000 en caja [...] Los combates en las calles de la capital duraron más de quince días, mientras los americanos atacaban a Veracruz, a la que se dejó perecer sin prestarle auxilio. El tiroteo sólo terminó a la llegada de Santa Anna (20 de marzo), a quien la mayoría del congreso había mandado llamar para que se encargara del gobierno, como lo hizo, suprimiendo la vicepresidencia, para excluir a Gómez Parías; y colocando en la administración a muchos personajes del partido moderado, autores de aquel asqueroso e indigno cuartelazo [...] El clero, para conseguir la derogación de las leyes de ocupación de bienes de manos muertas, entregó a Santa Anna $2.000,000 en calidad de préstamo.77
Guillermo Prieto, uno de nuestros más ilustres liberales, se encontraba en esos momentos en el bando de los polkos, desde donde narra uno de los sucesos que demuestran la pusilanimidad de los auténticos ¿mandadores de esta absurda rebelión:
El señor Irisarri vivía en su casa de la Ribera de San Cosme, caserón escondido en una huerta, con grandes frescos sombríos, emparrados, estanques cenagosos y ruinas por todas partes […] Penetré en aquella habitación y saludé respetuoso al prelado. Era un hombre pequeño, de tez blanquísima, manos delicadas  y conjunto humilde y un tanto vulgar [...] Estaba sentado en su mesa, con el tintero enfrente, y detrás de él un Santo Cristo colosal entre dos velas de cera. Expuse mi misión a Su Ilustrísima, quien me escuchó con los ojos cerrados y como si estuviera en un profundo sueño. Cuando concluí me dijo: —Realmente, mucho de lo que usted me dice no lo comprendo. Si usted me lo permitiera le suplicaría que no continuásemos hablando de este punto porque usted conocerá que se opone abiertamente a mi carácter. —Yo no estoy para esas cuestiones; a mí me mandaron a inquirir de usted si cumple sus compromisos con los jefes de la revolución. —Yo no puedo tener compromisos mundanos, mi misión es de paz; y no puedo sino repetir: “amaos los unos a los otros”. —Ya lo he visto, señor; por eso han puesto ustedes las armas en la mano, para que nos matemos los unos a los otros. —Es usted muy fogoso joven; Dios tranquilice su espíritu. — ¿Y el dinero?—La Iglesia está muy pobre y tiene muchos enemigos; diga usted a su general que le ayudaremos con nuestras oraciones para alcanzar el favor divino. No quiero recordar todas las impertinentes palabras que se me ocurrieron en la hondísima impresión que me hizo aquella escena del tartufo clerical.78 Años después, Prieto escribiría: “Otro alegaría su poca edad, su inexperiencia, el influjo poderoso de entidades para mí veneradas. Yo digo que aquella fue una gran falta [...] que reaparece más, más horrible a mis ojos, mientras más me fije en ella”.79 No obstante, esta no fue la única manera que halló el clero para acelerar el triunfo de los invasores, pues su presencia en territorio mexicano ciertamente le preocupaba: ¡se estaban llevando a cabo muchos matrimonios no católicos, evidentemente entre los soldados y las mexicanas que recogían en su camino! Por ello, el obispo de Puebla, Francisco Pablo Vázquez Vizcaíno, tras observar que los norteamericanos destruían a su paso las iglesias (como ocurrió en Monterrey, Veracruz y Perote), se apresuró a entrar en contacto con el general Scott para proponerle que: “si me garantizas que serán respetados las personas y bienes eclesiásticos, yo te ofrezco que en Puebla no se disparará un solo tiro”. ‘'Aceptado’', dijo el general americano. El obispo, para cumplir su palabra, hizo que sus agentes intrigaran en el Congreso del Estado para que fuese nombrado gobernador el hermano de su secretario, D. Rafael Inzunza, y éste, luego que se encargó del gobierno del Estado, pasó una comunicación al gobierno general, en que le decía que no teniendo Puebla elementos con qué defenderse, no debía esperarse que aquella ciudad hiciera resistencia al ejército invasor. Hizo más aquel prelado: por su influencia, don Cosme Furlong, que era el comandante general, despachó a Izúcar de Matamoros todo el armamento y material de guerra que habían dejado en la plaza los cuerpos que por ahí habían transitado para atacar al enemigo en Vera cruz y en Cerro Gordo. El general Santa Anna, que después de haber sido derrotado en ese punto con las pocas fuerzas que había logrado reunir en Orizaba, y seis piezas de artillería mal montadas, se dirigía a Puebla, creyendo encontrar allí restos de armamento y municiones, para armar con ello a la plebe y organizar la resistencia, nada encontró y tuvo que venirse hasta San Martín Texmelucan. Esto lo vi yo. Tal es la relación de los hechos que dejó escrita el ilustre patriota Anastasio Zerecero; pero esta no es, ni con mucho, la única prueba de tan vergonzosa traición: Os ecshortamos muy de veras, amados hijos nuestros [escribió el obispo de Puebla en una pastoral, ante el inminente arribo de los norteamericanos], a que dóciles como hasta aquí lo habéis sido, escuchéis la voz de la Iglesia para no ser tenidos por gentiles o publícanos, a que desechéis las persuasiones de quienes pretenden engañaros con falsas doctrinas, y a que no ofendáis al Señor dejándoos llevar tal vez de un celo obsesivo faltando a los deberes de la caridad cristiana que nos previene amar a quien nos aborrece, bendecir a quien nos maldice, y hacer bien a quien nos hace mal. Si la presente tribulación es una prueba, sufrámosla con resignación para salir de ella purificados como el oro, y si es un castigo de nuestras culpas tratemos de enmendarías eficazmente para que el Señor levante de sobre nuestras cabezas su formidable azote.
Por ello no debe extrañarnos la siguiente proclama del general Scott: El ejército americano respeta y respetará siempre la propiedad particular de toda clase y la propiedad de .la iglesia mexicana, y desgraciado aquel que no lo hiciese donde nosotros estamos. Marcho con mi ejército para Puebla y México, no os lo oculto; desde estas capitales os volveré a hablar; deseo la paz, la amistad y la unión; a vosotros toca elegir si preferís continuar la guerra; de todos modos estad seguros de que nunca faltará a su palabra de general. Winfield Scott, Jalapa, 11 de mayo de 1847.80 Efectivamente, al día siguiente de la entrada de los norteamericanos a Puebla, donde según refiere una crónica se echaron a dormir plácidamente, el obispo Vázquez hizo una visita al general Worth, de cuya guardia “recibió honores de general y regresó a su palacio acompañado por el jefe de los invasores y sus ayudantes...”.81

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